La última bocanada de aire se le escapó a Elena en una exhalación tan vacía como los últimos dos años de su matrimonio. No fue una muerte dramática; fue un apagón silencioso en medio de una carretera nevada, una pausa abrupta en su huida sin rumbo. A sus veinte años, acababa de descubrir la traición de su esposo, el hombre que juró amarla en una iglesia llena de lirios, y la única escapatoria que encontró fue meterse en su viejo auto con una maleta y el corazón roto. Había conducido hasta que el mundo se convirtió en una neblina gris, buscando un lugar donde el eco de la mentira no pudiera alcanzarla. Encontrándose con la nada absoluta viendo su cuerpo inerte en medio de la oscuridad.
¿Qué pasará con Elena? ¿Cuál será su destino? Es momento de empezar a leer y descubrir los designios que le tiene preparado la vida.
NovelToon tiene autorización de Crisbella para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capitulo XIX La espada de la duda
Esa noche, el encuentro entre Elena y Alistair fue radicalmente diferente. Ya no se trataba solo de un deber conyugal o de una urgencia física. Habían compartido un secreto oscuro y una prueba de honor, y esa confianza arriesgada había desmantelado aún más el hielo del Conde.
Alistair no fue brusco. Fue deliberado. Sus caricias estaban marcadas por la solemnidad del pacto que acababan de sellar. Elena sintió en cada toque la aceptación de su verdad y la gravedad de su promesa.
—Me ha obligado a verla, Elena —murmuró Alistair, su voz ronca contra la piel de ella—. El hombre al que despreciaba la otra Condesa no era tan diferente de mí. Pero usted... usted es completamente diferente.
Elena sintió cómo su atracción crecía con cada capa de armadura que él dejaba caer. Él no era un hombre de palabras dulces, sino de acciones profundas y comprometidas.
—El fuego borró el pasado, Alistair. Pero el presente... el presente se escribe aquí —respondió ella, aferrándose a él, reconociendo que este hombre, despojado de su frialdad, era la estabilidad y la pasión que su alma moderna anhelaba.
La noche fue una mezcla intensa de deseo físico y un entendimiento mutuo tácito. Elena comprendió que la única manera de amar a Alistair era a través de la honestidad brutal y la fuerza estratégica.
A la mañana siguiente, Alistair aún estaba en la cama cuando Elena despertó. Esta vez, no había una nota fría. La mirada que le dedicó era cálida y compleja, pero aún contenía la precaución de un líder.
—Nuestro pacto se mantiene, Condesa —dijo Alistair, su mano acariciando su rostro—. Pero le advierto. La confianza se gana a diario. Y ahora, debe vestirse. La estabilidad política nos llama.
A kilómetros de la Hacienda, la Baronesa Valeska estaba hirviendo de rabia. La Señora Dalton, aterrorizada por la seriedad de Elena, le había confesado que las cartas de Leo Thorne habían sido encontradas y destruidas.
—¡Es imposible! —golpeó Valeska la mesa de su tocador—. ¡Esas cartas eran el único cabo suelto! Ella es una bruja, Valeska, una bruja que ha hechizado a Alistair. ¡Primero lo seduce con un supuesto odio, y ahora lo convence de quemar la prueba de su deshonor!
Valeska se sentó, su mente fría como el mármol a pesar de su furia. El ataque frontal había fallado. El chantaje había fallado.
—No. No es brujería, es estrategia brillante —dictaminó Valeska. Vio su reflejo, la derrota grabada en su rostro—. Ella le ha dado lo que él más valora: honor y control. Alistair es un hombre obsesionado con la pureza de su linaje.
La Baronesa sonrió, su plan tomando una forma más sutil y maligna. Si no podía usar el pasado de la Condesa, usaría su futuro.
—La Condesa no tiene genealogía que la proteja. Solo tiene su coartada de amnesia —murmuró Valeska—. Y su única prioridad ahora es darle un heredero a Alistair.
Valeska llamó a su doncella.
—Prepara mi mejor carruaje. Hoy visitaremos a la Condesa Miranda de la Garza. Si la Condesa Elena quiere borrar su pasado, yo me encargaré de que su presente sea nublado por la sospecha.
El nuevo plan de Valeska era simple: sembrar la duda sobre la salud y el linaje de Elena. Ella usaría el supuesto "delirio químico" de Elena para sugerir que la Condesa no solo era mentalmente inestable, sino que su linaje (del cual no se sabía nada en la corte) podría estar comprometido genéticamente, poniendo en riesgo al futuro heredero.
