A los 18 años, Aurora Conti, una joven rebelde, es forzada por su familia a casarse con el enigmático magnate Salvatore Romano, para saldar una deuda millonaria. Tras el rechazo de su hermanastra
Valeria, Aurora es ofrecida como sustituta, manipulada con la vida de su madre enferma. Golpeada por su padre y humillada por Valeria, jura sobrevivir al "Rey de Hielo", un hombre frío y temido cuya reputación oculta su verdadera naturaleza: un mafioso. Atrapada en un matrimonio marcado por la pasión y la obsesión, Aurora desafía a Salvatore mientras descubre los secretos oscuros detrás de su fachada de CEO, luchando por su independencia en un mundo de intriga y peligro.
¿Podrá Aurora mantener su espíritu rebeldefrente al control obsesivo de Salvatore?
¿Es el amor de Salvatore por Aurora una salvación o una trampa mortal?
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CAPÍTULO 23
El comedor está lleno del ruido de los cubiertos chocando contra los platos y las conversaciones entremezcladas. El aroma a filete asado y pan recién horneado envuelve la mesa, donde todos están sentados: Franco, Caterina, Marco, Salvatore, Aurora y el resto de la familia. La cena es un torbellino de risas y comentarios, pero hay una tensión sutil flotando en el aire.
Franco, con un vaso de vino en la mano, se gira hacia Caterina, sentada a su derecha.
—Por cierto, Caterina, ¿cómo estuvo lo de Francia? Cuéntanos algo — dice con tono casual, más por romper el hielo que por interés genuino, mientras parte un pedazo de filete.
Caterina, con una chispa en los ojos, responde— Fue increíble. Los viñedos, las calles de París, la comida… Es como si todo tuviera vida propia.
Franco asiente, sin profundizar mucho, y luego, con un tono más directo, pregunta —¿Y tus padres? ¿Ya saben que estás aquí? Porque llegar así, de sorpresa…—Deja la frase en el aire, como si esperara sacarle algo más.
Caterina suelta una risa corta, jugando con la servilleta. —No, no tienen idea. Quise darles la sorpresa. Si les hubiera dicho, ya estarían organizándome tremenda fiesta de bienvenida. Ya sabes como son. Mejor aparecer de la nada, ¿no?— responde, con un guiño.
Es entonces cuando Marco, sentado frente a ella, se mete en la conversación. Se inclina hacia adelante, con una sonrisa que parece amistosa, pero que tiene un filo calculador.
—Bueno, Cate, dinos la verdad. ¿Esto es una visita rápida o piensas quedarte? Porque, no sé, te veo con muchas ganas de… ¿quedarte por aquí?—Su tono es juguetón, pero sus ojos se desvían un instante hacia Salvatore, que está al otro lado de la mesa. La intención de Marco es clara: no está preguntando solo por curiosidad. Sabe que traer a Caterina a la mesa, justo frente a Salvatore, es como tirar una chispa en un charco de gasolina. Y Marco parece disfrutar avivando esa rivalidad.
Caterina capta la mirada de Marco y, antes de responder, echa un vistazo rápido a Salvatore. Él, como siempre, está en su mundo, cortando su filete con una precisión casi obsesiva. Cada movimiento de su cuchillo es deliberado, cada bocado un ritual. No levanta la vista, no reacciona. Es como si la conversación no existiera para él.
Ella vuelve a mirar a Marco, y con una sonrisa que mezcla confianza y un toque de desafío, dice: —Pienso quedarme un tiempo. Hay… cosas interesantes por aquí.—Su tono es ambiguo, y aunque parece responderle a Marco, sus palabras flotan como si fueran para alguien más.
Marco suelta una risa baja, satisfecho, como si hubiera conseguido justo lo que quería: plantar una semilla de incomodidad. Mientras tanto, Salvatore sigue cortando su filete, imperturbable, pero la tensión en la mesa se siente como un cable a punto de romperse. De pronto, Caterina interrumpe aquella tensión con un tono claro y seguro.
—Por cierto, les traje regalos a todos.— diciendo esto se levanta con elegancia, dejando la servilleta sobre la mesa, y se dirige al salón principal. Luego regresa con una bolsa llena de paquetes cuidadosamente envueltos.
Caterina se acerca primero a Franco, sosteniendo una caja de madera marrón, pulida y sofisticada, que grita exclusividad. —Esto es para usted— dice con una sonrisa confiada. —Puros Cohíba Behike, de los más finos que conseguí en Francia. Espero que lo disfrute.
