Dany es un adolescente nerd con una vida común. Lo único que desea en esta vida es lo que todo ser humano normal aspira y estima: paz.
Pero pareciera que nunca la tendría con Marcos dando vueltas: despiado, altivo, arrogante...
Porque Marcos era el típico macho de la escuela que jugaba fútbol. Ese tipo de chico que miraba a las personas como Dany como insectos.
No había manera de escapar de lo que se le venía encima o acaso si podría domar a la bestia.
NovelToon tiene autorización de Miguel Antonio Alba La O(bluelight) para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Lo que el río se llevó
El atardecer pinta el agua de un naranja enfermizo, como si el mismo sol tuviera vergüenza de lo que acaba de presenciar. Mis labios aún arden del contacto fallido. Danny sigue inmóvil frente a mí, con las manos temblorosas aferradas a los dobleces de mi camisa, como si no supiera si empujarme o atraerme.
El viento arrastra hojas secas entre nosotros, creando una barrera efímera de cosas muertas. No quiere traspasar los limites de nuestro pacto mudo, que para mí es más que un simple beso.
—¿Qué pasa? —pregunto, y el eco de mi voz rebota contra los árboles como un reproche.
Danny exhala. Un suspiro que lleva meses acumulándose en sus pulmones.
—No sé si esto es real — dice y sus largas pestañas aletean dándole un aspecto infantil.
A lo lejos, un pájaro carpintero martilla un tronco. Toc. Toc. Toc. El sonido me perfora las sienes. No supe que estaba pasando en realidad, pero el rechazo de mis sentimientos se sentía como un cuchillo afilado sobre mi garganta.
—¿Qué parte no es real, López? —mi voz suena como arena áspera—. ¿Que te besé? ¿O que dejaste que lo hiciera? — digo esperando que el diga algo pero el silencio que reina sobre nosotros es más pesado que cualquier palabra.
El río arrastra ramas rotas corriente abajo. Danny observa el agua con una intensidad que debería reservarse para mí.
—No es tan simple— es por ahora lo que me dice y yo quiero reir en un ataque de histeria.
—Claro que no — en vez de eso una risa amarga se me escapa—. Porque si fuera Javi el que te hubiera arrinconado aquí, ya estarías respondiendo.
Sus ojos se oscurecen. El Danny que conozco se encogería. El de ahora arde. Algo que me deja helado en el sitio y para mí pesar lleno de placer.
—¡No compares! —golpea mi pecho con un puño cerrado, pero no se aleja—. Tú me hiciste esto —su mano se abre sobre su propio corazón—. Durante años.
El pájaro carpintero redobla su ritmo. Toc-toc-toc-toc.
Mis cicatrices duelen. Las visibles (el corte de Javi en mi mejilla) y las que no se ven (el vacío que dejó mamá cuando papá empezó a romper cosas).
—¿Qué quieres que haga? —extiendo los brazos, ofreciéndome en sacrificio—. ¿Quieres que me tire al río? ¿Que me quede bajo el agua hasta que el pasado se disuelva? —
No sè que parte de mí cambiar para èl y eso me frustra. Danny parace un volcán que ha sido taponado demasiado tiempo y ahora algo( o sea yo) quitó la tapa haciendo que se desbordara.
—¡Que me lo digas! —su grito espanta a una bandada de palomas—. Que no sea otro juego donde solo yo quedo como el débil.
El sol se esconde detrás de los árboles. De pronto hace frío.
Las primeras luciérnagas parpadean entre los juncos, cuando todavía nos miramos fijamente. Uso a los insectos luminosos como excusa para no mirarlo cuando hablo. El pecho de ambos sube y baja, estamos irritados...¡Mucho! No espera... Yo estoy emputadísimo.
A pesar de eso...
—Cuando te empujé contra ese árbol hace dos semanas... —trago saliva—. Quería que me golpearas.
Danny deja de respirar.
—¿Qué? — dice èl excèptico.
—Quería que me mostraras el odio que te robé —mis nudillos se ponen blancos—. Pero solo me miraste con lástima.
Una luciérnaga se posa en su hombro. La ironía es cruel: la única luz que nos queda es la que nace de insectos muertos. Todo lo que toco muere desgarrado por mis propias manos, Danny no sería la excepción si no me detengo, pero soy tan egoísta, que no quiero verlo lejos de mí.
¡Por Dios siento celos hasta de sus amigos!
—No te creo —susurra.
—Lo sé — digo ya conociendo lo que diría y no lo culpaba.
El insecto alza el vuelo, llevándose consigo el último destello de esperanza.
Decidimos dejar el Río. Caminamos separados por exactamente 83 centímetros, los cuento, cada uno, aunque tengo el enojo atenazado en la garganta.
El olor a frituras del McDonalds llega hasta aquí. Me recuerda que hace una hora éramos solo dos idiotas compartiendo helado.
—¿Qué necesitas? —pregunto algo ofuscado cuando sus pies se detienen frente al buzón de su casa.
Danny observa la luna creciente que asoma entre los cables de luz.
—Tiempo — es lo único que me dice como alivio y yo me río histérico por dentro.
No deberías jugar conmigo Danny
La palabra cae entre nosotros como un cuchillo: Tiempo
—Lo tendrás —miento.
Porque el tiempo no cura nada. Solo enseña a vivir con la gangrena de un pasado que nunca se curó.
No nos despedimos, èl entra a su casa y yo sigo la calle hasta doblar rumbo a mi hogar.
El croquis de Danny que escondí bajo el colchón yace destrozado sobre la mesa. No es arte ahora. Es evidencia.
La curva de su pestañas (copiada 17 veces hasta lograr el ángulo perfecto, el hoyuelo que aparece cuando forcejea por no sonreír (mentira: aparece cuando yo lo hago sonreír) y sus labios (Dios, sus labios).
Creo que me voy a volver loco si sigo así. Aunque técnicamente ya lo era antes de conocer a Danny. Mi "agradable" entorno contribuyó a ello.
El papel rasgado aún muestra el momento exacto en que lo vi dibujar por primera vez: cabeza gacha, hombros curvados, protegiendo su cuaderno como si contuviera el universo.
Ahora el universo cabe en mi basurero.