En la ciudad de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una serie de desapariciones misteriosas aterra a la comunidad. A pesar de los esfuerzos de la policía local, las víctimas desaparecen sin dejar rastro. Héctor Ramírez, un detective experimentado, es llamado para investigar. Mientras avanza en su pesquisa, descubre que las desapariciones están conectadas por una serie de pistas inquietantes que parecen ir más allá de lo criminal. Atrapado en un misterio que desafía su comprensión, Héctor se enfrenta a fuerzas que no pueden ser explicadas por la lógica. A medida que el caso avanza, la atmósfera de la ciudad, cargada de historia y superstición, se convierte en un campo de juego para lo sobrenatural.
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18 de Abril 2024
Bitácora del Inspector Héctor Ramírez
La mañana comenzó temprano, con la esperanza de encontrar algo que nos llevara a Ernesto López antes de que fuera demasiado tarde. Aunque la policía había desplegado a más agentes para buscarlo, la ausencia de pistas claras y la falta de cámaras de seguridad en su vecindario complicaban las cosas. La lista, con nombres tachados y otros todavía intactos, seguía gravitando sobre nosotros como una sombra.
Clara estaba tan inquieta como yo. Cada nueva desaparición parecía indicar un patrón más complejo del que éramos capaces de entender. Nos sentamos juntos en la sala de reuniones mientras revisábamos las declaraciones de los testigos, los informes forenses y cualquier detalle menor que hubiéramos pasado por alto. Aurelio, en su rincón, miraba sus notas con una concentración casi hipnótica, como si pudiera ver algo que nosotros no podíamos.
—No puedo evitar sentir que estamos atrapados en una red de señales que no logramos descifrar —comentó Clara, rompiendo el pesado silencio que se había apoderado de la habitación.
Aurelio levantó la vista de sus papeles, su expresión seria. —Eso es precisamente lo que quieren, que no entendamos las señales. Es un juego de manipulación, un ritual diseñado para confundir —respondió, como si estuviera hablando consigo mismo.
Me giré hacia él. —¿Qué quieres decir con “ritual”? ¿Podrías explicarlo con más claridad?
Aurelio miró su cuaderno y luego a nosotros. —Cada uno de estos nombres es una pieza de un rompecabezas que alguien ha ensamblado con propósito. El símbolo encontrado en la escena de Mariana, las marcas en los cuerpos… todo está relacionado. Pero lo más inquietante es la frase “Mox Perveniet” —dijo, señalando una de sus notas con el dedo. —Eso no es simplemente latín. Es una orden, una llamada que exige el sacrificio de alguien.
Clara y yo intercambiamos miradas, desconcertados.
—¿Y qué conexión tiene todo esto con los desaparecidos? —pregunté.
Aurelio suspiró. —La conexión es la desesperación, el miedo, la falta de control. Estos desaparecidos, especialmente los últimos dos, son víctimas de una trampa que se les ha tendido. Quieren que entremos en pánico, que busquemos respuestas en todas las direcciones menos las correctas.
La oficina se llenó de un silencio incómodo. Clara me miró, sus ojos reflejando una mezcla de desánimo y determinación. —Entonces, ¿cuál es el siguiente paso? —preguntó.
Aurelio se reclinó en su silla. —Encontrar a Ernesto es clave. Sin él, el patrón no se completará. Y si el patrón no se completa, no sabremos a quién o qué estamos persiguiendo.
Me dolía admitirlo, pero Aurelio tenía razón. Cada pista nueva nos acercaba más a la verdad, pero también nos alejaba de ella. La situación seguía siendo nebulosa y la desesperación de los familiares de los desaparecidos pesaba sobre nosotros como una losa.
Nos dirigimos de nuevo al barrio donde había desaparecido Ernesto, con la esperanza de obtener algo más. Al llegar, la tensión era palpable. Los vecinos estaban preocupados, y varios se ofrecieron a ayudarnos con lo que sabían. Nos llevaron a la casa de Ernesto, una modesta vivienda de dos pisos en el borde del vecindario. La puerta principal estaba entreabierta, como si alguien hubiera forzado la entrada.
—Vi un coche desconocido frente a su casa anoche —dijo una vecina, que prefería mantenerse en el anonimato. —No lo he visto desde entonces.
Nos dirigimos rápidamente al interior, buscando cualquier rastro de Ernesto. La casa estaba ordenada, pero vacía, como si alguien se hubiera llevado algo muy importante. Clara se puso a revisar los cajones y las habitaciones mientras yo inspeccionaba el patio trasero y el garaje. No había signos de lucha, pero la ausencia de Ernesto era evidente. Su celular y cartera estaban desaparecidos, y la computadora portátil que usaba para trabajar había sido tomada.
Justo cuando empezábamos a rendirnos, Aurelio entró, observando la escena con atención. —Esto no es un simple secuestro. Todo está demasiado organizado —dijo, recorriendo el perímetro con la vista. —Mirad, aquí, una huella… No es reciente, pero es una pista.
Se agachó para examinar la tierra que había en el suelo de cemento. No había sido barrida ni limpiada desde hacía días, y aunque la huella estaba desdibujada, se veía diferente a las marcas normales.
