La historia de los Moretti es una de pasión, drama y romance. Alessandro Moretti, el patriarca de la familia, siempre ha sido conocido por su carisma y su capacidad para atraer a las mujeres. Sin embargo, su verdadero karma no fue encontrar a una fiera indomable, sino tener dos hijos que heredaron sus genes promiscuos y su belleza innata.
Emilio Moretti, el hijo mayor de Alessandro, es el actual CEO de la compañía automotriz Moretti. A pesar de su éxito y su atractivo, Emilio ha estado huyendo de las relaciones estables y los compromisos serios con mujeres. Al igual que su padre, disfruta de aprovechar cada oportunidad que se le presenta de disfrutar de una guapa mujer.
Pero todo cambia cuando conoce a una colombiana llamada Susana. Susana es una mujer indiferente, rebelde e ingobernable que atrapa a Emilio con su personalidad única. A pesar de sus intentos de resistir, Emilio se encuentra cada vez más atraído por Susana y su forma de ser.
¿Podrá Emilio atrapar a la bella caleña?.
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Directo a la yugular...
Susana fue informada por Brigitte sobre el almuerzo con el CEO Donatelli. Como ya había entregado el informe solicitado por Emilio, decidió no ir nuevamente hasta su oficina.
Por una razón inexplicable, el italiano miraba constantemente el reloj, como si ansiara que llegara la hora del almuerzo para volver a ver a la mujer que, sin proponérselo, lo descolocaba. Ella comenzaba a atraerlo como un maldito imán del que no podía —o no quería— escapar.
Susana, fiel a su profesionalismo, sabía que la puntualidad era una virtud indispensable en cualquier empresario. Por eso, media hora antes del compromiso, ya se encontraba en la elegante sala de espera de la presidencia, sentada con postura impecable, revisando algunos documentos desde su tableta.
Cuando Emilio salió de su oficina, no pudo evitar escanearla con sus ojos claros. Aquella vez, la caleña vestía un conjunto ejecutivo que combinaba el blanco con el gris perla, perfectamente ceñido a su figura, con tacones a juego y joyería sutil. Llevaba el cabello recogido en una coleta alta que dejaba ver su cuello estilizado, y el maquillaje era justo el necesario para resaltar la belleza de sus rasgos latinos.
—¿Cómo la ves hoy, Moretti? —le murmuró su conciencia con sarcasmo—. ¿Está más guapa que ayer, verdad?
—Claro, es una belleza —respondió internamente—. Pero peligrosa. Nadie me quita de la cabeza que su cercanía con mi padre y mi abuelo es pura estrategia para escalar posiciones... Pero yo no caeré. No en sus encantos malditos. Mantendré los pies firmes sobre la tierra —se dijo a sí mismo, aferrándose a su soberbia como a una armadura.
Entonces, caminó con su habitual elegancia e imponencia y llamó a su asistente con un tono seco:
—Brigitte, vamos. No podemos llegar tarde al almuerzo con Donatelli. Y usted, licenciada Montero, más le vale que llegue a tiempo. Detesto retrasar compromisos por culpa de personas ineficientes.
Susana alzó una ceja, confundida.
—Pensé que iría con ustedes —respondió, con cortesía pero sin esconder el asombro.
Emilio soltó una sonrisa burlona, de esas que daban ganas de borrarle con una bofetada bien dada.
—¿Me vio cara de chófer privado o de su sirviente personal?
La colombiana rodó los ojos sin molestarse en responder. Tomó su bolso con dignidad y caminó apresurada hacia el ascensor, subió y se perdió por los pasillos con paso firme.
Emilio soltó una carcajada como si acabara de hacer la mejor broma del día.
—Veremos cómo llegas, parlanchina —masculló, divertidamente cruel.
Brigitte, algo contrariada por la actitud del CEO, caminó en silencio a su lado. No entendía bien la hostilidad hacia Susana, ni por qué a veces parecía más obsesión que desdén.
Lo que Emilio no imaginaba era que su pequeño jueguito terminaría jugándole en contra. Porque no solo Susana llegaría primero al restaurante, sino que además la encontraría conversando animadamente —y en ese imperfecto italiano que resultaba escandalosamente seductor— con el apuesto y encantador Salvatore Donatelli, uno de los CEOS de tecnología más influyentes de Italia.
La caleña llegó al restaurante —un elegante local italiano en el corazón de la ciudad— diez minutos antes de la hora pactada. Preguntó con amabilidad por la mesa reservada y mostró su carnet de empleada Moretti. Un camarero la guio hasta un rincón apartado del bullicio, una mesa sobria, íntima y elegante, ideal para una reunión ejecutiva.
