Fui la mujer perfecta
En la oscuridad descubrí el placer, descubrí que mis piernas no eran para cerrar, que mi lengua podía acariciar y herir con el mismo arte.
Aprendí a gemir con rabia y a dominar con las caderas.
Ahora regreso. Con vestidos de seda y piel perfumada, con un cuerpo que aprendí a usar como un arma.
Él cree que vuelvo para cumplir aquella promesa. Cree que aún soy suya.
La mujer perfecta ha muerto. Lo que queda… es una diosa del placer y la venganza.
No viene a buscar amor. Viene a cobrar.
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Lo que parece amor
Los meses pasaron con la delicadeza de un suspiro.
Angeline ya no contaba los días, sino los gestos: una nota escrita a mano por Víctor; una flor que aparecía en su bolso sin explicación; una llamada inesperada solo para oír su voz. Él ya no era tan posesivo como antes, o al menos eso quería creer. Ahora la dejaba salir con su madre, incluso con Mónica. Pero siempre la esperaba después, como quien vigila una joya, no como quien confía en una mujer.
Y ella, lejos de inquietarse, lo agradecía. Lo sentía como un acto de amor.
En casa, todo se acomodaba a ese nuevo orden.
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Con su padre, el silencio era parte de la conversación.
—Así que Jones… —dijo una tarde, mientras limpiaba su pistola con parsimonia—. ¿Es buen muchacho?
—Sí, papá. Es muy atento.
—¿Trabajador?
—Sí, mucho.
—¿Y te escucha?
Angeline dudó.
—Sí, claro… Me protege.
Él asintió. Guardó el arma con cuidado y se acercó.
—Eso es lo importante. Que te proteja. Que sepa que tú eres el corazón, pero él, la cabeza. ¿Me entiendes?
Ella bajó la mirada. Sintió una incomodidad que no supo nombrar.
—Sí, papá.
Él la besó en la frente como quien da una bendición.
—No es que no puedas pensar, hija. Es que no vale la pena discutir con el hombre que va a darte su apellido.
Y se marchó, dejándola sola con una frase que no entendía del todo, pero que resonaba como un eco lejano.
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Con su madre, todo era suavidad.
Una tarde de costura, mientras Angeline probaba su vestido de compromiso, su madre observó su reflejo con ojos críticos pero amorosos.
—Estás hermosa, hija.
—¿Tú crees?
—Claro. Y más lo estarás cuando aprendas a no fruncir el ceño al pensar tanto.
Angeline rió, insegura.
—No estaba pensando nada malo…
—Lo sé. Pero a los hombres no les gusta una mujer con la cabeza llena de dudas. Ya tendrás tiempo para eso cuando estés sola contigo misma. Pero delante de él, cariño, sé como el agua: suave, limpia… y sin forma.
Angeline asintió.
—¿Y si me equivoco?
Su madre le acarició el cabello.
—Entonces pide perdón. Siempre es más fácil amar a una mujer que sabe decir “lo siento” que a una que quiere tener la razón.
Y le sonrió con dulzura, como quien le da una receta para hornear un pastel… no para sobrevivir a un matrimonio.
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Con Víctor Jones, el tiempo parecía detenerse.
Paseaban por librerías antiguas, comían helado aunque hiciera frío, y hablaban de los hijos que tendrían, de los colores de las paredes, de los nombres que pondrían a los perros. Él la escuchaba con atención, le tomaba fotos distraídas y se las enviaba con corazones.
Una noche, mientras caminaban tomados de la mano, él se detuvo de golpe.
—¿Alguna vez te he dicho lo mucho que te necesito?
—Varias veces —respondió ella con una sonrisa.
—No… Pero ahora es distinto. Quiero que sepas que contigo me siento completo. Y eso es raro en mí.
—¿Por qué?
—Porque estoy acostumbrado a controlar todo. A dominar. Pero contigo me nace… cuidar. No sé si eso es amor, o dependencia, pero no me importa.
Angeline se detuvo también.
—¿Y no temes que un día cambie?
—¿Tú? No. Eres como una flor que crece hacia el sol. Yo solo tengo que asegurarme de que nadie te pise.
Ella lo abrazó fuerte. Pensó que si amar era rendirse, entonces estaba dispuesta a caer de rodillas.
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Y así, entre palabras dulces y normas no dichas, Angeline fue cediendo.
Poco a poco, dejó de hacerse preguntas. Su mundo era armónico, casi perfecto. Su vestido estaba casi listo. El apellido “Jones” sonaba como música en su mente nadie la gritaba. Nadie la golpeaba.
Hasta que un día su celular sonó, era su amiga había regresado después de meses fuera del país, Manu era su única amiga, a pesar que a sus padres no le agradaba, Manu era su único secreto, su amistad con ella su único reto de rebeldía, una rebeldía secreta, le dijo a su madre que quería ir a confesarse a la iglesia, hasta le dio permiso y la dejo ir
La tarde caía dorada sobre los ventanales de la pequeña cafetería del centro. El aroma del café recién molido y el murmullo tenue de conversaciones ajenas daban un aire casi íntimo al lugar. Angeline agitaba suavemente su capuchino, mientras buscaba con la mirada a Manu, su amiga argentina, a quien no veía desde hacía meses.
