Mi nombre es Carolina estoy casada con Miguel mi primer amor a primera vista.
pero todo cambia en nuestras vida cuando descubro que me es infiel.
decido divorciarme y dedicarme más tiempo y explorar mi cuerpo ya que mis amigas me hablan de un orgasmo el cual desconozco y es así como comienza mi historia.
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Capitulo 10
Eric se llevó las manos al rostro y suspiró profundamente antes de hablar.
—Mamá, ¿puedes ir tú por ella? —dijo, con un destello de entusiasmo al mencionar a su hija, aunque su rostro pronto volvió a endurecerse—. No quiero ver a su madre. Ya sabes... cada vez que la veo, me acuerdo de su engaño.
Margaret lo miró fijamente, su expresión firme pero comprensiva.
—Eric, entiendo cómo te sientes, pero no puedes seguir evitando a Andrea. Esto no se trata de ella, se trata de tu hija.
—Lo sé, lo sé —respondió él, levantándose del sillón y empezando a caminar de un lado a otro—. Pero es difícil, mamá. Cada vez que la veo, siento rabia... y dolor.
Margaret lo observó en silencio durante unos segundos antes de acercarse a él.
—Hijo, si sigues permitiendo que ese dolor controle tus acciones, estarás alejando a tu hija de ti. No puedes dejar que los errores del pasado dicten tu relación con ella.
Eric detuvo su andar y se giró hacia su madre, sus ojos mostrando una mezcla de determinación y vulnerabilidad.
—Tienes razón —admitió, aunque a regañadientes—. Pero no puedo verla ahora, mamá. Por favor, ve tú por ella esta vez. Dame un poco de tiempo para... organizarme.
Margaret suspiró, pero terminó asintiendo.
—De acuerdo, Eric. Pero prométeme que estarás aquí cuando lleguemos. Quiero que tu hija vea que su padre está listo para recibirla con los brazos abiertos.
Eric asintió lentamente, una pequeña sonrisa asomándose en su rostro.
—Claro que sí, mamá. Es mi niña, y nada en este mundo es más importante que ella.
Margaret le dio un apretón en el hombro antes de salir de la oficina. Mientras la puerta se cerraba, Eric se quedó mirando por la ventana, sus pensamientos divididos entre la emoción de volver a ver a su hija y los recuerdos que preferiría dejar atrás.
Margaret salió de su oficina con su acostumbrada elegancia, caminando entre las empleadas con una sonrisa amable, pero firme.
—Hola, chicas, ¿cómo están?
—¡Bien, señora Margaret! —respondieron todas al unísono, interrumpiendo momentáneamente sus actividades.
La dueña de la tienda detuvo su andar y miró directamente a Carolina, quien estaba acomodando un conjunto de lencería en un estante cercano.
—Carolina, me gustaría hablar contigo. Cuando termines aquí, por favor, ve a mi oficina.
Carolina levantó la vista, sorprendida, pero rápidamente asintió con una leve sonrisa.
—Claro, señora Margaret. En cuanto termine, voy para allá.
—Perfecto —respondió Margaret con un tono amable, antes de seguir su camino hacia la oficina, dejando un suave aroma a su costoso perfume.
Tan pronto como Margaret desapareció tras la puerta de su oficina, las compañeras de Carolina no tardaron en reaccionar.
—¡Carolina! ¿Qué querrá la señora Margaret contigo? —preguntó Patricia con un toque de curiosidad.
—Seguro es algo bueno —añadió otra, mientras le lanzaba una sonrisa de ánimo.
Carolina trató de mantener la calma, aunque su mente no podía evitar especular.
—No lo sé, chicas, pero espero que no sea nada malo —respondió, ajustando nerviosamente una prenda en el mostrador.
—No te preocupes, seguramente es algo positivo —le aseguró Patricia, mientras le daba un suave apretón en el hombro.
Carolina suspiró y terminó de acomodar las prendas. Con un último vistazo al trabajo terminado, se dirigió hacia la oficina, con el corazón latiéndole más rápido de lo normal.
Flash El engaño de su esposa
Eric estaba sentado mirando fijamente la ciudad desde la ventana. Los recuerdos lo asaltaron de golpe, como una tormenta que había tratado de mantener a raya durante años.