—Buon pomeriggio, signor Donatelli. Soy Susana Montero, diseñadora gráfica de Automotriz Moretti —dijo con amabilidad, en su encantador acento colombiano con toques de italiano esforzado.
Salvatore levantó la mirada y se quedó mudo por unos segundos. Frente a él, una mujer de sonrisa blanca y encantadora, con esa gracia natural que solo dan las calles de Cali.
Se puso en pie de inmediato y la saludó con una sonrisa amplia y genuina.
—Licenciada Montero, benvenuta. Debo confesar que su acento me resulta encantador.
Susana se mordió el labio, un tanto avergonzada, y soltó una risita suave.
—Más que encantador creo que suena bastante gracioso —dijo con modestia—. Estoy recién llegada a este país y, como verá, el italiano no es precisamente mi fuerte.
El CEO rió con ella y le ofreció asiento con la elegancia de un caballero. Le sirvió una copa de vino blanco con naturalidad.
Y como hablar era su arte, Susana entabló con facilidad una conversación divertida, amena y sincera. Su naturalidad rompía cualquier protocolo, pero lo hacía de forma tan fluida que nadie podía resistirse a su carisma. Para Donatelli, era un deleite escucharla.
Minutos después, Emilio entró al restaurante acompañado por Brigitte. Al divisar a la caleña tan suelta y sonriente en la mesa de Donatelli, con esa familiaridad que solo ella sabía desplegar, se quedó congelado por un instante.
Sus cejas se fruncieron apenas, su mandíbula se tensó... y una incómoda punzada de celos se instaló en su estómago.
Brigitte notó el cambio en su expresión.
—¿Todo bien, señor?
Emilio solo apretó los labios y caminó hacia la mesa con paso decidido.
Porque si algo le molestaba más que la altanería de la caleña... era verla encantando a otro hombre que no fuera él.
La entrada de Emilio al restaurante se hizo notoria como siempre. Con su impecable traje azul marino y su mirada de superioridad, saludó con una cortesía fingida, interrumpiendo las risas compartidas entre Salvatore y Susana.
—Buenas tardes —dijo, mientras lanzaba una mirada fría a la mesa.
—¡Emilio! —exclamó Donatelli con tono cordial, al tiempo que consultaba su reloj—. Debo confesarte que me has sorprendido gratamente al enviarme a esta encantadora señorita a hacerme compañía mientras llegabas. He estado tan entretenido, que ni siquiera noté que ya son las doce y cinco. Te recordaba más puntual.
—Bueno, señor Donatelli —intervino Susana, con una sonrisa traviesa y tono burlón—, a veces los autos, incluso los más lujosos y de alta potencia, también presentan fallas... o se vuelven lentos. Creo que eso le ocurrió al lujoso Lamborghini de mi jefe. Por fortuna, yo llegué primero para evitar que se aburriera mientras esperaba.
Emilio la fulminó con la mirada. Ella, lejos de intimidarse, le guiñó un ojo con descaro.
Brigitte, que había estado en completo silencio, tuvo que morderse los labios con fuerza para no soltar la risa. La caleña adoraba tentar su suerte, y ese almuerzo prometía ser memorable.
—Mi estimado Emilio —añadió Salvatore—, gracias por pensar en mi salud mental. ¡Qué gran acierto enviar a esta bella y encantadora compañía!
Emilio apenas asintió, conteniendo la furia que hervía por dentro. Se sentó, seguido por Brigitte, justo al lado de Susana, que sorbía una copa de vino blanco con toda la naturalidad del mundo.
Con una señal, Emilio llamó al camarero.
—Il menu, per favore —ordenó en su italiano impecable.
El camarero trajo una carta para cada uno. Susana la sostuvo entre sus manos con cierta inseguridad, hojeándola sin saber muy bien qué elegir. Cada vez que veía los precios, hacía una mueca que no pasaba desapercibida para Emilio, quien la espiaba de reojo con una sonrisa contenida.
Cuando el mesero regresó para tomar la orden, todos hicieron sus elecciones. Al llegar el turno de Susana, ella titubeó.
—¿Señorita Montero? —preguntó Salvatore, con cortesía—. ¿No encuentra algo de su agrado?
Susana suspiró y se sinceró, sin importarle la presencia de su jefe.
—En realidad... no tengo idea de qué ordenar. Nunca he comido en un restaurante como este, y no sé por dónde empezar.
Emilio abrió la boca, listo para lanzar un comentario ácido, pero se contuvo. No quería dar una mala impresión frente a Donatelli.
—No se preocupe, licenciada —dijo Salvatore con una sonrisa amable—. Permítame sugerirle algo. Le pediré un plato que estoy seguro le encantará.
