Una joven es arrojada a las vías de un tren y su existencia se extingue en un instante. Cuando vuelve a abrir los ojos, no encuentra descanso ni luz, sino el cuerpo de la villana secundaria de la novela que siempre odió. La rabia que arrastraba en su antigua vida despierta ahí, más fría y afilada que nunca.
En ese mundo donde la “santa” es intocable y los héroes juegan a ser salvadores, ella decide convertirse en la sombra que los devore. No quiere redención. No quiere justicia. Solo quiere verlos caer.
¿Podrá quebrar la historia que otros escribieron?
¿Quién detiene a alguien que dejó de creer en la misericordia?
¿Y qué ocurre cuando la oscuridad obtiene un nuevo nombre… y un nuevo rostro?
NovelToon tiene autorización de Mayerli Gutiérrez para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Feria Primaveral
Al día siguiente, Ember se despertó con una calma sospechosa. Demasiado sospechosa.
Giró la cabeza, miró el reloj… y el mundo casi se le cae encima.
—Tarde.
Saltó de la cama y se lanzó al baño como si alguien la persiguiera. Se duchó a toda velocidad, salió envuelta en una toalla y, al cruzar la habitación, se encontró con Lily, peinándose con una tranquilidad criminal.
—Hoy es fin de semana, ¿verdad? —preguntó Ember, aún procesando su propia prisa.
—Sip —respondió Lily con una pequeña risa—. ¿Por qué?
—¿Y por qué no me dijiste?
—Te levantaste tan rápido que no me dio tiempo —dijo encogiéndose de hombros—. Ah, por cierto, Daniel dijo que hoy tenemos permiso para salir de la academia. Dice que nos llevará a algún lugar.
Ember se quedó quieta.
—¿En serio…?
Miró el armario como si acabara de declararle la guerra.
—Entonces no debería ponerme el uniforme.
—Exacto —asintió Lily—. Algo casual.
Ember abrió el armario… y la atacó una avalancha de telas lujosas. Vestidos elegantes, recargados, pesados, incómodos. Ropa hecha para impresionar, no para moverse ni respirar.
Uno por uno, empezó a lanzar los vestidos fuera como si fueran enemigos personales.
—No. Horrible. Imposible. Esto pesa más que mis decisiones de vida.
Al final, el armario quedó vacío.
Ember lo miró con una expresión derrotada.
—¿Qué es esto…? Todo es horrible.
Y, por primera vez desde que llegó a ese mundo, el verdadero enemigo no era el sistema, ni la heroína.
Era su propio guardarropa.
—Se ve complicado… Si quieres, puedo prestarte un vestido. No es de lujo, pero es cómodo —dijo Lily, abriendo su propio armario.
—Sí, por favor. No me importa si no es seda—respondió Ember, mientras apartaba sus vestidos como si le hubieran fallado personalmente.
Lily rebuscó un momento y sacó un vestido corto blanco, con flores bordadas en los bordes. Las mangas caían suavemente sobre los hombros. Era sencillo, pero hermoso.
Ember lo tomó con cuidado.
—Lily… este vestido es precioso. ¿De verdad no te molesta prestármelo?
—Claro que no, señorita Ember. Le quedará muy bien.
Y no se equivocaba.
Ember se lo puso y el vestido le quedó perfecto, como si hubiera sido hecho para ella. Lily, sonriente, le colocó un pequeño sombrero con orejas de gatito.
—Le queda hermoso —dijo, admirándola sin disimulo.
—Gracias… tú también te ves bien —respondió Ember, algo incómoda con el halago.
—Ya es hora de irnos.
Ember la siguió hacia la salida del dormitorio. En el pasillo, las miradas no tardaron en caer sobre ella. Susurros, algunos de sorpresa, otros de abierta envidia. Ember los ignoró y caminó con la cabeza en alto.
Al llegar a la salida de la academia, varios estudiantes se quedaron observándola sin disimulo.
En la puerta estaba Daniel, con una camisa blanca sencilla y pantalones negros.
—Vaya, chicas. Ahora entiendo por qué se demoraron —dijo con una sonrisa ladeada.
—No es para tanto —respondió Ember, desviando la mirada.
—¿Y a dónde vamos? —preguntó Lily.
Daniel estaba a punto de responder, pero Ember se distrajo.
Katy también salía de la academia. Ember apartó la mirada de inmediato… sin notar que, a su lado, Alan caminaba junto a ella y la observaba de reojo, con una expresión difícil de leer.
—Bueno, ya está. Suban.
Junto a Daniel aguardaba un carruaje elegante, negro y plateado, con un escudo grabado en la puerta. Ember lo observó un segundo más de lo normal. Le resultaba familiar… pero no lograba recordar de dónde.
Subió y se sentó junto a Lily. Daniel comenzó a hablarle de cosas triviales, pero Ember apenas escuchaba, distraída mirando por la ventana mientras el carruaje avanzaba.
Ya recordé ese escudo.
Su ceño se frunció.
Es de la familia imperial de Valenor… Daniel es un príncipe.
Exhaló despacio.
Y yo también soy una princesa.
La academia no pertenecía a ningún reino. Era una institución bajo la protección directa de la Diosa de este mundo, por eso reunía nobles de distintos países y continentes: príncipes, princesas… y unos pocos plebeyos que lograban entrar gracias a becas.
