Grayce pensaba que conocía el amor, pero su matrimonio con Seth se ha convertido en una prisión de desprecio y agresión. Cuando la misteriosa Dahlia, supuesta amiga de la infancia de Seth, entra en escena, las traiciones comienzan a salir a la luz, desmoronando la fachada de su vida perfecta.
En su desesperada búsqueda de libertad, Grayce se cruza con Cassius, un hombre cuya arrogancia y misterio la obligan a cuestionar todo lo que creía sobre el amor y la lealtad. ¿Puede un contrato con alguien tan egocéntrico y desafiante realmente salvarla de su pasado oscuro? ¿O solo la llevará a un nuevo abismo?
Lo que comienza como un acuerdo frío y calculado, se transforma en una pasión ardiente e inesperada, desafiando las sombras que han dominado su vida.
¿Hasta dónde llegará Grayce para reclamar su propia felicidad?
¿Podrá Cassius ser la chispa que ilumine su camino o será solo otra sombra en su vida?
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Capítulo 15
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...𝐋𝐀 𝐓𝐑𝐀𝐌𝐏𝐀 𝐃𝐄 𝐋𝐎𝐒 𝐄𝐒𝐏𝐄𝐉𝐎𝐒...
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Me quedé sola en mi habitación, con las palabras de Seth todavía resonando en mi mente como ecos implacables. Cada comentario insensible que me soltó fue como un golpe, y cada mirada de desprecio que me había lanzado parecían aumentar aquella presión constante en mi pecho. Me apoyé contra la pared, sintiendo como el dolor lentamente se iba transformando en un vacío helado. Tres años. Tres años de mi vida fueron entregados a un hombre que, al parecer, nunca me había visto realmente.
El aire en la habitación seguía cargado de una tensión aplastante que reverberaba en mis pensamientos. Mientras me quedaba sola, perdida en reflexiones que recorrían los tres años que había compartido junto a Seth, un torbellino de emociones se erguía ante mí, un laberinto de recuerdos que parecían burlarse de mi dolor.
—¿Soy una tonta por haber creído en el amor? ¿Por haber pensado que esto era lo que debía ser?, — pensé con rabia contenida.
Mi corazón latía con furia mientras repasaba cada momento, cada risa compartida, cada promesa susurrada en la oscuridad de un dormitorio que ahora parecía insignificante y vacío.
— ¿Cómo pude ser tan ciega? — me pregunté, sintiendo cómo la realidad se desmoronaba a mi alrededor, como un castillo de naipes que se viene abajo con solo un soplo. Había creído en un amor que, al final, resultó ser solo una ilusión; un espejismo creado por mi propio deseo de pertenecer y ser amada.
Me miré al espejo, y el reflejo que me devolvía la mirada no era el de la mujer que había soñado ser.
«Eres solo una sombra de lo que debiste ser, Grayce. Te has entregado a un hombre que nunca valoró tu luz.»
En ese instante, mis propios pensamientos se convirtieron en cuchillos, cortantes y hirientes, hiriéndome más que las palabras que Seth había usado en su defensa de Dahlia.
— Dahlia, siempre la dulce y encantadora Dahlia. ¿Y yo? Solo un personaje secundario en su teatro de manipulación.
Las imágenes de esos momentos pasados comenzaron a desvanecerse: las risas compartidas, las promesas susurradas entre sábanas, pero también las miradas de desprecio cuando mis deseos no coincidían con los de Seth.
— Siempre fue sobre él. Siempre. ¿Cuántas veces te has quedado callada para que él se sintiera importante? Que le importara lo que tú sentías o deseabas era una fantasía, Grayce. Pero ahora es momento de despertar.
Mi corazón latía con fuerza mientras las palabras hirientes de Seth resonaban en mi mente. «¿Por qué no puedes simplemente ser amable?» Las memorias se enredaban en mi conciencia como un hilo enredado, mientras reía sarcásticamente en mi interior.
— Amable. Es fascinante cómo él puede confundir la sumisión con la amabilidad. — Reí sarcásticamente.— Dios, ¿cómo no vi todas estas señales antes? —murmuré, sintiendo la frustración apoderarse de mí. Las imágenes de Seth entrelazándose con Dahlia se repetían en mi mente como un tambor implacable—. Todo era una ilusión. Estaba tan inmersa en este cuento de hadas que olvidé que los cuentos siempre tienen un final.
Me límite a pasar las manos por mi rostro, intentando borrar la culpa que me aplastaba. —Tiene razón en algo —, pensé. — Siempre soy yo la que causa el drama. Pero eso se acabó. — Ya no iba a cargar con esa etiqueta. Sentí cómo algo comenzaba a despertar dentro de mí, un poder que llevaba demasiado tiempo dormido.
Con determinación, supe que había llegado el momento de actuar. No iba a seguir interpretando el papel de la esposa sufrida. Salí de la habitación, y cada paso que di fue un acto de liberación, un camino hacia la verdad.
Cuando llegué a la sala, allí estaban Seth y Dahlia. Estaban sentados en el sofá, tan cerca que parecían fusionarse en una especie de complicidad que me revolvía el estómago.
— Míralos —, pensé con una mezcla de tristeza y desprecio, — como si fueran los protagonistas de un drama barato —. Todo lo que alguna vez había llamado hogar ahora no era más que un escenario destinado únicamente a ellos.
Seguí avanzando hacia ellos y Seth y Dahlia aún estaban allí, juntos. El sillón, que alguna vez había sido testigo de nuestras conversaciones íntimas, parecía ahora un escenario para su tormento y para mi agonía. Su risa resonaba en el aire, un eco que agudizaba mi dolor.
— ¡Mira cómo disfrutan! Como si nada de esto importara, como si yo nunca hubiera estado aquí.
