Una historia de amor paranormal entre dos licántropos, cuyo vínculo despierta al encontrase en el camino. el llamado de sus destinados es inevitable.
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La Llamada de la Luna
La noche había caído sobre la mansión, envolviéndola en un silencio denso, casi expectante. Aelis sintió un cambio en el aire, una vibración leve en el pecho que solo podía significar una cosa: Eirik había regresado.
No lo pensó dos veces. Subió las escaleras impulsada por una mezcla de ansiedad y un impulso que no lograba controlar. Necesitaba verlo. Contarle lo que había pasado. Sentirlo cerca.
Se detuvo frente a su puerta, dudando un instante. Luego tocó suavemente.
—¿Eirik?
La puerta se entreabrió. Un olor a vapor y jabón la envolvió. Eirik apareció en el umbral con el torso desnudo, una toalla colgando de su cintura y otra en la mano, secando su cabello húmedo. Gotas de agua resbalaban lentamente por su pecho y abdomen marcado.
—¿Aelis? —Su voz grave sonó como un eco en su vientre—. ¿Pasa algo?
Ella tragó saliva, desviando la mirada un segundo, solo para volver a clavar los ojos en los suyos, como si algo la arrastrara sin remedio.
—Tenía que hablar contigo… —susurró.
Él se hizo a un lado, abriendo más la puerta sin dejar de mirarla. Aelis entró, sintiéndose demasiado consciente de su cuerpo, de la cercanía, del calor que subía por su cuello como una corriente eléctrica.
—¿Qué pasó? —preguntó, dejando la toalla sobre una silla. Aún brillaba de humedad, y su presencia llenaba el cuarto de una energía densa, salvaje.
—Hoy… cuando venía por el sendero hacia la mansión, la vi. A la bruja.
Eirik se detuvo en seco, sus ojos cambiando ligeramente, atentos.
—¿Dónde exactamente?
—Justo antes de entrar al bosque —dijo ella, sentándose al borde de la cama, inquieta—. Apareció de la nada. Me miró como si ya supiera quién era, como si me hubiera estado esperando. No me tocó, no se acercó. Solo dijo: “Tu loba dormida pronto despertará. No puedes huir de lo que eres.” Y luego… desapareció.
Eirik se acercó lentamente. La tensión creció como un hilo invisible que los ataba. Aelis lo miró de reojo, y su mirada se deslizó por el cuerpo aún mojado de él. Su lobo se agitó dentro de ella, inquieta, despertando algo que ya no podía ignorar.
—La luna de sangre se aproxima —dijo él, con voz baja y firme—. Es una noche especial para nosotros. Despierta lo que ha estado en silencio. Intensifica todo: emociones, sentidos, vínculos.
Aelis lo sintió antes de verlo: la energía de su lobo empujando desde dentro. El aire se volvió más denso, más caliente. Eirik se detuvo frente a ella, su pecho apenas a unos centímetros de su rostro. Sus ojos brillaban con un ámbar profundo.
—¿Está… saliendo tu lobo? —preguntó ella, sin aliento.
—No completamente —respondió él, la voz más áspera, cargada de deseo contenido—. Pero quiere.
—¿Tiene nombre?
Eirik se inclinó ligeramente, su rostro a escasos centímetros del de ella.
—Hades.
El nombre cayó como un susurro cargado de poder. Aelis sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Su propia loba rugía dentro de ella, despertando, reconociéndolo.
—Él… me está mirando —dijo ella, casi temblando.
—Y tú lo estás llamando —murmuró Eirik, con una media sonrisa peligrosa.
El silencio que siguió fue como una chispa suspendida. El calor entre ellos era abrasador. Aelis alzó una mano temblorosa y rozó con la yema de los dedos el pecho húmedo de Eirik. Él cerró los ojos, exhalando con fuerza.
—No sé qué me está pasando —dijo ella, con la voz quebrada—. Pero te siento como si fueras parte de mí. Como si ya te conociera.
—Porque lo soy —susurró él—. Y porque en lo más profundo de ti, tu loba lo sabe.
Se quedaron así, quietos, temblando al borde de algo que ninguno estaba listo para cruzar. No aún. Pero la luna ya los estaba tocando, y era solo el principio.