Dimitri Volkov creció rodeado por la violencia de la mafia rusa — y por un odio que solo aumentaba con los años. Juró venganza cuando su hermana fue obligada a casarse con un mafioso brutal. Pero lo que Dimitri no esperaba era la mirada fría e hipnotizante de Piotr Sokolov, heredero de la Bratva... y su mayor enemigo.
Piotr no quiere alianzas. Quiere a Dimitri. Y está dispuesto a destruir el mundo entero para tenerlo.
Armas. Mentiras. Deseo prohibido.
¿Huir de un mafioso obsesionado y posesivo?
Demasiado tarde.
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Capítulo 14
Deseo en Silencio
La tempestad azotaba Moscú en aquella madrugada.
Truenos rasgaban el cielo, y la lluvia golpeaba como uñas en el vidrio grueso del palacio Mikhailov.
Demitre no conseguía dormir.
Estaba inquieto.
El peso de la libertad vigilada lo consumía, y el silencio hacía que sus propios pensamientos parecieran trampas.
Salió del cuarto vistiendo apenas un pantalón fino de pijama y una blusa ligera.
El corredor estaba oscuro, pero familiar.
Bajó las escaleras, atraído por la sed… y quizás por algo más.
Cuando llegó a la cocina…
Se detuvo.
Alexei estaba allí.
De espaldas.
Descalzo.
Apenas con un pantalón de chándal oscuro, el abdomen desnudo y definido centelleando a la luz fría del refrigerador abierto.
El vapor del vaso en su mano indicaba que bebía té… y no parecía sorprendido con la presencia de Demitre.
— ¿No consigues dormir? — su voz vino baja, suave, ronca de más para aquella hora.
Demitre tragó saliva.
— Vine a beber agua. Solo eso.
Alexei se giró despacio. Sus ojos lo recorrieron de arriba abajo.
Sin pudor.
Sin prisa.
Demitre fingió no notarlo.
— ¿Puedo preguntarte una cosa? — dijo, caminando hasta el fregadero.
— Siempre.
— ¿Por qué eres… tan posesivo conmigo?
Alexei se apoyó en la encimera. El cuerpo fuerte. La postura relajada. Pero los ojos… oscuros. Afilados.
— Porque cuando yo era joven… aún con sangre caliente y manos sucias de inocencia…
Yo te vi.
Pequeño. Inaccesible.
Y supe que serías mío.
Demitre rió, con sarcasmo.
— Eso no explica nada. Eso solo me hace parecer un objeto de obsesión.
Alexei se acercó lentamente.
— No entiendes, Demitre.
Eres el único que yo quiero.
Y yo podría tener a cualquiera.
Demitre levantó los ojos. Su corazón latió más fuerte.
— ¿Y tú siempre crees que puedes tenerme?
Silencio.
Alexei tocó levemente su rostro, los dedos rozando la mandíbula.
Y entonces, en un movimiento suave y certero, lo besó.
Fue intenso. Rápido. Caliente.
Pero antes de que se profundizara, Demitre lo empujó con fuerza.
— ¡No! — dijo, jadeante, pero los ojos denunciaban el torbellino interno.
Alexei retrocedió, calmo. Sin rabia.
— No voy a tocarte de nuevo — dijo con firmeza. —
Voy a esperar.
— ¿Esperar qué? — Demitre susurró.
Alexei sonrió.
— Esperar que implores por eso.
Por mí.
Por el toque. Por la boca. Por el dolor y placer que solo yo sé dar.
Demitre sintió el estómago revuelto.
No era asco.
Era deseo. Mezclado al odio.
Confusión y atracción.
Rabia y… necesidad.
Pero él no podía ceder. No ahora.
Aunque su cuerpo ya estuviera traicionando a la mente.
Alexei tomó su té, dio la espalda con tranquilidad y salió de la cocina sin una palabra más.
Apenas dejó la promesa en el aire:
Él iba a esperar. Pero no para siempre.
