Décimo libro de saga colores.
Después de su tormentoso matrimonio, el Rey Adrian tendrá una nueva prometida, lo que no espera es que la mujer que se le fue impuesta tendrá una apariencia similar a su difunta esposa, un ser que después de la muerte lo sigue torturando. 
¿Podrá el rey superar las heridas y lidiar con su prometida? Descúbrelo en la tan espera historia.
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3. Un acuerdo confuso
...FREYA:...
El rey estaba loco, parecía un desquiciado.
Mi pánico estaba latente mientras los guardias nos llevaban a otro salón y nos pedían esperar allí.
Me senté en uno de los sillones, temblando.
Florence se mantuvo pegada a mí.
— ¿Qué fue eso? — Jadeó, observando hacia el umbral — Te casarás con un hombre malo y loco.
— Tengo miedo — Susurré, recordando como ese hombre se había lanzado casi sobre mí mientras me insultaba, en su mirada había una furia ardiente, su cuerpo mostraba un odio descontrolado.
— No te preocupes, no voy apartarme de ti — Tocó mi cabeza.
Temblé más fuerte.
Si ese hombre era así de agresivo, yo viviría un infierno, en este reino extraño nadie podría auxiliarme.
Mi hermano Oraham siempre fue despiadado, nos asustaba con lanzarnos fuera de la muralla, nos llevaba al calabozo como castigo para ver al salvaje que estaba encadenado allí y lo molestaba, se ponía tan agresivo que luchaba con las cadenas.
Él siempre disfrutó de ser malvado, me criticaba por cobarde y débil.
Empecé a temblar más fuerte.
Si ese rey era malvado, entonces yo estaría a merced del peligro.
— No quiero casarme con un rey así.
Mi hermana me observó compasiva, no tenía palabras de aliento para mí.
— Es un lunático.
— Pero... Me llamaba Vanessa — Dije, sopesando la situación — La princesa le dijo que esa mujer estaba muerta ¿Quién es Vanessa?
— Es lo de menos, si se puso así es porque está desquiciado.
— Tal vez solo me confundió.
— ¿Con una muerta? — Resopló — Solo los locos creen que los muertos vuelven a la vida.
— ¿Y ese hombre qué le acompañaba? ¿Quién será? Me parece familiar.
— Tiene rasgos pálidos — Concordó — Pero, no tenía acento, tal vez es solo una casualidad... Desde que pisamos éste reino, he visto personas de todo tipo de piel, aquí en Floris no hay una sola raza.
— Es cierto — Jadeé.
Unas doncellas entraron, venían acompañadas con guardias.
— El rey a ordenado que las llevemos a sus aposentos.
Ambas nos tensamos.
— Debe haber una confusión, el rey no nos quiere aquí — Gruñó Florence, mucho más valiente que yo al hablar.
— Acaba de ordenarlo, las demás sirvientas ya trasladaron sus pertenencias.
Mi hermana iba a objetar.
— Está bien, vamos, Florence — Me levanté del sillón.
Las sirvientas nos condujeron por el castillo.
Subimos unas escaleras amplias, luego nos desviamos por un pasillo y atravesamos las escaleras en espiral de una de las torres.
Al llegar a otro piso, las sirvientas se detuvieron y abrieron dos de las puertas.
— Sus habitaciones quedan una al lado de la otra, cualquier cosa que deseen, tiren de la cuerda que está colgando en la pared junto a la cama, estaremos a su disposición — Dijo la doncella y agradecí.
— Yo me encargaré de ayudarle a Freya en lo que necesite — Gruñó Florence, desconfiada.
— Por supuesto, en cuanto conozca este castillo de pies a cabeza, puede hacerlo, mientras, nosotras nos haremos cargo.
— Soy yo quien la vestirá y peinará.
Puse los ojos en blanco.
— Como guste.
Ambas doncellas se marcharon.
Los guardias se quedaron en el pasillo.
Decidí entrar a la habitación.
Encontré una alcoba hermosa, con una cama enorme que tenía dosel y cortinas color vino, también tenía un espacio para el té y el suelo estaba recubierto con alfombras, había una chimenea con ornamentos dorados.
También había un baño en una de las puertas.
El armario ya tenía mis pertenencias organizadas.
Me sorprendió la eficiencia.
En mi hogar no había sirvientes, a duras penas guardias, no vivía en un castillo si no en una torre descuidada, tenía que hacer las cosas por mi misma y tampoco tenía comodidades.
La comida era escasa y poco abundante.
Mi padre siempre nos contaba de la riqueza de los demás reinos y nunca lo creí posible, siempre pensé que era un mundo irreal.
La puerta se abrió.
Florence entró.
— Me sorprende que nos dieran nuestras propias habitaciones, pensé que íbamos a compartir cama.
— No podemos compartir habitación, no si me caso — Dije, sentándome al borde de la cama, me sorprendí por la comodidad.
