❄️En lo profundo de los bosques nevados de Noruega, oculto entre pinos milenarios y auroras heladas, existe un castillo blanco como la luna: silencioso, olvidado por el mundo, custodiado por un único dragón que ha vivido demasiado tiempo en soledad.
Sylarok Vemithor Frankford, un príncipe de sangre de dragón antiguo, parece un joven de veinticinco años... pero ha vivido más de dos siglos sin envejecer, sin amar, sin pertenecer. Su alma es fría como su aliento de hielo, su vida, una rutina congelada entre libros, armas y secretos.
Hasta que una muchacha cae inconsciente en su bosque, desmayada sobre la nieve como un copo a punto de morir.
Celeste, una nómada de mirada estrellada y corazón herido, huye de su pasado, de los bárbaros que arrasaron su familia, y del invierno que amenaza con consumirla.
Y Sylarok aprenderá que no hay armadura más frágil que el hielo cuando el calor del amor comienza a derretirlo.
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Una cachetada sin manos.
Lady Margaret Thorner apenas parpadeó cuando escuchó la palabra “prometida”. Por un segundo, el brillo arrogante de su mirada se tambaleó. Celeste, en cambio, sintió cómo la sangre le abandonaba el rostro. Su cuerpo entero se tensó, como si acabara de pisar un campo minado.
—¿Prometida? —repitió la duquesa con una sonrisa que no tocaba sus ojos—. Disculpe, su majestad, no sabía que estaba comprometido… jamás lo anunció públicamente.
—Porque no es asunto de nadie —respondió Sylarok, su tono tan helado que habría hecho temblar incluso a los candelabros de cristal.
La tensión en el salón se volvió palpable.
—El compromiso es un asunto entre dos familias —continuó él, con una calma peligrosa—. Y me aseguré de hablar con la familia de mi prometida, no con usted ni con la corte de chismosas que se esconde detrás de sus abanicos.
Un leve murmullo recorrió a los nobles cercanos. La cara de Lady Thorner se mantuvo firme, pero su cuello enrojecía poco a poco.
—No era mi intención ofender, claro que no —dijo la duquesa con falsa amabilidad—. Solo... jamás escuché de la señorita Lysell. Pensé que—
—Pensó mal —interrumpió Sylarok con una sonrisa afilada—. Y si mi prometida no es bienvenida en su mansión, entonces yo tampoco lo soy.
El silencio fue absoluto. Hasta el séquito de la duquesa retrocedió un paso.
—Le ruego que no lo tome así, su majestad —dijo, fingiendo una carcajada suave, aunque sus ojos lanzaban dagas—. Fue un malentendido. No tenía idea de que…
—No tenía por qué saberlo —la cortó nuevamente—. Como dije: es un asunto nuestro.
Celeste intentaba respirar con normalidad, pero le costaba. La palabra “prometida” le retumbaba en la cabeza. ¿Desde cuándo? Ese no era el plan ¿Cómo que su familia sabía? Si sus padres están muertos ¿De qué estaba hablando Sylarok?
Y entonces, justo cuando la tensión parecía estallar como una copa de cristal arrojada al suelo, un hombre alto y de porte regio apareció detrás de la duquesa.
—Margaret, querida… —su voz profunda y autoritaria se impuso con elegancia—. ¿No estarás espantando a nuestros invitados más distinguidos?
El Archiduque Thorner, vestido con un impecable traje de gala en negro y plata, se acercó con una sonrisa diplomática. Su cabello blanco, peinado con pulcritud, brillaba bajo la luz de las arañas de cristal. Saludó con una leve inclinación al dragón disfrazado de principe.
—Su majestad Vemithor, es un honor tenerlo en nuestra casa. Y a usted también, señorita Lysell —dijo, con un leve gesto de cabeza en dirección a Celeste, cuya sorpresa aún la mantenía en piloto automático.
—El honor es nuestro, Archiduque —respondió Sylarok, bajando levemente la guardia solo por respeto a la jerarquía.
El Archiduque le lanzó una mirada a su esposa. Margaret fingió que nada pasaba, enderezando la tiara como si con eso pudiera limpiar la humillación.
