Las gorditas no tenemos derecho a enamorarse.
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Capítulo 8
Miguel me ayuda a bajar las maletas y cuando llegamos a la puerta; mi padre se acerca y dice — ¿cómo que ya se van?, aún no comienza la fiesta, no se pueden ir así… miro a Miguel quien reponde — Roberto, mi esposa y yo ya no tenemos nada que hacer acá… mi papá se queda frío con ese comentario, lo que me da pie para acercarme y decirle al oído — adiós papá, lo único bueno de este matrimonio es alejarme de ustedes… tomo mi otra maleta y sigo a Miguel.
Una vez el auto y mirando hacia la ventana digo — puedo hacerle una pregunta señor?… sin expresión alguna dice — dime… suspiro y digo — ¿por que acepto esta locura?… veo por el rabillo del ojo como tensa las manos en el timón y dice —solo vi una buena oportunidad de negocio y la tome… lo miro extrañada y digo — o sea, que cuando me corrió de su empresa, usted sabía quien era yo?… hace un gesto de indiferencia y dice — obvio, yo no cierro tratos a ciegas, debo investigar todo… lo miro conmocionada y le digo —¿por que me humillo de esa manera?… me mira tan firmante que me produce escalofríos y dice — sabes que para mi no eres más que una transacción, este matrimonio me convenía mucho; no solo por adquirír la mitad de la empresa de tu familia, sino porque la fortuna de mi abuelo pasará a mi mañana cuando te presente… siento tanto asco por toda esta situación, que me quedo sin respiración, quisiera salir corriendo y gritar tan fuerte que todo esto que estoy sintiendo se vaya, lo miro con dolor y respondo — por qué tiene que ser tan cruel?… el se ríe y dice — crueles tus padres que te vendieron al mejor postor… sus palabras terminaron con el poco control que tenía sobre mis lágrimas, volteo de nuevo hacia la ventana mirando el trayecto con lágrimas callendo por mis mejillas.
Cuando llegamos a la casa de Miguel, veo que es una mansión, hay empleados esperando por nuestra llegada, ellos nos ayudan con el equipaje y él les dice — lleven a la señora a la recámara de huéspedes… ellos afirman y empiezan a subir mis maletas, cuando entro a la casa, no puedo dejar de admirarla, si es un poco lúgubre, pero que se puede esperar de un demonio sin sentimientos.
Me da mucha tranquilidad que tendré mi propia habitación, me acomodo, desempaco y me pongo algo más cómoda. Bajo para ir a la cocina, porque tengo hambre y después de este día, mi cuerpo pide energía.
Mientras bajo por las escaleras, escucho gritos, no hay que ser adivino para saber quie es, me intriga saber que lo ha puesto tan de mal humor, así que me acerco hacia una puerta gigante y escucho decir a Miguel — esta loco, cómo que un hijo? El solo me dijo que me casara… la persona que se encuentra con èl dice — Miguel lo sé, pero es una nueva cláusula de tu abuelo… antes que me puedan ver corro hacia el otro lado buscando la cocina.
Después de lo que acabo de escuchar, mi mente empieza a divagar, porque yo no voy a tener un hijo con ese demonio, eso jamás.