— Espero que esto sea un acto de disculpa por lo mal que nos trató — Dijo Florence, cruzando sus brazos — Mucho lujo, mucha apariencia, pero no nos dan de comer.
— Florence, acabamos de llegar.
— Viajamos veinte meses hasta acá, comiendo almejas.
Observé a todas partes, había una vitrina y me acerqué, abrí una de las botellas y olí.
— Esto huele dulce.
Florence se aproximó y me arrebató la botella, olió y hasta probó.
Empezó a toser — Es una bebida fuerte.
— Oh, debe ser vino ¿Recuerdas la vez que el aliado de mi padre trajo un montón de cosas? Había barriles de esto.
— No lo tomes, te vas a sentir mareada.
Recordaba que mi padre había conseguido comprometerme gracias a ese aliado, aunque no nos contó demasiado, él se reservaba sus asuntos, solo los compartía con Oraham.
— Espera un poco, tal vez nos den comida más tarde.
— Insisto, esto es raro, no creo que seamos bienvenidas.
— Acabamos de llegar, es normal la tensión — Dije, era algo para tranquilizarme a mí misma.
Esperamos mucho tiempo, abrí la ventana del balcón, desde esa torre se podía observar la cuidad.
Florence también salió al balcón, hacía más frío desde esa altura.
— Este reino es grande — Seguía sorprendida.
— Tal vez sea más abundante en cuidades y personas, pero no creo que tan grande como Polemia.
Florence fingía inútilmente que nada le sorprendía.
Observó hacia abajo.
— Oh, mira eso — Dijo y seguí su mirada.
Había un hombre en el patio, cargando nieve con una pala, tenía grilletes en las muñecas, unidos por cadenas, en su tobillo también había una cadena unida a una bola de hierro al final.
— ¿Por qué ese hombre está encadenado? — Me desconcertó.
— Es un esclavo — Dijo Florence — No hay otra explicación ¿Por qué alguien trabajaría encadenado? Está siendo forzado, aquí hay esclavos.
— No, este lugar parece libre.
— Freya, debes ver más allá de las apariencias... Éste lugar no puede ser color de rosas y ese hombre es la prueba de ello.
— Venimos a formar alianzas, no a criticar sus modos, no tenemos derecho a juzgar cuando en Polemia se vive un infierno.
— Pero, es culpa de los salvajes y lo sabes — Protestó, alejándose del balcón — Oraham casi muere lidiando con ello, le dejaron una fea cicatriz y nuestro padre a duras penas puede mantener el reino, todo gracias a que esos salvajes están en nuestra tierra... Pero, este reino no tiene ese problema.
Suspiré pesadamente.
Solo había un hombre encadenado, los sirvientes del palacio andaban sin ataduras, eso definitivamente no podía ser esclavitud.
...****************...
Una sirvienta entró horas más tarde.
— Señoritas, vengan conmigo.
— ¿A dónde? — Exigió Florence.
— El rey la ordenado que asistan al comedor para cenar — Dijo la doña.
— Bien, tengo hambre.
— Florence — Advertí y observé a la sirvienta — ¿Está segura de que el rey quiere cenar con nosotras?
— Así es, lo acaba de ordenar.
Me levanté del sillón y seguimos a la sirvienta.
— No te preocupes, si se vuelve a poner agresivo tomamos un cuchillo de la mesa — Susurró mi hermana contra mi oído.
Le lancé una mirada y ella hizo un gesto con la mano, simulando un puñal.
Negué con la cabeza.
No quería violencia.
Nos dirigimos al comedor.
Al entrar me quedé sorprendida, había una larga mesa cubierta por un mantel blanco, tenía muchas candelabros y flores en jarrones, pero la comida fue lo que me quitó el aliento, muchos platillos inimaginables reposaban allí.
El olor exquisito inundó mi nariz y empecé a salivar.
Mi estómago se quejó, pero debido al eco de mis pasos no se escuchó o eso esperaba.
En la silla del extremo estaba el rey.
Se levantó, me tensé, asustada.
Pareció tensarse también.
Jamás había visto a un hombre de facciones tan hermosas.
El cabello era dorado y liso, rozando su frente, tenía una barba recortada, la mandíbula fuerte, la nariz recta y los ojos de color azul, con pestañas doradas y espesas.
Su rostro tenía marcas de expresión, lo que lo hacía maduro y su piel se veía un poco bronceada.
El cuerpo era esbelto y musculoso, se veía fuerte bajo el traje color azul oscuro.
Florence y yo nos quedamos de pie, haciendo una reverencia torpe.
La expresión de rey seguía siendo severa, sus pupilas se agitaban con furia.
¿Por qué me observaba como si le hubiese hecho algo?
Yo no era esa persona que odiaba.
— Mi nombre es Adrian Michael Rhodes, rey de Floris, primero con el apellido.
— Majestad... Gracias por la invitación... — Me atreví, con voz tartamuda.
