🔥 JUEGOS PICANTES: Volver A La Soltería 🔥
Cuatro mujeres.
Un pacto:
Nada de lágrimas por idiotas.
Solo risas, copas en alto…
Y nuevas reglas en la cama.
El juego cambió.
Y ellas están listas para ganar.
JUEGOS PICANTES: Volver a la soltería.
Una novela para reír, gozar y recordar quién manda.
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14. ¡VOLVER A LA SOLTERIA!
NARRADOR OMNIPRESENTE.
La puerta se abre de golpe y Monic baja a toda prisa. Frunce el ceño al ver el caos frente a la casa de su amiga.
—¡¿Pero qué carajos está pasando aquí?! —grita, acercándose a Leticia y Marilyn, ignorando las miradas de los vecinos chismosos.
Leticia aprieta la mandíbula, su cuerpo aún vibrando de rabia contenida.
—El perrø miserable… hijo de puta de Mateo, mandó tirar mis pertenencias como si fueran basura.
Monic parpadea. Mira a su alrededor. La ropa de Leticia tirada en la acera, mientras los trabajadores de la mudanza siguen sacando cosas sin el menor cuidado.
A la señora Andrea sollozando junto al portón.
Luego, sus ojos se estrechan de manera peligrosa.
—Hijo de puta.
Sin decir más, avanza con paso decidido hacia uno de los trabajadores. El hombre, un tipo fornido con cara de fastidio, la mira con desinterés.
—Ustedes —ladra Monic, señalándolo con el dedo—. Entréguenme la orden de desalojo. Ahora mismo.
El trabajador la observa con burla.
—¿Y usted quién es?
Monic saca su credencial del bolso y la levanta en su cara.
—Monic Benavides, abogada de Leticia Casallas. Dame la maldita orden.
El tipo levanta las manos en un gesto de paz y saca un folder arrugado de su bolsillo trasero. Se lo entrega sin mucho interés.
Monic lo agarra con fuerza y lo despliega con rapidez. Su mirada escanea el documento, y en cuanto llega a la firma final, siente cómo el estómago se le revuelve.
Su cara se endurece. Sus ojos lanzan fuego.
—No puede ser…
Aprieta el papel entre los dedos y regresa junto a Leticia y Marilyn con una expresión de incredulidad y furia pura.
—¿Qué dice? —pregunta Leticia, aún tratando de contener las ganas de incendiarlo todo.
Monic suelta una carcajada amarga y agita el documento frente a ella.
—Está firmado por el abogado de Mateo… El mariposón de mi exmarido.
Leticia abre los ojos con sorpresa, pero el enojo es más fuerte que cualquier otro sentimiento.
—Ese maldito…
—No podemos hacer nada —dice Monic, exhalando con frustración—. Mateo lo hizo bien. Legalmente, él tiene el control de la casa… y todo gracias a tu estupidez.
Monic respira hondo y añade:
—Amiga, sé que no es el momento, pero si no lo digo, me ahogo… Te lo dije mil veces: controla tus impulsos. Y mira. —Le enseña el documento—. El micrøp£ne sí que lo supo aprovechar.
Leticia cierra los ojos, sintiendo cómo la ira se le sube hasta las sienes.
—¡Bueno! ¡Un error lo comete cualquiera! —dice exasperada— ¿Me van a decir que ninguna de mandó una cagada estando enojada?
Monic la mira. Suspira y niega con la cabeza.
—Levanta lo que puedas y nos vamos. Ahora.
Sin discutir, Leticia se agacha y recoge lo que puede cargar: una caja con documentos, algunas bolsas de ropa, un par de zapatos de diseñador que se niega a dejar atrás. Marilyn la ayuda en silencio, aún en shock por su propia tragedia.
Justo cuando Leticia está por abrir la puerta de su auto, una voz indeseada la detiene.
—Lo siento, señora —dice uno de los trabajadores, con una sonrisa de superioridad—, pero ese ya no es su auto. Si se lo lleva, consideraremos que se lo robó.
La última gota.
Leticia siente que su visión se nubla de pura rabia. Su cuerpo actúa antes de que su mente lo procese y se lanza contra el hombre con la intención de arrancarle la cabeza.
—¡Desgraciado hijo de...!
Pero antes de que logre su cometido, la abogada, la atrapa por la cintura y la aleja de un tirón.
—¡Suéltame, Monic! ¡Voy a matarlo!
—No! —Monic la sujeta con más fuerza, mientras Leticia patea el aire como una fiera enjaulada—. ¡No le des el gusto! ¡Ya perdiste la casa, no pierdas tu libertad también!
Leticia se resiste un momento más. Al final deja caer los brazos con frustración. Su respiración es agitada, su cara enrojecida por la impotencia.
