Décimo libro de saga colores.
Después de su tormentoso matrimonio, el Rey Adrian tendrá una nueva prometida, lo que no espera es que la mujer que se le fue impuesta tendrá una apariencia similar a su difunta esposa, un ser que después de la muerte lo sigue torturando.
¿Podrá el rey superar las heridas y lidiar con su prometida? Descúbrelo en la tan espera historia.
NovelToon tiene autorización de thailyng nazaret bernal rangel para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
21. Una propuesta encantadora
...FREYA:...
El rey estaba vestido con abrigos muy grueso de color oscuro, tenía un sombrero, guantes de cuero, una bufanda elegante. Él era un hombre bastante varonil, con un buen porte. Fue una casualidad verlo allí en el patio.
Florence no estaba de buen humor, no le agradó ser despedida del comedor, pero debía entender, el rey tenía esa potestad. Aunque me felicitó por seducir al rey y haber logrado un avance rápido.
Ella era la que estaba demasiado cerca de ese prisionero, me parecía imprudente de su parte hacer algo tan arriesgado y más cuando el rey dejó en claro que no debíamos acercarnos a ese hombre.
Ni siquiera hice nada para que el rey se acercara tanto, no estaba en mis planes seducirlo, era patética incluso al ser besada, jamás podría tomar la iniciativa en algo tan vergonzoso.
El rey insistía en ponerme nerviosa y eso lo hacía más difícil.
Mientras me guiaba por los alrededores exteriores del castillo, me daba miradas que no podía sostener.
— Mire eso — Dijo, señalando una puerta que estaba ante nosotros.
— ¿Qué es? — Pregunté al ver el escudo de una armadura y un águila pintada en medio de la puerta.
— Es la hermandad de guerreros.
— Oh.
Se aproximó y abrió la puerta.
— El lugar está vacío, los caballeros están fuera por las festividades.
Lo seguí dentro.
Me sorprendía la cantidad de espacio que poseía el patio y el castillo, incluso podía abarcar un pequeño fuerte con un espacio en medio.
Había blancos para tiros, la madera tenía muchas marcas de impactos de flechas.
— ¿Aquí entrenan?
— Así es — Me guió adentro, hacia el fuerte.
Había muchas habitaciones, todas tenían una fila de camas.
El rey se paseó por el lugar.
Había una bodega con un arsenal de armas.
Él se aproximó y tomó una de las espadas.
— ¿Qué opina de un lugar similar a este, pero qué sea exclusivo para mujeres?
Me desconcertó.
— ¿Habla de entrenar mujeres?
— Sí, guerreras — Dijo el rey.
— ¿Es posible?
— Yo puedo hacerlo posible, la idea es de Ania, ella desea una hermandad de guerrera, solo para mujeres, planea entrenarlas ella misma.
— Eso suena increíble — Admití de forma sincera.
— Tendría que habilitar otro espacio, lamentablemente, aquí ya no hay.
— ¿Los guardias también reciben entrenamiento aquí? — Me sentí curiosa.
— No, hay muchas guarniciones en el reino para entrenar a los soldados, después, cada uno es asignado a su área, según sus habilidades y reconocimientos — Dijo, sosteniendo la espada en alto — Solo la hermandad de caballeros entrena y se forma aquí en el castillo.
— Me parece novedoso que la princesa quiera formar un grupo de guerreras — Admití, interesada — Es algo que jamás escuché en mi vida... Debería aprobarla... Digo, solo es una sugerencia.
No quería que me volviera a gritar a la cara que no tenía ninguna potestad para decidir eso, pero se mantuvo neutral.
— Es una buena idea, pero la sociedad de Floris aún le cuesta acostumbrarse a los cambios, muchos hombres son leales a sus convicciones arraigadas desde su infancia, se van a oponer.
— Entiendo... Pero... Las mujeres se sentirán tomadas en cuenta.
— Cierto, pero no deseo revueltas... La situación es grave aunque tengamos buenas intenciones... Muchos nobles, hombres en general pensarán que los estamos perjudicando a ellos y la sociedad en general.
— ¿Por qué? — Me alteré.
— Para muchos, las funciones de las mujeres se limitan al matrimonio y los hijos, si creamos una hermandad de guerreras y muchas se alistan, los hombres se sentirán atacados ya que ya no tendrán como único propósito en matrimonio.
— Eso me parece egoísta — Espeté.
— Tal vez no todos se opongan, pero si la mayoría.
— Aún así, me parece malo — Dije, suspirando — Pero, entiendo, en Polemia tampoco hay opciones.
Viví tan sumisa y hasta ahora me percataba de lo mal que estaba todo.
— He hecho cambios sutiles, incluí una mujer como espada del reino, por ahora, es mejor esperar a que las aguas se calmen antes de hacer más, con lo del matrimonio y el casamiento las cosas permanecen tensas, cuando todo vuelva a ser aguas tranquilas, podemos considerar la idea.
