Soy Graciela, una mujer casada y con un matrimonio perfecto a los ojos de la sociedad, un hombre profesional, trabajador y de buenos principios.
Todas las chicas me envidian, deseando tener todo lo que tengo y yo deseando lo de ellas, lo que Pepe muestra fuera de casa, no es lo mismo que vivimos en el interior de nuestras paredes grandes y blancas, a veces siento que vivo en un manicomio.
Todo mi mundo se volverá de cabeza tras conocer al socio de mi esposo, tan diferente a lo que conozco de un hombre, Simon, así se llama el hombre que ha robado mi paz mental.
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¿Quien era ella?
El primer encuentro.
Tenía algo en mente, saber si lo que se metió en su cabeza era cierto o no.
—Yolanda… ¿podrías buscarme el coche? Necesito salir un momento—
—¿Quiere que la acompañe?—
—No, estaré bien. Solo… necesito respirar—
Yolanda recordó que ella no tenía ropa para ir a la calle, solo la ropa de pijamas.
—Señora, ¿Le traigo ropa de Camila?— ambas tenían el cuerpo similar, solo que Camila usaba ropa casual, al estilo de jóvenes estudiantes que andan deportivos.
—No queda de otra, está bien, usaré su ropa—
—Está bien, solo coma un poco más y dejaré la ropa sobre su cama—
—Gracias Yolanda, eres muy amable —
Graciela decidió comer completo y se relajó en sus pensamientos, cuando terminó subió a su habitación y miro la ropa que estaba ahí encima de la cama, un jean ajustado en las caderas con botas anchas, una blusa que no llegaba completa, dejaba al descubierto dos dedos de piel, al ver los zapatos deportivos suspiro, pero su rostro se llenó de risas al ver su monedero al lado de una mochila deportiva.
Yolanda entró y la vio sonriente, —No te creas capaz de usar ese estilo, Camila es una joven que anda a su moda—
Graciela se miró al espejo y era como de diez años menos, se veía joven y hasta llena de vida —¿Hay alguna gorra que cubra mi rostro?— no quería ser descubierta, lo que haría era algo arriesgado, si Pepe se llegase a enterar, no sabe de lo que es capaz.
Yolanda entre cerro los ojos y sí, recordó que Camila tenía una hermosa, —Ya se la traigo— dijo mientras sale de la habitación.
Graciela se terminó de arreglar, hizo una coleta alta y luego se colocó la gorra que Yolanda le había traído.
—Deséame suerte por favor— se paró frente a Yolanda, quien le hizo la cruz en su pecho y le dio su bendición, Graciela abrió la puerta de la casa y por la gorra no visualizo el cuerpo del hombre que estaba para justo en la entrada para tocar el timbre, su cuerpo choco con el pecho de Simón, fue un golpe seco y él la sostuvo de ambos brazos para atajar el golpe.
—¿Se encuentra bien señorita?— su voz resonó en el lugar era una voz gruesa y sexi a la vez, Graciela volteo y miro a Yolanda, sus mejillas ruborizadas, no fue capaz de subir la mirada, agradece que la gorra oculta si rostro.
—Estoy bien, le pido disculpas, señor—Graciela se movió y se escabullo, apenada, sin saber quién era, pero su cuerpo tembló.
Yolanda miró a Graciela correr hacia el estacionamiento y a Simón voltear a verla, carraspeo dos veces para hacerlo voltear y darle tiempo a su patrona de que saliera de casa —Buen día, señor, ¿En qué puedo ayudarle?—
Simón pestañeo varias veces, ese choque le reinicio la mente, hasta se le olvidó a que iba, —Perdone, ¿Está el señor Benítez?— fue lo primero que se le ocurrió.
—No, el señor debe de estar en la empresa a esta hora trabajando, ¿Desea dejar algún recado?—
Simón miró a la mujer y se recompuso rápidamente, su postura resta y solo le contestó, —No se preocupe, hasta luego—
Simón salió mirando hacia los lados, Yolanda le habló, pero Simón ignoró sus palabras, ella buscaba su nombre, pero no hubo respuesta.
Graciela llegó al auto y salió rápidamente de casa, no quería que la vieran, no sabía quién era el hombre no le vio el rostro, luego de haber conducido un par de cuadras, ella se detuvo, coloco sus manos sobre él volante y suspiro varias veces, aún puede sentir las grandes manos del hombre sobre sus brazos, ¿Quien era? ¿Que hacia ahí?
Minutos más tarde, Graciela siguió conduciendo el vehículo, observando las calles de la ciudad pasar como un carrusel difuso.
No tenía un destino fijo. Solo quería pensar.
Pero el coche giró por instinto. Su cuerpo sabía a dónde iba, incluso si su mente aún no lo aceptaba.
Hotel Amarant.
Allí, entre las luces elegantes y los lujos ocultos, buscaba una pista, una confirmación, una verdad que temía encontrar.
Al llegar, el portero la saludó con una sonrisa:
—Buenos días, señora. ¿En qué puedo servirla?—
—¿Cuando fue la gala y a qué hora terminó?— ella necesitaba saber si su esposo había asistido y con quién.
—La cena de gala terminó cerca de la una de la mañana, señora. Algunos invitados se quedaron en las suites del piso ejecutivo. ¿Desea que consulte si hay alguna habitación disponible?—
Graciela forzó una sonrisa.
—No, gracias. Solo quería… saber si el señor Pepe Benítez asistió— Graciela miro al hombre, necesitaba esa información.
—Disculpe, esa información no podría dársela, ya que no dispongo de la lista y es algo privado, no sé si me entiende— un hombre educado, pudo observar el anillo y los aretes de Graciela, aunque ella anduviera con esa ropa de jovencita, sabía el costo de cada prenda.
—Entiendo, disculpe—
Se dio la vuelta. El corazón le latía con fuerza.
Sabía que algo estaba mal. Que su intuición no le mentía.
Y mientras regresaba al coche, sintió por primera vez en muchos años, algo nuevo… algo ácido y violento.
Celos.
No por la posibilidad de que su esposo estuviera con otra mujer. Sino por algo más profundo: la traición, la deslealtad silenciosa, el hecho de haber sido excluida, borrada, sustituida sin explicación.
Y dentro de ella, creciendo en secreto… una nueva vida. Un hijo.
Una historia que apenas comenzaba.
Se marchó, pero su silueta no fue desapercibida para Simón, quien había regresado a su habitación, y la vio salir, era la segunda vez que la veía ese día, necesita mirar su rostro, saber quién era la mujer, su olor, su voz dulce, su elegancia al caminar, y aunque corrió detrás de ella, Graciela fue más rápida y aún sin saberlo, se escabullo.
Fue el primer encuentro y ambos habían quedado marcados, Graciela regreso a casa con el corazón herido, necesitaba enfrentar a Pepe, era algo que no le pasaría.
Pepe ahora se siente en las nubes con tanto halago que lo compara con el comportamiento de su madre y Graciela.