—Muchas gracias —respondió ella, encantada—. Me dejo guiar por usted.
La sonrisa de agradecimiento que le dedicó al CEO italiano le revolvió el estómago a Emilio. Y no era precisamente por el vino.
Durante el almuerzo, Emilio expuso sus planes para la colaboración entre Automotriz Moretti y la empresa tecnológica de Donatelli. Mencionó, con frialdad profesional, la participación de Susana en el proyecto, justificando su presencia en el almuerzo.
—Entonces, las jornadas laborales serán mucho más amenas —dijo Donatelli con una sonrisa—. Tener a la licenciada Montero en el equipo es, sin duda, una grata noticia.
—Bueno, espero estar a la altura de sus expectativas, señor Donatelli —respondió Susana con tono firme y elegante.
—Ahí está de nuevo... —gruñó la conciencia de Emilio—. Sonríe para todos menos para ti. Al idiota lo halaga con sus miradas, y a ti te responde con desafío.
El CEO de Automotriz Moretti decidió cortar el momento antes de que su paciencia se agotara por completo.
—Bien, ya que estamos claros en los objetivos, regresemos a la compañía. Hay mucho por hacer.
—Perfecto en los próximos días estaré ahí, Emilio —respondió Salvatore estrechándole la mano.
Brigitte también se despidió con cortesía. Entonces llegó el turno de Susana.
—Hasta pronto, señor Donatelli. Fue un placer conocerlo.
—El placer ha sido mío, licenciada. Por cierto, mencionó que está recién llegada al país... Me encantaría invitarla a conocer la ciudad este fin de semana. Así puede practicar el idioma, conocer la cultura y disfrutar un poco fuera del trabajo.
Susana no lo dudó.
—Me encantaría. Acepto.
Sacó una pequeña tarjeta de notas de su bolso, escribió su número con letra clara y elegante, y se la entregó al italiano. Emilio, desde su lugar, sintió una punzada tan fuerte que sus dedos se crisparon sobre el mantel. Quiso arrancar ese papel de las manos de Donatelli, pero se quedó inmóvil, como estatua, con la mandíbula apretada.
—Ahora sí, me despido. Que tenga un feliz resto del día, señor Donatelli.
Susana se levantó con gracia y caminó hacia la salida del restaurante con esa elegancia natural que hacía que las miradas se desviaran inevitablemente hacia ella.
—Montero, dese prisa. Tengo una reunión importante —espetó Emilio con tono autoritario.
—¿Debo estar presente? —preguntó ella, confundida.
—No. Estoy diciendo que se apresure para que regresemos a la compañía —respondió con impaciencia.
—No se preocupe, aún no termina mi hora de almuerzo. Estaré puntual a las dos —contestó ella, con tranquilidad.
—Le estoy diciendo que se apresure porque la llevaré en mi auto —insistió Emilio, elevando la voz.
Susana se detuvo y lo miró con una sonrisa burlona.
—¿Escuché bien, su majestad? ¿Dijo que me llevará en su auto? Mi respuesta es no, gracias. No vaya a ser que su impecable carruaje real se contamine con la presencia de esta simple plebeya. Vine por mi cuenta... y así mismo regresaré. Subiré en un carruaje de esos que las plebeyas como yo sí podemos usar.
Sin más, se dio la vuelta, con una dignidad que dejó a Emilio con un ardor en el pecho que ni el whisky más caro podría calmar.
Brigitte no resistió más y soltó una risa breve.
—¿Y a ti qué te hace gracia, Brigitte? —espetó Emilio, girándose con el ceño fruncido—. ¿O también quieres irte por tu cuenta?
—No, señor —dijo ella de inmediato, volviendo a su rostro profesional.
Una vez en el auto, Emilio iba revisando con la mirada cada rincón de la calle. A lo lejos, divisó a la caleña caminando con sus auriculares puestos, tarareando una canción en español, despreocupada, como si el mundo no pudiera tocarla.
—Aarón, detente frente a ella.
—Lo que tú digas —respondió el chofer, girando el volante con habilidad.
Pero antes de que Aarón pudiera alcanzarla, otro vehículo se detuvo. Era el auto de Salvatore. El CEO bajó, dijo unas palabras a Susana, y ella, sonriente, subió sin titubear.
Emilio observó la escena en completo silencio. La vena de su frente palpitaba con furia contenida. Cerró los puños. El rugido en su pecho era puro orgullo herido.
Y quizás... algo más...
/CoolGuy/
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És más ni cita hago ahí mismo lo páro en seco y le digo hablémos de el negocio aquí mismo y ahora.
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