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LA NOCHE DE LAS BRUJAS

LA NOCHE DE LAS BRUJAS

Status: En proceso
Genre:Equilibrio De Poder / Demonios / Ángeles / Poderosas criaturas sobrenaturales
Popularitas:3.7k
Nilai: 5
nombre de autor: lili saon

¿Alguna vez han pensado en los horrores que se esconden en la noche, esa noche oscura y silenciosa que puede infundir terror en cualquier ser vivo? Nadie había imaginado que existían ojos capaces de ver lo que los demás no podían, ojos pertenecientes a personas que eran consideradas completamente dementes. Sin embargo, lo que ignoraban es que esos "dementes" estaban más cuerdos que cualquiera.

Los demonios eran reales. Todas esas voces, sombras, risas y toques en su cuerpo eran auténticos, provenientes del inframundo, un lugar oscuro y siniestro donde las almas pagaban por sus pecados. Esos demonios estaban sueltos, acechando a la humanidad. Sin embargo, existía un grupo de seres vivos—no todos podrían ser catalogados como humanos—que dedicaban su vida a cazar a estos demonios y proteger las almas de los inocentes.

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CAPITULO TRECE

Vante agarró a Ivelle del brazo con una urgencia que la descolocó. En cuestión de segundos, se encontraban fuera de su casa en el bosque. La frialdad de la noche les golpeó, y Ivelle se volvió hacia su hermano, con los ojos llenos de confusión y temor.

—¿Qué está pasando, Vante? ¿Por qué tanta prisa? —preguntó, pero él solo le devolvió una mirada distante, como si su mente estuviera en otro lugar.

Ella siguió a su hermano hasta la puerta principal, que se encontraba entreabierta, como invitando o presagiando algo ominoso. Hesitante, pero movida por una mezcla de temor y necesidad de respuestas, Ivelle entró a la casa. El silencio era casi tangible, sólo perturbado por el eco de sus propios pasos. El salón estaba vacío, todo parecía en orden, los muebles en su lugar, las cortinas ligeramente moviéndose con la brisa que entraba por la puerta abierta. Se acercó al interruptor y encendió las luces, que bañaron la habitación en un resplandor cálido y reconfortante. Pero el alivio fue efímero. Llamó a su madre varias veces, su voz resonando contra las paredes sin respuesta. Intentó también comunicarse con su hermana con igual infortunio. Era extraño; su madre siempre respondía.

A punto de subir las escaleras para buscar en los pisos superiores, una sombra al final del pasillo llamó su atención. Luego, otra, y otra más. Un frío paralizante se apoderó de la atmósfera, y un terror instintivo nació en su pecho. Con una risa nerviosa, trató de convencerse de que era solo su imaginación desbordada. Pero el avance inexorable de las sombras borró cualquier ilusión.

Los Esqueléticos, heraldos de la muerte según las viejas leyendas del pueblo, se materializaron en el salón. Las figuras altas, vestidas con túnicas negras que raspaban el suelo al deslizarse, emanaban un aura de desesperación y miseria. Sus rostros eran calaveras grotescas, despojadas de piel y carne, revelando solo hueso pálido que brillaba bajo la luz artificial. Cada uno de sus movimientos llevaba el peso de mil años, y su presencia llenaba el aire con el hedor frío de la tumba. Los dedos de los Esqueléticos, huesudos y manchados con lo que parecía ser sangre seca, eran largos y terminaban en puntas afiladas como cuchillos. Cuando uno de ellos se movió, su mano pasó a través del aire, dejando un rastro de escarcha en su estela.

Su voz, cuando finalmente hablaron, era un susurro que parecía venir de las profundidades más oscuras de la tierra, un sonido que helaba la sangre y hacía que el alma quisiera esconderse en lo más profundo del ser.

—Somos los últimos testigos antes del final, la última visión antes del olvido. —La voz de los Esqueléticos era una promesa de perdición, resonando en la sala con una autoridad que desafiaba a ser ignorada.

