Segunda parte de la Saga PROMESA Y DESTINO que narra la historia de Fafner y Lugus
La existencia de Taranis Lugus ha sido marcada por el dolor, creyéndose un ser maldito, que sólo puede llevar desgracia a los que lo rodean y que no merece la esperanza del amor. Decidido a ayudar a su pequeña Libelle a traer a sus crías al mundo, Lugus elige sacrificarse, creyendo que es lo mejor para sus seres queridos, a pesar de que esto pueda significar tener que dormir un par de siglos y no volverlos a ver...
Por su parte, Fafner intenta escapar nuevamente de lo que comienza a sentir por Lugus; embarcandose en una serie de misiones que en lugar de ayudarlo a olvidar lo harán conocer más sobre la raza demoníaca y quién es realmente Lugus.
¿Podrá Fafner regresar a tiempo para volver a ver a su demonio?
¿Lugus logrará superar su terrible pasado y aceptar que él también merece amor?
Acompaña en esta nueva historia al Clan Lanira y los Dragones del Clan Nithe Ragnar.
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Adaptándose...
Adaptarse a una nueva vida en pareja, sin importar cuanto amor sientan el uno por el otro, siempre es difícil. Y eso mismo era lo que en un principio les ocurrió a Zari y Sera, que durante mucho tiempo habían mantenido rutinas, que en ningún momento contemplaban la idea de la convivencia en pareja. Y muchas fueron las pequeñas discusiones en las que alguno de los dos terminó cediendo, en pos de la comodidad y tranquilidad del otro. Una de estas pequeñas desavenencias ocurrió cuando Sera le asignó un par de sombras permanentes a la pequeña Zahori, esto para su protección, dichas sombras tendrían la obligación de seguir a su pequeña incluso en la escuela; lo que a Zari le precio una exageración, ya que nunca había ocurrido nada que se pudiera considerar un riesgo en su pequeña ciudad, sin embargo, ella terminó por aceptar, dado que Sera aún tenía, de vez en cuando, pesadillas en las que perdía nuevamente a su familia, porqué él no las había podido proteger; después de todo Zari comprendía que las sombras eran más para la tranquilidad de su esposo, que por la posibilidad de volver a sufrir un ataque.
Sin embargo, también existieron desacuerdos que se llegaron a extender por días, como el tener que decidir el lugar más conveniente para vivir. Zari había pensado en pedirle a su tío que les ayudara a establecer su casa en algún punto de las decenas de hectáreas que comprendían las tierras Lanira. Pero Ragnar deseaba ser el proveedor de todo, incluyendo la vivienda, y ya que él había iniciado la compra del edificio más alto del centro, y que era un dragón; lo más indicado era situar a su familia en lo más parecido a una torre; y ese sería el penthouse de ese lugar, sin mencionar que ahí mismo podía ubicar un mejor sistema de seguridad que estuviera a cargo, obviamente, de su gente.
Y la situación en realidad no hubiera escalado tanto, pero ellos, al pertenecer a dos Clanes por naturaleza rivales, que estaban apenas aprendiendo a funcionar juntos, no pudieron evitar que los jefes de familia se lo tomaran de manera personal… Y después de que los consuegros estuvieran involucrados, con sus apasionados temperamentos, las cosas estuvieron a punto de trascender a una guerra territorial. Fue gracias a Damara, que puso en cintura con un hechizo paralizante al dragón y el demonio que amenazaban con volver a destruir su jardín, y después de un gran sermón y una amenaza de vetar a Dracul de su dormitorio si no dejaba que los jóvenes arreglaran sus cosas solos, que logró aclarar que esa y cualquier otra discusión que sus hijos llegaran a tener, a partir de ese momento, únicamente les competería a ellos como la pareja que eran. Y fue así que Zari aceptó vivir en la torre del dragón, siempre y cuando el estuviera ahí, con ellas, pero cuando Sera tuviera que salir de viaje por trabajo, ellas regresarían a la casa Lanira por seguridad y a manera de visita.
