MI DESTINO ERES TU

CAPÍTULO 14

Félix tomó su tiempo para organizar sus pertenencias en el anexo de la finca. Aunque era más pequeño, resultaba acogedor y eso le bastaba. Además, podía limpiarlo con facilidad, sin la constante presencia de recuerdos. Sin su madre, la casa principal se sentía como un lugar triste. Ahora se encargaba de todas las tareas: la contabilidad, la siembra, el ganado. . .  Era el único miembro de la familia Palacios realmente dedicado al legado familiar.

Unos días después de la tragedia, convocó a los trabajadores. Les indicó dónde plantar tomates, organizó las actividades del día y reiteró su agradecimiento por su fidelidad. Mientras ellos se dedicaban al trabajo, él estaba al tanto de todo. Cuando los demás tomaban un descanso, él revisaba las cuentas.

Sin embargo, no todos colaboraban. Isaura, su hermana, parecía estar en otra realidad. Sin avisar, contrató a una empleada doméstica y comenzó a gastar como si la situación fuera favorable.

—Detesto cocinar, y los quehaceres me desesperan —respondió con desdén cuando Félix la confrontó.

Él no entró en polémica.  Simplemente anotó y restó el salario de la empleada del sueldo de Sergio, quien llegó al día siguiente, furioso.

—¿Por qué no recibí mi mensualidad? —exclamó al entrar al anexo sin tocar.

—Pregúntale a tu esposa, que gasta mientras tú te haces el héroe —replicó Félix sin elevar la voz—. Sabes que no estamos generando ingresos. Solo estamos sobreviviendo.

—Eso no me afecta. Las vacas siguen produciendo y yo trabajo con ellas a diario.

Félix se levantó y lo miró con determinación.

—Tú querías encargarte del criadero. Está bien, hazlo. Cuando empiece a dar ganancias, obtendrás tu parte. Pero no esperes que te siga manteniendo.

—Entonces dejaré el ganado y me concentraré solo en el criadero.

—Genial. Pero no esperes más mercado en tu mesa, y tu hijo dejará de recibir su mensualidad. Ya he reducido su mesada lo más posible, pero aun si sigue sin alcanzar para pagar las cuentas. Aquí no hay privilegios. O todos en la cama. . .  o todos en el suelo.

Sergio apretó los puños.

—¿No crees que estás asumiendo responsabilidades que no son tuyas?

—No, en absoluto. Soy el administrador del rancho. Si no pago a los bancos, no habrá nada que repartir. Los vaqueros aún no cobran por solidaridad. ¿Por qué tú no puedes hacer lo mismo?

Sergio lo miró con ira contenida y salió de golpe. Mientras bajaba las escaleras, maldecía a Félix en voz baja, frustrado por haber perdido el control que pensaba ya había ganado. Frustrado fue directo a la casa principal, donde Isaura se encontraba en la sala, mirando sus recién pintadas uñas mientras veía un drama coreano.

—¡Maldita sea, Isaura! ¡Ni un maldito almuerzo me haces! ¡¿Crees que esto es un spa?!

—Para eso está Esperanza —respondió sin levantar la mirada—. No voy a arruinarme las uñas cocinando.

—¡Tu hermano me quitó el sueldo porque hiciste lo que quisiste al contratar a esa mujer!

Isaura se encogió de hombros.

—Eso no es asunto tuyo. A mí no me interesa discutir mis cosas contigo.

—¡Tu madre preparaba comida para toda la familia y nunca se quejó!

—¡Pero yo no soy mi madre!

Sergio la miró con desprecio y salió de la casa cerrando la puerta de golpe.

Cada día la despreciaba más. Estaba más convencido de que si el negocio daba resultado, mantendría ese rancho solo para sí, sin importar el costo. Sin embargo, su ambición superaba su capacidad de razonamiento. Y Sergio no era el tipo de hombre que jugara de manera justa… ni que supiera jugar bien.

Pocos días después, todo se transformó.

Mientras controlaban la excavación para construir las piscinas del criadero, un estallido repentino de barro y líquido oscuro emergió del suelo.

Un silbido, un estruendo… y luego, el chorro se elevó varios metros en el aire.

—¿¡Qué es eso!?  —gritó uno de los trabajadores.

Sergio, que se encontraba en el sitio, corrió hacia el borde del agujero.

Su expresión cambió.

Sus ojos brillaban como nunca antes.

Y luego, comenzó a reír y a bailar como un loco.

—¡Petroleoooo! ¡Es petróleo! ¡Somos ricos! ¡Ricos, maldita sea!

Los trabajadores se quedaron congelados. En pocos segundos, alguien llamó a Félix, quien llegó al lugar rápidamente en su camioneta.

Bajó sin pronunciar palabra, solo observó…El chorro continuaba saliendo con fuerza, oscureciendo la tierra y llenando el aire con ese olor intenso y denso.

Era cierto. El Rancho Palacios era un pozo de petróleo.

Félix permaneció inmóvil.

No podía creerlo.

Una parte de él agradecía al destino, porque finalmente podrían saldar las deudas. No sólo salvarían el rancho… podrían mejorarlo más que nunca.

Pero otra parte… una parte más humana y sensible, se llenó de tristeza.

Porque sabía lo que vendría después.

Máquinas. Empresas extranjeras. Contratos. Ruido. Camiones. Torres. Excavadoras.

Su tierra dejaría de ser un campo… para convertirse en un pozo de petróleo.

El rancho de sus padres, que había surgido con esfuerzo, trabajo y amor…se perdería para siempre. Y aunque la riqueza estaba por llegar, el costo sería el recuerdo.

El alma del rancho. Félix apretó la mandíbula y susurró casi sin querer:

—Papá… mamá… perdónenme. Porque a veces, ganar… también significa perder.