“Mi niña. Una guerrera. Renaciendo.”
Esta no es solo una novela.
Es un grito ahogado convertido en palabras.
Es la historia de una mujer que fue rota…
Charrill no es solo un personaje.
Es cada mujer que ha callado.
Que ha llorado en silencio.
Que ha sentido que no vale nada…
Que ha perdido las esperanzas…
Esta historia duele.
Esta historia también sana.
Es para ti, que alguna vez pensaste rendirte.
Es para ti, que aún luchas por levantarte.
Acompáñame en este renacer.
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14. Le arranque los testículøs.
POV. Cristóbal.
No quiero esperar más tiempo. Llamo a Sergio para que se encargue de todo lo relacionado con el bufete.
Le pido a Laura, mi asistente, que pase por casa a recoger un par de trajes. Lo demás será ropa casual, que pienso adquirir allá.
Tengo una urgencia desmedida por verla. Un impulso irracional me empuja hacia su lado.
No me importa el maldito viaje de casi diecisiete horas para llegar hasta allá. Tengo que verla. Necesito saber que está lejos de ese perro.
El toque en la puerta de mi oficina me saca de mis pensamientos.
—Adelante —digo, mientras intento dejar todo lo más organizado posible. Algunos asuntos los atenderé a distancia.
No necesito levantar la vista para saber quién es. Por el taconeo de sus zapatos sobre el mármol y su perfume fino, sé que es Yolanda.
—Hola, jefe. ¿Dime para qué me necesitas con tanta urgencia? —pregunta, sentándose en la silla de enfrente.
Levanto la vista y la observo. Es una mujer de unos treinta y cinco años, castaña, de ojos color miel, muy guapa, con un cuerpo de infarto. Pero tengo una regla: no me involucro sentimentalmente ni con mis empleados ni con mis clientes.
Necesito que viajes ahora mismo a París —le digo, mientras le entrego el tiquete de avión, un sobre con una tarjeta bancaria para los gastos, una carpeta con los datos de Charrill y el papel que papá me dio con la fecha anotada.
Yolanda alza una ceja mientras toma todo con delicadeza, como si evaluara el peso del encargo.
—Debe ser un cliente muy importante para que me quieras montar ya en un avión… —comenta con una media sonrisa que no logra ocultar del todo su curiosidad.
—Lo es —respondo con seriedad, clavando la mirada en la suya—. Quiero absoluta confidencialidad. Me enviarás los informes por correos encriptados.
Ella asiente sin romper el contacto visual, y por un segundo, el silencio entre ambos dice más que las palabras. Comienza a leer la carpeta.
—Si necesitas contratar a alguien más, quiero que sea mujer.
Ella asiente en silencio y puedo ver sus ojos llorosos.
—Entiendo, jefe.
—Gracias —digo, agradeciendo su silencio.
—Me retiro. Tan pronto tenga información, te llamaré.
Asiento y nos despedimos de mano.
Termino los pendientes.
Laura ya ha traído mi equipaje, y Patiño, mi jefe de seguridad, me informa que está todo listo para salir. Él va conmigo, junto a un par de guardaespaldas que saben cómo ser invisibles.
A lo largo de la carrera de mi padre y la mía propia hemos adquirido enemigos. Así que la seguridad es primordial.
Llamo a Stefan, un jefe del bajo mundo que me debe un favor enorme. Le salvé al hijo de la cárcel.
El chico era inocente, pero quisieron usarlo como carnada para atrapar a su padre.
Ahora es momento de cobrar ese favor.
Tomo el teléfono y busco su nombre con el corazón ardiendo. Necesito su ayuda; él sabe moverse como nadie en el bajo mundo de las redes informáticas.
Mientras contesta, pienso en lo mucho que deseo tener al hijo de puta de Martín bajo mi poder. Tal vez, antes de entregarlo, le arranque los testículøs y se los dé de comer a los tiburones… mientras yo mismo lo sostengo.
Son tantas las formas en las que me lo imagino sufriendo… Y ninguna me parece suficiente.
El teléfono timbra un par de veces.
—Mi doctorcito —responde Stefan con su tono sarcástico.
—Señor Stefan… —saludo seco, directo.
—Uhhh… así de grave es la cosa —puedo imaginarlo frunciendo el ceño mientras bebe un trago de whisky.
—Sí. Te voy a enviar una foto. Necesito que me ayudes a eliminar todo rastro de ella en la red.
—Mándala y te digo qué tan complejo es.
Le envío la foto. A través del auricular escucho el tintineo del vaso contra sus dedos.