—Maldito imbécil —escupe entre dientes.
Monic la suelta, asegurándose de que no vuelva a lanzarse contra el trabajador.
—Suban al auto —ordena con cansancio.
Las tres mujeres, agotadas, derrotadas pero aún con rabia latente, se meten al coche de Monic.
—¿Y ahora qué? —pregunta Leticia negándose a mirar atrás.
—Necesito pensar... —le responde Monic.
Mira a su amiga en el asiento del copiloto y luego a Marylin por el retrovisor.
—Yo necesito un trago —murmura la rubia.
—Apoyo ese comentario... —bufa Marylin.
—Bueno, nadie dijo que no se puede pensar en un bar...
Monic conduce el auto por la ciudad, aunque al mirar el marcador de gasolina, decide que lo mejor es ahorrar.
La verdad, ninguna de las tres tiene mucho dinero, y sabe que, mientras duren los juicios, pasarán una larga temporada de sequía.
Estaciona frente a un bar que muestra en su ventana un cartel que dice "si tuvo un mal día, pida un trago gratis."
"Bueno, veremos cuántos tragos nos dan por el infierno de día que llevamos..." piensa mientras se baja del auto.
Para ser temprano en la tarde, el lugar está abarrotado de gente. Pero hay una persona en particular que no pasa desapercibida para las tres mujeres.
—¿¡Tú!? —grita Leticia al ver a la morena en la barra, cómodamente sentada y con un trago en las manos.
—Pero mira nada más... —responde Lola levantando la voz—. Nada más ni nada menos que las chicas superpoderosas...
Marylin se frota las manos nerviosa, mirando al suelo. Monic pone los ojos en blanco y se acerca a la barra a pedir unos tragos.
Leticia... bueno, ella está decidiendo si saltarle a la yugular a la zørra de la amante de su ex marido antes o después de tomarse unos tragos. Ya saben, para culpar al alcohol de sus actos violentos.
—¡Oye! No me mires así... —gruñe Lola dándose cuenta de la intención de la rubia—. Tuve un día de mierda y no tengo ganas de pelear.
—¿Ah... sí? —Leti se cruza de brazos frente a ella—. ¿Acaso tú firmaste tu propia sentencia de muerte? ¿O te corrieron de tu casa y te sacaron a tu hija? ¿O... Lo que sea que le hayan hecho a Monic...?
Pregunta Leti sin detenerse, enumerando las preguntas con los dedos.
—Pues... mi ex incendió mi casa, ¿sirve?
Leticia la mira de arriba abajo y lo entiende. Ya no importa si Lola fue amante del inútil y pito corto de Mateo. Lo único relevante ahora es que son cuatro mujeres desamparadas.
—Sí, sirve —dice, sentándose en el taburete junto a Lola.
El teléfono de la morena resuena insistentemente. Lo toma con una mezcla de miedo y rabia, suspirando. Por el tono, sabe que es su ex.
—Ahora, ¿qué querrá el imbécil? —bufa.
—Aló.
📱—Mira el correo, bruja... Solo firma y dile a tu papito que, si no quiere verte en la cárcel, quite sus cláusulas y me ceda la casa —dice Milton antes de colgar.
Su tono sarcástico hace que Lola tiemble de rabia.
Con los dedos temblorosos, desliza la pantalla del teléfono, abre el correo y lo lee con rapidez.
Leticia le hace una seña a Marilyn para que se acerque. Monic llega con los tragos.
—Hijo de puta... Ahora estoy peor que ustedes. El perro me quitó la custodia de mis hijos, quiere mi casa... y encima una pensión de por vida.
—¿¡Quéee!? —gritan todas al unísono.
Lola les muestra el correo.
Monic toma el teléfono, observa la firma al final del documento y chasquea la lengua.
—¡Maldito homosexual, sí que salió rencoroso!
Lola bebe de un solo sorbo el trago que tiene.
—Bienvenida al club de las desafortunadas... —dice Leti, mirándola con compasión.
—Quita esa puta cara de lástima si no quieres que te la parta en dos —gruñe la Morena.
La Rubia levanta las manos en son de paz.
—Sonrían... debemos brindar por !VOLVER A LA SOLTERÍA! —añade Monic, intentando bajar los ánimos.
—Cierto... —responde Leticia, alzando su copa.
—¿Así que todas sin techo? —pregunta Lola.
Marilyn se encoge de hombros y responde:
—Sí. Ahora todas somos indigentes.
Lola sonríe y levanta entre sus dedos la llave de la propiedad que su hermano le entregó esa mañana.
—Bueno, si me ayudan a limpiar... podrían tener un lugar para dormir esta noche.