Ivelle subió rápidamente a la habitación de sus padres. La escena ante sus ojos era un collage grotesco de horror y desolación. La habitación, una vez un santuario de amor y seguridad familiar, ahora era el escenario de una tragedia incomprensible. Ivelle, con su corazón palpitante y un nudo en la garganta, se aproximó con manos temblorosas a los cuerpos de sus padres. La luz de la habitación, demasiado brillante y artificial, acentuaba cada detalle macabro de la escena: las marcas de mordeduras profundas y desordenadas, la piel pálida y las expresiones de dolor congeladas en sus rostros.

Mientras Ivelle se arrodillaba junto a ellos, sus manos buscaban instintivamente un pulso, una señal de vida, pero solo encontraba frío. Un grito se le escapó, un sonido tan desgarrador y cargado de angustia que pareció llenar cada rincón de la casa. Las lágrimas comenzaron a caer, cada una un testimonio silencioso de la tormenta emocional que se desataba dentro de ella: dolor por la pérdida, shock por la brutalidad del acto, y confusión por la ausencia de motivo o explicación.

— ¿Quién podría haber hecho algo así? —se preguntaba, mientras sus manos acariciaban suavemente los cabellos de su madre, intentando encontrar algún consuelo en el tacto, aunque fuera ya demasiado tarde. — Mamà, papà… por favor no…Mamà —sacudió a la mujer de un lado al otro—. Dijiste que no me dejarías sola — Ivelle sentía que el corazón le latía con fuerza, como si estuviera a punto de salirse de su pecho. La desesperación se apoderaba de ella mientras miraba el rostro pálido de sus padres, buscando desesperadamente algún signo de vida. — ¡Despierten! —gritó, con la voz entrecortada por el llanto—. ¡Por favor, despierten! Ustedes me prometieron que no me dejarían sola…

Pero no hubo respuesta, solo el silencio abrumador que llenaba la habitación. Ivelle sintió un nudo en la garganta mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.

— No me dejen, por favor —murmuró entre sollozos—. No puedo hacerlo si no están. Quiero que se sientan orgullosos de mí.

Se aferró a la mano fría de sus padres, como si con ese gesto pudiera devolverles la vida. Pero sabía que ya era demasiado tarde. La realidad se le clavaba como una daga en el corazón. Sus palabras se perdieron en el silencio de la habitación, donde solo el eco de su propia voz le respondía. Las lágrimas seguían fluyendo, desbordando su dolor y su angustia en un torrente incontenible. Se sentía como si un pedazo de su alma se hubiera desgarrado.

De repente, el sonido de pasos en la escalera la alertó. Ivelle levantó la vista, las lágrimas aún brillando en sus mejillas, y vio a su hermano Vante de pie en la puerta, su figura recortada contra la luz del pasillo. Pero no estaba solo; los Esqueléticos se agolpaban detrás de él, sus siluetas amenazadoras llenando el marco de la puerta. El frío de su presencia se sentía como una marea oscura, amenazando con engullir lo poco que quedaba de normalidad en la vida de Ivelle. Uno de los Esqueléticos avanzó, su voz resonando con un timbre que parecía arrastrar consigo las sombras.

—-La muerte no es un final, sino un pasaje. Aquellos que se resisten a su llamado solo encuentran sufrimiento,— dijo la criatura, su tono ni acusador ni compasivo, simplemente inexorable. — Ellos están muertos. No hay nada que tus lágrimas puedan hacer.

Con un gesto casi protector, Vante envolvió a Ivelle en sus brazos, guiándola fuera de la habitación donde se encontraban los restos de lo que había sido una vida familiar feliz. Mientras se alejaban, los cuerpos de sus padres se disolvieron en un vapor tenue que se esfumó en el aire, dejando tras de sí solo el eco de su existencia. Era un acto de los Esqueléticos, una manera de borrar las huellas de su presencia y quizás, de su crueldad. Ivelle, aún temblando bajo el peso de su duelo y confusión, se dejó llevar por su hermano. Sus ojos, cerrados, no querían volver a abrirse para enfrentarse a la realidad de su pérdida. El pasillo por el que caminaban parecía estrecharse, las paredes un reflejo del encierro que sentía en su corazón.

