Manuelle Moretti acaba de mudarse a Milán para comenzar la universidad, creyendo que por fin tendrá algo de paz. Pero entre un compañero de cuarto demasiado relajado, una arquitecta activista que lo saca de quicio, fiestas inesperadas, besos robados y un pasado que nunca descansa… su vida está a punto de volverse mucho más complicada.
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Impostores
*⚠️Advertencia de contenido⚠️*:
Este capítulo contiene temáticas sensibles que pueden resultar incómodas para algunos lectores, incluyendo escenas subidas de tono, lenguaje obsceno, salud mental, autolesiones y violencia. Se recomienda discreción. 🔞
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Me conecté.
Las líneas de código bailaban frente a mis ojos como viejos enemigos que uno conoce demasiado bien. No tardé más de cuatro minutos en entrar. Tenían mejores protocolos, pero no lo suficiente para alguien que aprendió a romper claves antes de aprender a manejar.
Empecé a revisar los archivos marcados con prioridad “clasificado”. Aquellos que usualmente están llenos de nombres que huelen a problemas.
Ahí estaban.
Moretti.
Otra vez. Como una maldita plaga genética.
Abrí el expediente y lo que vi me dejó frío.
Una investigación federal abierta desde hace algunas semanas. Vinculaciones directas con operaciones de tráfico de armas en Europa del Este, lavado de activos en Suiza, sobornos de funcionarios públicos italianos para obtener favores, impunidad o protección, universidades siendo utilizadas como pantalla o tapadera para actividades ilícitas, nombres en clave. Fotografías de reuniones. Grabaciones de llamadas. Un informe entero sobre “movimientos sospechosos recientes” que incluía la explosión en la universidad. Y lo peor…
…querían vincular el atentado, el intento de homicidio contra la hija del fiscal Villanova.
Aina.
La cabeza me empezó a latir con fuerza. El sudor me bajó por la sien. El cursor titilaba como una burla. ¿Mi padre había estado metido en esto, todo este tiempo? ¿Otra vez? ¿Después de haberme jurado que lo había dejado? ¿Después de haberselo prometido a Camila, a mí, a todos?
Sentí una mezcla de rabia y decepción que me hizo cerrar los puños sobre el teclado.
Y justo entonces, escuché algo afuera. Un crujido seco. Como una bota sobre grava donde no debería haber grava.
Me levanté de inmediato, tomé el arma y le hice a Elio una señal para que no se moviera.
—¿Qué pasa? —susurró, pálido.
No le respondí. Me moví hacia la puerta con el cañón del arma firme. El silencio se volvió tan espeso que se escuchaba nuestras respiraciones. Mi corazón latía en mis oídos.
De repente, la puerta fue forzada con violencia, los pernos volaron como si fueran de papel. Retrocedí un paso, apuntando con precisión.
Y otra figura en la entrada me apuntó también.
Mi dedo estaba por presionar el gatillo cuando…
—¡Merde! —exclamó la voz al otro lado— ¡Manuelle!
Reconocí la voz segundos antes de que el disparo ocurriera.
Era él.
—¡Papá! —grité bajando el arma mientras Gael bajaba la suya también, con el rostro desencajado.
Los dos respiramos con fuerza, como si hubiéramos corrido diez cuadras.
—¡Casi me haces volarte los sesos del susto! —espeté, con el corazón en la garganta. —¿No podías tocar la puerta como alguien normal?
Gael soltó un suspiro largo y cerró lo que quedaba de la puerta, arrastrando una silla para trabarla desde adentro. Enseguida cruzó el cuarto y me abrazó. De esos abrazos que no suelen pasar entre nosotros.
—¿Estás bien? —preguntó en voz baja, aún con el cuerpo tenso—. Acabo de derribar a un tipo afuera. Tenía una pistola con silenciador. Estaba por entrar a tu habitacion cuando lo vi. Alguien te mandó a eliminar.
Elio dio un salto detrás de mí, todavía con la boca abierta como si estuviera viendo una película de acción en 4D.
—¿Alguien… qué? —soltó en un chillido.
Gael me miró serio, los ojos oscuros como tormenta.
—Necesitamos hablar. Y no queda mucho tiempo.
Me separé de él, aún con el pulso acelerado.
—¿Hablar? ¿Hablar de qué? ¿Del expediente de la fiscalía? ¿De cómo dijiste que estabas fuera? ¿De cómo le mentiste a Camila, a mí? ¿O de que soy tu maldito hijo y casi me matan por algo que ni siquiera elegí? —me altere.
