A veces perderlo todo es la única manera de encontrarse a uno mismo
NovelToon tiene autorización de Orne Murino para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 13 – Libertad en proceso
La sala de reuniones estaba iluminada por la luz natural que entraba a raudales desde los ventanales. Juliana, sentada en la cabecera de la mesa, tenía frente a ella varias carpetas abiertas, gráficos de ventas y propuestas de expansión. Ya no era la mujer que se encogía en su dolor, ni la que ocultaba sus lágrimas detrás de una puerta cerrada. Ahora estaba erguida, segura, con el cabello corto enmarcando su rostro y un aire de firmeza que contagiaba a todos.
Su socia y amiga de la universidad, Camila, hojeaba los documentos con entusiasmo.
—Te lo digo en serio, Juli, este acuerdo con los inversionistas italianos es un antes y un después. Están interesados en nuestra línea artesanal, en cómo combinamos tradición con diseño moderno. Podría abrirnos el mercado europeo.
Juliana sonrió. Esa idea, que unos meses atrás le hubiera parecido un sueño imposible, hoy era un proyecto palpable.
—Lo sé, Cami. Y lo mejor es que no vamos a perder nuestra identidad. No quiero que la empresa se vuelva solo números, quiero que cada cartera siga contando una historia.
Camila la observó con una mezcla de orgullo y alivio. Durante semanas había temido que Juliana no lograra levantarse, que la herida la consumiera. Pero ahora la veía distinta: había una fuerza nueva en sus ojos, como si finalmente hubiera entendido quién era y lo que valía.
—La verdad, Juli, estás irreconocible —dijo con una risa suave—. Y me encanta.
Juliana suspiró, cerrando una de las carpetas.
—Me costó, no te voy a mentir. Hubo días en los que pensé que no iba a poder levantarme de la cama. Pero ahora… siento que estoy tomando las riendas de mi vida de nuevo. No solo de la empresa, de todo.
Camila asintió, y cambió de tema con un tono más serio.
—¿Y qué vas a hacer con… Martín?
Juliana se acomodó en la silla, sin vacilar.
—Ya empecé los trámites de divorcio.
Las palabras cayeron con el peso de una decisión firme. No había temblor en su voz, ni rastro de duda.
—¡Al fin! —exclamó Camila, levantando las cejas—. Perdón, no es que quiera meterme, pero… ya era hora, amiga.
Juliana sonrió de lado.
—Lo sé. Y te digo algo: no quiero nada de él. Tenemos bienes separados, la casa es mía, la empresa es mía. Lo único que quiero es mi libertad. Que firme los papeles y que se acabe esta historia.
Horas después, Juliana se reunió con su abogada, Laura Ferrer, una mujer de mirada penetrante y modales calculados que ya conocía bien los detalles del caso. La oficina olía a café recién hecho y estaba llena de libros de derecho y carpetas prolijamente ordenadas.
—Juliana, ya revisé el contrato prenupcial —dijo Laura, abriendo la carpeta que tenía delante—. Al haber bienes separados, no tiene derecho sobre la empresa ni sobre la casa. Lo único que podría intentar es discutir la división de algunos ahorros conjuntos, pero si vos no querés nada, será sencillo.
—No quiero nada, Laura —repitió Juliana con firmeza—. Quiero que quede claro. No me interesa quedarme con su dinero ni con nada que no me corresponda. Lo único que quiero es mi nombre limpio, mi tiempo, mi libertad.
La abogada la miró con un leve gesto de respeto.
—Esa seguridad es lo que necesitamos. Yo me encargo de preparar los papeles y de notificárselo oficialmente. Pero te advierto: por lo que me contaste de él, no va a aceptar esto fácilmente.
Juliana respiró hondo, cruzando las piernas con calma.
—Que haga lo que quiera. Yo ya decidí.
Por primera vez en mucho tiempo, no sintió miedo al pensar en Martín. Ni culpa, ni dependencia. Solo una distancia fría, como si aquel hombre que alguna vez amó ya no existiera.
Al salir de la oficina de Laura, caminó por la avenida con paso firme. Las personas a su alrededor iban y venían, cada una en su propio mundo, pero Juliana se sentía distinta. No era una más entre la multitud: era una mujer que estaba eligiendo quién quería ser.
La tarde terminó en su empresa, entre reuniones y diseños nuevos. Se quedó un rato más de lo habitual, revisando muestras de cuero y pensando en la próxima colección. Cada decisión que tomaba, cada plan que armaba, era un recordatorio de que su vida seguía adelante.
Esa noche, al llegar a casa, abrió una botella de vino y se sirvió una copa. Caminó por las habitaciones en silencio, pero a diferencia de Martín en su departamento vacío, ella sentía calor en cada rincón. La casa era suya, no solo por papeles, sino porque estaba impregnada de sus recuerdos, de sus luchas y de su futuro.
Mientras acariciaba con la mirada la sala, se permitió una sonrisa. Había perdido un matrimonio, sí. Pero había recuperado algo mucho más grande: a sí misma.