Simoné es una chica de 25 años que lucha por obtener siempre lo que le gusta. Nada la detendrá por lograr sus objetivos, aunque tenga que luchar con su propia... ¡madre!
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En un bar
Vengo a verte, ¿por qué te parece tan extraño?
Charly, la última vez que nos vimos te dije que ya no quería saber nada más de ti. ¿Por qué insistes?
Simoné, ¿por qué no quieres saber de mí?, si yo te amo, dame una oportunidad de demostrártelo.
Charly, ¿no te has visto un espejo?, ¿quién va a querer andar contigo, si eres insoportable y soso?, por un momento Simoné sacó a relucir su mala educación.
Yo pensé que habías cambiado, pero veo que sigues siendo la misma pedante de siempre. Pero sabe una cosa, jamás te voy a volver a rogar y cuando estés apretada y sola ni siquiera me busques porque no pienso hacerte caso.
¿Acaso crees que yo te voy a ir a buscar?, estás equivocado. Yo ya tengo un prospecto y estoy segura que me va a hacer caso en cuanto yo le haga ojitos.
Pues, suerte con tu conquista. Espero que logres tu objetivo, mírame bien, porque esta es la última vez que me ves.
Bueno, no creo que se pierda gran cosa, con un mediocre como tú cualquiera desearía no conocerte jamás.
Charly regresó a su trabajo, estaba seguro de que tarde o temprano Simoné lo buscaría, y era ahí donde él aprovecharía para vengarse.
Nancy lo vio todo apagado... ¿Qué te pasa Charly, por qué tan decaído?
No es nada, simplemente, me siento un poco cansado.
Ya sé cuál es tu cansancio, de seguro fuiste a ver a Simoné y te mandó a la goma, ¿verdad?
Ay, Nancy, ¿qué comes qué adivinas? ¿Por qué siempre te metes en lo que no te importa?
Perdón, solo quería alivianarte.
René vio a Nancy platicar con Charly y le llamó a su oficina.
Nancy, ven a mi oficina, por favor.
Ándale, te habla tu jefe. Ojalá y te regañe.
No creo, yo soy la gerente general y puedo hacer todo lo que yo quiera.
Sí, pero por más gerente que seas siempre va a haber una persona arriba de ti.
¿Qué necesitas, René?
¿Qué tanto pláticas con Charly?
¿Acaso estás celoso?, le dijo Nancy con una sonrisa burlona.
Por supuesto que no, pero te recuerdo que son horas de trabajo y tú deber es atender a la gente.
Disculpa, enseguida voy para allá.
El día se le hizo muy largo y tedioso a Nancy, que ya estaba harta de tanta gente que iba a quejarse con ella.
¿Acaso soy el departamento de quejas?, qué fastidio, pensó...
Cuando ya era la hora de cerrar René le habló a Nancy de nuevo.
Nancy, esta noche iremos a cenar a un restaurante muy exclusivo, por favor, arréglate lo mejor que puedas.
Está bien, dijo ella con una sonrisa.
Ya en su casa, Nancy se esmeró en su arreglo personal, parecía una verdadera diosa, pero al lado de Simoné era una insignificante criatura.
Como cosa del destino, Teresa e Iván también fueron al mismo restaurante exclusivo.
Al verla, Nancy la reconoció enseguida por una foto que tenía Simoné en su escritorio.
Permíteme un momento René, voy a saludar a esa señora que está allá.
Ok, pero no te tardes, por favor.
Hola, señora, ¿se acuerda de mí?, soy Nancy, Simoné y yo éramos compañeras en el trabajo.
Ahora recuerdo que Simoné me platicó de ti, ¿gustas sentarte con nosotros?
No vengo sola.
Trae a tu pareja y comemos los cuatro.
Rato después, René y Nancy se sentaban a la mesa con Iván y Teresa.
Él es mi prometido, lo presentó Teresa.
Él es mi novio, dijo Nancy.
Después de las presentaciones, pidieron a un mesero que les llevara la carta.
Los cuatro personajes tenían una charla amena.
Ahora que estuviste con nosotros veo que no eras tan mala como mi hija me decía, Teresa le dijo a Nancy.
Ella no me quiere porque piensa que yo le robé la atención de René, y por ende su puesto en la empresa.
Eso es ridículo, Simoné es muy buena en lo que hace.
Lo sé, pero hay algo malo en ella, es muy insegura, y cree que todos están en su contra, dijo Nancy, tratando de sembrarle la duda a Teresa.
Creo que tienes razón, pero ella en el fondo es muy noble.
Bueno, si usted lo dice.
Nancy, ¿tienes algo en contra de mi hija?
Claro que no, señora.
Cambiemos de tema, ¿quieren?, René trató de desviar la plática a otra cosa.
La comida seguía entre pláticas y risas. Al parecer, todos se habían caído muy bien.
Simoné, al ver que su madre se tardaba mucho en regresar, decidió llamarla.
Mamá, ¿dónde estás?
Hola, hija. Estoy en un restaurante comiendo, ¿por qué?
¿Con quién estás?, se oye mucho barullo, mamá.
Con Iván y otras personas, no tengo horario para llegar a casa, no me esperes despierta.
Simoné colgó el teléfono de muy mala manera.
"Mi madre dándose la gran vida y yo acá esperando por ella, no le importa que esté aquí aburrida sin poder ir a ningún lado".
Simoné decidió arreglarse y salir a la calle.
Fue a un bar un poco alejado de su casa.
En cuanto entró, uno de los hombres que estaban ahí se le acercó.
¿Gustas un trago, preciosa? Yo te lo invito.
Déjeme en paz, dijo Simoné, que no estaba para borrachos.
Varios hombres que estaban en ese bar le chiflaron a Simoné en cuanto se sentó en una de las mesas vacías.
Un hombre muy atractivo se le acercó a Simoné.
¿Buscas compañía, preciosa?, soy muy bueno atendiendo a la gente.
Simoné escaneó al hombre de arriba a abajo.
Alto con un cuerpo atlético, vestido de la cintura para abajo, con el torso desnudo.
¿Te gusta lo que ves, quieres que me siente contigo?
Simoné le hizo una mueca sin importancia dándole a entender que se sentara.
¿Acostumbras a atender a la gente así?, preguntó Simoné con curiosidad.
Solo a las damas hermosas como tú.
Una gran sonrisa brotó del rostro de Simoné, enseñando unos dientes blancos como perlas.
Bueno, al menos ya te saqué una sonrisa.
Luego hizo una seña al barman para que le trajera unas bebidas.
Simoné aceptó de buena gana las bebidas que le dio el hombre.
Rato después ya estaba muy bebida.
Y me puedes decir, ¿que hace una mujer tan guapa, sola, bebiendo en un bar de mala muerte?, preguntó el hombre. ¿No me digas que tienes mal de amores?
¿Acaso eres psicólogo?, le preguntó a su vez, Simoné.
No, pero sé tratar a las mujeres que sufren como tú.
¿Cómo sabes que sufro?
No lo sé, pero me lo has confirmado. Eres muy bella como para estar sufriendo por amores, cualquier hombre estaría gustoso de andar contigo.
Tal vez, pero el que yo quiero está enamorado de otra persona.
¿Ah, sí?, ¿y me puedes decir de qué persona?
Prefiero no hablar de eso, es muy doloroso para mí, dijo Simoné, que ya estaba al borde de las lágrimas.
No te preocupes, chiquilla, nadie se muere de amor.
Solo yo, ¿verdad?
Simoné y el hombre siguieron tomando hasta que ambos estaban casi perdidos. Él la ayudó a levantarse, y la llevó a uno de los cuartos del fondo.