Franco toma la caja, y abre la tapa mientras suelta un silbido bajo al ver los cigarros perfectamente alineados. —Vaya, Caterina, esto es un lujo. Gracias,— responde, con tono impresionado.
Luego, Caterina se gira hacia Giulia, sacando una caja pequeña de terciopelo azul. —Tía Giulia, este collar es para ti — dice con calidez genuina. —Me contaste que te encantó uno así cuando estuviste en Francia, así que lo busqué para ti. Espero que te guste.
Giulia abre la caja y sus ojos brillan al ver el collar, un diseño delicado con un zafiro rojo que destella bajo la luz. —¡Es exactamente el que quería! Gracias, querida, siempre tan considerada— dice, con gratitud. Caterina le devuelve una sonrisa suave.
— Abuela, esto es para ti —dice dirigiéndose hacia Sofía, con un tono respetuoso. —Marco mencionó que has tenido dolores musculares últimamente. Así que consulté con uno de los mejores médicos de Francia, y me recomendó estas medicinas y ungüentos. Son muy efectivos.
Sofía toma la caja con una mano firme, manteniendo su mirada seria y penetrante. —Aprecio el gesto, Caterina, pero no tenías que hacerlo— responde, cortante. Caterina, imperturbable, insiste.
—Por favor, acéptelo. Lo hice con gusto, el dinero no es problema. —Sofía asiente, pero su expresión sigue rígida, como si el regalo fuera una deuda que no pidió.
Luego, Caterina se dirige a Marco, Michael y Antonio, entregándoles a cada uno una caja roja idéntica. —Para ustedes —dice con un guiño juguetón que roza lo provocador. Los tres abren sus cajas, revelando gemelos de plata con un diseño elegante.
—¡Qué detalle, Cate! —exclama Michael, mientras Antonio asiente con aprobación. Marco, sin embargo, sostiene los suyos con una sonrisa que no llega a sus ojos, su mirada fija en Caterina, como si estuviera descifrando un tablero de ajedrez.
Finalmente, Caterina se detiene frente a Salvatore, que está sentado al otro lado de la mesa, cortando su filete con una precisión casi obsesiva. Sostiene una caja pequeña, envuelta en un lazo negro, y su postura sigue siendo firme, aunque su voz se tiñe de una cautela sutil. —Este es para ti—dice, extendiendo la caja.— No tuve mucho tiempo para elegir algo mucho mejor, pero espero que te guste.
Salvatore levanta la mirada, y sus ojos son un muro de hielo. No la mira a ella, ni al regalo, solo fija la vista en un punto vacío más allá de la mesa.
—No es necesario —dice, con la voz tan fría que corta el aire como un viento ártico. No hay espacio para la cortesía, ni un atisbo de suavidad. Es un rechazo absoluto, desnudo de cualquier emoción.
Caterina, aún sosteniendo la caja, insiste, su tono ahora es más suave, casi suplicante. —Por favor, Salvatore, es solo un detalle. Acéptalo. —insiste, pero él sacude la cabeza, y vuelve su atención a su plato.
—Señorita Rossi, como ya le dije no es necesario. No nesecito sus regalos —responde, seco, cortante, y retoma su comida como si ella no existiera.
El silencio que sigue es pesado. Marco, desde el otro lado, no puede resistir la tentación. —Vamos, Salvatore, no seas tan rudo. Deberías ser un poco más caballeroso, ¿no? No todos los días te traen un regalo —dice, con la voz cargada de una burla afilada, sus ojos brillando con el placer de avivar la rivalidad que siempre ha existido entre ellos.
Salvatore, sin levantar la vista, responde con un tono helado—Si tanto te gusta, Marco, tómala tú. Seguro que tú sí sabes cómo ser un caballero.
Sus palabras son un dardo, y por un instante, los dos se miran, Marco con una sonrisa desafiante, Salvatore con una frialdad que podría congelar el fuego. La tensión es un cable estirado al límite.
Entonces, Aurora, sentada junto a Salvatore, coloca su mano suavemente sobre la de él. Sus dedos, cálidos y delicados, son como un faro en la tormenta. Salvatore baja la mirada hacia esa mano, y algo en él cambia. La dureza de su rostro se desvanece, sus facciones se suavizan, y aunque no dice nada, hay una calma repentina en él, una ternura que parece reservada solo para ella.
