La Manzana Del Pecado.

Luego de eso, los días siguientes transcurrieron con una tensión que casi podía cortarse con un cuchillo. El ambiente en el grupo se había vuelto extraño, cargado de miradas furtivas y silencios incómodos.

No solo Tobias había comenzado a sentir algo por la princesa; la verdad era que varios de ellos se sentían atraídos, aunque ninguno se atrevía a confesarlo. Cada vez que Rosana sonreía o se acercaba demasiado, parecía que más de uno olvidaba cómo respirar. Pero nadie quería cruzar una línea que pudiera romper la frágil camaradería que mantenían.

La búsqueda de aliados continuó, aunque esta vez había una diferencia importante: nadie se apartaba de Rosana. Donde ella iba, siete pares de ojos la seguían como si fueran su propia sombra. Después de lo sucedido, ninguno estaba dispuesto a permitir que la princesa pasara nuevamente por algo parecido.

El viaje los llevó hasta un pueblo que, según Luciel, estaba bajo el gobierno de un conde bastante peculiar. Este hombre se había ganado una reputación tanto por proteger con ferocidad a las mujeres de su condado como por la dureza de sus leyes. Nadie se atrevía a levantar la voz contra él… y menos aún a contrariarlo.

No habían terminado de cruzar la plaza principal cuando un grupo de soldados armados hasta los dientes, con caras de pocos amigos, los rodeó. Las lanzas brillaban bajo la luz del sol, y el silencio del pueblo se volvió inquietante.

Uno de los soldados dio un paso al frente y, con una voz áspera, ordenó:

—¡Quietos! Identifíquense.

Gael llevó la mano a la empuñadura de su espada, mientras Tobias se inclinaba hacia Elías.

—¿Es mi impresión o siempre nos reciben así?

—Tal vez es tu encanto personal —respondió Elías sin apartar la vista de los soldados.

Pero justo cuando la tensión estaba a punto de escalar, uno de los guardias frunció el ceño, observando con atención a Luciel. Un instante después, su expresión cambió por completo.

—¡Joven amo Luciel! —exclamó, bajando la lanza con torpeza—. Lo siento, no lo reconocí.

Rosana y los demás lo miraron sorprendidos. El soldado, con tono apurado, hizo un gesto a sus compañeros.

—¡Bajen sus armas! ¡Es el joven amo Luciel!

Luciel, sin perder la compostura, dio un paso al frente. El murmullo de la multitud creció, y entre las caras curiosas apareció un hombre imponente: alto, musculoso, con barba recortada y una mirada tan intensa que parecía atravesarlo todo.

—Hermano… —dijo el recién llegado, con voz grave y cargada de emoción—, por fin regresaste.

Luciel sonrió apenas.

—Hola, Liam.

—Ven, vamos —continuó el hombre, extendiendo una mano amistosa—. Debes estar cansado.

—Así es… pero antes, déjame presentarte a algunas personas.

Luciel fue señalando a cada uno de sus compañeros. Liam asentía con cortesía, midiendo a cada uno como quien evalúa si son dignos de estar allí. Hasta que llegaron a Rosana.

—Y ella es… —empezó Luciel.

Pero Rosana, sin esperar, se adelantó con una seguridad que dejó a todos mudos.

—Su prometida —dijo, provocando que varios pares de cejas se arquearan al mismo tiempo, incluido el de Luciel.

Gael parpadeó como si hubiera escuchado mal. Tobias casi se atraganta con su propia saliva, y Zev abrió la boca como si estuviera presenciando un espectáculo de feria.

Rosana había visto las miradas de todos los presentes y, después de lo ocurrido en el bosque, no confiaba en nadie fuera de ese pequeño círculo. Era mejor inventar una historia rápida antes que revelar que era la princesa heredera de Liria.

Caminó hasta el lado de Luciel y, tomándolo del brazo con gesto natural, agregó con una sonrisa impecable:

—Es un gusto por fin conocerlo. Luciel me ha contado mucho sobre usted.

Liam la observó con cierta intriga y luego miró a su hermano, que parecía haberse quedado sin palabras.

—Ya veo… espero que solo le haya dicho cosas buenas.

Rosana rio suavemente, un sonido que pareció atrapar la atención de más de un hombre en el lugar.

