"Ash, cometí un error y ahora estoy pagando el precio. Guiar a esa alma era una tarea insignificante, pero la llevé al lugar equivocado. Ahora estoy atrapada en este patético cuerpo humano, cumpliendo la misión de Satanás. Pero no me preocupa; una vez que termine, regresaré al infierno para continuar con mi grandiosa existencia de demonio.Tarea fácil para alguien como yo. Aquí no hay espacio para sentimientos, solo estrategias. Así es como opera Dahna." Inspirada en un kdrama. (la jueza del infierno)
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Nicolas
Dahna salió esa noche a un bar de la ciudad, una de esas tabernas a las que asistían tanto jóvenes universitarios como personas de negocios que buscaban un respiro de la rutina diaria. Se sentó en la barra, su actitud despreocupada contrastando con la violencia que había desatado horas antes. Llevaba un vestido oscuro que se ceñía a su figura, dejando ver algunas de las cicatrices que lucía con orgullo. Pidió un whisky, y con una sonrisa ladeada, saboreó el ardor de la bebida al deslizarse por su garganta.
Miraba a su alrededor, disfrutando del bullicio de las conversaciones y la música de fondo. La satisfacción de haber pasado una tarde tan maravillosa, aunque esa noche no tenía intención de buscar nada mas. Se permitió relajarse, dejando que la adrenalina del enfrentamiento y de la caza se desvaneciera, mientras en su mente repasaba los detalles de la muerte del hombre.
Una risa oscura se escapó de sus labios al recordar la expresión de terror en su rostro cuando la vio en su verdadera forma. Fue un pensamiento que la llenó de un extraño placer, pero sabía que no podía perderse demasiado en esas emociones. Ella tenía un objetivo, un propósito, y cada presa era solo un paso más hacia ese fin. Terminó su bebida, y antes de que la noche avanzara demasiado, decidió regresar a casa.
A la mañana siguiente, los titulares de los periódicos y noticieros locales estallaron con la noticia: "Asesino prófugo encontrado muerto en horas de la madrugada, presunto ataque de animal". Las palabras resonaban en todas partes, y las imágenes del lugar del hallazgo inundaban las pantallas de televisión. Aunque la policía no había concluido la causa de muerte, las heridas eran brutales, algo que se asemejaba más a un ataque de bestia que a cualquier otra cosa. Pero mientras la noticia estremecía a muchos, para la familia de la mujer que aquel hombre había asesinado brutalmente, aquello era un alivio. La justicia, aunque fuera de una manera salvaje, parecía haber llegado.
Nicolás dejó el periódico sobre la mesa de su oficina, su expresión imperturbable mientras repasaba las noticias que se extendían sobre el escritorio. Maximiliano, sentado frente a él, también había estado siguiendo las actualizaciones del caso. Tras un largo silencio, fue el primero en hablar.
—La muerte de ese hombre fue salvaje —comentó Maximiliano, con la mirada fija en el periódico.
Nicolás asintió, acomodándose en su silla de cuero.
—Sí, pero no diría que no se lo merecía. Él mismo asesinó a su esposa de manera brutal. Creo que su muerte es un castigo justo.
Maximiliano apoyó las palabras de Nicolás con un gesto de la cabeza, una sombra de satisfacción cruzando por su rostro.
—Tienes razón. Ojalá todos nuestros enemigos tuvieran un final similar. Estoy harto de lidiar con la familia Quintana, especialmente con el señor Quintana. Ha sido un dolor de cabeza constante.
Nicolás se levantó, caminando hacia el ventanal que ofrecía una vista panorámica de la ciudad. Sus manos se deslizaron por la fría superficie del cristal, observando el bullicio de la urbe.
—Lamentablemente, no es tan fácil. No podemos enfrentarnos a él abiertamente; es alguien con influencias y poder. No podemos permitirnos un conflicto directo —dijo, con una mezcla de frustración y estrategia en su voz.
Maximiliano suspiró mientras seguía a su amigo con la mirada.
—Es uno de los políticos más populares del país. Atacar de frente a alguien así sería suicida. Cuando tienes poder, es difícil que alguien se atreva a enfrentarte abiertamente.
Una sonrisa arrogante curvó los labios de Nicolás mientras giraba ligeramente la cabeza hacia su amigo.
—Por eso, debes ser más inteligente que tu contrincante. Para triunfar, solo necesitas opacar a tu rival y convertirte en alguien superior —afirmó con la confianza de alguien que conoce las sombras del poder.
La conversación se desvió a otros asuntos, ambos sumidos en su trabajo y en las estrategias que tejían para mantenerse un paso adelante en el juego. Un par de horas después, Maximiliano se puso de pie, acomodándose la chaqueta.
