Tras la muerte de su padre, Violeta se enfrenta a una desgarradora decisión: regresar a la casa que heredó de él y lidiar con la última esposa de su padre, una mujer perversa que la someterá al dolor y la inseguridad. La convivencia con esta mujer, quien busca imponerse en la vida de Violeta, se tornará un infierno.
En medio de esta difícil situación, un ángel de carne y hueso se cruza en el camino de Violeta, alguien que no revelará sus verdaderas intenciones hasta que ella no sienta amor verdadero. ¿Podrá Violeta encontrar la fuerza para superar sus miedos y abrir su corazón al amor? ¿O sucumbirá ante la maldad que la rodea?
Esta es la historia de una joven que lucha por encontrar su camino en medio de la adversidad, una historia llena de emociones, secretos y un amor que lo cambiará todo.
Con gran admiración a todas las románticas que aman leer sobre: amor, emoción, algo de tragedia y misterio, intento regalarles una lectura que me encantó hacer y emocionarme junto a Violeta
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Divide y triunfaras
Vita estuvo presente en el funeral, pero no lograba comprender dónde estaba ni qué había ocurrido; simplemente se limitaba a mirar un punto fijo. Al regresar a casa, María reunió a los tres empleados: "Eduardo, usted ha sido un pilar fundamental para Osvaldo durante tantos años y se ha ganado un merecido descanso. Por lo tanto, prescindiré de sus servicios". Luego, con la mirada triunfante, se dirigió a Esther: "A usted tampoco la necesitaré más". "Mañana mismo los quiero fuera", dijo con voz autoritaria
Finalmente, habló con Susana:
"Susana, me gustaría que se quedara, ya que conoce a la perfección el funcionamiento de esta casa. Pero no puedo permitir que esas dos personas vuelvan a entrar", sentenció, señalando con el dedo a Eduardo y Esther.
Susana, con su lealtad y discreción, se había ganado la confianza de María al mantenerse al margen de los conflictos familiares.
Esther, con el corazón desgarrado y la angustia reflejada en cada línea de su rostro, exclamó: "¡Pero estoy aquí para cuidar de mi señorita! No puedo, simplemente no puedo abandonarla".
La respuesta no se hizo esperar: "Su señorita, como usted dice, estará bajo mi cuidado, Esther. Esto ya no le concierne".
El miedo heló la sangre de Esther. Se sentía atrapada, sin el apoyo del señor de la casa que siempre la había protegido. La idea de ser expulsada la aterraba más que un fantasma. Con un nudo en la garganta que apenas la dejaba respirar, se despidió de Vita, su niña adorada, contándole lo sucedido con la voz quebrada: "Mi niña, María es ahora la viuda de tu padre y se quedará en esta casa como la gran señora. No puedo llevarte conmigo. ¡Debes cuidarte mucho! Y también está Susana, que estará pendiente de todo y me mantendrá informada."
No sabía si Vita, con su reciente inocencia, comprendía la gravedad de la situación, pero necesitaba que entendiera la importancia de cuidarse, de ser fuerte. Con el alma destrozada, el corazón hecho pedazos, Esther y Eduardo abandonaron la casa que había sido su hogar, dejando atrás a Vita y un torbellino de emociones que amenazaban con ahogarlos. El dolor por la pérdida de Osvaldo, el vacío que había dejado en sus vidas, y la incertidumbre por el futuro incierto de Vita los acompañaría para siempre.
Susana se limitó a hacer todo cuanto su nueva jefa le ordenaba. "Señora, la señorita Vita debe cenar en una hora", le dijo con voz temblorosa. "Muy bien, prepara la bandeja, yo me encargaré de ella". Más tarde, llevo la bandeja con comida, seguida de María. "Deja la bandeja y sal, quiero estar sola con ella", soltó con voz seca y firme. Susana lo hizo con dolor al ver a la pobre chica sentada en la cama sin siquiera moverse. "Bien, Violeta, siéntate aquí", le gritó. Esta se movió y sentó frente a la mesita. "Ahora come", le exigió. Vita no hizo nada. Volvió a gritarle: "¿Qué no escuchas lo que digo, eres tonta? ¡Come, he dicho!". Al ver que la joven no hacía nada, se acercó a Vita y pronunció: "A partir de ahora vas a comer, beber, y te bañarás por tus medios, nadie va a ayudarte a hacer nada y si te mueres de hambre me harías un favor". Vita seguía con los ojos clavados en el plato de comida, pero sin expresión alguna. María tomó la bandeja y le gritó: "Ya que no tienes hambre, no tengo que alimentarte", y salió gritando: "¡Susana! ¡Susana!". Esta apareció enseguida, porque se había quedado detrás de la puerta oyendo lo que hacía la malvada mujer.
Antes de retirar la bandeja, le ofreció unos bocadillos de carne y un sorbo de agua. Salió rápidamente para evitar ser descubierta. Tras finalizar la limpieza en la cocina después de servir la cena a la señora, regresó a la habitación de Vita. Sin embargo, escuchó ruidos y se detuvo, oyendo la voz de María que resonaba con crueldad: "Eres una estúpida, mataste a tu novio. Pobre joven, no sabía que eras una mujerzuela despreciable. Pero él no te amaba, solo te estaba utilizando. Nadie te quiere, ni tu madre, ni tu novio, y tu padre tampoco, te dejó sola, y ahora eres un estorbo, una carga. No sabes cómo vivir. Mataste a tu padre. ¡Asesina! Si tan solo te hubieras casado con Ortiz, todos estarían vivos".
Vita comenzó a gemir y a emitir pequeños gritos, que luego se intensificaron. Susana, incapaz de soportar tanto maltrato, entró en la habitación y, simulando sorpresa, exclamó: "¡Ah, señora, está aquí! He venido a acostar a la señorita". La escena era desgarradora: Vita yacía en el suelo, mientras María permanecía de pie, con el rostro de Vita enrojecido por los golpes recibidos.
"Susana, hazlo tú, porque lo intenté, pero no me deja hacerlo. Esta carga no podré soportarla", dijo, saliendo rápidamente.
"Señorita Vita, ¿está bien?", le dijo Susana, acariciando su rostro y ayudándola a ponerse de pie. Le lavó el rostro, limpió sus lágrimas y la arropó con cariño. Se sentó a su lado y, pensando en lo que había visto momentos antes, le dijo en un susurro: "Señorita, tiene que curarse. No sé qué más le puede hacer esa mujer. Señorita, por favor, trate de volver con nosotros". Y, poniendo sus manos sobre su rostro, ocultó su tristeza.
El maltrato se intensificaba día a día, la violencia escalando sin tregua. Susana, presa del miedo, evitaba salir a hacer las compras para no dejar a Vita, sola con aquella mujer. Pero la necesidad apremiaba. Esas salidas, a la vez, se convertían en un respiro, una oportunidad para ver a Esther y contarle el horror que se vivía en la casa.
Más de un mes había transcurrido desde que Esther abandonó aquel hogar. Jamás imaginó que el cuerpo de su amada señorita estaría marcado por la crueldad, su alma herida por el maltrato. ¿Hasta dónde llegaría la maldad de aquella mujer?
Una mañana, debido a la falta de víveres, Susana fue al mercado con la intención de hacer un pedido grande para evitar salir a menudo. Esto le tomó unas dos o tres horas.
Al volver, subió rápidamente a ver a Vita y, como de costumbre, se oía la voz de María martirizando a la joven.