Cathanna creció creyendo que su destino era convertirse en la esposa perfecta y una madre ejemplar. Pero todo cambió cuando ellas llegaron… Brujas que la reclamaban como suya. Porque Cathanna no era solo la hija de un importante miembro del consejo real, sino la clave para un regreso que el reino nunca creyó posible.
Arrancada de su hogar, fue llevada al castillo de los Cazadores, donde entrenaban a los guerreros más letales de todo el reino, para mantenerla lejos de aquellas mujeres. Pero la verdad no tardó en alcanzarla.
Cuando comprendió la razón por la que las brujas querían incendiar el reino hasta sus cimientos, dejó de verlas como monstruos. No eran crueles por capricho. Había un motivo detrás de su furia. Y ahora, ella también quería hacer temblar la tierra bajo sus pies, desafiando todo lo que crecía.
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CAPÍTULO TRECE: UNA PERFECTA CONFUSIÓN
—Es aquí. No hay animales cerca por lo que puedes estar segura.
—¿Seguro de que es aquí? —preguntó ella, intentando disimular el temblor en su voz—. No parece un lugar donde se suelen reunir personas.
—Es temprano aún. Pero no tardarán en llegar. A partir de ahora tu vida cambiará. Si sobrevives, serás aceptada como aprendiz.
—¿Y si no sobrevivo?
—Ya lo sabes. Entonces será como si nunca hubieras existido, pero eso no ocurrirá, ¿verdad? —Ella asintió—. Suerte, princesa.
—No soy una princesa.
Zareth le dirigió una última mirada antes de desaparecer en la penumbra. Cathanna se quedó inmóvil, sintiendo cómo el peso de todo lo sucedido la abrumaba. Su mente estaba agotada, confusa, atrapada en un torbellino de pensamientos inconexos. Con un suspiro tembloroso, caminó hasta una roca cercana y se dejó caer sobre ella, apoyando la espalda contra la fría superficie.
La vista que tenía no ayudaba mucho a camuflar su miedo. Las hojas de los árboles se movían por la fuerza del viento que arremetía contra ellos. El sonido de lobos aullando a la distancia y los pájaros cantando y la fuerte lluvia, hacían que su comodidad fuera nula. Necesitaba estar en un lugar cálido.
El cansancio la venció poco a poco, sumiéndola en un sueño ligero y agitado. En cada uno de los sueños que tenía, aparecían brujas intentando llevársela a un lugar desconocido; una casa de madera vieja en medio de la nada.
Zareth subía las escaleras de la torre donde vivía gran parte de los Cazadores. Era la más grande de todo el castillo, que contaba con torres tan altas que parecían atravesar las nubes. Sus pasos resonaban en la piedra mientras avanzaba por uno de los innumerables pasillos llenos de habitaciones.
Podría haber dejado ese lugar, como lo habían hecho muchos antes que él, formar una familia sin abandonar la cacería… pero nunca lo había considerado necesario.
Justo cuando iba a entrar en su habitación, sintió una mano sujetar su brazo.
—¿No ibas a dormir? —preguntó él, abriendo la puerta.
—El sueño se desvaneció —respondió despreocupadamente mientras entraba tras él y se dejaba caer en la cama con total confianza. Se quitó los zapatos sin prisa y lo miró de reojo—. ¿Vas a decirme quién es esa muchacha o seguirás con la mentira?
—Ya te lo dije.
—No te creo nada, Zareth. Te conozco demasiado bien como para pensar que irías tras una simple chica rebelde. Esto debe ser algo importante para que aceptaras.
—No me conoces tan bien. Sus padres no sabían dónde estaba. Supongo que intentó escapar para no entrar aquí. Ya sabes cómo son las chicas de su edad.
Zareth comenzó a quitarse el uniforme sin mirarla. No eran amantes ni sentían algo el uno por el otro, pero compartían una confianza absoluta. Se conocían desde niños. Louie había llegado al campamento cuando tenía cinco años, como una pequeña serpiente.
—Sigo sin creerte, Zareth.
—¿Por qué no? —Se volteó con un gesto de impaciencia.
—Porque te conozco demasiado bien —repitió ella con una leve sonrisa—. Confía en mí, Zareth. Sabes que nunca revelaría una misión de alto riesgo.
—No hay nada que saber, Louie. Además, si lo hubiera, no tendrías por qué saberlo. No seas entrometida.
Louie se sentó, apoyando los codos sobre las rodillas mientras lo observaba fijamente. Lo recorrió con la mirada hasta terminar en su rostro. Sabía que estaba mintiendo. Era tan obvio en la manera que evitaba verla.
