La Problemática Llegada Del Amor

Era demasiado.

— ¿Crees que vine aquí por tu estúpido dinero? — Pregunté con repulsión—. Dices que lo único que doy es lástima, pero ¿qué hay de ti? Tanto orgullo por tus pasajeros bienes y no eres capaz de hacer nada más que escupir estupideces.

— Mejor cállate y lárgate.

— ¡Cállate tú! — Interrumpí.— Es mi turno de hablar.

Estaba demasiado enojada para bajar el tono. La culpa era de los dos, y era inaceptable que estuviera aquí aguantando humillaciones solo por pertenecer a una clase social diferente, o porque él tuviera miedo de no saber mis intenciones. Claramente, no había venido para apoderarme de sus bienes.

— No vine aquí para reclamarte nada, tampoco me importa tu dinero, tus bienes o tu estúpido apellido. Intentas insinuar que soy la culpable de todo esto, pero te recuerdo que tú también estabas ahí. ¡También estás involucrado! En mí vulnerabilidad al terminar una relación, te aprovechaste de mí. Sí, eso, me violaste, porque jamás estaría con alguien como tú. Y ahora, ¿quieres hacerte el inocente?

— Debería darte vergüenza. ¿Crees que...

— ¡Que te calles, joder! — Grité.— ¿Vergüenza? ¿Yo? ¡Tú eres el único que debería tener vergüenza! Deberías sentirte miserable por ser tan poco hombre, por haberme usado y querer lavarte las manos ahora que llevo un esperma tuyo.

Corté en seco y mordí mi lengua con brusquedad. Miré hacia el techo, rogando que mis últimas palabras no fueran tomadas en consideración, aunque sabía que ese era precisamente el punto.

— Yo soy la que debería demandarte.

Desvié mi mirada hacia su rostro, que se torció en un gesto amargo, como si estuviera obligado a beber un vaso de ácido. Dio unos largos pasos hasta llegar a mí y me acorraló contra la pared.

— ¿Demandarme? — Estrelló su palma contra la pared, poniéndome más presión. Estaba atrapada entre su imponente figura enfadada y una pared diminuta. Su mirada ardía en furia—. Anda, inténtalo. No tienes ni una sola prueba de nada. ¿Sabes qué tengo yo? Un acta firmada por ti, testigos que nos vieron juntos en la azotea del barco de manera voluntaria, y un maldito anillo en tu posesión. Bienes llevados a tu casa, mensajes para discutir nuestro estado civil, incluida llamadas personales que tú ignoraste.

Fruncí el ceño, turbada por sus palabras, pero no tardé en comprender. Ahora lo entendía: quien llamaba a mi celular en el camino hasta aquí era él. No podía confirmar lo de los mensajes, pero tampoco negarlo. Después de todo, no tenía acceso a internet para comprobarlo.

— Oye — lo llamé con calma. Quería terminar con esa discusión.

— Eres una aprovechadora de mala cara — Pero él no quería terminar.— Sin mencionar que apareces sin motivo, invades mi residencia sin permiso y vienes a exigir cosas. Si llevo todo esto ante un juez, ¿qué crees que verán? — Callé. Acercó su rostro aún más al mío y sonrió con cinismo—. Te diré lo que verán: verán a una loca despechada que no quiere aceptar el divorcio y se inventa una ridícula historia de que fue violada.

Sostuvo mi rostro con una mano, obligándome a mirarlo a los ojos.

— Nunca dije que toda la culpa fuera tuya, solo dije que tienes un enorme descaro para presentarte cuando se te place. ¿Qué quieres que piense de eso? Por favor... — Se alejó finalmente, enrabietado.— Una cosa más... no te violé.

Agradecí tenerlo lejos, ya que hasta ese momento pude soltar todo el aire que colgaba en mi pecho. Deseaba reprimir las náuseas que empezaban a marearme y el agotamiento que sentía por aquella inmadura discusión.

Era cierto: jamás tendría la razón frente a un juez con este caso, y no tenía el dinero para enfrentarlo en un tribunal. Pero tampoco quería llegar a tales extremos. Para mí, esta discusión no era un juego de partes, porque no había venido a reclamarle nada. Había venido a disparar una verdad. Ya no me sentía bien, no había comido y el cansancio me estaba debilitando.

— ¿Realmente quieres saber por qué estoy aquí? — Alcé la mirada hacia él y solté un fuerte suspiro. Caminaba de un lado a otro, como si no quisiera escucharme pero condenado a hacerlo sin escapatoria. Tomé su silencio como una invitación a continuar.— No hay duda de que todo esto ha sido un error. No debí llevar tu anillo, y en ningún momento debimos irnos a la cama, pero las cosas ya están hechas. Solo queda asumir la responsabilidad y la culpa como adultos. Créeme, si no fuera importante, no estaría aquí. Probablemente lo olvidaría todo y seguiría con mi vida, pero esto es más grave de lo que parece.

— ¿A qué te refieres?

— Estoy embarazada.