En la mágica isla de Santorini, Dylan Fletcher y su esposa Helena sufren un trágico accidente al caer su automóvil al mar, dejando a Dylan ciego y con las gemelas de un año, Marina y Meredith, huérfanas de madre. La joven sirena Bellerose, que había presenciado el accidente, logra salvar a las niñas y a Dylan, pero al regresar por Helena, esta se ahoga.
Diez años después, las gemelas, al ver a su padre consumido por la tristeza, piden un deseo en su décimo cumpleaños: una madre dulce para ellas y una esposa digna para su padre. Como resultado de su deseo, Bellerose se convierte en humana, adquiriendo piernas y perdiendo su capacidad de respirar bajo el agua. Encontrada por una pareja de pescadores, se integra en la comunidad de Santorini sin recordar su vida anterior.
Con el tiempo, Bellerose, Dylan y sus hijas gemelas se cruzarán de nuevo, dando paso a una historia de amor, segundas oportunidades y la magia de los deseos cumplidos.
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La voz angelical de la noche.
El primer día de clases pasó en un abrir y cerrar de ojos. Las gemelas, ansiosas y llenas de energía, se sumergieron en la rutina escolar con una mezcla de entusiasmo y preocupación. Sabían que debían ser discretas, que Bellerose debía permanecer oculta, sin levantar sospechas. Mientras tanto, la sirena, ahora convertida en humana, pasaba sus días en la habitación que había sido su refugio, aprendiendo a adaptarse a su nueva vida.
Los primeros días fueron fáciles para Bellerose. La canasta con frutas y jugos que las gemelas le habían dejado era una comodidad constante, y el iPod y la tableta ofrecían distracción y entretenimiento. Se sumergió en la música humana, descubriendo canciones que la hacían sentir nostalgia de su vida en el mar, pero también de algo nuevo, algo que nunca había experimentado: la sensación de pertenecer. El hilo y las agujas que las gemelas le habían dejado también la mantenían ocupada. Tejió pequeños trozos de lana que, aunque imperfectos, le daban una sensación de logro. Todo aquello era nuevo para ella, pero lo aceptó con una gratitud profunda.
Sin embargo, a medida que la semana avanzaba, Bellerose comenzó a sentir una creciente inquietud. Las gemelas no pasaban tanto tiempo con ella como al principio, y aunque comprendía que ellas debían cumplir con sus estudios, la soledad se fue convirtiendo en una carga cada vez más pesada. Cada vez que se sentaba frente a la ventana a mirar el jardín, el mismo silencio llenaba la habitación. Ya no tenía tanto que aprender, y la música del iPod se volvía repetitiva. Las tareas de matemáticas y lengua española que las gemelas le habían dejado estaban terminadas, y Bellerose comenzó a sentir que la rutina la atrapaba, dejándola sin propósito.
A pesar de ello, no se atrevió a quejarse. En el fondo, sabía que su presencia debía seguir siendo un secreto. Las niñas le habían advertido varias veces que no cantara dentro de la casa, que no dejara que nadie la escuchara. Su presencia, como sirena, podía ser peligrosa si caía en las manos equivocadas. Por eso, las tres pasaban casi todas las noches escapando al bosque cercano, donde su pequeña cueva escondida entre los árboles se convertía en su refugio nocturno.
Cada noche, al caer la oscuridad, las gemelas y Bellerose se dirigían al bosque, manteniendo la tranquilidad mientras caminaban por los senderos que ya conocían bien. Aunque el lugar parecía desierto y vacío durante el día, al caer la noche, el aire fresco se llenaba de misterio. En la cueva, Bellerose podía finalmente liberar su voz, cantar como le gustaba, como lo hacía en el mar. Su canto era suave al principio, pero pronto tomaba una belleza etérea que parecía fusionarse con el susurro de las hojas y el crujido de las ramas. Las gemelas se sentaban a su alrededor, en silencio, dejando que la música de Bellerose llenara el aire. La sirena había aprendido a cantar en el idioma humano, y cada nota parecía tejer un lazo más fuerte con las niñas, como si su canto fuera un puente entre su antigua vida en el mar y la nueva vida que estaba construyendo en la tierra.
Noche tras noche, el ritual se repetía, pero una de esas noches, algo cambió.
Dylan despertó sudoroso y agitado. Un sueño sombrío lo había invadido, una pesadilla en la que las sombras de su pasado se le abalanzaban. Recordaba el accidente, la caída del coche en las aguas misteriosas del oceano, su esposa perdida en ese trágico evento, y la angustia de no haber podido salvarla Aún nadie supo cómo él y su esposa muerta llegaron a la orilla de la playa y no se hundieron con el automóvil.
El abrió los ojos en la oscuridad, el corazón aún latiendo rápido, y escuchó el sonido de la casa en silencio, ajeno a su dolor. Pero en ese preciso momento, un sonido que no estaba allí antes llegó a sus oídos: un canto, suave pero claramente humano. Una voz que no reconocía, pero que le resultaba familiar de algún modo.
Intrigado, Dylan se levantó de la cama y caminó hacia el balcón. La noche era clara, las estrellas brillaban en el cielo y el aire fresco de la madrugada llenaba la habitación. Se acercó a la barandilla, sobre el jardín. El viento soplaba de manera suave, pero lo suficiente como para traer consigo el eco de la melodía, un canto que parecía originarse más allá de los límites del jardín. ¿Quién podría estar cantando a estas horas? Se preguntó, confundido, sin poder identificar la fuente.
La melodía era tan hermosa que casi sentía que la podía tocar con los dedos. Se quedó allí unos momentos, inmóvil, tratando de escuchar mejor. El sonido le llegó de manera tan clara que era imposible ignorarlo. Por un momento, pensó que tal vez era alguna de las sirvientas, o incluso una de las niñas cantando sin darse cuenta de que él estaba despierto. Pero no, no podía ser. La voz era demasiado suave, demasiado etérea, como un susurro del viento.
Guiado por la curiosidad, Dylan salió al jardín, sin hacer ruido ayudándose como siempre de su bastón. Caminó lentamente, sintiendo que el canto lo atraía, lo guiaba como una corriente invisible. El sonido era tan mágico que se olvidó del dolor de su pesadilla. Solo quería encontrar la fuente de esa música, esa voz que le parecía tan familiar, como un eco de algo perdido.
A medida que avanzaba hacia el borde del bosque, el canto se hizo más claro.
En ese momento, Bellerose, que había estado cantando con todo su corazón, percibió su presencia. Volvió la vista hacia el bosque, sintió una presencia extraña que no había notado antes. Miró a las gemelas y, al ver la silueta de Dylan a lo lejos, un escalofrío recorrió su espalda. Silenció su canto al instante, como si la magia de su voz hubiera desaparecido en el aire al igual que su antigua vida en el mar.
Las gemelas se apresuraron a esconderse en las sombras, detrás de unos arbustos. Dylan, sin darse cuenta de nada, comenzó a caminar más cerca de la cueva. El canto había cesado, pero su curiosidad lo había llevado hasta allí. ¿Quién había estado cantando? Su mente daba vueltas, pero antes de que pudiera llegar más cerca, se detuvo al escuchar un crujido de hojas bajo sus pies. Gira la cabeza a su alrededor, sintiendo una ligera incomodidad, pero como no puede ver no sabe exactamente qué ha sucedido.
Dylan, confundido, no pudo evitar preguntarse si su mente le jugaba una mala pasada, si todo aquello era solo un producto de la pesadilla que lo había perturbado. Volvió a la mansión, sin saber que en la oscuridad están sus propias hijas y la joven que guardaba un secreto aún más grande de lo que él imaginaba.
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