—¿Qué haces aquí? —dijo Seth con ese tono lleno de desprecio, como si mi presencia fuera una molestia.
Respiré hondo y avancé, sintiendo mi corazón latir con fuerza. Esto lo tenía que hacer. Me quité el anillo de compromiso con un gesto decidido y, antes de que pudiera arrepentirme, se lo arrojé a Seth. El anillo brilló por un momento antes de caer al suelo, su sonido resonando en la sala como un abismo que se abría bajo nuestros pies.
La frialdad del metal contra mi piel me recordó lo que realmente representaba: promesas vacías, un simbolismo que solo había servido para encadenarme a una vida que ya no quería vivir. —Seth, — dije, con la voz firme, — esto ya no tiene sentido. ¡Quiero el divorcio! —dije con firmeza, aunque no pude evitar que mi voz dejara entrever el dolor que aún llevaba dentro.
Su expresión cambió de sorpresa a incredulidad. — ¿Divorcio? ¡Grayce, no puedes estar seria! — Su voz se tornó arrogante, y su desprecio brotó con facilidad. — ¿Qué esperas conseguir con eso? Solo estás actuando como una niña.
Una risa amarga salió de mis labios. — ¿Actuando? No, Seth. Estás confundido. Mi vida ha sido una actuación… para ti. Y estás tan metido en jugar el papel del héroe que no ves tu propia hipocresía. Tu amor no es más que un capricho narcisista. Pero yo me niego a seguir siendo tu decorado.
Frunció el ceño, y la ira comenzó a asomarse en su rostro. — Esto es absurdo. No puedes hacer esto. Estás tomando una decisión sin pensar en las consecuencias. — Su tono era cortante, y su mirada despectiva profundizó la herida que llevaba dentro.
— ¿Consecuencias? Oh, por favor. ¿Qué más podría hacerme daño? He estado sufriendo en este juego de roles desde el principio. Primero, soy la esposa comprensiva, luego, la mujer envidiosa, y ahora, la que quiere liberarse de la manipulación de una mujer que se alimenta de mi dolor. No eres el único que tiene derecho a decidir
Seth me miró, parpadeando como si no pudiera procesarlo. Su incredulidad rápidamente dio paso a la ira. —No me hagas reír, Grayce. Sabes que no puedes dejarme así. ¿Cuántas veces vas a hacer drama antes de entender que no es necesario?
—¿Drama? —repetí, llenando mis palabras de desdén—. Me has tenido atrapada en tu circo durante tres años. ¿De verdad creíste que eras el príncipe de mis cuentos de hadas? Esto no es un juego. Y si no me das el divorcio, me aseguraré de que todos sepan la verdad sobre ustedes dos. Todos sabrán que no eres más que un egoísta que prefiere el engaño a enfrentar la verdad.
La tensión en la sala creció, y el silencio lleno de incredulidad me hizo sentir viva, como si cada palabra que había pronunciado me acercara un poco más a la libertad.
— Así que piensa bien, porque esto no es una simple decisión. Es una amenaza. Huir de esta relación antes de que termine de consumirnos a ambos. Y si no quieres darme el divorcio, me aseguraré de encontrar alguien que lo haga.
Sin darle tiempo para reaccionar, giré sobre mis talones y salí de la sala. Dahlia emitió un quejido, un lamento que resonó como música macabra en la sala, pero ya no podía detenerme. No debía. Salí de la habitación, dejando las palabras volar libres, cada una liberándome un poco más. Me recosté contra la pared del pasillo, manteniéndome a distancia, observándolos sin ser vista. Mi corazón seguía latiendo de manera frenética, pero había algo nuevo en mí, una realidad diferente a mi alrededor. A mis espaldas, la conversación entre Seth y Dahlia continuaba, y como si una cuerda invisible me uniera a ellos, comencé a escuchar sus susurros.
— Lo lamento tanto, — decía Dahlia, sus lágrimas resonando como un eco de culpa en el vacío de la habitación. — Si no estuviera aquí, su vida sería más fácil. Todo es por mi culpa. — Su llanto era desgarrador, y aunque sabía que sus palabras estaban impregnadas de manipulación, una parte de mí se sintió extrañamente empática.
— Ella no tiene que hacer esto —, continuó Dahlia, —no quiero ser la razón que los separa, Seth. No tengo derecho a estar aquí. — El llanto de Dahlia se coló en mis pensamientos. —Todo es mi culpa... —decía entre sollozos—. No debería estar aquí. Si me alejo, quizás sus vidas vuelvan a ser felices. ¡Es todo por mi culpa!
Un escalofrío recorrió mi espalda. La manipulación en sus palabras era tan notoria que sentí náuseas.
— ¿Cómo puede ser tan cínica? Tan calculadora —, pensé con repulsión creciente. Sus lágrimas no eran más que veneno disfrazado de lástima, una cuerda que ataba a Seth a su engaño mientras yo me desmoronaba.
Entonces pude observar cómo Dahlia se levantaba del asiento, con lágrimas brotando de sus ojos. Llevó una de sus manos a su boca, como si intentara ahogar sus sollozos. Era evidente que estaba tratando de hacer un drama, simulando que se iba de la casa con la esperanza de despertar la compasión de Seth una vez más, esperando que él interviniera y la detuviera. Este comportamiento no era nuevo; era la octava vez que recurría a este tipo de actuación emocional para llamar la atención de él.
Después de transcurridos apenas unos breves instantes, él, cediendo nuevamente a su influencia, la agarró del brazo con firmeza y, con un movimiento repentino, la hizo caer hacia él, provocando que perdiera el equilibrio y se desplomara sobre sus piernas en el sillón.
— Perdóname — Exclamó — No eres responsable de esto, Dahlia, — escuché la voz de Seth responder.