Mi voz temblaba más de lo que quería admitir.
Gael bajó la cabeza.
—Sí. De todo eso.
—Lo vi todo —dije, bajando la voz mientras me volvía hacia mi escritorio. El cursor de la laptop aún parpadeaba sobre la ventana del sistema de la fiscalía. Miré de reojo a Elio, que seguía sentado en la cama, con la cara blanca como una sábana y los ojos tan abiertos que parecía una estatua de susto.
Mi padre frunció el ceño.
—¿Viste qué?—me miró serio, con esa expresión que tiene cada vez que me va a regañar y que de alguna forma me causa terror.
Me crucé de brazos. No iba a retroceder ahora.
—Hackeé la base de datos de la fiscalía. Lo hice hace un par de minutos.
—¡Manuelle Alessio! —espetó con un tono grave, ese que rara vez usaba conmigo pero que sabía disparar directo al pecho—. ¿Estás jodido de la cabeza? ¡Te dije que no volvieras a hacer eso! ¡Te dije que era peligroso!
—¿Peligroso como que me explote un carro a metros de distancia? ¿O como tener a un tipo con silenciador esperándome en la puerta? Porque adivina qué, viejo, ya estamos ahí —repliqué, con la voz dura. Mi corazón latía como un tambor de guerra, pero no desvié la mirada—. No me digas que lo que hice me pone en peligro cuando tú estás haciendo cosas mil veces peores… y me las estás ocultando.
Gael me sostuvo la mirada. Por un segundo, pensé que iba a gritar. Pero solo suspiró, como si el peso del mundo le acabara de caer en los hombros.
—Estás equivocado —dijo, más tranquilo—. Yo no estoy detrás de eso. Los Moretti tampoco.
—¿Entonces por qué carajos los nombres están ahí? ¿Por qué están usando el sello de la familia en las operaciones? ¿Por qué hay evidencia de llamadas, registros, transferencias con nombres vinculados a ti?
—Porque alguien nos está usando —respondió sin vacilar—. Desde hace semanas, alguien está moviendo cosas a nuestro nombre. Al principio parecía un imitador torpe, pero ahora… están demasiado organizados. Están infiltrando estructuras, falsificando códigos, usando nuestras viejas rutas. Pero no somos nosotros, Manuelle.
Me quedé callado. No sabía si creerle. O si quería hacerlo.
—¿Y por qué no me lo dijiste? —pregunté, con un tono más bajo.
—Porque eras feliz. Porque estabas lejos. Porque ya te había arrastrado suficiente al barro, hijo.
No pude evitar mirar a Elio. El pobre parecía estar preguntándose si estaba soñando. Yo también, en parte.
—¿Y qué hay de Camila? ¿Ella lo sabe?
Gael apartó la mirada por primera vez.
—No todo. Solo que la familia está siendo amenazada de nuevo. Y que había riesgos si me involucraba. Ella me pidió que no lo hiciera. Pero después del atentado… ya no podía quedarme quieto.
—Entonces esto es real. Hay alguien ahí fuera con el poder de suplantar a los Moretti, mover piezas y tratar de asesinar a la hija del fiscal. ¿Y tú viniste aquí solo?
Gael me miró con una sonrisa torcida, triste.
—Nunca estoy solo, Manuelle. Pero sí vine como padre.
Me dolió. Porque lo decía en serio. Porque lo vi en su rostro.
Entonces el silencio se volvió denso por un segundo.
Elio alzó la mano, tímido como un estudiante en clase.
—¿Me pueden explicar cómo mierda terminé yo en una película de espías?
No pude evitar soltar una pequeña carcajada, áspera.
—Bienvenido a mi caos familiar, bro —le dije, sin humor.
Nos quedamos en silencio. Solo el sonido de nuestras respiraciones de fondo rompía la tensión. Mi corazón empezó a acelerarse, como si ya supiera lo que venía.
—Están metidos hasta el fondo, viejo. —continué —Esto no es solo un grupo suplantando identidades. Esto parece una jodida red paralela con acceso a gobiernos, universidades y empresas.
—Y ahora tú estás en medio —dijo él, sin rastro de humor.
Lo miré. Él me sostuvo la mirada.
—¿Vas a parar? —preguntó.
—¿Y dejar que usen mi cara para matar gente? Ni loco.
Gael sonrió. Apenas una curvatura mínima en la comisura de su boca, pero suficiente para entender que, aunque nunca lo diría en voz alta, estaba orgulloso.