—Por supuesto… ya sabe lo discreto que es mi Luci. Él jamás hablaría mal de su familia.

El apodo “mi Luci” provocó un leve carraspeo de Gael y una mueca disimulada en Tobias.

Liam soltó una carcajada profunda y sincera, dándole una palmada en el hombro a Luciel.

—Me gusta esta chica. Vamos, por favor. Pasemos a la mansión.

Mientras todos empezaban a moverse, Luciel inclinó la cabeza hacia Rosana y murmuró en voz baja:

—¿Qué haces?

—Después te lo explico… —susurró ella sin perder la sonrisa.

La procesión avanzó por las calles adoquinadas, con Liam y Luciel al frente, seguidos de Rosana. El resto del grupo venía detrás, en completo silencio, aunque sus pensamientos estaban lejos de ser tranquilos.

No solo sus miradas estaban fijas en la supuesta “pareja” que lideraba la marcha; también iban dirigidas a Gael, que parecía a punto de romper el mango de su espada de tanto apretarlo.

Zev, que caminaba a su lado, ladeó la cabeza y sonrió de forma burlona.

—Son celos lo que detecto…

—Cállate, idiota… —replicó Gael entre dientes— y sigue caminando.

—Vamos, admítelo. “Mi Luci”… —Zev soltó una risita—. Ese apodo duele más que una flecha en el pie, ¿verdad?

Gael lo fulminó con la mirada.

—Un paso más y serás tú el que reciba la flecha.

Tobias, que escuchaba la conversación, se inclinó hacia Elías.

—¿Te imaginas? El héroe de la historia, derrotado por un apodo.

—No sería la primera vez que pasa —respondió Elías con una media sonrisa.

Mientras tanto, al frente, Rosana se mantenía tranquila, aunque en su interior sabía que su improvisación podía traerle problemas más adelante. La historia de “prometida” no solo protegía su identidad por el momento, también le permitía asegurarse de que nadie cuestionara demasiado su cercanía con Luciel.

Liam, ajeno a las miradas que volaban por detrás, parecía encantado con la joven.

—Así que eres la prometida de mi hermano. No recuerdo que él me lo mencionara en sus cartas.

—Oh, seguramente fue por discreción —respondió Rosana con naturalidad—. A veces uno prefiere guardar ciertas cosas para el momento adecuado.

Luciel apretó ligeramente el brazo de Rosana, como advirtiéndole que no se excediera. Ella, sin embargo, siguió sonriendo, manteniendo el papel a la perfección.

Al llegar a la imponente mansión del conde, las puertas se abrieron de par en par. Los guardias inclinaron la cabeza al paso de Liam y observaron con curiosidad al variopinto grupo que lo acompañaba.

Dentro, los salones estaban decorados con tapices antiguos y lámparas de cristal. El aroma a pan recién horneado flotaba en el aire, junto con el calor de una chimenea encendida.

Liam extendió la mano hacia la gran mesa del comedor.

—Por favor, siéntanse como en casa.

—Eso intentaremos —dijo Zev, lanzándole una mirada rápida a Gael—, aunque algunos aquí no parecen de muy buen humor.

Gael ignoró el comentario y se dejó caer en una silla, cruzándose de brazos. Tobias, en cambio, se acercó a la mesa con una sonrisa exagerada.

—Bueno, si esta es la hospitalidad de la familia, me parece que podríamos quedarnos una temporada.

—Ni lo sueñes —murmuró Gael.

Luciel se sentó junto a Rosana, todavía con una mezcla de incomodidad y resignación. Sabía que, tarde o temprano, tendría que pedirle explicaciones… y también que todos los ojos en la mesa estaban sobre ellos.

Rosana, mientras tanto, servía vino con la misma tranquilidad de quien está en su propio hogar.

—Por cierto, Liam —dijo con voz suave—, Luciel me habló de su valentía defendiendo este condado. Espero poder verlo en acción algún día.

Liam sonrió, complacido.

—Si eso ocurre, espero que no sea porque estemos en peligro.

Detrás, Zev volvió a susurrar a Gael:

—Creo que ya lo adoptó como cuñado.

—Última advertencia, Zev… —gruñó Gael, mirando fijamente su copa.

La noche se presentaba larga… y cargada de más de una conversación pendiente.