—¡Maldita sea! —masculla entre dientes. Eso significa que la cosa está peor de lo que imaginé.
—Suelta lo que tengas que decir —mi tono recio no deja espacio a dudas.
—Esa chica es la mujer de Parmenio. Se la compró a un imbécil. Se le escapó en sus narices… y ahora le puso precio a su cabeza.
—¿Qué mierda estás diciendo?
—Como lo oyes: esa mujer ya tiene un "dueño".
—No estamos hablando de un puto animal. ¡Ella es un ser humano! —mi voz se eleva. No puedo evitar refunfuñar, colmado de ira.
—Sabes que en el bajo mundo todo tiene precio… Y solo porque me caes bien, te daré un consejo, doctorcito: aléjate de ella. Parmenio está obsesionado. No le importa pasar por encima de quien sea.
Cierro los ojos. Trago saliva para no romper algo.
—Necesito que me facilites toda la información de ese idiota. Si él se cree un dios todopoderoso… se encontró con alguien que no sabe retroceder. Ella es mi clienta. Está bajo mi protección. Puedes decírselo.
—Cristóbal… ¿es en serio? No creo que valga la pena… hay más mujeres.
Mi ira se dispara. Este hijo de puta se atreve a juzgarla. A decirme qué hacer.
—Dile eso al imbécil. Ella es mía. Y nadie la toca —escupo las palabras antes de cortar la llamada.
Mis puños están apretados con fuerza.
—Juro por Dios que nadie volverá a ponerle una mano encima. Ella no es un objeto. Y ese hijo de puta… acaba de sumar otra razón para que su lápida pronto lleve su nombre.
Una pata más que le nace al gato. Gracias al cielo, en esta guerra no estoy solo. Gerónimo Báez es alguien bastante poderoso.
Cualquier perro lo pensaría dos veces antes de meterse con él. Aunque, claro… nunca falta el suicida.
Debo llamar a Gerónimo. Debo advertirle. No podemos darnos el lujo de que la encuentren.
Tomo el teléfono, busco el contacto que papá me dio. Al segundo timbre responde.
—Buena tarde. Habla Cristóbal León Sáenz.
—Hola, Cristóbal. Hablas con Gerónimo. Me imagino que si me llamas… es porque decidiste tomar el caso.
Asiento, como si pudiera verme.
—Así es… pero tengo información importante y delicada. El ex de Charrill la vendió a un mafioso, como quien vende un perro. Y el malnacido le ha puesto precio a su cabeza.
—¿Qué putas me estás diciendo? —escucho el gruñido de Gerónimo.
—Lo que escuchaste. Debes llevarla a un lugar seguro. Donde no puedan encontrarla.
—Maldito hijo de perro de Martín… No le bastó con todo lo que le hizo, que aún sigue haciéndole daño. Te juro que siento ganas de estrangularlo con mis propias manos —puedo sentir su furia traspasar el auricular.
—Bienvenido al club —digo, intentando liberar la tensión.
—Gracias por la información. Debo trasladarla a un albergue seguro. Lo mejor será cambiar su nombre. Tal vez deba teñirse el cabello. Usar lentes… proteger su identidad.
—Me parece bien —respondo entre dientes—. Mañana nos veremos.
—Gracias nuevamente, Cristóbal.
No sé por qué… pero el hecho de pensar en esconder sus ojos me molesta. Otra cosa más que ese desgraciado le roba.
Diecisiete horas después, estoy descendiendo del avión cuando recibo un correo encriptado. Sonrío. Sé de quién es.
A mi móvil llega un nuevo mensaje:
✉️ Stefan: Tú y yo jamás tuvimos esta conversación. Y si realmente quieres ayudarla, lo mejor es que no sepan que es tu clienta. A Parmenio no le importará ponerle precio a tu cabeza. El hombre está loco.
✉️ Cristóbal: Gracias. Pero aún me debes.
✉️ Stefan: No tengo cómo pagarte. Intentaré bajar los vídeos de la Niña, pero debes saber que es algo casi imposible.
✉️ Cristóbal: Gracias.
En el avión continúo revisando los expedientes.
Del maldito de Martín no se sabe nada. Desde el día que ella salió del país, a él parece que la tierra se lo tragó.
Han transcurrido diecisiete horas de vuelo, en las cuales dormí un par. Estoy ansioso, como nunca antes.
Bajo del avión, metido en mis pensamientos, cuando escucho mi Nombre.
—¿Cristóbal León…?
(…)
Definitivamente nada se destruye desde afuera… Y menos en ese bajo mundo.
Leo sus comentarios.
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