“Lo expuse al mundo… y ahora él quiere exponerme a mí.”
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Capitulo 4: El primer movimiento
El timbre del recreo resonó por todo el colegio, y los pasillos se llenaron de risas, murmullos y pasos apurados. Isabella, como siempre, caminaba con sus libros apretados contra el pecho, intentando no tropezar con nadie. Lucas iba a su lado, distraído hablando de videojuegos y de lo aburrida que había sido la clase de matemáticas.
—Si el profe vuelve a hablar de fracciones, juro que salto por la ventana —bromeó él.
—Lucas, estamos en un primer piso —respondió ella riendo.
—Precisamente. No me haría daño. Solo emocionalmente.
Ambos rieron, sin notar que a pocos metros, Sofía los observaba, apoyada contra una pared, rodeada por su grupo de amigas. Su mirada se clavaba en Isabella con una mezcla de rencor y diversión.
—Mírala… la niña perfecta —murmuró Sofía, con un tono envenenado—. Siempre con su sonrisa de “yo no rompo un plato
Una de las chicas del grupo, Camila, asintió con una sonrisa falsa.
—Aunque con esa torpeza, seguro rompe varios.
Rieron todas, y Sofía se apartó un mechón de su cabello negro ondulado, observando cada movimiento de Isabella.
—Hoy quiero que todos se rían de ella. Solo un poco… que empiece a entender que su vida acá no será tan fácil.
—¿Qué tienes en mente? —preguntó otra de sus amigas, Valeria.
Sofía sonrió de lado.
—Muy simple. Un empujón, una “confusión” y… un pequeño espectáculo en la cafetería. Nada que deje huella, solo una marca invisible.
—Suena a ti —dijo Camila, burlona.
—Exacto —respondió Sofía, con una mirada que destilaba control—. Todo lo que hago suena a mí.
Un rato después, Isabella y Lucas entraron a la cafetería. Ella buscaba un lugar donde sentarse mientras equilibraba su bandeja con una mano y sujetaba su cuaderno con la otra.
—¿Por qué siempre cargas tantas cosas, Isa? —preguntó Lucas.
—Porque si las dejo en mi casillero, se me olvidan.
—Y si las traes, igual se te caen —bromeó él.
Isabella sonrió, rodando los ojos.
—Muy gracioso, Lucas.
Mientras tanto, desde una mesa del fondo, Sofía daba las últimas órdenes.
—Camila, pasa por detrás y empújala un poquito, lo suficiente para que tropiece. Valeria, graba discretamente con tu teléfono. Quiero ver su cara cuando todo el mundo se ría
Camila asintió, riendo por lo bajo.
—Esto será épico.
Isabella avanzaba entre las mesas, buscando un asiento. Estaba tan concentrada en no derramar su jugo que no vio venir el hombro de Camila. El golpe fue sutil, pero preciso.
—¡Ay! —exclamó Isa al perder el equilibrio. Su bandeja tembló, el jugo voló en el aire, y terminó cayendo directo sobre su propio cuaderno.
Lucas la ayudó rápido, intentando cubrirla con servilletas.
—Tranquila, Isa, no fue nada—
—Sí… claro que no —respondió ella, intentando sonreír, aunque sus mejillas ardían de vergüenza—. Solo arruiné mis notas y mi jugo.
Risas se escucharon en algunas mesas. No crueles, pero sí burlonas. Y entre ellas, Sofía, grabando discretamente con el celular, sonreía con satisfacción.
—Perfecto —susurró—. Primera parte, completada
Esa tarde, mientras las clases terminaban, Isabella caminaba sola hacia su casillero. Lucas había tenido que ir al laboratorio, y ella aprovechó para cambiar sus libros. A lo lejos, escuchó unos pasos y voces que reconoció de inmediato.
—Entonces sí lo subiste al grupo —dijo una voz.
—Obvio, Sofía lo pidió —respondió otra.
Isabella se quedó quieta. Su respiración se detuvo por un momento.
—¿Lo subieron…? —susurró, sin atreverse a creerlo.
Asomándose por la esquina, vio cómo Sofía y sus amigas se reían, mirando sus teléfonos. En la pantalla, su video en la cafetería, a cámara lenta, mostrando el momento exacto en que su jugo caía, ya estaba circulando por el chat del colegio.
—¿Viste la cara que puso? —rió Camila.
—Parecía que iba a llorar —agregó Valeria.
Sofía sonrió con una frialdad calculada.
—Tranquilas, chicas. Esto apenas comienza
Cuando Isabella llegó a casa esa noche, dejó su mochila sobre la cama y se sentó sin fuerzas. El teléfono vibró una y otra vez con mensajes nuevos. Algunos eran de apoyo, otros solo emojis de risa.
Suspiró.
—Genial… el día perfecto —murmuró, frotándose la cara.
Su madre asomó por la puerta.
—¿Todo bien, hija?
—Sí, mamá, solo fue… un día largo.
Ella sonrió débilmente y se recostó, mirando el techo. No lo sabía aún, pero el video que Sofía subió había llegado a más ojos de los que imaginaba. Entre ellos, unos azules, fríos y atentos, que lo observaban desde la distancia.