El Amor Es Cosa De Dos

El hombre que lo tiene todo –musitó ella.

–Has leído el artículo.

Hacía dos semanas, un periódico le había dedicado gran parte de su suplemento dominical. El hombre con el toque de Midas le había parecido poco original y un ejemplo perfecto de la ineptitud de la prensa: diez páginas que no decían nada nuevo.

Suponía que era cierto que lo tenía todo. Pero para Alessandro la riqueza no representaba lujo ni autoindulgencia, solo la libertad para vivir como quería. ¿Lo convertía eso en un egoísta? ¿Le hacía feliz? Se preguntaba si alguien era feliz.

Movió la cabeza. No era momento de debates filosóficos, sino de actuar con decisión. La prioridad era librar a Marina de sufrir una hipotermia. No tardó en considerar las opciones. Como había dicho el articulista, Alessandro era un experto en la toma de decisiones.

–Cleo me prestó su ejemplar –admitió ella entre castañeteos de dientes–. Todo el pueblo compró el periódico, se agotaron los ejemplares. Eres el héroe local, y ahora lo eres de verdad.

–Incluso aunque no necesitaras mi ayuda.

–De verdad que te lo agradezco –hizo una mueca–. ¡Para! No puedes... Por favor, déjame en el suelo. ¡Puedo andar!

–¿No volverás a saltar al río? –sin hacer el menor caso, echó a andar con ella en brazos.

–No seas idiota.

–Estás helada. Necesitas secarte y entrar en calor.

–Necesito ver a los mellizos.

–¿Crees que sería buena idea con el aspecto que tienes? Les darías un susto de muerte –predijo él–. En el caso de Georgia no estaría mal, pero Harry tendría pesadillas durante meses si te viera en este estado –arqueó una ceja–. ¿No vas a decirme que no sé nada de niños y que me calle?

Marina sacudió la cabeza. Había resumido el carácter de los mellizos de un plumazo.

–Tienes razón. Soy yo quien no sabe nada de cómo educar a los niños –gimió.

Él resopló con exasperación y la levantó más, sin aparente esfuerzo. En cualquier otro momento, Marina se habría sentido impresionada, no era precisamente pequeña.

–Te prefiero cuando eres grosera y te pones a la defensiva. Esta autoflagelación me aburre.

–Oh, siento mucho aburrirte –rezongó ella cuando, de repente, la dejó en el suelo.

–Eso está mejor –aprobó él con una sonrisa–. Ven, necesitas un baño caliente y una copa de coñac –rectificó de inmediato–. Bueno, mejor sin copa, porque podría darte por besar al conserje; también tienes que cambiarte de ropa antes de ver a tus sobrinos –puso una mano en su codo y la llevó hacia el lujoso hotel que había junto al río.

–Sí, supongo que llevas ropa escondida en el bolsillo... –intentó sonreír pero temblaba demasiado–. ¿Dónde está tu coche?

–En casa. Adonis llevó a los mellizos a Ravenwood. Le llamaré y él les dirá que llegaremos dentro de un rato.

–Bromeas, ¡nada de eso! –clamó ella, comprendiendo su intención. Miró la fachada del hotel de cinco estrellas que atraía a tantos turistas. Había pensado más de una vez que le gustaría probar el restaurante, ¡pero no con ese aspecto!

–¿Por qué iba a bromear?

–No podemos entrar ahí con esta pinta –lo miró y comprendió que él sí podía, aún empapado tenía la presencia necesaria. Ella no.

–¿Por qué no?

–Mírame –señaló su ropa chorreante y embarrada–. Me echarán antes de que cruce el umbral –dio un paso atrás, negando con la cabeza–. Y que me lleves en brazos no cambiará nada –le advirtió.

Eso solo le aceleraría el pulso. Sabía que pasaría horas reviviendo la sensación de que él la llevara en brazos. Sospechaba que hasta las mujeres más liberadas habrían puesto pocas pegas a la experiencia si los brazos eran de Alessandro .

Se preguntó cómo se habría sentido si él no lo hubiera hecho por motivos prácticos, si ella no estuviera empapada y él no fuera su jefe.

–No iba a ofrecerme a hacerlo. La verdad es que pesas bastante, sobre todo mojada –sonrió al oír su resoplido indignado–. ¿Quién crees que va a impedirnos entrar?

–Llévame a casa Alessandro– Marina, mareada, se llevó las manos a la cabeza–. Me di la vuelta y no estaban allí, y yo...

Alessandro , viendo sus labios amoratados, siseó una imprecación antes de agarrar su barbilla y alzar su rostro. Tenía que mantener la objetividad.

–Escucha, la adrenalina era lo que te mantenía en pie, y ya no te queda una gota.

–La verdad es que me siento un poco...

–Y lo pareces –miró su piel pálida como el mármol–. No has conseguido ahogarte y ahora quieres morir de hipotermia –el esfuerzo por ocultar su preocupación hizo que su voz sonara fría y plana–. Necesitas quitarte esa ropa mojada.

No había terminado de decirlo cuando una serie de imágenes indeseadas asaltaron su mente. El contacto piel a piel era el mejor tratamiento contra la hipotermia. La lujuria endureció su cuerpo. ¡Se estaba convirtiendo en una triste versión adulta de un adolescente ansioso de sexo! Eso no era tolerable en un hombre que se enorgullecía de su autocontrol. Solo recuperaría la cordura pasando una semana en la cama con Marina.

Suspiró. El primer paso para resolver un problema era reconocer que existía. Lo había hecho. El siguiente era tratar el problema como cualquier otro, con lógica y objetividad. Por desgracia, su ama de llaves le hacía olvidar ambas cosas. ¡Había robado un barco, por Dios!

–Sé lo que estás pensando –dijo Marina, sonándose la nariz con el pañuelo húmedo que él le había ofrecido.

Él no podía dejar de admirar el contorno de sus pechos bajo la camiseta empapada, que delineaba a la perfección sus pezones erectos.

–Lo dudo mucho, querida –dijo.

–Piensas que no soy capaz de cuidar de un gato, y menos aún de dos niños –sollozó ella.

Alessandro se limitó a mirar su reloj de pulsera, lo que provocó un siseó de rabia de Marina.

–¡Cuánto lo siento! ¿Te estoy haciendo perder tiempo? –dijo ella. Era obvio que sus problemas lo aburrían mortalmente, pero aun así lo deseaba.

–En absoluto. Sigue autocastigándote si quieres –la animó. Marina se mordió el labio para dejar de temblar–. Pero ¿te importaría que siguiéramos con esta conversación bajo techo?

Marina miró la entrada del hotel. La luz dorada que veía tras la puerta parecía cálida y acogedora; la verdad era que tenía mucho frío, pero sabía que tenía aspecto de rata medio ahogada…