En el corazón de una vibrante ciudad, un centro cultural. Fundado por Claudia Romero, Martínez y Laura Gutiérrez, el centro ha transformado la vida de muchos. Sin embargo, la paz y el éxito del centro se ven abruptamente interrumpidos por un incendio devastador que arrasa gran parte de sus instalaciones.La revelación de que el fuego fue intencional añade una capa de traición a la tragedia.
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El Juego de las Sombras
Capítulo 2: El Juego de las Sombras
La ciudad dormía bajo el manto de la tormenta. El rugido de los truenos y el tamborileo constante de la lluvia sobre los tejados creaban una sinfonía ominosa que ocultaba el verdadero peligro que se escondía en sus rincones más oscuros.
La comisaría local estaba en alerta máxima. Los oficiales se movían con rapidez por los pasillos, revisando una y otra vez las pistas, buscando cualquier indicio que los condujera a Alejandro Salazar, el hombre conocido en los titulares como "El Lobo". La presión sobre la fuerza policial había crecido enormemente, especialmente después del último hallazgo en una bodega abandonada: un nuevo cuerpo, una nueva víctima de la serie de asesinatos que habían aterrorizado a la ciudad.
El capitán Javier Martínez, un hombre de unos cincuenta años con una expresión endurecida por años de trabajo en el campo, estaba sentado en su oficina revisando el expediente del caso. Sus ojos se movían rápidamente de un documento a otro, buscando patrones en el caos que parecía cada vez más inexplicable. La frustración era palpable; Alejandro Salazar había demostrado ser un adversario astuto, siempre un paso adelante.
La puerta de la oficina se abrió de golpe y entró la detective Claudia Romero, una mujer joven con una determinación feroz. Su cabello castaño estaba recogido en una coleta alta, y sus ojos verdes reflejaban una mezcla de cansancio y determinación.
—Capitán, tenemos que revisar de nuevo el caso de las últimas víctimas —dijo Claudia, lanzando sobre el escritorio un conjunto de fotos y documentos.
El capitán Martínez levantó la vista, agotado pero aún enfocado.
—¿Qué tienes, Romero?
—Algo que podríamos haber pasado por alto. He estado revisando las escenas del crimen y noté un patrón en la forma en que se han dispuesto los cuerpos —dijo Claudia, señalando un gráfico en el que había trazado una serie de ubicaciones de los crímenes.
—¿Un patrón? —preguntó Martínez, frunciendo el ceño.
—Sí. Parece que hay una especie de ruta o secuencia en la elección de los lugares —explicó Claudia—. Y no solo eso, cada escena tiene un elemento en común que podría ser una pista para el próximo ataque.
El capitán Martínez se inclinó hacia adelante, observando las fotos y el gráfico con renovado interés.
—¿Qué elemento en común has encontrado?
—En cada escena, hay un objeto de valor que no ha sido robado —respondió Claudia—. Pero lo curioso es que en cada caso, el objeto tiene una conexión con la víctima. Creo que estos objetos están relacionados de alguna manera con el motivo del asesino.
Martínez asintió lentamente. La idea tenía sentido. Alejandro Salazar no solo estaba matando por placer; había algo más profundo, algo que se reflejaba en la elección de sus víctimas y los objetos que dejaba atrás.
—Muy bien, Romero, investiguemos estos objetos más a fondo. Tal vez podamos encontrar una conexión que nos lleve a nuestro hombre.
Mientras tanto, Alejandro Salazar estaba en su propio rincón oscuro, un pequeño apartamento en el centro de la ciudad. La tormenta había amainado un poco, pero el viento aún soplaba con fuerza. Alejandro estaba sentado en una mesa, rodeado de papeles, fotografías y notas que había recopilado de sus investigaciones.
En el centro de la mesa había una foto de una joven mujer, su última víctima. Alejandro la miró con una expresión que combinaba admiración y desaprobación. Era un juego macabro, pero él lo veía como una forma de arte. Cada víctima era una pieza en su gran obra, cada escena del crimen un lienzo en blanco que él pintaba con precisión.
Sacó un cuaderno de cuero de su mochila y comenzó a escribir. Las palabras fluían con una elegancia inquietante mientras anotaba los detalles de su último "proyecto". Para él, cada detalle contaba, cada movimiento tenía un propósito.
De repente, su teléfono vibró nuevamente. Era otro mensaje, este con una advertencia: "Te estamos observando. No te confíes."
Alejandro sonrió para sí mismo. La amenaza solo aumentaba su entusiasmo. La policía estaba cada vez más cerca, y él estaba ansioso por ver cómo responderían a sus próximos movimientos. La caza había comenzado, y él estaba listo para enfrentarse a cualquier desafío que se le presentara.
Se levantó de la mesa y se dirigió a un pequeño compartimiento en la pared, donde guardaba sus herramientas. Sacó una pequeña caja de madera con un candado y la abrió. Dentro, había una serie de objetos y pruebas que había recolectado a lo largo de su carrera, cada uno con su propia historia y significado. Alejandro los miró con satisfacción, sabiendo que pronto tendría más que añadir a su colección.
Mientras el viento aullaba afuera, Alejandro se preparaba para su siguiente movimiento.