Desde Siempre Y Para Siempre

El siguiente día comienza temprano, como todos últimamente. Las clases de Anatomía son las que más me exigen concentración, pero también son las que más disfruto. La docente de Anatomía siempre tiene una energía contagiosa, a pesar de la complejidad del tema. Sus explicaciones claras y su paciencia infinita hacen que todo parezca más comprensible, aunque las cosas en realidad sean mucho más difíciles de lo que ella las pinta.

Hoy, como siempre, nos enfocamos en el sistema nervioso. Recuerdo haber estudiado esto por horas la noche anterior, repasando los nervios craneales y su función. A veces siento que mi cerebro no tiene suficiente espacio para almacenar toda esta información, pero me esfuerzo por mantenerme al día. Mis notas están llenas de pequeños diagramas y garabatos que me ayudan a recordar mejor.

—¿Alex? —la voz de la docente me saca de mis pensamientos.

Levanto la vista, sorprendido. —¿Sí, doctora?

Ella me mira con una sonrisa ligera. —¿Podrías explicarnos brevemente la función del nervio trigémino?

Cierro los ojos por un segundo, tratando de recordar todo lo que leí la noche anterior. —El nervio trigémino es el quinto par craneal. Tiene tres ramas principales: la oftálmica, la maxilar y la mandibular. Su función principal es inervar la sensibilidad de la cara, y la rama mandibular también controla algunos músculos de la masticación.

—Correcto —dice la doctora, asintiendo—. Aunque faltaron algunos detalles, vas por buen camino. Recuerda que también está involucrado en la sensación del dolor en la cara.

Tomo nota mental de su corrección mientras la clase continúa. Siempre me ha gustado la Anatomía, y aunque es una de las materias más pesadas, la disfruto. La idea de entender cómo funciona cada parte del cuerpo, cómo todo está conectado, me resulta fascinante. Quizás es por eso que no me importa pasar horas estudiando diagramas y memorizando términos complejos.

Cuando la clase termina, siento una mezcla de alivio y cansancio. Recoger mis cosas es un acto mecánico en este punto, y mientras lo hago, noto que Fer y Cristian ya están esperándome a la salida. Ellos siempre terminan un poco antes, ya que sus clases son menos intensas en comparación con las mías. Fer parece un poco más relajado que la última vez que lo vi, lo cual es bueno. Cristian, como siempre, tiene una sonrisa perezosa en el rostro.

—¿Todo bien, Alex? —pregunta Cristian, lanzándome una mirada rápida mientras caminamos juntos hacia la salida del edificio.

—Sí, solo un poco cansado. La clase de hoy fue dura —respondo mientras estiro los brazos.

—Parece que siempre estás cansado últimamente —comenta Fer con una sonrisa de complicidad—. No te sobrecargues, hermano. Aún queda mucho camino por recorrer.

—Lo sé, lo sé —respondo, tratando de parecer más relajado de lo que realmente estoy—. Es solo que quiero estar lo más preparado posible para los exámenes.

Cristian se ríe. —Siempre tan responsable, Alex. Deberías relajarte un poco más. El fin de semana tenemos la fiesta en la discoteca, ¿recuerdas? Será una buena oportunidad para despejarte.

Asiento, aunque la verdad es que no estoy del todo convencido. Me gusta la idea de pasar un rato con mis amigos, pero mi mente sigue dando vueltas a otros temas, como Valeria. Es casi imposible para mí dejar de pensar en ella, sobre todo cuando sé que hay tantas cosas sin resolver entre nosotros. Aún no me atrevo a acercarme demasiado, pero la idea de dar un pequeño paso sigue rondando en mi cabeza.

—¿Te pasa algo, Alex? —pregunta Fer de repente, notando mi distracción.

Sacudo la cabeza rápidamente. —No, nada importante. Solo pensando en todo lo que tengo que estudiar.

Fer asiente, aunque parece que no está del todo convencido. Afortunadamente, Cristian cambia de tema rápidamente, hablándonos sobre los preparativos para la fiesta. Al parecer, quieren que sea algo más privado esta vez, solo amigos cercanos y algunos invitados especiales. Me parece una buena idea, ya que la última fiesta fue un caos total.