Una vez fuera de la casa, el aire frío de la noche les golpeó la cara, un leve recordatorio del mundo exterior que seguía girando, indiferente al dolor y al caos que se habían desatado dentro. Vante, con su rostro aún imperturbable, miraba hacia adelante, como buscando en la oscuridad algo que pudiera dar sentido a lo sucedido. Finalmente, se detuvieron en el jardín, bajo la luz de un farol que lanzaba sombras danzantes sobre sus rostros. Vante soltó a su hermana suavemente y se enfrentó a ella, sus ojos buscando los de Ivelle con una mezcla de dolor y resolución. Vante abrazó a Ivelle con una intensidad que ella nunca había sentido en él. Su abrazo era un refugio seguro en medio del caos que se había desatado, un puerto en la tormenta que amenazaba con engullir todo lo que conocían. Ivelle, a pesar del miedo y el shock, se permitió descansar en ese abrazo, sintiendo cómo la fuerza de su hermano le proporcionaba algo de consuelo en un momento en que todo lo demás parecía desmoronarse.

— ¿Dónde está Azul? — preguntó Ivelle con voz temblorosa, buscando respuestas en los ojos de Vante.

— No te preocupes. Ella está bien. — respondió Vante con la voz entrecortada—. ¿Y tú, cómo estás?

Ivelle miró hacia Vante, su hermano mayor, cayendo de rodillas al suelo. Él no era alguien que mostrara fácilmente su vulnerabilidad, pero en ese momento lo había hecho. Ivelle se acercó rápidamente y lo abrazó. El llanto llenó el lugar, el dolor compartido parecía llenar el espacio entre ellos, creando un lazo invisible que los unía aún más.

El dolor se hizo palpable cuando Ivelle observó el cuerpo sin vida de su abuela. La vista se nubló por las lágrimas que se acumulaban en sus ojos. Cada aliento era un esfuerzo monumental, y el mundo a su alrededor parecía desvanecerse, dejando solo el vacío y la tristeza.

— ¿Por qué sucedió esto, hermano mayor? — preguntó Ivelle, luchando contra el dolor y la confusión—. ¿De qué me sirve eso ahora?

Intentó levantarse, pero sus piernas flaquearon y terminó cayendo nuevamente al suelo. Su pecho se apretaba con una mezcla de dolor y desesperación, su respiración entrecortada y su garganta ardía.

— Sé que mamá me quería y que estaba orgullosa de mí, pero… papá no. Él ya no me consideraba una de sus hijas y no sé por qué. — las palabras salían entre sollozos, envueltas en el dolor de la pérdida y la confusión emocional.

Las lágrimas continuaban rodando por las mejillas de Vante mientras escuchaba las palabras de Ivelle. El dolor compartido era un vínculo que los unía en su tristeza, cada uno luchando con sus propias preguntas sin respuestas y su dolor sin consuelo. Ivelle se sentía como si estuviera ahogándose, incapaz de respirar adecuadamente bajo el peso del dolor. El mundo a su alrededor giraba en círculos mientras intentaba entender por qué la tragedia había tocado a su puerta y se había llevado a los seres que más amaba.

Ivelle miró a Vante con ojos llenos de lágrimas y el corazón pesado de dolor.

—No entiendo por qué dejó de quererme cuando yo lo quiero tanto. ¿Por qué él no me quería? — Su voz temblaba con una mezcla de confusión y tristeza. — No entiendo porque si no me quería, yo insistía en quererlo cada vez más.

Sus palabras resonaron en el aire, cargadas de dolor y vulnerabilidad. Cada palabra parecía arrancarle un trozo de corazón, como si estuviera reviviendo el dolor de la pérdida una y otra vez. Ivelle se aferraba a la idea de un amor que había sido y ya no era, tratando desesperadamente de entender qué había salido mal, qué había cambiado en el hombre que alguna vez la había amado. Sus ojos, enrojecidos por las lágrimas, buscaban respuestas en el rostro de su hermano mayor, quien estaba igualmente devastado por la tragedia que los había golpeado.

Ivelle sentía como si estuviera nadando en un mar de emociones tumultuosas, incapaz de encontrar un ancla que la mantuviera firme. Su corazón se apretaba con cada respiración entrecortada, sus manos temblorosas buscaban algo tangible en lo que aferrarse. La tormenta emocional que la envolvía la dejaba sintiéndose frágil y vulnerable, sus pensamientos dispersos entre la incredulidad y el anhelo de respuestas que tal vez nunca llegarían.