—Estoy seguro de que Lady Thorner solo deseaba asegurarse de que las formalidades estuvieran en orden —continuó el Archiduque con elegancia—. Pero no hay nada más formal que el compromiso de un monarca. Les ruego, disfruten la velada como nuestros invitados más privilegiados.
—Lo haremos —dijo Sylarok, tomando suavemente a Celeste del brazo, guiándola hacia el gran salón como si no acabaran de desarmar la dignidad de la anfitriona frente a todos.
Pero antes de marcharse, se giró una vez más hacia Lady Thorner, y con una sonrisa tan amable como venenosa, le dijo:
—Y si en algún momento desea una invitación a la boda, no se preocupe… estoy seguro de que encontrará la manera de enterarse. Le encanta enterarse de todo, después de todo.
Margaret no respondió. Solo apretó los labios y siguió caminando con paso firme, como si nada hubiera pasado. Pero sus ojos brillaban con furia.
Celeste, por su parte, apenas podía caminar. Su mente estaba en caos. ¿Prometida? ¿Mi familia? ¿Una boda? Su corazón golpeaba como un tambor de guerra.
Y Sylarok, como si no acabara de decir la bomba más grande de la noche, la miró de reojo con una sonrisa pícara.
—Relájate, Celeste. Estamos jugando… asi que respira.
Ella lo fulminó con la mirada. Pero en el fondo… algo dentro de ella temblaba. Y no era precisamente por la mentira.
Era porque, por un segundo, le había gustado escucharlo.
—Su forma de caminar es tosca —dijo Lady Rosse de la Mare, que en realidad envidiaba que Celeste caminara mejor que ella con esas zapatillas infernales.
Celeste, ajena a los cuchicheos, se inclinó hacia Sylarok.
—¿Por qué me miran como si les hubiera pateado a sus gatitos?
—Porque lo hiciste, solo que con tu presencia —le respondió él, dándole otro sorbo a su copa—. Y además, me robaste a mí. O eso creen.
Ella lo mira, sorprendida.
—¿Te robe? ¿A ti? ¿Y cuánto cuestas?
—Más de lo que puedes pagar.
—Te cambio por una vaca que da leche con sabor a canela y una cabaña con chimenea.
Él soltó una carcajada. Una genuina. Una que hizo girar algunas cabezas.
Y ahí fue donde la hostilidad aumentó.
—¡Él nunca se ríe! —exclama otra dama noble con el rostro pintado como porcelana.
—Debe haberle echado algo en la bebida —insinua una voz desde un rincón.
Pero Ryujin, que había entrado discretamente, observaba todo desde una esquina con su copa en mano y su usual aire de “esto va a explotar pronto, será mejor que nos vayamos cuanto antes mejor”.
Mientras la música comenzaba a sonar, una de las damas hizo el primer intento.
—Príncipe Sylarok —dijo Lady Fráncfort, acercándose con una sonrisa perfecta—. Qué gusto verlo aquí. ¿Bailaría conmigo el primer vals? Es tradición.
Celeste mira a Sylarok. Él le responde sin titubear.
—Me temo que tengo una nueva tradición esta noche —dijo, tomando la mano de Celeste—. Bailar con mi acompañante.
Y con eso, la guió hacia la pista de baile, entre la música y las miradas asesinas.
La orquesta comenzó a tocar. Celeste se colocó en posición. Sylarok la tomó con suavidad, con sus dedos fríos sobre su cintura.
—¿Lista para hacer historia? —le susurra.
—Estoy lista para romperte un pie si me equivoco —contesta ella, pero con una sonrisa encantadora.
Y cuando comenzaron a girar por el salón, entre los candelabros de luz, los reflejos del cristal y los murmullos de furia contenida… algo mágico volvió a flotar en el aire.
Todo estaba agitado y se agitó aún más cuando Sylarok, se acercó al oído de Celeste. De la nada él le besa el cuello lo que casi la hace equivocarse.
Las señoritas alrededor de la pista estaban tan enojadas que si están a solas con Celeste su rostro pasaría a la historia