Nos dirigimos al comedor de la universidad para almorzar. El lugar está lleno de estudiantes, como siempre, pero logramos encontrar una mesa en un rincón. Mientras nos sentamos, Cristian sigue hablando de la discoteca, pero mi mente sigue divagando. No puedo evitar preguntarme si Valeria estará aquí hoy. No la he visto en toda la mañana, pero es común que nuestros horarios no coincidan.

—¿Has visto a Valeria últimamente? —pregunta Fer, interrumpiendo mis pensamientos.

Me sorprende la pregunta, pero trato de no mostrarlo. —No mucho. A veces la veo en los cambios de clase, pero no hablamos. Ya sabes cómo están las cosas entre nosotros.

Fer asiente en silencio, mientras Cristian me lanza una mirada curiosa. —¿Y no has pensado en hacer algo al respecto? Digo, está claro que aún te importa, ¿no?

Miro mi plato de comida por un segundo, tratando de encontrar las palabras correctas. —No es tan fácil. Las cosas se complicaron mucho después de lo que pasó, y no quiero empeorar las cosas. Además, no estoy seguro de cómo reaccionaría si intentara hablar con ella.

Cristian se encoge de hombros. —Entiendo, pero si no haces nada, las cosas seguirán igual. Tal vez sea momento de arriesgarse un poco, ¿no crees?

Su comentario me deja pensando. No puedo negar que tiene razón, pero el miedo a empeorar la situación me sigue frenando. Justo en ese momento, alzo la vista y la veo. Valeria entra en el comedor con su mejor amiga, esa que siempre parece tener algo malo que decir sobre los demás. Las veo dirigirse a una mesa al otro lado del comedor, y aunque trato de disimular, no puedo evitar seguirlas con la mirada.

Valeria se ve igual de hermosa que siempre, pero hay algo en su expresión que parece diferente, más distante, más fría. No me sorprende, considerando lo que ha pasado entre nosotros, pero aún así, duele verla de esa manera. Su amiga le dice algo al oído, y Valeria sonríe, aunque parece más una sonrisa forzada que genuina.

—Ahí está tu oportunidad, Alex —dice Cristian en voz baja, notando mi mirada—. ¿Por qué no vas y hablas con ella?

—¿Estás loco? —respondo rápidamente—. No puedo simplemente acercarme así, de la nada. Además, está con su amiga, y ya sabes cómo es ella.

—Bueno, no tienes que hacerlo ahora, pero piénsalo —insiste Cristian—. No puedes seguir evitándola para siempre.

Fer, que ha estado en silencio todo este tiempo, interviene. —Quizás Cristian tiene razón, Alex. No digo que lo hagas ahora, pero en algún momento tendrás que enfrentarlo. Valeria no va a esperar para siempre.

Sus palabras me dejan pensando, pero no digo nada. Termino mi comida en silencio, mientras trato de ignorar la presencia de Valeria al otro lado del comedor. A veces me pregunto cómo es posible que estemos tan cerca físicamente, pero tan lejos emocionalmente. Es como si estuviéramos en mundos diferentes.

Después del almuerzo, nos dirigimos a nuestras respectivas clases. La tarde pasa rápido, entre exámenes prácticos y más clases de Embriología. Me esfuerzo por concentrarme, pero mi mente sigue regresando a Valeria. La posibilidad de hablar con ella, de intentar aclarar las cosas, sigue rondando en mi cabeza.

Al final del día, decido pasar un rato en la biblioteca para repasar algunos apuntes antes de volver a casa. Fer y Cristian me acompañan, pero se quedan solo un rato antes de irse a la discoteca para ultimar detalles de la fiesta del fin de semana. Me quedo solo en una de las mesas, rodeado de libros y apuntes, tratando de estudiar, pero mis pensamientos siguen divagando.

Justo cuando estoy a punto de rendirme y regresar a casa, escucho una voz familiar. Levanto la vista y la veo. Valeria está a unos metros de mí, buscando algo en una de las estanterías. Mi corazón se acelera, y por un momento, no sé qué hacer. Esta podría ser mi oportunidad para hablar con ella, para dar ese pequeño paso del que Fer y Cristian hablaban.

Pero el miedo me paraliza. No quiero arruinar las cosas más de lo que ya están.

Valeria toma un libro y se da la vuelta. Nuestras miradas se cruzan por un segundo, y siento como si el tiempo se detuviera. Pero en lugar de acercarse, simplemente se da la vuelta y se va. Y yo me quedo ahí, en silencio, preguntándome si alguna vez tendré el valor de hacer algo.