Flor Del Pensamiento

---6 años después---

El frío soplaba por mis mejillas, mientras sostenía una taza de té caliente entre mis manos. Sentada en mi silla favorita, disfrutaba del clima y el paisaje blanco que me rodeaba. Ya se veia el anochecer asomando en el cielo. La tranquilidad del momento era casi irreal, un regalo en este mundo que había conocido tanto caos.

—¡Mamá! –esa dulce y chillona voz rompió mi ensimismamiento–. ¡Mira!

Me señalaba una pequeña figura que había hecho con la nieve. Era un círculo grande, con dos ojos marcados con sus dedos y una sonrisa algo torcida.

— Me gusta, Inha, está precioso –le sonreí suavemente mientras me levantaba para acercarme y admirar su escultura.

— Y mira –le hizo unas cejas en diagonal con sus dedos–. Ahora tiene cara de enojado. Es papá.

Solté una risa suave al escucharla. Siempre encontraba formas de burlarse de su padre.

— ¡Eh! Yo soy mucho más guapo que esa cosa de nieve –dijo Facundo mientras aparecía detrás de nosotras con una sonrisa en su rostro.

— ¡Papi! –gritó Inha corriendo hacia él con los brazos abiertos.

Facundo dejó su mochila y una bolsa en el suelo antes de arrodillarse en la nieve para recibirla. La levantó en el aire y le llenó la cara de besos, provocando sus risas contagiosas.

— ¿Cómo está mi bella princesa hoy? –le preguntó con una sonrisa amplia.

Observé la escena mientras una cálida sensación llenaba mi pecho. Era increíble cómo había cambiado Facundo desde el día en que lo conocí. Antes apenas ofrecía una mueca que podía pasar por sonrisa, y ahora parecía un hombre completamente nuevo, lleno de vida.

— ¿Cielo? ¿Estás bien? –Su voz me sacó de mis pensamientos. Cuando reaccioné, él estaba tocando mi mejilla con una expresión preocupada.

— Sí, sólo pensaba en lo bonito que es todo –le respondí, apoyando mi rostro en su mano.

Se inclinó hacia mí y me dio un beso suave en los labios. El calor de su contacto disipó cualquier rastro de frío en mi cuerpo.

— ¿Cómo te fue con la caza hoy? –pregunté cuando se apartó un poco.

— Bastante bien. Al principio fue complicado porque Mirko estaba nervioso cazando su primera presa, pero poco a poco se fue amoldando

Se giro para recoger la bolsa que había dejado en el suelo. De ella sobresalía una pierna de ciervo.

— Me quedé con esta pierna, y de paso pasé por la casa de Gracia. Me dio algunos vegetales. Hoy haré un estofado, ¿te parece?

Antes de que pudiera responder, una voz nos interrumpió desde el lateral de la casa.

— ¿Estofado? Uf, y de los tuyos… ¿me van a invitar? –Era Mario, que se acercaba con una sonrisa.

— ¡Tío Mario! –gritó Inha mientras corría a abrazarlo.

Desde el día en que salvamos a Mario y a su grupo, nos habíamos integrado completamente en su comunidad. Ahora vivíamos en el mirador de Challhuaco, convertido en un pequeño pueblo lleno de vida. Juntos habíamos construido más casas y levantado muros de troncos para protegernos. A lo largo de los años, rescatamos a más personas en nuestras exploraciones y la comunidad creció. Familias, niños, e incluso mascotas llenaban las calles improvisadas de este refugio que alguna vez fue un lugar inhóspito.

— Mario, siempre eres bienvenido, pero debes traer a Clara contigo —

–le dije, refiriéndome a su pareja.

— Anda enojada conmigo porque no le he estado prestando atención –dijo, suspirando con cansancio. Luego se volvió hacia Facundo con una mirada seria–. Facu, tenemos que hablar de algo. ¿Puedes acompañarme al Troncato?

El Troncato era la cabaña principal del pueblo, donde se realizaban las reuniones y se tomaban decisiones importantes. La expresión de Mario me puso en alerta; algo debía preocuparlo.

— Está bien. Deja que guarde las cosas y voy –respondió Facundo con su habitual tono sereno.

— Descuida, cielo, yo las guardo –le dije mientras me acercaba para tomar la bolsa.

— Gracias, Nadiya –sonrió Mario antes de volverse hacia el Troncato.

— Gracias, cielo –dijo Facundo mientras se inclinaba para besarme–. Cuando vuelva, hago la cena, ¿sí?

Asentí con una sonrisa. Inha tomó mi mano, pero rápidamente me miró con un puchero.

— Pero yo quiero ir con papi –protestó.

— Tienen una reunión importante, mi amor. Volverá rápido. Mientras tanto, ¿me ayudas a guardar las cosas?

— Está bien… –aceptó a regañadientes y agachando la cabeza

Entramos a la casa mientras Facundo se alejaba. Dejé las verduras en la cocina y acomodé la mochila de Facundo en el sofá que él mismo había construido. Inha se encargó de guardar los vegetales en los cajones, con una habilidad que me sorprendía para su corta edad.

Mientras pasábamos el tiempo juntas, no podía evitar que una pequeña inquietud se instalara en mi mente. La expresión de Mario al hablar con Facundo había sido preocupante, y no podía evitar preguntarme si algo andaba mal.

— Mamá, ¿puedo jugar afuera otra vez? –preguntó Inha, interrumpiendo mis pensamientos.

— Claro, pero no vayas muy lejos, ¿de acuerdo? –respondí mientras me inclinaba para besar su frente.

La observé correr hacia la puerta, ansiosa por regresar a su escultura de nieve. Me quedé un momento en la cocina, mirando por la ventana. El sol comenzaba a ocultarse detrás de las montañas, tiñendo el cielo de tonos naranjas y rosados. A pesar de la inquietud que sentía, no pude evitar sonreír al ver a mi hija jugar. Era un recordatorio de lo lejos que habíamos llegado y de todo lo que habíamos construido.

Ojala todo siga asi.