— Ivelle, a veces las personas tienen dificultades para expresar lo que sienten. No tiene nada que ver contigo, ni con lo mucho que los amabas. Tú eres increíble y mereces ser amada incondicionalmente. Nuestro padre era…muy cerrado a él mismo, pero se que te amaba… eres su hija y eso nunca cambiará…

—Pero duele tanto, Vante. Siento que parte de mí se ha ido para siempre.

Vante la apretó más fuerte en su abrazo.

—Lo sé, hermana. Pero estaremos juntos en esto.

— Vante… ¿Por qué ya no somos como antes?¿Por qué ya no eres mi hermano? Parecemos solo dos personas que se conocen, pero no hermanos. — Vante tomó una respiración profunda , reprimiendo sus emociones. — Siento que tú tampoco me quieres, siento que nadie lo hace.

—Ivelle... — Vante comenzó, con la mirada perdida en el suelo, luchando por encontrar las palabras adecuadas. Sus ojos reflejaban una mezcla de dolor y anhelo. — No es que ya no sea tu hermano, o que ya no te quiera. Es solo que... todo ha cambiado tanto. — Ivelle lo miró con los ojos llenos de lágrimas, esperando desesperadamente una respuesta que aliviará el peso en su pecho. — Es algo que no entenderías y no quiero que entiendas. No quiero que pienses que ya no te quiero, o que ya no te veo como mi hermana. Es... complicado. — Las palabras de Vante fueron interrumpidas por un profundo suspiro de sus labios.

— ¿Por qué no me dices lo que sucede? — preguntó Ivelle con voz temblorosa, sus ojos buscando desesperadamente los de Vante.

Vante la miró con tristeza, sus propias emociones luchando por salir a la superficie.

— Porque no quiero que te alejes de mí. Me dolería mucho.

— Pero tú ya lo haces, te estás alejando de mí. ¿Cuál sería la diferencia? — Ivelle sintió un nudo en la garganta.

Vante cerró los ojos por un momento, tratando de encontrar las palabras correctas.

— No quiero que pienses que me estoy alejando de ti intencionalmente, Ivelle. Es solo que... siento que las cosas han cambiado entre nosotros. No sé cómo explicarlo.

Ivelle se acercó más a él, buscando consuelo en su presencia.

— Entonces, ayúdame a entenderlo. Estoy aquí para ti, Vante. Si algo te preocupa o te duele, quiero ayudarte a superarlo juntos.

Vante asintió lentamente, dejando escapar un suspiro cargado de emociones.

— Lo sé, Ivelle. Y lo agradezco. Es solo que... a veces siento que no encajo en tu vida como solía hacerlo. Y eso me asusta.

Ivelle lo abrazó con fuerza, sintiendo el peso del dolor compartido entre ellos.

— No tienes porqué sentirte así, Vante. Eres mi hermano y siempre lo serás. Estamos juntos en esto, pase lo que pase.

— Ese es el problema, que somos hermanos…

Ivelle sintió como si un puñal atravesara su corazón al escuchar esas palabras. La miró con incredulidad, buscando entender lo que su hermano acababa de decir.

— ¿Qué quieres decir con eso, Vante? — preguntó Ivelle, tratando de contener el temblor en su voz.

Vante se pasó una mano por el rostro, visiblemente angustiado por haber dicho algo que no podía retractar.

— No quiero decir que... no quiera ser tu hermano, Ivelle. Es solo que... siento que nuestra relación ha cambiado tanto últimamente. Ya no somos los mismos que éramos antes.

Ivelle tragó saliva, sintiendo que un abismo se abría entre ellos.

— ¿Qué ha cambiado? ¿Por qué sientes esto ahora?

— Ivelle, tenemos que ir al Parlamento. Nuestros padres fueron asesinados y debemos notificarlo — cambió rápidamente de tema —, pero si no quieres ir, yo iré solo.

— Yo… no quiero ir.

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Alexaider Pineda
me encanta este inicio ,tienes un gran talento
dana hernandez
Solo con este texto, empiezo a amar el libro 😍
Lourdes Castañeda
hola, podrías tradicirnos el francés, para saber que dice, muchas gracias y está muy buena la historia.
Rimur***
Retiro lo dicho anteriormente, ya no entendi nada.
Rimur***
No hablo francés pero creo que de momento entiendo lo que dice.
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