Si Valeska lograba convencer a la corte de que Elena era una riesgo biológico para la línea Alistair, incluso la lealtad y el deseo del Conde se romperían. Alistair jamás pondría en peligro a su heredero.
El juego ya no era entre el odio y el amor. Era un juego de pureza, salud y linaje, donde la Baronesa Valeska estaba a punto de desatar una niebla de rumores diseñados para que el propio Alistair dudara de la Condesa que había elegido.
Apenas una semana después de la ratificación de su matrimonio, la niebla de los rumores tejidos por la Baronesa Valeska comenzó a sofocar a la Hacienda Alistair. No eran chismes sobre modales; eran susurros sobre sangre, estabilidad mental y el futuro de la dinastía.
Alistair sintió el golpe primero. Recibió a varios aliados políticos que, con gran sutileza, preguntaron sobre la "salud mental" de Lady Elena y la "integridad de su linaje". Uno de ellos, un Duque clave en el pacto de paz, fue más directo.
—Conde —dijo el Duque, con una cautela forzada—, la gente dice que la amnesia de su esposa es en realidad un trastorno de la sangre que afecta la razón. Y que esa condición podría ser hereditaria. Esos "delirios químicos" y esa jerga extraña… temen por el heredero.
Alistair, con su máscara de hielo en su lugar, despidió al Duque con promesas de "investigación". Pero cuando se encontró con Elena en su estudio esa tarde, la tensión era palpable.
—La Baronesa Valeska no se detendrá en simples ofensas sociales, Elena —dijo Alistair, extendiéndole una nota que había interceptado. La nota preguntaba si la familia de Elena tenía un historial de "debilidad de espíritu".
Elena leyó la nota, su mente de estratega entendió inmediatamente el nuevo campo de batalla.
—Es un ataque al valor fundamental que usted persigue, Alistair. No soy yo el objetivo; es el heredero. Valeska está utilizando mi pasado inestable para sugerir que soy un riesgo biológico para la Casa Alistair.
—¿Y lo es? —preguntó Alistair, sin rodeos, sus ojos grises clavados en ella. A pesar de la pasión y la confianza, el deber hacia su linaje siempre sería lo primero.
Elena se sintió herida, pero entendió su posición.
—No, Conde. Solamente que una vez que las lagunas que nublaban mi visión fueron borradas, la inteligencia en mi brotó. Pero no sé nada de mi genealogía, aunque estoy segura que no hay nada malo en ella. Lo único que sé es que mi madre, Miranda, es parte de este juego.
Elena se acercó al escritorio, su determinación firme.
—Alistair, no podemos escondernos. Si el heredero es la prioridad, debemos destruir este rumor con una verdad irrefutable. Yo tengo la estrategia, pero usted tiene el poder.
—¿Cuál es la estrategia? —preguntó Alistair.
—Primero: necesitamos una confirmación médica pública. El Doctor Finch debe declarar, frente a la corte, que mi condición es puramente postraumática y no una debilidad genética. Valeska no puede refutar a la ciencia.
—Segundo: Usaremos la caridad. Mi proyecto para las huérfanas será la excusa perfecta para un evento público la próxima semana. Usted y yo debemos aparecer juntos, inseparables, para proyectar unidad y fuerza.
—Y tercero, y más importante: Si quieren un heredero, debemos producir uno inmediatamente. No hay mejor manera de silenciar los rumores sobre el riesgo de un linaje que con el anuncio de un embarazo sano.
Elena miró a su esposo. Esta vez, no había una petición; había una orden militar.
—Necesito que usted, Conde, use su influencia para silenciar a los aliados de Valeska y para reforzar la imagen de un esposo que confía ciegamente en su esposa. Es una declaración de guerra, Alistair. ¿Está dispuesto a luchar por mí frente a la corte, y por el futuro que compartimos?
Alistair la observó. Había entrado a esta oficina esperando defender su honor solo. Ahora, su esposa le ofrecía un plan de batalla impecable que protegía su nombre y aseguraba su descendencia. La Condesa era una locura, pero era su locura.
Una sonrisa tensa, casi imperceptible, se dibujó en los labios de Alistair.
—Me ha obligado a unirme a la batalla, Condesa. Y sí, estoy dispuesto a quemar a Valeska en el fuego de nuestra unidad.
Él se acercó y la tomó del brazo, su toque ahora menos urgente y más protector.
—El Doctor Finch será convocado. Y prepararemos un evento de caridad tan deslumbrante que cegaremos a la corte. En cuanto al heredero... —Alistair la atrajo más cerca, su voz baja y cargada de una promesa íntima—, la Tercera Regla siempre será un placer de ejecutar.