En el pintoresco pueblo de Santa Lucía, Mary, una joven de veintiún años siente un profundo vacío causado por la falta de afecto de su padre, don Jaime, quien parece preferir a sus hermanos. Determinada a ganarse su amor, Mary inicia un viaje emocional donde descubre que el verdadero amor comienza por uno mismo. Con la ayuda amorosa de su madre, Mary busca entender las razones detrás del distanciamiento de su padre mientras aprende valiosas lecciones sobre aceptación y fortaleza interior. En su búsqueda, Mary encuentra que el amor verdadero puede manifestarse de formas inesperadas y en momentos cruciales de la vida familiar y personal.
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Preocupaciones Familiares
En la casa de los Rodríguez, la atmósfera estaba cargada de preocupación. Aunque Mary había logrado encontrar un equilibrio en su vida, dedicándose a su pasión por el baile y disfrutando de su relación con Carlos, sus padres, don Jaime y doña Clara, no podían evitar preocuparse por su futuro académico.
Una tarde, mientras la familia se reunía en la sala para conversar después de la cena, doña Clara rompió el silencio.
—Mary, tu papá y yo hemos estado pensando mucho en tu futuro —comenzó doña Clara con suavidad, mirando a su hija con amor y preocupación.
Mary, que estaba sentada en el sofá con una taza de té, levantó la vista y notó la seriedad en los rostros de sus padres.
—¿Qué pasa, mamá? —preguntó Mary, un poco inquieta por el tono de la conversación.
Don Jaime, aunque siempre había sido reservado y frío, tomó la iniciativa de hablar, algo poco común para él.
—Mary, sabemos lo mucho que amas el baile y lo feliz que te hace, pero también queremos que termines tus estudios universitarios. Es importante para tu futuro. No queremos que descuides tu educación por ninguna razón —dijo don Jaime con voz firme, pero sus ojos reflejaban una preocupación genuina.
Mary se sintió sorprendida por la seriedad en la voz de su padre. Aunque siempre había sentido una distancia emocional entre ellos, entendía que sus palabras provenían de un lugar de preocupación y amor.
—Papá, mamá, entiendo sus preocupaciones. El baile es una parte importante de mi vida, pero no tengo la intención de abandonar mis estudios. Solo estoy tratando de equilibrar todo —respondió Mary con sinceridad, queriendo tranquilizar a sus padres.
Doña Clara asintió, comprendiendo la dificultad de su hija para manejar todas sus responsabilidades.
—Sabemos que estás haciendo lo mejor que puedes, Mary. Solo queremos asegurarnos de que no te sobrecargues y que no pierdas de vista tus metas académicas —dijo doña Clara con ternura.
Don Jaime, a pesar de su habitual reserva, se sintió impulsado a expresar sus verdaderos sentimientos, algo que había guardado durante mucho tiempo.
—Mary, quizás no siempre he sido el mejor para demostrarlo, pero te quiero mucho y solo quiero lo mejor para ti. Quiero que tengas todas las oportunidades que mereces. Terminar tus estudios es parte de eso —confesó don Jaime, sus palabras llenas de una emoción que rara vez dejaba ver.
Mary sintió un nudo en la garganta al escuchar a su padre abrirse de esa manera. Fue un momento de revelación que le mostró una faceta de su padre que no había conocido.
—Gracias, papá. Aprecio mucho que me lo digas. No voy a dejar mis estudios, se los prometo. Quiero que estén orgullosos de mí —dijo Mary con lágrimas en los ojos, sintiendo una conexión renovada con su padre.
Esa noche, la familia Rodríguez se sintió más unida que nunca. Las palabras sinceras de don Jaime habían abierto un camino para una mejor comprensión y apoyo mutuo. Mary se sintió motivada para continuar con su educación y su pasión por el baile, sabiendo que contaba con el respaldo incondicional de sus padres.