Esa tarde fatídica llegó a casa más temprano de lo habitual. Había cancelado una reunión importante, emocionado por sorprender a su esposa con flores y boletos para una escapada de fin de semana. Pero lo que encontró al abrir la puerta de su dormitorio destrozó todo lo que creía saber.
—¡¿Qué diablos es esto?! —gritó Eric, dejando caer las flores al suelo.
Su esposa, Andrea, estaba en la cama con otro hombre. Ambos se levantaron apresuradamente, ella con el rostro pálido y las manos temblorosas.
—Eric, no es lo que parece... —intentó excusarse mientras se cubría con la sábana.
Él la interrumpió con una risa amarga.
—¿No es lo que parece? ¡Te encuentro en nuestra cama con otro hombre y me dices eso!
El hombre, claramente incómodo, tomó su ropa apresuradamente y salió sin decir palabra. Eric lo dejó ir, su rabia estaba dirigida exclusivamente a Andrea.
—¿Cuánto tiempo, Andrea? ¿Cuánto tiempo llevas traicionándome? —preguntó con voz grave, su mirada gélida perforándola.
Andrea bajó la cabeza, incapaz de sostener su mirada.
—Eric... yo... no sé qué decir.
—No digas nada —respondió, su voz ahora baja pero cargada de desprecio—. Lo has dicho todo con esto.
Sin esperar respuesta, Eric salió de la habitación y de su vida en cuestión de días, iniciando el divorcio inmediatamente. Pero el dolor no se quedó atrás. Cada vez que veía a su hija, recordaba cómo su mundo había colapsado en cuestión de minutos.
Fin del flashback
Eric cerró los ojos y se pasó una mano por el rostro, tratando de borrar el recuerdo. No importaba cuánto tiempo pasará, esa imagen seguía persiguiéndolo. Ahora, su hija era su único vínculo con Andrea, y aunque amaba a la niña con todo su ser, cada encuentro con su madre era un recordatorio de aquella traición que lo había cambiado para siempre.
Margaret abrió la puerta de la oficina sin anunciarse. Encontró a Eric sentado detrás de su escritorio, mirando fijamente una fotografía enmarcada de su hija. Sus dedos jugaban nerviosamente con un bolígrafo, pero su rostro reflejaba una mezcla de rabia y melancolía.
—Hijo, ¿estás bien? —preguntó Margaret mientras se acercaba lentamente y tomaba asiento frente a él.
Eric soltó un suspiro pesado, dejando el bolígrafo sobre la mesa.
—Pensando en Andrea, ¿verdad? —insistió su madre con suavidad.
—No es fácil, madre —respondió Eric con amargura, levantando la mirada para encontrarse con los ojos comprensivos de Margaret—. Cada vez que recuerdo ese día... siento que el odio me consume.
Margaret frunció el ceño, preocupada por la intensidad en su voz.
—No puedes dejar que ese rencor controle tu vida, Eric. Ya pasó. Lo importante es que tienes a tu hija, que es lo mejor que salió de esa relación.
Eric apretó los labios y se inclinó hacia adelante, apoyando los codos sobre el escritorio.
—Si no fuera por mi hija... —dijo en voz baja, pero con un tono peligroso—. Te juro, madre, que la habría matado con mis propias manos.
—¡Eric, no digas eso! —exclamó Margaret, sobresaltada. Se levantó y rodeó el escritorio para ponerse a su lado—. Sé que te dolió, sé cuánto te lastimó, pero hablar así no ayuda. Esa rabia solo te hará daño.
Eric cerró los ojos y se masajeó las sienes, tratando de calmarse.
—Lo sé, pero no puedo evitarlo. Cuando veo a nuestra hija, siento tanto amor por ella, pero al mismo tiempo... todo vuelve. Andrea destruyó todo lo que creía tener.
Margaret le puso una mano en el hombro y lo apretó suavemente.
—Hijo, enfócate en lo que realmente importa. Tienes a tu hija y tienes una vida por delante. No dejes que el pasado te defina.
Eric asintió lentamente, aunque la tormenta en su interior aún no se disipaba del todo.
—Haré lo que pueda, madre. Por mi hija, lo intentaré.
Margaret le sonrió, aunque en sus ojos brillaba la preocupación. Sabía que Eric necesitaba tiempo para sanar, pero también temía que su odio hacia Andrea lo mantuviera atrapado en ese oscuro recuerdo