— Tomen asiento — Ordenó con tosquedad.
Me senté alejada, Florence se sentó a mi lado.
No tocamos la comida.
— Quiero que me digan ¿Quiénes rayos son? — Exigió y me estremecí ante su tono.
— Majestad, nosotras somos princesas de Polemia — Dijo Florence.
— ¿Cómo se llaman? — Gruñó, apretando sus puños sobre su silla.
— Mi nombre es Freya Vos — Dije y me observó como si quisiera atacarme, pero respiró profundamente.
— Yo soy Florence Vos, venimos por orden de nuestro padre, el rey Barnaby Vos.
— ¿Barbany? — Elevó una ceja — No conozco a ese rey, solo había oído de Polemia un par de veces.
— Nuestro padre nos ordenó venir para cumplir con lo acordado — Dije, con el corazón acelerado del miedo.
Soltó una risa irónica — Le he dicho que no conozco a ese rey y se atreve a mencionar un acuerdo que ni siquiera pasó.
Pensé que el rey estaba al tanto, estaba diciendo la verdad o de plano si estaba desquiciado.
— Majestad, nuestro padre tiene un aliado, él le aseguró que usted estaba al tanto del compromiso y que estaba de acuerdo — Dijo Florence, con expresión desconcertada.
— Claramente, eso no es cierto.
— Pero... El aliviado de mi padre...
— ¿Quién es el aliado de su padre? — Me exigió, con enojo.
Nos quedamos calladas.
Nos evaluó a ambas.
— ¿No lo quieren decir?
— No... No lo sabemos — Tartamudeé.
— ¿No lo saben? — Alzó la voz — ¿Cómo se atreven a mentirme a la cara?
— No es mentira.
— Están en mi reino, debido a que son representantes de otro reino, puedo encerrarlas en un calabozo solo por venir sin autorización — Gruñó, en advertencia.
— No sabemos el nombre del aliado de nuestro padre, él no comparte sus asuntos con nosotras — Se defendió Florence.
— Se atreven a venir a imponer, cuando ni siquiera tienen autorización.
— No estamos aquí sin autorización, usted esperaba a una prometida...
— Esperaba alguien de Hilaria — Gruñó, observandome con dureza — No dos desconocidas de Polemia.
Busqué en el bolsillo de mi abrigo.
— Majestad, aquí tiene una carta sellada, es de mi padre. No tenemos su consentimiento para saber el asunto con detalles, estamos aquí únicamente cumpliendo con lo que nos ordenó.
Parecía desconfiado.
— Deme la carta.
Me levanté y avancé insegura, con cuidado.
Extendí el sobre con una mano temblorosa.
Mi miedo podría interpretarse con nervios y él lo notó en seguida.
Tomó el sobre del otro extremo y me alejé, volviendo a mi asiento mientras observaba el sello y abría el sobre.
Leyó la carta en silencio.
Esperamos pacientemente.
Arrugó la carta después de unos minutos.
Florence soltó un gruñido bajo.
— Maldito seas Archibald — Susurró por lo bajo — Hablen, digan ¿Qué maldito propósito tiene una alianza entre Polemia y Floris?
— Majestad, si desconoce la situación de Polemia con gusto le diré — Dije y desvió sus ojos de mí — Polemia es un reino en decadencia, mi padre solo posee una pequeña parte del reino, estamos refugiados en murallas debido a que las tierras están llenas de tribus salvajes que se alimentan de carne humana.
— ¿Y qué quieren que haga? — Resopló y me irrité.
— Apoyar...
— No voy apoyar a un reino que ni conozco, no puedo fiarme de ustedes, ni de su maldito rey, el acuerdo lo hicieron con el rey de Hilaria, no me prestaré para ésta barbarie.
— Majestad, nosotras no hicimos este viaje por nada.
— Lo lamento, pero fue así...
— Solo es un ser egoísta — Gruñó Florence y él rió.
— Ningun rey aceptaría las demandas de unos desconocidos.
¿Qué era esto? Por lo visto el rey no estaba al tanto del acuerdo.
— Majestad — Dije y me observó — Hay un claro malentendido... Pero, por favor... Acepte...
— Usted no va a venir a pedirme nada ¿Con cuál de las dos pretendían que me casara?
Florence y yo nos observamos, ella ya no parecía querer hablar, se le veía muy enojada.
Solté una larga respiración.
— Conmigo, majestad — Solté, observando hacia él.
Se quedó callado y soltó una risa.
— No voy a entrar en éste juego.
Se levantó y salió del comedor, parecía atormentado.
Los sirvientes entraron y empezaron a servir la comida.
Florence empezó a comer y le advertí con la mirada.
— Ya pasé mucha hambre, Freya, no voy a desaprovechar la oportunidad solo porque el rey se ofendió.
Aunque sonaba egoísta, tenía razón.
Si volvíamos a Polemia, al menos debíamos aprovechar.
Empecé a comer.
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