Elizabeth Handford vive en la casa del frente, es una mujer amable, elegante, pero sobre todo muy hermosa.
La señora Handford ha estado casada dos veces, pero sus dos esposos ahora están muertos.
Sé que oculta algo, y tengo que descubrir qué es, especialmente ahora que está a punto de casarse de nuevo.
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14: Sueño de doble filo
Pasados un par de días desde la boda de la señora Handford, la pareja de recién casados emprendió su viaje de luna de miel a un destino desconocido para mí, pues desde entonces no he tenido contacto con ninguno de los dos. Ha pasado una semana, y la casa de Elizabeth Handford sigue estando deshabitada. La curiosidad crea en mi cabeza pensamientos peligrosos cada día desde su ausencia, provocando que quiera entrar a ese lugar y echar un vistazo, buscando posibles pistas o evidencias. Aún así, hay algo que me lo impide, además de mi poco buen juicio, y es la persona que podría seguir allí, dentro del sótano.
La señora Handford partió a su luna de miel hace una semana, y he visto varias veces cómo las luces de su hogar se encienden por varios minutos. Es posible que se trate de una empleada doméstica, contratada para limpiar la casa regularmente, pero sé perfectamente que no es así. Sé que la persona dentro de la casa es la misma que vi en el sótano aquel día, y es una tortura pensar que no puedo ir allí y confrontarla. No puedo hacer ningún movimiento impulsivo, pues terminaría poniendo en riesgo mi vida, sabiendo ahora a lo que me estoy enfrentando.
Esta noche, Henry ha venido a visitarme para contarme los últimos detalles de nuestra investigación. Sentados en un sofá en la sala de mi casa, con las persianas de la ventana abiertas para observar la casa de la señora Handford, Henry comienza a narrar los últimos acontecimientos.
–Logré entrar a la computadora de mi papá –dice mientras enciende la pantalla de su celular, extendiendo el aparato hacia mí para que vea una serie de fotografías–. Intenté investigar sobre Joe Perlman, o sobre su adolescencia y la escuela donde se graduó. No hay mucha información sobre él. Proviene de una familia con mucho dinero, es dueño de una gran empresa, y lo más importante… No tiene ninguna relación con la escuela donde estudiaron los anteriores esposos de la señora Handford. Él jamás estudió ahí.
–¿Entonces por qué lo eligió? –cuestiono mientras observo las fotos tomadas a la computadora del oficial Cowan, corroborando la información de Henry–. Todos sus esposos estudiaron ahí. Todos eran sus compañeros de clase. ¿Por qué Joe sería la excepción?
–Tal vez terminó con su lista… Tal vez todo inició como una venganza contra sus compañeros de clase. Ahora que los cuatro están muertos, decidió elegir un hombre al azar para continuar sus planes. Quizá no quiere dejar el estilo de vida que lleva desde los últimos años… Quiere seguir asesinando hombres adinerados.
–O tal vez lo ama –susurro con cierto tono de decepción–. Tal vez se ha enamorado de él realmente.
–Claro, y por eso mató a su hija.
–¿Ahora sí estás seguro?
Henry sujeta su celular y se dirige a otro grupo de fotos.
–La hija de Joe Perlman nunca tuvo ningún problema de drogas en el pasado. Era una buena chica, la mejor estudiante de su escuela. Nunca salía de casa, tenía pocos amigos, pero nada extraño. Un mes antes de su muerte fue al médico por fuertes migrañas, le hicieron estudios. No hay nada en su organismo que demuestre que consumía algún tipo de droga.
–¿Y por qué la policía supuso eso?
–Por el mismo motivo por el que decidieron suponerlo sobre los esposos de la señora Handford, o sobre la familia de cada uno de ellos. No habían pruebas suficientes para demostrar que se tratara de algo más. Encontraron el cadáver de esa chica, con signos de sobredosis y un frasco de pastillas vacío bajo su cama. No profundizaron más.
–¿Descubriste alguna otra cosa? –pregunto mientras le regreso su teléfono. Él asiente, con cierto miedo en su expresión.
–Encontré a la hermana de su último esposo. Bueno… Información sobre ella.
–¿Y…? ¿Algo importante?
–Lleva meses desaparecida, Grace. Su mejor amiga denunció su desaparición hace un tiempo, y nadie tiene rastro de ella. No tenía esposo o hijos. Su única familia era su hermano, que ahora está muerto.
–Fue a casa de Liz a confrontarla por la muerte de su hermano… Y ella la asesinó. Lo que vi fue real. No fue una maldita alucinación. La señora Handford asesinó a esa mujer en su jardín, y yo la vi.
