Bajo La Máscara Del Placer

Esa noche, el miedo y la adrenalina se fusionaron en una sensación casi paralizante. Mientras Jihoon conducía de regreso a la ciudad, Valeria intentaba procesar lo que acababan de descubrir: no solo habían encontrado a Alexander Gromov, sino que ahora sabían que el Círculo estaba un paso adelante, vigilándolos de cerca. Sin embargo, un pensamiento constante la atormentaba más que cualquier otra cosa: la salud de su madre. Las últimas semanas habían estado marcadas por visitas al hospital y murmullos preocupados. Sabía que algo andaba mal, pero su madre había insistido en que todo estaba bien, en que no había razón para preocuparse.

De regreso en su refugio, Valeria comenzó a trazar un plan en su mente, pero las imágenes de su madre en la cama de hospital la distraían. El miedo la consumía, no solo por la inminente amenaza del Círculo, sino por la posibilidad de perder a la única persona que siempre había estado a su lado.

—Tenemos que encontrar pruebas irrefutables que conecten a Gromov con el Círculo —dijo Valeria, intentando que su voz sonara decidida, aunque por dentro sentía cómo el miedo amenazaba con consumirla—. Algo que no pueda ser ignorado ni desmentido.

Jihoon la miró, asintiendo, pero su mirada se tornó seria. —Si seguimos su rastro financiero, tal vez podamos atar los cabos. Pero ahora, sabiendo que nos están observando, tenemos que ser extremadamente cuidadosos. Necesitamos borrar todo rastro de nuestras acciones.

Valeria sintió un nudo en el estómago al pensar en la vigilancia que tenían sobre ellos. Su madre había estado en el hospital, luchando contra una enfermedad que nunca le había revelado. La última vez que la vio, su madre había intentado sonreír, pero el brillo en sus ojos había desaparecido. Esa noche, Valeria no podía evitar pensar que podría ser la última vez que la vería.

La mañana siguiente, la llamada que recibió Valeria cambió todo. La voz temblorosa de su padre resonó a través del teléfono, rompiendo el frágil hilo de su esperanza. Su madre había sufrido un colapso y no habían podido reanimarla. La enfermedad que había estado ocultando se había llevado su vida en un instante. Valeria sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor.

En el hospital, la imagen de su madre, ahora inerte en la cama, la golpeó como una ola fría. Las lágrimas brotaron de sus ojos mientras se acercaba, sintiendo que cada paso era más pesado que el anterior. A su alrededor, la vida continuaba, pero en su mundo, todo se detuvo. Su madre, la mujer que le había enseñado a luchar, a ser fuerte y a nunca rendirse, ya no estaba. El vacío que dejó era insoportable.

A la mañana siguiente, el dolor se tornó en una lucha pragmática. El funeral tuvo que ser organizado, y Valeria se sintió atrapada entre su propio duelo y la responsabilidad que conllevaba la muerte de su madre. Su padre, quebrantado, no podía enfrentarse a la realidad, y ella sabía que debía tomar las riendas. El juez Suárez se ofreció a ayudar, a coordinar todo lo necesario, pero Valeria sabía que debía ser ella quien se encargara de los detalles. Tenía que mantener la compostura para su padre y para el niño que ahora dependía de ella.

El día del funeral, el ambiente era sombrío y cargado de una tristeza abrumadora. La iglesia estaba decorada con flores blancas, el aroma del lirio impregnaba el aire, y el sonido de las sollozos resonaba entre los presentes. Valeria se mantuvo al lado de su padre, sintiendo cómo su corazón se rompía en pedazos. En un rincón, el niño jugaba con su juguete, ajeno a la gravedad de la situación, lo que hacía que el dolor de Valeria fuera aún más intenso.

Cuando llegó el momento de hablar, Valeria se sintió perdida, pero las palabras fluyeron de su corazón. Habló de la fortaleza de su madre, de su amor incondicional y de cómo había dedicado su vida a proteger a su familia. Mientras lo hacía, sus pensamientos se entrelazaban con la promesa de luchar por lo que su madre había querido. Esta pérdida, aunque desgarradora, se convertiría en su motor para seguir adelante.

Tras la ceremonia, la conversación sobre quién se quedaría con el niño se tornó inevitable. Su padre, aún en estado de shock, no podía tomar decisiones. Valeria se reunió con el juez Suárez y Daniel para discutir el futuro. En una habitación pequeña, se sentaron a evaluar las opciones.

—Es un momento difícil, pero debemos considerar lo mejor para él —dijo el juez Suárez, con la mirada grave—. Valeria, ¿estás preparada para asumir esa responsabilidad?

Valeria miró a Daniel, quien había estado a su lado en todo momento, y luego a su padre, cuya tristeza la hería. —No puedo dejarlo solo. Prometí que lo protegería, como mi madre siempre lo hizo. No puedo fallarle ahora.

El juez asintió. —Entonces haremos lo necesario para que el niño esté a salvo. No será fácil, pero juntos podremos enfrentar lo que venga.

Mientras Valeria salía de la reunión, un nuevo peso se instalaba sobre sus hombros. La pérdida de su madre había dejado un vacío que nunca podría llenar, pero también había encendido en ella una chispa de determinación. La lucha contra el Círculo y la protección de su familia ahora eran más urgentes que nunca. Tenía que ser fuerte no solo por ella, sino por el niño que ahora dependía de su amor y de su valentía.

El funeral fue un adiós desgarrador, pero también un nuevo comienzo. La vida seguiría, y Valeria estaba decidida a honrar la memoria de su madre luchando por lo que creían. Sin embargo, sabía que el camino no sería fácil, pero con cada paso que daba, sentía que su madre siempre estaría con ella, guiándola en cada decisión que tomara.