Cuando la vio entrar, con sus gafas de sol enormes, el cabello suelto al viento y ese aire de mujer que ha vivido demasiado para su edad, se levantó de inmediato para abrazarla.
—¡Manu! ¡Al fin! Estás igualita.
—Ay, vos sí que mentís lindo. Estoy hecha percha, boluda, recién bajé del avión y no dormí nada.
Ambas rieron mientras se acomodaban en la mesa junto a la ventana.
—Contame todo, pero primero vos —dijo Manu, señalando con la cabeza el anillo de compromiso que brillaba discretamente en el dedo de Angeline—. ¿Qué onda con eso?
Angeline bajó la mirada, sonriendo como si le diera pena ser feliz.
—Es… perfecto, Manu. Es más de lo que soñé. Víctor es tan atento, tan protector. Me hace sentir segura, amada. Es… como si el mundo dejara de pesar cuando estoy con él.
—Ajá… —dijo Manu, alzando una ceja—. O sea, ¿todo un príncipe azul?
—Sí. Bueno, no es como los demás hombres, ¿sabés? Él tiene muchas responsabilidades. Es el heredero de la familia Jones. Tiene que cuidar su apellido, sus negocios, la imagen de su familia. No puede ser tan relajado como otros.
Manu sorbió su café con fuerza.
—No te lo tomes a mal, boluda, me pone feliz por vos. Solo que no me termina de cerrar el chabón. Tiene esa cara de que si lo mirás de más, te dice “¿qué mirás, guacha?”. Pero bueh, si a vos te hace bien…
—¡Es que no es así! —protestó Angeline, sonrojándose—. Lo que pasa es que lo ves tan serio porque él no pierde el tiempo en tonterías. A veces es un poco intenso, pero… es porque le importo. Nunca nadie me había amado así.
—Y bueno, si vos estás contenta, yo también. Pero cuidate, Angie. A veces el amor te pone una venda en los ojos… y cuando te la sacás, ya estás en una jaula.
Angeline frunció los labios, incómoda, pero luego sonrió para cambiar el tema.
—¿Y vos? Contame todo. ¿Qué pasó con tu famoso viaje por el mundo? ¿Ese chico italiano resultó ser tu media naranja?
Manu soltó una carcajada.
—¡¿Qué chico italiano?! No, nena, eso fue hace mil. Yo me fui con otro. Bueno… “chico” es un decir. Tiene cuarenta.
—¡¿Cuarenta años?! —Angeline casi escupe el sorbo de café—. ¡Manu!
—Ay, no me mires así, che. Para su edad está re bueno, ¿sabés? Es alto, con esos ojos claros tipo lobo siberiano, y tiene unas manos… mamita.
—¿Y cómo se llama? ¿De dónde es?
—Yegor. Ruso. Todo un caballero, aunque un poco… posesivo. Pero me banca todos los caprichos. Literal.
—¿Literal?
Manu sonrió con picardía.
—No es mi novio. Es mi patrocinador.
Angeline abrió los ojos como platos.
—¿Cómo que tu patrocinador?
—Y sí. Me acompaña, me cuida, me paga los vuelos, los hoteles, la ropa. Yo le doy compañía, cariño y algo más cuando pinta. ¿Cuál es el drama?
—Manu, eso suena…
—¿A qué? ¿A que tengo un sugar daddy? Y bueno, ¡qué querés que te diga! Me trata mejor que muchos pibes jóvenes que solo te quieren para una noche y después te clavan el visto. Por lo menos Yegor sabe lo que quiere. Y yo también.
Angeline se quedó en silencio unos segundos, entre confundida y fascinada.
—Es que… yo no podría.
—Y está bien. Vos sos distinta. Yo soy como el fuego, vos sos como la seda. Pero eso sí, nena… no confundas la seda con la soga. Porque a veces, te envuelven tan bonito… que no te das cuenta de que te están atando.
Angeline la miró en silencio, tragando saliva.
—¿Eso lo decís por Víctor?
—No, lo digo por todas. Por nosotras. Porque al final, siempre hay alguien que quiere decidir cómo tenemos que amar. Solo asegúrate de que no seas vos la que lo permite.
Angeline sonrió, algo incómoda. Miró su anillo y, por primera vez en semanas, sintió que brillaba un poco más frío.
Victor a tenido paciencia con Angeline está enamorado realmente o siente culpa por lo que le pasó.
Son muchas interrogantes y ya uno siente ansiedad por saber.
Porque ese suspenso que nos tienen como fue y porque se transformó en Débora y no siguió siendo Angeline.
Que tendrá que ver Victor y su hermana
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