La impresión me obliga a levantarme del sofá y comenzar a caminar en círculos, constipada, mientras analizo toda la información que Henry ha traído con él. Mis sospechas sobre la señora Handford eran ciertas, cada una de ellas. La información no miente, pero al mismo tiempo no es evidencia suficiente para hacer que vaya a la cárcel y alejarla de Joe. Necesito más. Necesito algo contundente que demuestre el monstruo que en realidad es.
–¿Qué hacemos ahora? –pregunta Henry desde su lugar. Mi mirada se dirige a la ventana, desde donde puedo observar el auto que él ha usado para venir a mi casa. El mismo auto en el que fuimos a la fiesta de la señora Handford.
–¿Crees que puedas dormir aquí esta noche?
–¿Por qué?
–Quiero que vayamos mañana a primera hora a Toronto.
–¿Qué? ¿Por qué?
–Iremos a la escuela Norwood Crest.
–¿Qué esperas encontrar ahí?
–Necesitamos un documento físico que demuestre la conexión entre todas sus víctimas, y también necesitamos información sobre ella. Debe haber alguien en esa escuela que la haya conocido. Algún maestro o director. También podríamos averiguar si realmente Joe no tiene nada que ver con ese lugar. Esa escuela es el maldito origen de todo. Si la policía no nos cree, le daremos la evidencia a Joe para que se aleje de ella antes de que sea demasiado tarde. Esa escuela es el sitio perfecto para revelar la verdad.
–Y está a tres horas de aquí.
–Pagaré el combustible.
–No traje ropa.
–Te prestaré un pijama. Son un poco femeninos pero no importa, así podrás usar la misma ropa mañana. ¿Es un trato?
A pesar de no querer aceptar, Henry asiente con expresión de derrota, mientras mi rostro es iluminado por una sonrisa de triunfo.
...***...
Si hay algo que odio de esta ciudad, es el insoportable frío que hace en las noches. Incluso con varias prendas de ropa y sábanas encima, todo mi cuerpo tiembla bajo la baja temperatura que se adueña de toda mi casa. Mis ojos se abren en plena madrugada, pero a causa de la oscuridad no logro ver mucho de mi alrededor, por lo que me limito a cambiar mi posición sobre la cama para dormir más cómodamente. Estiro mi brazo derecho sobre el colchón, y es entonces cuando siento cierta humedad en un área específica. Pongo mis dos manos sobre el lugar, sintiendo un poco más e intentando comprender a qué se debe. A pesar de que me siento bastante cansada, comienzo a incorporarme sobre la cama.
Estiro mi mano hacia la mesita de madera que se encuentra a mi lado y sobre la cual pongo mi celular cada noche. Enciendo la pantalla y dirijo la luz hacia el colchón, viendo finalmente qué es aquel líquido que ha empapado mis sábanas. Mi cuerpo se queda petrificado al ver un intenso color rojo que cubre mi cama, y que también se encuentra en la piel de mis brazos. Aquella sustancia no es muy abundante, pero el simple hecho de verla me provoca una parálisis por completo. Intento moverme lentamente hacia la orilla de la cama, y es entonces cuando mi mano libre toca un objeto metálico que me da un pinchazo en uno de los dedos. Al iluminar el lugar, me doy cuenta de que se trata de uno de los afilados cuchillos de mi cocina, posicionado junto a mí sobre el colchón. Es entonces cuando comienzo a pensar que toda esa sangre es mía, y que me he herido accidentalmente con el cuchillo mientras dormía. Me levanto a toda prisa de la cama y corro hacia el interruptor de la luz, logrando que mi habitación esté iluminada. Comienzo a levantar mi pijama frenéticamente, revisando cada parte de mi cuerpo para buscar la fuente de aquella sangre, pero no encuentro nada. No tengo ninguna herida.
Cuando el pánico comienza a disminuir, una pregunta surge en mi cabeza. ¿Cómo llegó ese cuchillo a mi cama? La única explicación razonable es que haya tenido otro episodio de sonambulismo, y si esa sangre no me pertenece a mí, entonces…
Mis pensamientos son interrumpidos cuando escucho quejidos y gemidos de dolor afuera de mi cuarto. Abro la puerta y salgo inmediatamente al pasillo, corriendo a través de él para llegar a la habitación que se encuentra a pocos metros; la habitación donde está durmiendo Henry, y de donde provienen aquellos sonidos. Al abrir la puerta de golpe y encender la luz, me encuentro con una escena aterradora. Él se encuentra en el suelo, sobre una abundante cantidad de sangre. Puedo ver que la camisa del pijama que le presté está deshecho en la parte de las mangas, por lo que deduzco que sus heridas se ubican en sus brazos y hombros, casi en el cuello. También alcanzo a ver una herida en su muslo derecho, pero de menor gravedad. Henry, al verme, retrocede completamente espantado. Se arrastra por el piso con dificultad hasta llegar a un rincón, y me mira como si estuviera viendo al mismísimo diablo.
