Hace años, Ilán le mintió a su exmarido, Damon, diciéndole que el bebé que había dado a luz había muerto. Lo hizo por la profunda decepción que sentía hacia él, quien lo había abandonado en el momento más vulnerable, cuando estaba a punto de dar a luz.
Ahora, Ilán se ve obligado a enfrentarse nuevamente a Damon, ya que su hijo/a necesita desesperadamente un donante de médula ósea.
¿Cómo reaccionará Damon al descubrir que su hijo/a sigue vivo y está gravemente enfermo debido a la enfermedad que padece?
—Cásate conmigo otra vez, Ilán —dijo Damon, su voz impregnada de autoridad, mientras las feromonas alfa llenaban la habitación, abrumando a Ilán con una mezcla de tensión y deseo reprimido.
—Acepto... —respondió Ilán, conteniendo la respuesta instintiva de su cuerpo al poder que emanaba Damon—, pero después de que quede embarazado y dé a luz, nos separaremos.
El aire cargado de feromonas hizo que la atmósfera se volviera insoportable, incrementando la tensión entre ambos...
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5
—Pero doctor, mi hijo es tan pequeño... —dijo Ilán entre sollozos, con las lágrimas que había estado conteniendo durante todo el tiempo finalmente desbordándose y corriendo por sus mejillas en torrentes imparable—. No puede ser posible que Gio tenga esa enfermedad...
El médico permaneció en silencio durante unos segundos, dejando escapar un suspiro antes de hablar. —Haremos más pruebas para confirmar el diagnóstico, señor Ilán, pero no podemos ignorar los síntomas.
Ilán no pudo responder. Estaba paralizado, su mente nublada por la noticia devastadora. La placa con el nombre "Dr. Harir" en el pecho del médico parecía brillar bajo la luz fría del hospital, mientras las palabras rebotaban en su cabeza sin sentido. Cuando finalmente salió de la oficina, las piernas le fallaron y cayó al suelo, sus rodillas golpeando el piso con un sonido seco. Las lágrimas ahora corrían libremente, empapando su rostro mientras su cuerpo temblaba de dolor.
—Dios mío... ¿qué he hecho para merecer esto? —susurró con un hilo de voz. Su fragancia de omega vulnerable, impregnada de tristeza y desesperación, llenaba el ambiente alrededor de él. Las miradas de los demás en la sala de espera se posaron sobre él, pero Ilán estaba demasiado roto para notar nada.
Ilán había pasado por tanto en su vida, y cada nuevo golpe lo había destrozado un poco más. Desde que su padre se volvió a casar, la vida se le había vuelto un infierno. Su juventud robada por un alfa desconocido en su huida de casa, un matrimonio forzado por su embarazo, y luego, cuando finalmente comenzó a amar a Damon, aquel alfa al que estaba destinado, él lo había abandonado cruelmente. Y para colmo, perdió a una de sus gemelas el mismo día que Gio nació. Todo ese dolor lo había arrastrado hasta este punto. Y ahora... su amado hijo, el niño por el que había luchado, protegido y escondido del mundo, estaba enfermo.
"¿Por qué, Dios? ¿Por qué Gio?" gritaba en su mente, sintiendo como si su corazón se partiera en mil pedazos.
Lloró en silencio durante un largo tiempo, sin atreverse a entrar en la habitación donde Gio estaba descansando. No quería que su hijo lo viera en ese estado, roto y derrotado. Sabía que Gio era fuerte, y no quería transmitirle su miedo. Finalmente, después de un rato, se levantó, sus piernas temblando, y se dirigió al baño del hospital para lavar su rostro. Necesitaba calmarse antes de regresar junto a su hijo. Su aroma seguía impregnado de dolor, pero intentó suprimirlo, controlarlo lo mejor que pudo. Cuando al fin se sintió lo suficientemente fuerte como para enfrentarse a la situación, salió del baño y regresó a la habitación de Gio.
—¿Por qué tardaste tanto? —preguntó Hesti en cuanto lo vio entrar.
La preocupación era evidente en el rostro de Hesti. Aunque intentaba mantenerse firme, el ligero aroma agrio de su ansiedad se filtraba en el aire. Sabía que algo andaba mal. Gio seguía inconsciente, y la larga conversación de Ilán con el doctor había alimentado sus peores miedos.
—Salí a buscar algo de beber primero —mintió Ilán, forzando una sonrisa mientras acariciaba suavemente el rostro de Gio, intentando evitar que las lágrimas brotaran nuevamente.
Pero la opresión en su pecho era demasiado fuerte. Cada vez que miraba a su hijo, su corazón se rompía un poco más. El aroma de Ilán, cargado de tristeza, llenaba la habitación. A pesar de sus esfuerzos por mantenerse fuerte, no pudo evitar que las lágrimas comenzaran a caer nuevamente, deslizándose silenciosamente por sus mejillas.
—Lán, ¿por qué lloras? —preguntó Hesti, alarmado, acercándose rápidamente. Sabía que algo grave pasaba, incluso antes de que Ilán respondiera. El tono de su voz, los ojos rojos e hinchados de su amigo, le indicaban que había malas noticias.
—Mi hijo, Hesti... el doctor dijo que... —Ilán no pudo terminar la frase. Su voz se quebró, y cubrió su boca con las manos, tratando de contener el sollozo que amenazaba con salir.
—¿Qué tiene Gio? ¿Qué te dijo el doctor? —insistió Hesti, ahora aún más preocupado.
Finalmente, Ilán le contó todo lo que el médico había dicho, susurrando las palabras como si al pronunciarlas en voz alta se hicieran más reales y dolorosas. Explicó el diagnóstico, la terrible enfermedad que el doctor temía que su hijo pudiera tener.
—¿Leucemia mieloide...? —susurró Hesti, incrédulo, su cuerpo tenso ante la revelación. No podía entenderlo. ¿Cómo un niño tan pequeño, que siempre parecía estar bien, podía estar sufriendo una enfermedad tan devastadora?
Ilán asintió, sintiendo que el suelo se desmoronaba bajo sus pies. —Van a hacer más pruebas... pero tengo miedo, Hesti. Tengo tanto miedo de que... —su voz se desvaneció, incapaz de terminar la oración. No podía siquiera pensar en la posibilidad de perder a Gio.
—No tengas miedo, Ilán —interrumpió Hesti, envolviendo a Ilán en un abrazo reconfortante, dejando que su aroma calmante lo rodeara, intentando ofrecerle algo de paz—. Estoy aquí contigo. Vamos a rezar juntos, ¿de acuerdo? Las próximas pruebas podrían mostrar que todo está bien, que solo es agotamiento. Gio es fuerte, lo sabes. Todo va a estar bien.
Ilán cerró los ojos, dejando que el abrazo de Hesti y su aroma lo envolvieran por completo, dándole un pequeño respiro de su dolor. —Sí... eso espero. Sé que Gio es fuerte... —dijo Ilán, su voz cargada de oración mientras inclinaba su cabeza para besar la frente de su hijo.
El pequeño omega se aferraba a esa esperanza desesperadamente, rezando en silencio para que su hijo pudiera superar esta prueba, para que el destino no fuera tan cruel una vez más.
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