No quería hacerme ilusiones. El rey me permitió opinar sobre el jardín y ahora quería escuchar sobre mi parecer sobre la idea de Ania.
Tal vez solo quería apaciguar mi temperamento para que aceptara su visita nocturna.
El rey no parecía ser un hombre de esos modos, pero no podía fiarme, aunque me emocionaba que me hubiese tomado en cuenta.
Él se acercó y me tendió la espada.
— No, no puedo.
— Sostén la espada — Ordenó, observando con firmeza — ¿No sabes manejarla?
— No, no sé hacerlo.
Frunció el ceño.
— ¿Cómo es qué no sabes? En un lugar tan peligroso como Polemia con todos esos salvajes por ahí debías saber defenderte. Aunque no me sorprende.
— Mi padre nunca lo sugirió, tampoco aprobaba que nosotras hubiésemos tomado un arma, decía que las batallas y combates son cosas de hombres, que las mujeres lo tienen más fácil, solo deben casarse y dar hijos — Dije, con un poco de molestia — El caso de una princesa no es muy diferente.
— Todos los padres reyes parecen iguales.
Si lo decía, era porque su padre no era diferente al mío.
— ¿La princesa Ania cómo pudo lograr tantas cosas?
— Con rebeldía — Dijo y me tendió la espada — Ella tomó un arma un día y decidió que eso era lo que quería.
— ¿Me está sugiriendo que yo haga lo mismo? — Elevé una ceja.
— Puede hacerlo pero con más discreción.
— ¿Puedo participar en las decisiones del reino? — Insistí.
— Estoy tomando en cuenta sus opiniones — Dijo y negué con la cabeza.
— No de forma formal, si estuviese en el consejo diciendo todo esto frente a los demás, lo creería.
— Aún no se gana toda mi confianza.
— ¿O sea qué es una posibilidad? — Elevé mi barbilla.
No quiso responder, siguió tendiendo la espada.
Tomé la empuñadura, mi brazo bajó abruptamente por el peso.
— ¡Esto pesa! — Jadeé sorprendida.
— Las espadas y armaduras son muy pesadas — Dijo, encogiéndose de hombros.
— ¡Debió decirme! — Gruñí, tratando de sostenerla, usé mi otra mano para elevarla un poco — ¡Vaya, los caballeros tienen mucha fuerza!
— Por eso reciben un entrenamiento especial.
— ¿Ania levanta esto? — Abrí mi boca.
— Lo hace.
— Necesito que me entrene.
Era sorprendente lo que Ania podía hacer.
— Yo podría hacerlo, pero no tengo mucho tiempo libre.
— Me conformo con Ania — Dije, sonriente.
Tomó la espada y la devolvió al arsenal.
— ¿Puedo entrenar? — Pregunté.
— Le preguntaré a Ania, con lo aburrida que se siente, tal vez acepte — Dijo, girando de nuevo hacia mí.
— Gracias...
Se acercó mucho.
— Aún no responde, quisiera ir a su habitación ésta noche — Tomó mi barbilla.
— Usted es el rey, puede hacer lo que quiera.
— No soy descortés e irrespetuoso — Protestó — Quisiera su consentimiento.
— Anoche no lo necesitó.
— Lloraba por mi falta de cariño, así que esa fue una buena aprobación.
— No crea que mis lágrimas fueron solo por usted — Me zafé de su agarre.
— ¿Ah no? ¿Por qué más?
— Ya le dije que no importa — Resoplé.
— ¿Me dejará entrar? — Preguntó, observando mi boca.
— ¿Dónde? — Parpadeé y tragué con fuerza.
Me observó de una forma intensa y misteriosa, haciendo que mi corazón se acelerara.
— A su habitación — Tensó su mandíbula.
— ¿Qué haríamos? ¿Dormir juntos?
Me estaba haciendo la inocente, no era tan inocente, puede que un poco, pero si mi padre les ordenó cortar el miembro a los hombres de la muralla entonces era con eso que se concebían los bebés y sabía que yo tenía un lugar donde encajaría.
Se acercó y me besó con suavidad.
— Haríamos esto y más — Enfatizó cerca de mi boca, deslizó sus labios por mi cuello y me arqueé.
Me producía escalofríos, algo que se disparó hacia mi centro y eso me hizo reír.
Se apartó con el ceño fruncido.
— ¿Qué sucede?
— Nada — Me sonrojé.
Volvió a besarme el cuello.
Reí de nuevo.
Me cubrí la boca cuando me observó con diversión.
— Lo siento... Estoy un poco nerviosa...
— No se preocupe.
— Si me preocupa... Majestad, está haciendo todo lo que dijo que no haría...
— Lo menos que haremos será dormir — Dijo, tocando mis mejillas, ignorando mi pregunta.
Jadeé — ¿Qué haremos?
— No sería sorprendente si lo digo.
— Me va a meter...
— ¡Freya! — Bramó, un poco abochornado.