Caterina, aún de pie con la caja en las manos, siente un pinchazo en el pecho. Ver a Salvatore transformarse bajo el toque de Aurora, esa suavidad que nunca le ha mostrado a ella, es como un golpe silencioso. Su respiración se entrecorta, y por un instante, su rostro traiciona el dolor: sus labios tiemblan, sus dedos aprietan la caja con demasiada fuerza. Pero Caterina es rápida. Compone su expresión, y fuerza una sonrisa que es más un escudo que una emoción genuina.
—Bueno, quédate con tu filete, entonces.—murmura para ella misma. Su voz es ligera, pero hay un quiebre apenas perceptible.
Con pasos medidos, regresa a su asiento, colocando la caja frente a su plato como si no tuviera importancia. Toma su copa de vino, sus dedos aprietan la copa un poco más de lo necesario, y se une a la conversación de Giulia con una risa que suena casi perfecta. Pero sus ojos, por un instante, se desvían hacia Salvatore y Aurora, cuya mano sigue sobre la de él.
Pronto la cena llegó a su fin. Algunos, como Giulia y Franco, charlaban animadamente , mientras otros, como Salvatore y Aurora, preferían el silencio, sus miradas perdidas en sus propios pensamientos. Caterina, con su sonrisa perfectamente ensayada, intervenía de vez en cuando, pero sus ojos se desviaban hacia Salvatore, que no le devolvía ni un gesto. Cuando el reloj marcó la hora de partir, la familia se despidió con abrazos y promesas de volver a reunirse.
Salvatore y Aurora estaban a punto de subir al auto cuando una voz los detuvo.
—Salvatore…¿podemos hablar un momento?
Era Caterina, parada a unos pasos de ellos.
—Disculpa, pero no será posible. A mi esposa no le gusta que la haga esperar. ¿Verdad cariño? —dijo, con voz cortante pero envuelta en una cortesía gélida. Miró a Aurora con una media sonrisa, atrayéndola hacia él colocando su brazo alrededor de su cintura.
—A-ah, así es. Lo siento, pero ya tenemos que irnos. Si quieres hablar con mi esposo, mejor búscalo en otro momento. Estamos algo ocupados.
Sin esperar respuesta, ambos se giraron, subieron al auto y Alessandro arrancó sin mirar atrás, dejando a Caterina sola bajo el farol, con las palabras atrapadas en la garganta.
Salvatore y Aurora llegaron a la mansión tras un trayecto en silencio, con el motor del auto siendo el único sonido que llenaba el espacio entre ellos. Aurora, con la mirada perdida en la ventana, no preguntó nada sobre Caterina, aunque la tensión de la cena aún flotaba en su mente, y la curiosidad la mataba. Entraron a la casa, subieron las escaleras y se separaron para ducharse, cada uno sumido en sus propios pensamientos. Salvatore, decidido a no dejar que la distancia entre ellos creciera, entró en la habitación de Aurora después de ducharse, vestido solo con unos pantalones que dejaban su torso al descubierto. Aurora, ya en pijama, lo vio entrar y se quedó paralizada, sus ojos abriéndose con sorpresa.
—¿Q-qué haces aquí? —tartamudeó, mirando hacia un lado, con las mejillas encendidas.
— Es obvio, vine a dormir —respondió él, con voz firme, pero con un toque suave, mientras caminaba hacia la cama y se acostaba.
— Tenemos nuestras propias habitaciones, ¿por qué aquí?— insistió ella, aún de pie.
—Somos marido y mujer, Aurora. Es normal que durmamos juntos —dijo él, dando un golpecito al lado de la cama. —¿No piensas venir?
Aurora, con pasos lentos, se acercó y se acostó, manteniendo una distancia cautelosa. Pero Salvatore, con un movimiento fluido, la atrajo hacia su cuerpo, pegándola a él hasta que sus respiraciones se entrelazaron. Ella levantó la mirada, vacilante.
—Esa mujer de antes… Caterina… parecía no caerte bien. ¿Tuvieron algo?...
Salvatore, sin apartar los ojos de los suyos, acarició su cabello con suavidad. —Es alguien sin importancia —respondió, en voz baja.— En el futuro no preguntes más por ella, ¿de acuerdo?
Aurora, sintiendo el calor de su pecho contra su mejilla, asintió en silencio y se acurrucó contra él, dejando que el latido de su corazón la envolviera.
Esto se calentó de buenas a primeras.
Será que ya se consuma el matrimonio?? 🤔🤔