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Gracias a los esfuerzos oportunos del tío Lugus, Libelle había disfrutado de un embarazo “saludable” y normal, todo como parte del regalo que ese demonio le hacia a su persona favorita; de esa forma él se aseguraba que ella pudiera vivir toda la experiencia positiva de la maternidad. Por lo que sí, había tenido barios antojos, como el pay de queso y limón, y uno que otro cambio de humor un poco sorpresivo; pero, salvo los primeros días, antes de que su tío comenzara con su tratamiento; en los que había tenido un desvanecimiento y algunos mareos; ella se había salvado de las molestas nauseas matutinas, los vómitos, los calambres inesperados, etc. En cambio, ella se sentía bendecida con su piel más luminosa, su cabello brillante y sus ojos llenos de la luz de la maternidad, por lo que estaba decidida a aprovechar al máximo todas las bendiciones que se le estaban otorgando.
Libella aprovecho ese sentimiento de belleza para abandonar su timidez natural y sacarse muchas fotos con su guapísimo esposo, y cuando comenzó a crecerle la pancita, aunque en un inicio estaba algo preocupada por llegar a verse algo gordita. Sin embargo en el momento en que ella notó el aumento en la talla de sostén, y con ello la posibilidad de lucir un escote; sin sentir que le faltaba un poco más para alcanzar el volumen mínimo requerido pare verse sexy; se emociono y olvidó sus preocupaciones, que por la forma en la que la miraba su esposo, no parecía haber ni una queja, por lo que ella comprendió que podría considerarse una mejora. Por su parte Melly comenzó a encargarse de los outfits, con la firme intención de que Ejder no pudiera ignorar esos cambios, sobre todo porque le era muy divertido verlo sonrojarse después de verlo toda una vida sin inmutarse... En conclusión, toda la familia se había dado a la tarea de que Libelle estuviera contenta, ya que una embarazada contenta era equivalente a bebés más sanos y felices.
Así también, debido a que la mayoría de las mujeres del aquelarre ya contaban con experiencia en el área de la maternidad, constantemente le pasaban tips de cuidado prenatal, preparación del ajuar de los bebés y, ya siendo optimistas del cuidado posparto, y entre todos esos consejos se encontró con las clases de yoga prenatal, que tenían como objetivo entablar una conexión espiritual con sus dagoncitos y preparar a su cuerpo para un parto natural, y dado que lo más probable era que el nacimiento de sus bebés fuera en casa, y siendo una mujer precavida, todos esos posibles beneficios la enamoraron de la idea de tomar las clases, en especial porque muchos sugerían realizarlo en pareja para estrechar el vinculo de pareja, sólo necesitaba convencer a su gran y sobre protector dragón de intentarlo.
—¿Estas segura de querer hacer esto?— preguntó por tercera vez con la esperanza de que la respuesta cambiara.
—Claro que sí, es parte de la experiencia del embarazo— respondió una muy emocionada Libelle —Y no quiero perderme esta oportunidad…
—No lo sé, no me gusta mucho la idea...— para Ejder era difícil permitirle a su esposa hacer casi cualquier cosa, desde que supo del embarazo, el dragón se había vuelto hipervigilante, por lo que una clase deportiva no era parte de su idea de seguridad.
—Vamos, por favor, compláceme, ¿sí?
—Es que, ese tipo de ejercicio... no estoy seguro...
Ejder también tenía un segundo motivo, nunca fue fanático del ejercicio, ni de nada en particular, él había entrenado con sus hermanos mayores como una parte obligatoria de pertenecer a un Clan de guerreros, pero nunca intentó nada fuera de lo estrictamente obligatorio, y su físico, aunque muy bien definido por el entrenamiento, no era precisamente flexible, por lo que ese tipo de actividades lo colocaban completamente fuera de su reducida zona de confort.