—Mírame a los ojos y dime que esto no es una misión de alto riesgo.
Él se quedó en silencio. Sabía que Louie era muchas cosas—imprudente, sarcástica, descarada—pero si había algo en lo que confiaba, era en su lealtad. Nunca lo había traicionado, nunca había repetido ni una sola palabra de las cosas que él le había contado en confianza. Pero esto… Esto no era un simple secreto. Era un equilibrio frágil que, si se rompía, traería la destrucción del reino entero.
—No hay nada que decir.
—Zareth… —Su tono se volvió serio, lo que no era común en ella—. Sea lo que sea, si es tan grande como para que ni siquiera me lo confíes, entonces es peor de lo que imagino.
—Déjalo ir, Louie.
—Siempre me dices todas las misiones sin importar el riesgo. ¿Por qué esta vez es diferente? ¿Por qué no me lo dices y ya? Deja el misterio de lado.
Louie había agotado su paciencia.
—Porque nadie puede saberlo, ¿bien? —Zareth la miró con seriedad, su voz más baja, temiendo que alguien pudiera escucharlos—. No se trata de una misión cualquiera. Es peor que todas las que he tenido antes. Esa chica… Es una descendiente de una bruja cruel.
—¿Descendiente? —repitió, tratando de procesar la información—. Mmm, la única bruja cruel que ha existido es Verlah, pero eso es imposible porque ella no dejó familiares además de su padre que no ha tenido más hijos. ¿Cómo sabes eso?
—Arael me lo dijo. Me pidió que la cuidara porque las brujas la están buscando. Supuestamente quieren su sangre. Yo realmente no entiendo esta revoltura de historia. A muchas cosas no le encuentro sentido.
—¿Su sangre? —Louie entrecerró los ojos, cada vez más inquieta—. ¿Para qué querrían las brujas la sangre de esa muchacha? La sangre no sirve para nada. A menos de que además de ser brujas, sean sangreroja.
—¿Sabes que existen las brujas de sangre?
—Ah, esas cosas… ¿Dime para qué quieren su sangre?
—Porque es el único método que tienen para traer de vuelta a Verlah.
El aire en la habitación parecía volverse más pesado. Louie sintió su garganta cerrarse de golpe. Conocía la historia de la bruja para saber que era una mujer tan mala que nadie quería mencionar su nombre porque pensaban que aparecería.
—Arael me confesó que Verlah maldijo a las mujeres de su familia. No tengo respuestas concretas. Pero esa chica que traje aquí… —hizo una pausa, como si le costara siquiera decirlo—. Es por alguna razón su maldita descendiente. Y su sangre es lo único que pueden usar como puente para que esa bruja vuelva a caminar entre nosotros.
Louie parpadeó, tratando de asimilar lo que acababa de escuchar.
—Eso no tiene sentido… —murmuró, aunque su tono carecía de convicción.
Zareth dejó escapar un suspiro pesado y se sentó en el borde de la cama, apoyando los codos en sus rodillas.
—Créeme, lo sé. Cuando Arael me lo dijo, también pensé que era una locura. Pero después las cosas se pusieron más turbias. Donde fuera que ella estuviera, había al menos una bruja observándola.
—¿Qué planeas hacer con ella?
—Mantenerla oculta. Que todos crean que es solo otra aprendiz más.
—Te estás metiendo en un problema enorme, Zareth —dijo, dejando que su cuerpo cayera de espalda en la cama.
—¿Cuándo no? —soltó una risa amarga.
—Te ayudaré a proteger a esa chiquilla.
—¿Tú? Por favor, permíteme reírme.
—Siempre tan imbécil. —Chasqueó la lengua, fingiendo indignación—. Claro que puedo cuidar de alguien.
—Lo sé… —respondió él con una sonrisa ladeada—. Es solo que eres tan… tú. No puedo tomarte en serio, cuando te enredas hasta en el hablar.
Sin dudarlo, Louie le lanzó una almohada directo al rostro.
—Deja de decir estupideces —espetó con una sonrisa divertida.
Zareth atrapó la almohada antes de que cayera al suelo y la lanzó de regreso a la cama.
—Y tú deja de desordenar mi cama.
—Olvide que eres el señor pulcro.
—Deberías seguir mi ejemplo y mantener tu habitación limpia. No entiendo cómo puedes dormir ahí sin sentir asco.
—No seas tan dramático —sonrió, echando su corto cabello hacia atrás, dejando al descubierto sus orejas puntiagudas adornadas con varias cadenas—. Como sea, no le diré a nadie sobre esto. Puedes confiar en mí.
—Lo hago, Louie.