En aquella noche, Demitre volvió a la cama con el sabor de aquel beso aún en los labios.
Y por primera vez… tuvo miedo de sí mismo.
Porque parte de él quería…
más.
El sabor aún estaba allí.
En los labios.
En la memoria.
En la piel.
El beso que Alexei le dio fue breve, pero marcado con fuego.
Demitre rodó en la cama, inquieto. El trueno allá afuera se confundía con el trueno dentro de él.
"Voy a esperar que implores por eso."
Aquella frase.
Aquella maldita frase resonaba en su mente como una sentencia.
En la mañana siguiente, el palacio parecía aún más silencioso.
Demitre bajó para el café y no vio a Alexei.
Ni en los corredores, ni en la sala de reuniones, ni en los jardines.
— ¿Dónde está Alexei? — preguntó a Nikolai, uno de los hombres de confianza.
— Él salió temprano. Viajes de negocios. Órdenes directas: usted tiene libertad por los corredores, pero seguridades continuarán cerca.
Demitre asintió, desconfiado.
Era extraño.
Alexei nunca se alejaba tanto.
Pero en aquella noche, la ausencia de él pesó más que el beso.
En los días siguientes, todo parecía igual — menos él.
Demitre se sorprendía mirando hacia la puerta, esperando verlo entrar.
Se sentaba a la mesa y sentía falta de la presencia arrogante, del silencio sofocante, de la tensión.
Hasta mismo de la mirada celosa que lo quemaba por dentro.
Y, en momentos de puro cansancio emocional, Demitre se preguntaba:
“¿Por qué él no me busca?”
En la tercera noche, al pasar por el corredor principal, escuchó un murmullo viniendo de la sala de seguridad.
— El chico está comenzando a perderse… — decía uno de los hombres.
— El jefe sabe jugar. Él retrocedió y dejó que él sintiera la falta. Ahora es cuestión de tiempo.
Demitre se detuvo.
La sangre hirvió.
— Entonces él está probándome. Provocándome. Usándome.
Pero… ¿por qué dolía?
¿Por qué dolía no verlo?
En la madrugada, la lluvia volvió.
El sonido del agua contra el vidrio trajo memorias: el beso en la cocina, el toque en los labios, el cuerpo desnudo de Alexei bajo la luz flaca.
Él estaba perdiendo el control.
Fue hasta el balcón, queriendo aire.
El corazón apretado, la respiración pesada.
El cuerpo inquieto… por la ausencia de él.
Y fue allí, en medio de la oscuridad y de la lluvia, que Alexei apareció — parado bajo la puerta de vidrio.
— ¿Tienes frío?
La voz de él fue un choque eléctrico en el pecho de Demitre.
— ¿Dónde estabas? — preguntó, intentando mantener la calma.
— Dándote lo que pediste: distancia.
— ¿Y tú crees que eso resuelve alguna cosa?
Alexei cruzó los brazos. La camisa blanca pegada al cuerpo mojado.
— No.
Pero tú necesitabas sentir.
Sentir falta. Sentir deseo.
Sentir que, sin mí… te estás hundiendo.
Demitre mordió el labio. El orgullo quería gritar.
Pero el cuerpo gritaba más.
— Yo odio cómo tú juegas conmigo…
— No — Alexei interrumpió, caminando hasta él. — Tú odias porque yo te hago sentir.
Cosas que tú pensabas que podías controlar.
Demitre retrocedió un paso.
Pero Alexei se detuvo, respetando el espacio.
— Yo dije que no te tocaría.
Y no voy a hacerlo.
Pero tú… estás cada vez más cerca de implorarme.
Demitre giró el rostro. Quería negar. Quería gritar.
Pero todo lo que consiguió decir fue:
— Sal de mi cabeza, Alexei.
Y él apenas respondió, con un susurro:
— Yo no estoy en tu cabeza, Demitre.
Yo ya estoy en tu cuerpo.
Solo falta que lo aceptes.