—Vamos a tomar algo al bar Delux, necesito despejarme un poco —sugirió.
Nicolás aceptó la invitación sin dudarlo, y ambos se marcharon en el coche de Maximiliano, que tomó el volante mientras hablaban de negocios y asuntos triviales. Durante el trayecto, Maximiliano no pudo evitar recordarle a Nicolás:
—No olvides tu cita en el hotel Furor. Tu madre te ha preparado toda una encerrona con esa chica que quiere que conozcas.
Nicolás soltó un suspiro, entre resignado y divertido.
—Igual no pasará nada. Solo iré, le dejaré en claro que no habrá futuro entre nosotros, y luego desapareceré de la escena.
Llegaron al bar en pocos minutos. Maximiliano aparcó el coche mientras Nicolás se adelantaba para entrar, aunque su paso se ralentizó al ver una figura conocida entre la gente que ya se marchaba. Sus ojos la siguieron, pero la mujer desapareció entre la multitud antes de que pudiera acercarse.
Maximiliano, que había llegado a su lado, lo miró con curiosidad.
—¿Qué pasa? —preguntó.
Nicolás negó con la cabeza, sonriendo de manera vaga.
—Pensé haber visto a alguien, pero no era nada.
Maximiliano no le dio demasiada importancia, concentrándose en pedir un whisky para cada uno en la barra. Mientras le pasaban su bebida, comentó con un tono burlón:
—Si era una chica, me sorprendería. Aunque conociéndote, seguro era alguien del trabajo.
Nicolás sonrió de manera enigmática, tomando un sorbo de su whisky antes de responder:
—Últimamente, parece que las pelinegras locas me persiguen.
Maximiliano alzó una ceja, curioso.
—¿Así? —dijo, invitándole a continuar.
Nicolás se acomodó en el taburete, esbozando una sonrisa irónica.
—Primero fue una, parecía una niñita con una coleta, gafas grandes y vestido holgado. Me hizo gracia verla hablando con un gato, hasta que de repente, le dio una patada y mandó al pobre animal a volar. La verdad, me dejó impresionado.
Maximiliano soltó una carcajada, incrédulo.
—¿Qué carajos? Amigo, esa no era una loca, era una psicópata.
—Tal vez —respondió Nicolás encogiéndose de hombros—, pero las pelinegras están locas. Poco después, me encontré con otra. Esta sí que era toda una niña de papi, convencida de que el mundo le pertenece. Y por su culpa, terminé en la comisaría.
Maximiliano volvió a reírse.
—Estás hecho todo un conquistador, pero de las chicas extrañas.
Ambos continuaron charlando y bebiendo hasta altas horas de la noche, recordando anécdotas y planeando sus próximos movimientos, antes de que Nicolás finalmente se retirara a su penthouse en uno de los edificios más exclusivos de la ciudad.
A la mañana siguiente, cumplió con la promesa que le había hecho a su madre de ir a desayunar a la mansión. La nana Mila lo recibió con una sonrisa cálida, informándole que sus padres y su hermano estaban por bajar. Al poco rato, se encontró frente a frente con su madre, siempre cariñosa y dulce, y su padre, un hombre de semblante frío y distante que no mostraba muchos signos de afecto.
Javier, su hermano menor, bajó poco después, uniéndose a la mesa del comedor donde la familia disfrutó de un desayuno tranquilo, discutiendo asuntos triviales. Cuando la comida terminó, los dos hermanos se dirigieron a la entrada de la mansión.
—¿Hoy tienes clases en la universidad? —preguntó Nicolás mientras encendía un cigarrillo.
—Sí, tengo algunas cosas que hacer —respondió Javier, sin mucho interés en la charla.
Nicolás lo miró con seriedad.
—Espero que ya hayas dejado esas amistades y, sobre todo, a Cassandra. Hemos tenido problemas en la empresa, y no dudo que sean por parte de los Quintana. Ya sabes que odio cuando alguien trata de sabotearnos de manera sucia. Ese hombre no es de fiar, he escuchado que tiene nexos con la mafia. Ten cuidado.
Javier mantuvo la mirada fría que había heredado de su padre, asintiendo con seguridad.
—Tendré cuidado. Nunca he tenido una conversación importante con Cassandra, solo es una chica que habla de ella misma. La verdad, es bastante aburrida.
Nicolás sonrió, golpeando suavemente el hombro de su hermano.
—Sé que harás lo correcto. —Y antes de alejarse, le lanzó una última broma—. Por cierto, consigue una novia pronto o mamá no te dejará en paz.
Javier soltó una risa suave, negando con la cabeza ante las palabras de su hermano mayor. A pesar de sus diferencias, el vínculo entre ellos era fuerte, aunque la sombra del padre y su frialdad siempre estuvieran presentes en cada rincón de la mansión.