La puerta se abrió de golpe, revelando a un hombre alto y musculoso, con el cabello negro azabache recogido en una coleta alta. Llevaba puesto un pijama holgado que contrastaba con su imponente figura, pero lo más llamativo era la mascarilla verde de aguacate que cubría su rostro, dándole un aspecto ridículamente divertido.
—Te partiré la cabeza con la puerta si a la próxima que entres, no tocas antes la maldita puerta. —Se levantó para vestirse rápidamente.
—¿Por qué siempre que vengo aquí estás desnudo?
—Porque este es mi dormitorio. Yo decido como estar aquí.
—¿Con Louie presente? —elevo una ceja —. No me hagan pensar que estuvieron follando. No me extrañaría que Louie te hechizara.
—Ay, jódete —le dijo Zareth.
—¿Qué carajos tienes en la cara, Odysseus? —preguntó Louie, acercándose sin disimular su curiosidad.
Sin esperar respuesta, alzó una mano y, con un dedo, tomó un poco de la sustancia verdosa de su mejilla, frotándola entre sus dedos con desconfianza.
—Es una mascarilla, para las imperfecciones —dijo con tono altivo—. Ustedes dos deberían usar de estas.
Louie y Zareth intercambiaron una mirada. Luego, sin decir nada, Louie se limpió el dedo en el pijama Odysseus con la mayor naturalidad del mundo.
—Ni en mis peores sueños —dijo ella—. Quítate eso. Te ves ridículo.
—No me interesa verme ridículo si eso significa cuidar de mi piel.
Zareth respiro hondo.
—¡Largo de mi dormitorio! —Señalo la puerta con su dedo —. Los dos. Ahora. Ya mismo.
Tiempo después, al otro lado del castillo, Cathanna seguía durmiendo cuando un murmullo creciente la arrancó de su descanso. Abrió los ojos con lentitud, sintiendo la pesadez del letargo aún aferrada a sus párpados. A su alrededor, el paisaje había cambiado. Ya no estaba sola. Decenas de personas se habían reunido en el claro, sus rostros iluminados por la luz del amanecer.
La lluvia seguía cayendo, pero a nadie le molestaba aquello. Era lo de menos cuando estaban por enfrentar una prueba asesina.
Se puso de pie de inmediato, su mirada recorriendo a los recién llegados. Todos parecían tener un propósito claro, seguros de su presencia en aquel lugar. No había rastro de duda en sus expresiones, ni un ápice de vacilación en sus posturas. Eran jóvenes como ella, pero con una determinación que la hacía sentir ajena.
Se pasó una mano por el rostro, tratando de disipar el entumecimiento del sueño. Su mente seguía atrapada en la noche anterior, en las brujas, en la batalla, en la sangre negra derramada sobre la tierra mojada. Respiró hondo, obligándose a centrarse en el presente.
Analizó mejor el lugar. Las barreras que había detrás de ella, pertenecientes al castillo, eran tan largas que se perdían entre las nubes grises y gruesas, tal vez para evitar que fueran destruidas en un ataque. Después llevó su mirada a un sendero lleno de lodo que llevaba a una parte oscura donde la luz no llegaba ni por error.
—¡Hola!
Cathanna giró abruptamente y se encontró con una joven de piel cálida y ojos claros que la observaban con intensidad. Su cabello castaño estaba con varias trenzas y mechones rizados sueltos.
Retrocedió de manera inconsciente. Pudo percibir un sutil olor a arándanos proveniente de ella. La escaneo de arriba abajo. Tenía un traje similar, con la diferencia que no tenía el águila ni la capa.
—¿Te conozco?
—Soy Janessa Velkra. Es muy claro que no nos conocemos —dijo soltando una risa—. Te vi aquí, un poco perdida, y pensé: "Oh, ¿por qué no acercarme?" Así que aquí estoy.
—Soy Cathanna —dijo tras un momento de duda—. Y sí... Estoy un poco desorientada. No pensé que estaría aquí.
—¿Por qué no? ¿Fuiste obligada acaso?
—Podría decirse que la situación lo amerita —respondió aclarando su garganta—. Soy de Dagora, vine aquí porque me enviaron al ver mis grandes habilidades. —Se sorprendió por la naturalidad en la que la mentira salió de su boca.
—¿Con qué Dagora? ¿Eres bendecida con el trueno?
—No realmente. Nací con la desgracia de no tener rayo.
—¿Te parece si nos sentamos ahí? —Señaló unos troncos que no se encontraban muy lejos. Cathanna asintió y se dirigieron ahí—. Yo soy de aquí, de Aureum. Provengo de una familia de guerreros. Son algo… Famosos en el reino. ¿Conoces el legado Velkra?