–¿Qué mierda te pasa? –pregunta él con histeria. Sus extremidades tiemblan cada vez que doy un paso para acercarme a él–. ¿Enloqueciste? ¡Yo no te he hecho nada malo!
–Henry, no… No entiendo de qué hablas.
–¡Tú me pediste que me quedara! ¡Tú me pediste dormir aquí!
Sus gritos comienzan a preocuparme, pues los vecinos podrían saber que algo sucede y llamar a la policía. Si el oficial Cowan llega y ve a su hijo en esas condiciones, será el fin de mis días en libertad. Podría ser acusada de intento de homicidio.
–Henry, por favor. Necesito que te calmes –digo mientras camino hacia él y me arrodillo a su lado. Intenta alejarme pero debido a sus heridas no logra moverse mucho. Pongo mis dos manos temblorosas sobre su rostro, intentando demostrarle que no soy un peligro–. Yo no te haría daño, Henry, jamás.
–Me apuñalaste mientras dormía –susurra con la voz entrecortada–. Entraste a la habitación, e intentaste matarme.
–No, Henry… Sabes sobre mi condición. Sabes que a veces despierto en las noches y…
–No –interrumpe con severidad–. Hablaste, Grace. Tenías los ojos abiertos, y me hablaste. Me dijiste que debías sacarme del camino antes de que fuera demasiado tarde.
Sus palabras, una vez más, logran inmovilizarme. Son pocas las personas que alguna vez han presenciado mis episodios de sonambulismo, y ninguna me había visto hacer algo como eso. Mis ojos se llenan de lágrimas, al mismo tiempo que Henry deja salir de su boca más información.
–Dijiste que esto ya había llegado demasiado lejos, y que ya era hora de cortar mi cabeza y la de mi padre.
...***...
Cuando finalmente logré tranquilizar a Henry, le pedí que fuéramos juntos al hospital para tratar sus heridas, pero su reacción exaltada me hizo comprender que no estaba para nada de acuerdo. Me aseguró que si su padre se enteraba de lo sucedido, no sólo iba a meterse en problemas, sino que yo también terminaría envuelta en un asunto legal del que no saldría bien librada.
–¿Qué se supone que hagamos entonces? –le pregunto luego de arrodillarme a su lado acompañada del botiquín de emergencias que guardo en el baño. Utilizo mis escasos conocimientos en primeros auxilios para revisar sus heridas, notando que no se trata de algo profundo, sino de cortes superficiales que se encuentran en algunas partes de su cuerpo. Por suerte, Henry usaba ropa demasiado abrigada sobre el pijama; ropa que le presté luego de que dijera que siempre sentía mucho frío en las noches. Gracias a eso, el cuchillo no había provocado heridas de gravedad.
–No podré ir a casa hasta que esté mejor –murmura, mientras observa cómo deslizo la gasa en mi mano sobre su espalda desnuda, limpiando la sangre y las heridas que aún emanan aquel líquido carmesí. Dejo caer un poco de solución salina, provocando que suelte varios quejidos.
–¿Qué le dirás a tu padre?
–Él no preguntará nada. Él cree que… –desvía la mirada, avergonzado–. Cree que eres mi novia.
Inevitablemente dejo salir una carcajada de burla.
–¿Y cómo llegó a esa conclusión?
–Bueno… Sabe que vengo muchas veces a tu casa, y nunca ha sabido el motivo. Supongo que simplemente lo dedujo.
–Así que le parecerá bien que te quedes aquí.
Luego de limpiar completamente las heridas y detener el sangrado, me dedico a aplicar un poco de antiséptico en las zonas afectadas, para después cubrirlo con un vendaje utilizando los pocos recursos que tengo a mi alcance. Pasados varios minutos de un difícil trabajo de curación, Henry finalmente se levanta del suelo, dirigiéndome una sonrisa.
–Como nuevo –murmura, intentando disimular un gemido de dolor cada vez que realiza algún movimiento brusco.
–Me agrada que te quedes un par de días –digo mientras guardo todas las cosas de regreso en el botiquín–. Pero debo advertirte que no tengo suficientes pijamas.
–Mierda… Olvidé eso. No puedo quedarme aquí si no traje ropa.
–Aún tengo la ropa de mi padre. Algo te servirá.
Camino hacia el baño para dejar allí los elementos utilizados con Henry, y después al basurero para depositar las gasas ensangrentadas. Al regresar a la habitación, me encuentro con Henry limpiando del suelo las pequeñas manchas de sangre que se han quedado adheridas a las baldosas blancas. En su mano derecha sostiene una esponja enjabonada que seguramente ha sacado de la cocina, y mientras limpia veo cómo hace muecas de dolor.
–Acabo de apuñalarte y te pones a limpiar. Yo lo haré más tarde.
–Si esperas mucho tiempo, las manchas serán más difíciles de quitar. Mi padre me lo explicó.
