Grayce pensaba que conocía el amor, pero su matrimonio con Seth se ha convertido en una prisión de desprecio y agresión. Cuando la misteriosa Dahlia, supuesta amiga de la infancia de Seth, entra en escena, las traiciones comienzan a salir a la luz, desmoronando la fachada de su vida perfecta.
En su desesperada búsqueda de libertad, Grayce se cruza con Cassius, un hombre cuya arrogancia y misterio la obligan a cuestionar todo lo que creía sobre el amor y la lealtad. ¿Puede un contrato con alguien tan egocéntrico y desafiante realmente salvarla de su pasado oscuro? ¿O solo la llevará a un nuevo abismo?
Lo que comienza como un acuerdo frío y calculado, se transforma en una pasión ardiente e inesperada, desafiando las sombras que han dominado su vida.
¿Hasta dónde llegará Grayce para reclamar su propia felicidad?
¿Podrá Cassius ser la chispa que ilumine su camino o será solo otra sombra en su vida?
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Capítulo 16
...┃𝐂𝐀𝐒𝐒𝐈𝐔𝐒 𝐌𝐎𝐍𝐓𝐆𝐎𝐌𝐄𝐑𝐘┃...
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La mañana comenzaba como cualquier otra: eficiente, sin emociones innecesarias. El aroma del café, fuerte y amargo como debía ser, llenaba la oficina mientras revisaba una serie de informes que, francamente, apenas lograban mantener mi interés. Lo repetitivo de los números, las gráficas, los correos interminables, todo palidecía frente a mi propia inteligencia. Pero las empresas no se manejan solas, ¿verdad? Al final, incluso los titanes deben lidiar con la mediocridad del trabajo mundano.
Estaba midiendo el tiempo, consciente de cada segundo que pasaba. Mi agenda era implacable, diseñada por y para mí, asegurándome de mantener la ventaja en todos los aspectos. Montgomery Corp no era simplemente una empresa; era un reflejo de mi voluntad, de mi capacidad para tomar decisiones que otros ni siquiera podían concebir. Así que cuando llegó la hora de la entrevista, no esperaba sorpresas. No hay lugar para lo inesperado cuando uno está al mando.
— Grayce Roosevelt, — pensé, revisando rápidamente el nombre del candidato en el documento frente a mí. No me sonaba. Y eso era todo lo que necesitaba saber. Si no recordaba el nombre, significaba que esta persona era prescindible, probablemente una más del montón, lista para ser descartada después de diez minutos de formalidades educadas.
Cuando la puerta se abrió, levanté la mirada con una paciencia forzada. Lo que no esperaba—y odio admitir que algo me tomó por sorpresa—fue encontrarme con ella. Sí, la misma mujer que había tenido el descaro de enfrentarse a mí anteriormente, con su moral barata y su dramatismo tan tedioso. Mi primera reacción fue una leve sonrisa, no de agrado, sino de puro desdén. Era entretenido, casi risible, que esta misma persona estuviera ahora frente a mí buscando algo que claramente estaba fuera de su alcance.
—Grayce Roosevelt, ¿no? —dije, como si confirmara un nombre en una lista de invitados sin importancia. Mi tono fue deliberadamente distante, casi divertido, pero con un filo que no podía ocultar.
Ella me observó con una mezcla de sorpresa e irritación que encontré curiosamente… satisfactoria. No me ofende que alguien intente desafiarme; lo encuentro patético, pero en ocasiones, es un buen pasatiempo.
—Vaya, qué sorpresa… —empezó ella, su tono rezumando ironía, como si tuviera algo interesante que aportar. En cuanto a mí, solo incliné la cabeza, evaluándola con un gesto que sabía que la pondría incómoda.
—Grayce, parece que nuestros caminos están destinados a cruzarse —respondí, añadiendo una dosis extra de arrogancia al comentario. No porque lo necesitara, sino porque sabía que la irritaría.
Ella intentó desafiarme, lo cual era... entretenido, por decir lo menos. Pero no me desvié. Mis respuestas fueron precisas, controladas. Cada palabra mía estaba diseñada para recordarle su posición y mi ventaja. Sabía que ella sentía la tensión, el peso de la situación. Me aseguré de que así fuera.
A medida que la entrevista avanzaba, noté algo interesante. Grayce no era completamente inepta, algo raro en las personas que terminan frente a mí. Mostró un nivel inesperado de determinación, como si estuviera luchando contra una corriente. Admirable, si no fuera por el hecho de que yo soy esa corriente. Y, como siempre, ella terminaría cediendo.
Hacia el final, la conversación tomó un giro que casi me divirtió. Grayce intentaba mantener una fachada de confianza, pero sus ojos revelaban un tumulto interno. ¿Dolor? ¿Ira? No lo sé ni me importa, pero estaba claro que no estaba aquí solo por un trabajo. Había algo más, algo personal. Podía olerlo, y si soy honesto, no me molestó. A veces, lo que menos interesa es lo más fácil de manipular.
Cuando ella se marchó, no pude evitar sonreír para mí mismo. No era una sonrisa de admiración o respeto; no, era la satisfacción de saber que, aunque intentara ocultarlo, había algo en ella que todavía podía quebrarse. Porque, al final, nadie se enfrenta a Cassius Montgomery sin pagar el precio. Y Grayce Roosevelt, con toda su fuerza mal enfocada, no sería la excepción.
Volví a mi escritorio, recogiendo el siguiente informe, ya aburrido de esa breve distracción. Porque eso es todo lo que era: una distracción pasajera en una vida donde yo marcaba el ritmo y todos los demás corrían detrás.