—No conozco mucho a las familias guerras. Apenas sé un poco sobre los Stronk porque todos sirvieron en la última guerra.
—Mi familia participó en esa guerra. Se supone que no debería decir esto, pero no creo que vayas a divulgarlo por ahí, ¿verdad?
—No me interesa difundir chismes —respondió abrazándose a sí misma para alejar el frío, pero poco funcionó debido a las fuertes lluvias.
—Cuando ocurrió la guerra, todos los guerreros de las distintas familias fueron llamados a luchar. En mi familia estaban mis abuelos, mis tíos, mi padre, etc. Mi madre quería unirse. Sin embargo, las mujeres no eran aceptadas en la guerra. Así que se disfrazó de hombre y peleo de esa manera. Es una historia larga y complicada.
—¿Acaso no fueron descubiertas?
—Las mujeres somos inteligentes —expresó Janessa con una sonrisa pícara—. Aunque, según sé, estuvieron a punto de descubrirlas.
—En pocas palabras, estás aquí por motivación.
—Sí. También quiero demostrarles a los hombres que no necesito que me protejan, porque puedo defenderme por mí misma. Es lo que siempre me ha enseñado mi madre. La independencia.
—Eso suena admirable. Pero, ¿realmente crees que puedes hacerlo sola? —Curvo una de sus cejas.
—No digo que no pueda recibir ayuda, pero no quiero que me vean como alguien débil solo por ser mujer.
Cathanna guardó silencio. No lo había pensado de esa manera. Su madre nunca le hablaba de independencia, aunque su padre solía hacerlo en ocasiones, claro, sin fomentar demasiado está como para que ella pudiera revelarse ante ellos.
—¿Y qué hay de tu familia?
Cathanna la miro por unos segundos antes de dirigir su mirada a sus manos cubiertas por los guantes.
—No tengo familia —decir esas palabras le dolieron en el alma. Tenía su familia, unos padres que la amaban de una manera tan extraña. Unos hermanos que darían su vida por ella—. Soy huérfana. Nunca pude sentir lo que era que una familia te brindara apoyo. Siempre he sido yo contra el mundo.
Janessa se removió en su lugar, sin saber qué decir ante esa revelación. Cathanna notó eso, por lo que se apresuró a decir:
—Pero no los he necesitado. —Una sonrisa apareció en su rostro—. He sabido valerme por mí misma y eso es lo que realmente importa. ¿No lo crees?
—Por supuesto —dijo—. Bueno, creo que a partir de ahora podemos formar una alianza. Rivernum es muy cruel con los aprendices.
—¿Alianza? No sabía qué se hacían de esas aquí. Podría ser, si es que quedamos vivas al Finit —bromeó Cathanna—. Por lo que sé, es un asco.
—Lo haremos, no lo dudes, chica. —Le dio unas palmadas en el hombro—. Si crees que todo saldrá mal, así será. Pero si confías en que lograrás entrar a Rivernum, nada podrá detenerte.
—¿Lees filosofía? Porque eso sonó muy parecido a una.
Janessa se rio.
—¿Tienes algún tipo de magia?
—Soy Elementista de aire —detallo llevando su vista al frente donde las personas compartían palabras. La mayoría eran hombres. Pero hay un gran número de mujeres.
—¡Eso es increíble! Dicen que los Elementistas de aire tienen más facilidad para vincularse con un dragón. ¿Cómo es el tuyo?
Cathanna dejó escapar una risa sin humor.
—No tengo un dragón.
—Oh… Lo siento.
—No es tu culpa. Aún tengo la esperanza de que llegue.
—Espero que así sea, porque volar un dragón es el mayor honor que alguien puede experimentar. —Suspiró, alzando la vista al cielo—. Me encantaría montar uno, pero nací con la desgracia de no tener magia… —Resopló con frustración antes de murmurar—. ¿Por qué me hiciste así, Diosa Estelar?
Un peculiar olor comenzó a llegar a la nariz de Cathanna. Sin embargo, no podía detallarlo bien. Su mirada vagaba por doquier. Entonces, un sonido rompió el silencio. Un cuerno resonó en la distancia, profundo y vibrante, como un llamado a lo desconocido. Todos dirigieron sus miradas en la misma dirección.
—¡Oh por dios! —comenzó Janessa con emoción—. Son jinetes. Muchos de los cazadores son jinetes porque se necesita custodiar el reino desde los cielos. Espero que tú seas una cazadora aérea.
Cathanna frunció el ceño.
—¿Cazadora qué?