Mariana siempre fue una joven independiente, determinada y llena de sueños. Trabajaba en una cafetería durante el día y estudiaba arquitectura por las noches, y se las arreglaba sola en una rutina dura, viviendo con sus tíos desde que sus padres se mudaron al extranjero.
Sin embargo, su mundo se derrumba cuando decide revelar un secreto que había guardado por años: los constantes abusos que sufría por parte de su propio tío. Al intentar protegerse, es expulsada de la casa y, ese mismo día, pierde su trabajo al reaccionar ante un acoso.
Sola, hambrienta y desesperada por las calles de Río de Janeiro, se desmaya en los brazos de Gabriel Ferraz, un millonario reservado que, por un capricho del destino, estaba buscando una madre subrogada. Al ver en Mariana a la mujer perfecta para ese papel —y notar la desesperación en sus ojos—, le hace una propuesta audaz.
Sin hogar, sin trabajo y sin salida, Mariana acepta… sin imaginar que, al decir “sí”, estaba a punto de cambiar para siempre su propia vida —y la de él también.
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Capítulo 14
Capítulo 14 – El Sabor Amargo de los Celos
Mariana estaba sentada en el alféizar del balcón, con una taza de té ya tibia en las manos, cuando el sonido del timbre cortó el silencio del apartamento.
Ella sabía quién era.
El mismo nombre que no salía de su cabeza en los últimos dos días.
Gabriel.
Caminó hasta la puerta y abrió. Él estaba allí, con la camisa social arremangada en los antebrazos y el cabello ligeramente despeinado, como si hubiera salido apresuradamente del trabajo. Los ojos… estaban diferentes. Cargados. Intensos.
—Hola —dijo ella, en un susurro.
Él entró sin pedir permiso. El aire entre ellos parecía denso, a punto de explotar.
—¿Dónde estabas esta mañana? —preguntó directamente, sin rodeos.
Ella frunció el ceño.
—En la facultad… como siempre.
—¿Y después de la clase? —El tono de él era más bajo, pero cargado.
—Fui al café con Maya y Lucas. Ya te hablé de ellos…
—Lucas —repitió el nombre con rabia—. Sí, ya vi. Vi muy bien ese teatrito.
Mariana dejó la taza sobre la encimera de la cocina.
—¿Cómo así, “teatrito”? ¿Me estabas siguiendo?
—No te seguí. Estaba allí en una reunión. Y tú, con ese idiota tocándote como si fuera íntimo. —La voz de él ahora era dura—. Dejaste que te tocara.
Ella lo encaró, sorprendida por el tono agresivo.
—¿Yo dejé? ¿Me estás oyendo? Lucas es mi amigo, ¡no hizo nada de más!
—¿Nada de más? —Gabriel dio un paso adelante—. ¿Tienes noción de lo que estás haciendo? ¡Aceptaste ser vientre de alquiler para mí! ¡Existe un contrato! ¡Llevarás a mi hijo pronto!
—¡El contrato no dice que soy de tu propiedad, Gabriel! —Mariana replicó, con el pecho agitado—. ¡No dice que no puedo hacer amigos o vivir mi vida!
—¡Pero dormiste conmigo! —disparó él, sin pensar.
La frase quedó en el aire, cortando el silencio como una lámina.
Mariana se congeló.
—¿De eso se trata, entonces? ¿Pensaste que yo era solo un vientre, pero ahora estás irritado porque te diste cuenta de que soy una mujer, con voluntades, sentimientos y una vida propia?
Gabriel no respondió. No podía.
Porque sí, era exactamente eso.
Y odiaba admitirlo.
—No quiero verte con nadie más —dijo, por fin—. No quiero que otro hombre te toque, mucho menos que te sonría de esa manera.
—¿Y qué exactamente quieres de mí, Gabriel?
La pregunta quedó en el aire.
Él caminó hacia ella. El rostro demasiado cerca. La respiración caliente.
—No lo sé. Pero sé lo que no quiero. No quiero verte con él. Ni con nadie. Eso me saca de quicio. Me descontrola.
Ella lo miró, desafiante.
—Entonces siente. Sufre. Porque no puedes controlar lo que hago, ni lo que siento.
Él la jaló de repente. La rabia aún estaba allí… pero mezclada con otra cosa.
Deseo. Miedo. Sentimiento.
El beso vino feroz, como un fuego difícil de apagar.
Mariana correspondió por un segundo. Solo un segundo.
Pero luego lo empujó.
—No. No vas a venir aquí, acusarme, besarme y pensar que todo está bien. Yo no soy eso, Gabriel. Soy mucho más que una mujer carente necesitando atención. Y si quieres tratarme como algo desechable, puedes irte ahora.
Gabriel se quedó parado, con el pecho subiendo y bajando.
Después dio la espalda y salió.
La puerta se cerró con fuerza.
Mariana cayó sentada en el sofá, con los ojos llenos de lágrimas.
Temblaba por dentro.
Porque por primera vez, ella quería que él se hubiera quedado.