Yo soy la única princesa de Veylthorne.
El país más pequeño. El más débil. El más fácil de aplastar.
Y mi “deber” como única princesa es casarme con otro príncipe para que Veylthorne crezca y tenga más poder.
Qué concepto tan romántico. Tan útil. Tan asfixiante.
Un golpe seco en la mejilla la sacó de sus pensamientos.
—Estás muy distraída, Ember.
Daniel le había lanzado un pequeño envoltorio de chocolate.
—Claro que no —respondió, despegando el envoltorio con calma.
—¿Ah, no? —sonrió Daniel, apoyando el codo—. Entonces dime… ¿a dónde vamos?
Ember se quedó en silencio un segundo.
Demasiado silencio.
—Vamos a…
No tenía idea.
—Al pueblo de Alderys —intervino Lily con naturalidad.
Justo en ese momento, el carruaje se detuvo.
—Llegamos.
Daniel fue el primero en bajar y luego extendió la mano para ayudar a Lily… y después a Ember.
Ella aceptó la mano y bajó con cuidado. Al alzar la mirada, el pueblo la golpeó de frente con color y ruido. Banderines colgados entre edificios, flores por todas partes, música alegre mezclada con risas y el aroma dulce de comida recién hecha.
Era un caos hermoso.
—Llegamos en plena feria primaveral —comentó Lily, girando sobre sí misma con los ojos brillantes—. Es muy lindo…
Ember observó en silencio. Puestos de comida, artesanos, joyería mágica barata, niños corriendo con globos encantados que flotaban solos.
Demasiado vivo para un mundo que planeo destruir algún día, pensó con ironía.
—Dejen de mirar y entren —ordenó Daniel, ya caminando como si el pueblo le perteneciera.
Apenas cruzaron la calle principal.
—Ya vuelvo—Daniel desapareció entre la gente.
—Perfecto —murmuró Ember.
—No se perderá —dijo Lily, aunque sonó más como una esperanza que como certeza.
No tardaron en notar las miradas. Algunos susurros. Algunas sonrisas curiosas. Ember estaba acostumbrada a miradas de desprecio… no a miradas de interés.
—¿Por qué nos miran así? —preguntó Lily en voz baja.
—Feria, vestidos bonitos y mala reputación —respondió Ember—. Soy una atracción ambulante.
Un vendedor se acercó de inmediato.
—Señoritas, amuletos de buena suerte. Protección contra maleficios, mala fortuna y suegras —guiñó un ojo.
Ember tomó uno, lo examinó y lo dejó.
—Si eso funcionara, el mundo sería un lugar mejor.
Lily reprimió una risa.
Más adelante, una pequeña multitud rodeaba a un mago callejero que hacía aparecer flores de fuego. Ember se detuvo a observar, cruzándose de brazos.
Magia básica. Bonita.
—¿Te gusta? —preguntó Lily.
—Me es lindo.
En ese momento, Daniel reapareció con tres brochetas de carne.
—Bienvenidas oficialmente a Alderys —anunció—. Coman antes de que se enfríe.
Ella tomó una brocheta y mordió un poco.
—Sabe bien.
Sí, claro. Vamos a pulirlo sin quitarle la tensión ni el momento íntimo, que ya estaba ahí pidiendo auxilio.
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Siguieron avanzando entre los distintos puestos hasta que la multitud se volvió espesa. Demasiado. Ember empezó a ser empujada de un lado a otro, perdiendo el ritmo, a punto de quedar atrás, cuando de pronto Daniel le tomó la mano con firmeza y la jaló hacia él.
—Hay demasiada gente —dijo, alzando la voz entre el murmullo del gentío.
—¿Y Lily? —preguntó Ember, tratando de mantener el equilibrio.
—Aquí estoy —respondió Lily, caminando con sorprendente tranquilidad—. Parece que no estás acostumbrada a este tipo de lugares.
Daniel no soltó la mano de Ember.
—Será mejor que no te separes de mí —añadió, con un tono que no admitía discusión.
Ember abrió la boca para protestar. Tenía varias razones preparadas. Todas muy válidas pero algo en su interior la detuvo.
Tal vez fue la seguridad de su agarre. Tal vez el hecho de que, por primera vez, no se sentía sola en medio del caos.No dijo nada y permitió que él la guiara entre la multitud.
Después de un largo rato, se detuvieron frente a un puesto de joyería. Ember y Lily quedaron fascinadas al instante; las piezas brillaban con colores suaves, piedras talladas con delicadeza y diseños que parecían sacados de un cuento. Lily se inclinó para observar unos anillos, mientras Ember no apartaba la vista de un collar plateado.
Entonces, una ráfaga de viento traicionera lo arruinó todo.
El sombrero con orejas de gatito de Ember salió volando.
—¡Oye! —exclamó, intentando atraparlo antes de que se alejara.
Estiró la mano… pero fue inútil. El sombrero siguió su camino hasta que alguien lo detuvo con rapidez.
Ember alzó la mirada.
Era Alan.
Sostenía el sombrero entre los dedos, mirándola con una expresión difícil de descifrar. Y, justo a su lado, estaba Katy, observando la escena con una sonrisa tensa.