Me sonrojé más.
— Es lo que pasa cuando se quieren bebés.
Soltó una risa.
— Pensé que no serías capaz de decirlo sin avergonzarte.
— Estoy muy avergonzada, pero es que las cosas están confusas y usted lo sabe, dijo que no haría esto y lo está haciendo.
— Me gusta, ya se lo dije — Me dió otro beso, corto.
Me quedé callada.
— Creo que debemos volver.
— ¿Por qué? — Protestó.
— ¿No tiene obligaciones qué hacer?
— Si tengo, pero pueden esperar — Hizo un gesto despreocupado.
Atrapó mi boca, tocando mi cuello, moviendo sus labios con prisa.
Correspondí, agitada, con el cuerpo temblando.
Me pegué a él, posando mis manos en su pecho mientras sostenía mi cabeza para abrir mi boca.
Su lengua accedió a mí, rozando como si lo poseyera todo, reclamando como lo que era, un rey que tenía poder y podía usarlo.
Quería conocer ese poder.
Mi interior se aferró a cada trazo de sus labios.
Estaba agitada por dentro, justo allí, en ese lugar inaccesible hasta ahora.
Quería que me tocara más.
Se separó, jadeando y nos observamos.
— ¿Puedo ir?
— Sí.
Antes de que pudiera percatarme, había aceptado.
No fui conciente, mis pensamientos me jugaron mal.
— Digo...
Me interrumpió, volviendo a besar mi boca.
El rey me tomó de la mano y salimos del pequeño fuerte.
Volvimos al patio, él parecía emocionado, sus ojos aún brillaban de azul intenso mientras me guiaba fuera.
Los guardias y demás personas en el patio nos observaron detenidamente, aunque lo disimulaban cuando el rey pasaba cerca.
Les parecía de escándalo verme y verlo tomando mi mano.
Yo también lo estaría si viera a un rey con una esposa idéntica a la anterior y que además esa esposa fuera la responsable de mucho sufrimiento en el reino.
Debía acostumbrarme, no quedaba otra opción.
— Nos vemos luego, Freya, tengo que dar más detalles a los trabajadores — Dijo y asentí con la cabeza, aún ida.
Me quedé un momento en el patio, con la mirada perdida al ver al rey alejarse con su porte elegante y poderoso.
Parpadeé y observé a mi alrededor.
Florence también estaba siendo motivo de miradas, seguía conversando con ese hombre y él parecía concentrado en el trabajo, pero aún así le contestaba algunas cosas.
Me aproximé rápidamente, cuando estuve lo suficientemente cerca crucé mis brazos.
— Florence — Dije, con prudencia.
Ella me observó.
— Freya, volviste de tu paseo.
El hombre me evaluó — Majestad — Hizo una reverencia que se limitó a un gesto de cabeza.
— Señor, le pido que no le hable a mi hermana.
— Freya, por favor — Dijo enojada conmigo.
— Es un hombre peligroso.
— ¿Qué mal puedo hacer? Estoy encadenado — Comentó él mientras seguía recogiendo la nieve.
— No se haga el inocente.
— Freya...
— Ven, Florence — Dije, tirando de su mano.
— No... Solo estoy hablando.
— Con un prisionero — Susurré — Enemigo de la corona.
Florence protestó, pero se dejó guiar al interior del castillo, cuando estuvimos en un pasillo solitario se zafó de mi agarre.
— ¿Por qué me haces esto?
— ¿Qué cosa? — Puse los ojos en blanco.
— No estaba haciendo nada mala.
— El rey nos aconsejó no acercarnos a ese hombre.
— ¿Por qué? Es un prisionero y está encadenado, no hará nada con tantos guardias.
— Ya se te pegaron sus mañas — Gruñí, perdiendo la paciencia — No se trata de que nos ataque, somos mal vistas y desconfiables, así que acercarnos a un prisionero y tener conversaciones públicas está mal visto, van a creer que estamos conspirando, porque es sospechoso.
— Solo son unos prejuiciosos — Gruñó, cruzando los brazos — No seré parte de esto, Freya, se trata de hacer que el rey sea colaborador, no de dejar que te domine.
— ¡Es el rey!
— Tu eres la reina.
— Tiene más poder que yo y no podemos pasar por encima de sus órdenes, no son imposiciones ilógicas.
— De todas formas, tienes un propósito que cumplir.
— ¿Qué tanto interés tienes en ese hombre? ¿Por qué te acercas a él? — Siseé, enojada.
— No es importante.
— Entonces no te vas a inmiscuir en mis asuntos.
— Soy tu hermana mayor, tengo el propósito de guiarte, de orientarte, estoy más calificada para una posición de mando.
— ¿Y por qué nuestro padre no te eligió?
Sus ojos se encendieron.
— Eso no lo sé, pero lo que si sé es que tu falta de avance van a perjudicar al reino.
Se alejó por el pasillo hecha una furia.