–Espero que también te haya explicado que no es buena idea hacer esfuerzos luego de sobrevivir a un intento de asesinato.
Me acerco rápidamente y lo obligo a ponerse de pie, sujetando sus hombros con suavidad. Él asiente y después se sienta sobre la cama que se encuentra a nuestro lado. Le quito la esponja roja de las manos.
–Tú nunca intentarías matarme –dice con completa seguridad–. Soy tu único amigo, no puedes agotar tus opciones.
–No me tientes.
Me pongo de cuclillas y comienzo a limpiar el desastre, mientras mil preguntas invaden mi cabeza; cosa que ya se me ha hecho costumbre. Henry me observa fijamente, en silencio.
–¿Qué piensas hacer ahora? –pregunta repentinamente.
–¿A qué te refieres?
–Tu sonambulismo, Grace. Es grave, y ahora lo sabes. Si hubieras visto lo que…
–Dime cómo fue –digo mientras continúo limpiando el suelo, sin atreverme a mirarlo a la cara–. Dime qué viste.
–Estaba dormido, vi que la puerta se abrió. La luz que entra por la ventana me permitió ver tu rostro. Te veías… Diferente. Aquella vez cuando caíste del techo, vi tu mirada, y no era la misma. Antes tenías los ojos cerrados, podía ver que estabas dormida, pero esta vez… Estabas consciente, Grace. Estabas despierta y consciente de lo que hacías. Era como si…
–Como si fuera otra persona –susurro, y mi mano derecha deja de remover las pequeñas manchas rojas del piso–. Como si mi maldito sonambulismo hubiese avanzado hasta convertirse en algo más.
–Ya tenías sospechas.
Siento su mano sujetarme con suavidad del hombro, forzándome a mirarlo. Me pongo de pie lentamente, y después me siento a su lado, sin saber cómo confesar lo que he hecho. Es posible que me odie después de esto, e incluso que me lleve a prisión, pero es un secreto que no podré ocultar por mucho tiempo más. Es evidente que ahora soy un peligro, y lo correcto es que alguien más aparte de mí lo sepa.
–Ya tenía una psicóloga que me ayudaba con esto. La doctora Catlett.
–¿Y qué sucedió?
–Está muerta. Cayó desde la ventana de su oficina.
Henry no necesitó una descripción más detallada, pues inmediatamente comprendió a quién me refería. Su padre había atendido el caso de la misteriosa muerte de aquella mujer, que había sido clasificada como una muerte accidental. La expresión en el rostro de mi amigo era de completa incredulidad, pero al mismo tiempo de comprensión.
–Ella tuvo una crisis, Grace. Destruyó su propia oficina y después resbaló por la ventana.
–Desperté un día después de eso con documentos robados de la oficina de la doctora Catlett. Mis documentos, Henry. Todo lo que se relaciona conmigo y mis confesiones sobre la señora Handford. Todo eso estaba en mi cuarto, dentro de sobres manchados de sangre. Yo estuve en su oficina esa noche, y ni siquiera lo recuerdo, porque hay algo mal conmigo, Henry. Creo que, al dormir, otra parte de mí toma el control de mi cuerpo y me hace… Me convierte en algo malo.
–Lo que entiendo es que, la otra tú… Asesinó a tu psicóloga porque la información que tenía te ponía en peligro. Pero… ¿Por qué a mí? ¿Por qué dijiste que querías asesinarme junto a mi padre?
–Tu padre es policía. Supongo que internamente te veo como una amenaza. Tengo miedo, Henry. Tengo miedo de lastimarte, o a cualquier otra persona… Incluso a mí misma.
–Entonces acabemos con esto. Lleguemos al fondo de esta situación para que puedas estar tranquila y no vivir esto nunca más. Destruyamos a la señora Handford y acabemos con tu problema desde la raíz.
–Nuestras evidencias no son suficientes. Necesitamos algo físico que…
–Mañana iremos al Norwood Crest. Buscaremos sin descanso hasta que encontremos a alguien que haya conocido a la señora Handford y sus esposos en esa época. Sólo necesitamos un testimonio, y con las pruebas que hemos reunido… Podremos avisarle a la policía para que inicien una investigación. Vamos a solucionarlo, Grace. Te lo prometo.
Henry pone su mano sobre la mía, y noto en ese preciso momento que la sangre que cubre nuestros brazos ha manchado las sábanas. Levanto lentamente la mirada, encontrándome con esos profundos ojos marrones que me observan detenidamente.
–Gracias –murmuro con voz queda–. Gracias por confiar en mí.
Y tomándome por sorpresa, Henry une sus labios con los míos en un acto tímido y sutil. No pasan ni cinco segundos cuando se separa rápidamente, y después se levanta para caminar hacia la salida, con su rostro completamente rojo.
Rojo por la vergüenza y por la sangre que lo he hecho derramar.