Simoné es una chica de 25 años que lucha por obtener siempre lo que le gusta. Nada la detendrá por lograr sus objetivos, aunque tenga que luchar con su propia... ¡madre!
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Sonrisas fingidas
Simoné decidió hablar con su madre.
Mamá, te quiero decir que acepto tu relación con Iván ya no me voy a meter entre ustedes, solo te pido que seas muy feliz.
Simoné, ¿es verdad eso que me estás diciendo?, en la voz de Teresa había cierta esperanza.
Claro que sí, mamá. He comprendido que tienes todo el derecho de rehacer tu vida.
Ay, hija, no sabes qué feliz me haces con tus palabras.
Ya no tienes nada de que preocuparte, mamá, y ahora comamos porque me tengo que ir a trabajar.
¿Vas a ir a trabajar, que no acabas de regresar del trabajo?
Solo vine a comer contigo, madre, pero me tengo que ir inmediatamente porque tengo una junta 3 de la tarde.
Pues ya es la 1:30, comamos rápido.
Madre e hija, comían tranquilamente, cada quien sumidas en sus propios pensamientos.
"¿Qué estará tramando esta muchacha? Estoy segura que no es nada bueno, la conozco como la palma de mi mano y sé que que es muy caprichosa y que no se va a conformar con verme feliz con Iván".
"Dejaré que mi madre se confíe porque Iván me gusta y estoy segura que él estará más feliz conmigo que con mi madre que ya es una vieja. Además, yo tengo más derecho que ella porque soy más joven y ella ya tuvo un marido, ahora me toca a mí, ¿no?".
Rato después...
Bueno, madre, me tengo que ir, regresaré por la noche porque tengo que hacer muchas cosas importantes en mi nuevo trabajo.
Está bien, hija, échale ganas y muchas gracias por tu actitud, te quiero mucho, hijita.
Y yo a ti, madre. Bye.
En cuanto salió: "¡Qué falsa eres madre!, si de verdad me amaras como dices me dejarías ser feliz con Iván y tú te alejarías de él. Pero, en cambio, te ufanas de tu relación con él sin importarte que yo esté sufriendo por amor".
Ajena a los pensamientos de su hija, Teresa recibió a Iván más tarde.
Hola, preciosa, ¿cómo estás?, dijo Iván, tan pronto como la vio.
Hola, ¿qué crees que ha pasado?
Amor, sabes que no me gustan las adivinanzas, solo dímelo y ya.
Simoné cambió bastante y me dijo que aprobaba nuestra relación, ella ya no será un problema para que podamos ser felices tú y yo.
Oh, amor, esta sí que es una buena noticia.
Pronto nos casaremos y no tendremos más problemas, te prometo que te haré la mujer más feliz del mundo.
Y yo te aseguro que ya lo soy, mi amor. Con solo verte me haces feliz.
¿Segura que con solo verme, no quieres tocarme?, le dijo Iván muy sugestivo y seductor.
Y sin decir palabras ambos se empezaron a besar y se fueron directo a la alcoba de ella.
De pronto, Iván se contuvo...
Como si Teresa le hubiera leído el pensamiento, no te preocupes, Simoné no está, llegará tarde el día de hoy.
Pues entonces, véngase para acá, dijo Iván y la tomó en sus brazos llevándola hasta la cama.
Teresa reía de placer. Ese hombre le tenía absorbido el seso.
Las manos de Iván parecían tener alas, recorrían ávidas todo su cuerpo, hasta los rincones más escondidos.
Ella se dejaba querer, era tanta la necesidad de las caricias de él, que no podía con eso. Iván sabía dónde tocar para que ella sintiera placer.
A su vez ella le daba placer a él. Le tocaba en los lugares donde él más disfrutaba.
Ambos se compenetraban bastante bien. Iván le tocaba todo, era muy delicado, pero agresivo a la vez.
Teresa, daba unos pequeños gritos cada vez que él se apoderaba de sus senos, con la boca.
Y después recorría su cuerpo con la boca hasta hacerla gritar de pasión.
En cuanto ella llegó al clímax, él le dio más fuerte para que gozara al máximo, llegando casi igual que ella al final.
Cuando todo acabó, ambos se metieron a la ducha, creando un ambiente tan íntimo que nuevamente encendieron la llama de la pasión.
Y allí, la volvió a tomar, ella se volteó, y le rodeó el cuello con sus manos, permitiendo que sus senos se pegaran al torso de él. Esto provocó una ola de sensaciones difíciles de ignorar.
Iván la acercó más a él, con las dos manos le tomó el trasero y la acercó a su hombría.
Ella se estremeció ante ese contacto, era tan hombre, lo amaba tanto, que ya no concebía la vida sin su Iván.
Tiempo después...
Amor, ya está la cena, ¿esperamos a tu hija para cenar?
Solo unos minutos, ya tengo hambre.
Como si la hubieran invocado, Simoné llegó cinco minutos después.
Hola, familia, ella saludó de beso a Iván y dejó ver parte de su pecho. Por un momento él no pudo apartar su mirada de ella, pero se recompuso casi de inmediato.
Qué bueno, que llegas, tenemos mucha hambre tu madre y yo.
Para Teresa, mujer enamorada, no pasó desapercibido ese momento, pero se hizo de la vista gorda, no quería crear conflictos ahora que acababa de hacer las paces con su hija.
Como no tenían sirvienta, Iván acomodó todo en la mesa, y les sirvió a cada una, y luego se sirvió él.
Fue un momento muy incómodo porque Simoné de pronto le lanzaba unas miradas muy seductoras a Iván.
Tanto Iván como Teresa se dieron cuenta de eso, pero ninguno lo sacó a relucir.
Simoné no se medía, por debajo de la mesa ella le acarició la pierna con su pie descalzo.
Iván se estremeció muy a su pesar.
La sonrisa de Simoné denotaba que se daba perfecta cuenta de los intentos que hacía Iván para no darle importancia a sus acciones.
Teresa rompió el silencio; amor, te quedó muy rico este guisado.
Gracias, lo preparé exclusivamente para ti, dijo mirando singnificativamente a Simoné, pero tomando la mano de su prometida.
Eres muy atento conmigo, por eso te amo cada día más.
Y de pronto ambos se besaron, Simoné sintió como una bofetada con guante blanco.
No coman delante de los hambrientos, dijo Simoné con una sonrisa fingida.
Pues cómete la cena, dijo Teresa, también sonriendo.
Cuando terminaron de cenar, Teresa le dijo a su hija.
Te toca lavar los platos.
Vamos a ver la tele, dijo, llevándose a Iván del brazo.