—Esto podría ser importante —dijo Aurelio, señalando la huella. —Es algo que nunca había visto antes.
Clara se acercó para verlo. —¿Qué quieres decir con diferente?
Aurelio la miró y luego levantó una ceja. —Es… extraño. Como si estuviera hecha por una bota muy específica, no de una talla común. Podría ser el calzado de alguien que estuvo aquí, que no pertenece a este vecindario.
Miré a Clara, preocupado. —Entonces, ¿alguien se lo llevó?
Aurelio asintió lentamente. —Sí, pero no sólo eso. Hay algo más… algo que me dice que esto es sólo el comienzo.
La idea me hizo estremecer. Nos quedamos en la casa de Ernesto hasta tarde, esperando cualquier noticia, pero no recibimos nada más. En la noche, volví a la estación, cada vez más convencido de que estábamos atrapados en algo más grande y más siniestro de lo que cualquiera de nosotros imaginaba.
Al día siguiente, la situación no había mejorado. Los medios ya empezaban a llamar a los casos de desaparecidos como “el misterio de los nombres”, alimentando teorías sin fundamento y especulaciones de todo tipo. Clara estaba exhausta, luchando por mantener la cordura mientras seguíamos buscando a Ernesto.
Aurelio nos llamó por teléfono por la tarde. —He estado revisando la lista una vez más. Faltan dos nombres por desaparecer —dijo, su tono grave. —Y la desaparición de Ernesto es un indicio más de que la conexión es real.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Clara, su voz cansada.
Aurelio exhaló profundamente. —Si Ernesto es la última víctima en la lista antes de que “el patrón” se complete, entonces estamos corriendo contra el tiempo. La persona o grupo responsable ya tiene todo lo que necesita. Si encontramos a los otros dos desaparecidos, podemos desbaratar el ritual antes de que sea demasiado tarde.
Me di cuenta de lo que estaba sugiriendo. —Entonces, ¿tenemos que encontrar a estos dos antes de que más desaparezcan?
Aurelio asintió. —Exactamente. Cada minuto cuenta.
Tomé un respiro, sintiendo que el peso de la situación se volvía cada vez más opresivo. Clara y yo nos miramos, ambos pensando lo mismo. —Vamos a tener que acelerar las cosas. Necesitamos más personas en la búsqueda.
En los días siguientes, la policía intensificó la búsqueda. Desplegamos equipos en todas partes, revisando cada pista que llegaba. Aurelio seguía siendo nuestro principal asesor, pero cada vez más se retiraba a un segundo plano, dejando que otros trabajaran mientras él se sumía en sus notas y dibujos.
Una noche, me detuve en su oficina para hablar con él. Estaba tan concentrado que ni siquiera notó que había entrado. Lo encontré mirando las huellas en la casa de Ernesto.
—¿Has encontrado algo? —pregunté, incapaz de ocultar mi desesperación.
Aurelio levantó la vista, su expresión sombría. —Sí, y no me gusta lo que veo. Estas huellas no son de aquí. Alguien las llevó desde fuera, como parte del ritual.
—¿Ritual? —pregunté, sintiéndome atrapado.
Aurelio asintió. —Es como si cada desaparecido fuera un sacrificio, una pieza que completa un rompecabezas. Y ese rompecabezas tiene un propósito que aún no comprendo completamente. Pero…
Hizo una pausa, y su mirada se volvió aún más intensa. —Lo que es claro es que estos desaparecidos están siendo usados como peones en algo mucho más grande. Tal vez no lo veamos ahora, pero cada uno tiene un rol.
Lo miré, confundido y asustado. —¿Y qué podemos hacer al respecto?
Aurelio suspiró. —No lo sé. Pero estamos corriendo contra el reloj. Cada día que pasa, la posibilidad de encontrarlos vivos disminuye. Necesitamos encontrar a los otros dos antes de que sea demasiado tarde.
Clara y yo nos quedamos allí, mirando el cuaderno de Aurelio. Sus dibujos eran extraños, líneas y símbolos que parecían significar algo, pero que no podíamos descifrar. Parecía tener una visión que no podíamos compartir, y eso me angustiaba.
Esa noche, mientras volvía a casa, me pregunté cuántos más tendrían que desaparecer antes de que todo esto acabara. Las desapariciones de Julia, Ernesto y los otros nombres en la lista seguían pesando sobre mí, cada uno una sombra que se arrastraba detrás de nosotros, exigiendo respuestas.
Al día siguiente, Clara y yo nos embarcamos en la búsqueda de los dos nombres restantes en la lista. No podíamos permitir que se sumaran a las víctimas. Cada minuto que pasaba nos acercaba más al precipicio. La sensación de urgencia nos consumía, y Aurelio seguía siendo nuestra única esperanza de entender lo que estaba pasando.
En medio de la desesperación, supe que estábamos atrapados en una batalla contra algo mucho más siniestro que cualquier caso que hubiéramos enfrentado antes. Algo antiguo y oscuro, que se alimentaba de nuestras mentes y temores. La verdad seguía siendo evasiva, escondida entre las sombras y los símbolos en la lista. Y yo, simplemente no sabía cuánto tiempo podríamos seguir así antes de que todo se nos escapara de las manos.