En un mundo de apariencias perfectas, Marina creía tenerlo todo: un matrimonio sólido, una vida de ensueño y una rutina sin sobresaltos en el exclusivo vecindario de La Arboleda. Pero cuando una serie de mentiras y comportamientos extraños la llevan a descubrir la verdad sobre Nicolás, su esposo, su vida se desmorona de manera inimaginable.
El amor, la traición y un secreto desgarrador se entrelazan en esta historia llena de misterio y suspenso.
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Los rostros del olvido
El resplandor del relicario inundaba el espacio etéreo donde Marina flotaba, un lugar suspendido entre el tiempo y la memoria. Al principio, solo había sombras, difusas y esquivas. Pero poco a poco, las sombras se transformaron en rostros: un mosaico de vidas pasadas, algunas conocidas, otras desconocidas, pero todas vinculadas por una misma mirada: la suya.
"¿Qué es esto?" pensó Marina, aunque la respuesta estaba comenzando a formarse antes de que terminara de formular la pregunta.
El relicario vibraba en su mano, pulsando como un corazón vivo, y con cada latido la transportaba más profundamente dentro de sus propios recuerdos, aquellos que no sabía que existían.
Un ciclo eterno
De repente, estaba en una habitación desconocida, pero no era completamente ajena. Reconoció la madera oscura de las paredes, el aroma a cera derretida, y el sonido distante de un reloj marcando los segundos. Marina se vio a sí misma sentada frente a un espejo antiguo, sus manos jóvenes y tersas acariciando el relicario.
—Siempre acaba igual, —dijo una voz tras ella.
Marina giró, su reflejo desapareciendo en el vidrio, y se encontró cara a cara con un hombre que no recordaba, pero cuya presencia era inquietantemente familiar.
—¿Quién eres? —preguntó, retrocediendo un paso.
—La pregunta correcta es quién eras tú, Marina. Y, más importante aún, cuántas veces has estado aquí.
El hombre avanzó un paso, y con cada movimiento su rostro cambiaba, transformándose en un mosaico de figuras que se desdibujaban y reconstruían: primero era Samuel, luego Nicolás, y después alguien completamente diferente.
—No entiendo... —murmuró Marina, llevándose una mano a la frente mientras un dolor punzante le atravesaba las sienes.
—Te lo explicaré, —respondió el hombre, ahora con los ojos de Nicolás. —Nosotros tres hemos estado atrapados en este ciclo por más tiempo del que puedes imaginar. Tú, yo y Samuel. Siempre conectados, siempre destinados a destruirnos mutuamente.
Las vidas anteriores
El espacio se fracturó como un cristal, y Marina fue arrojada hacia un torbellino de imágenes.
Primero, se vio como una mujer de la nobleza en un castillo medieval. Nicolás era un caballero, su protector, mientras que Samuel era el joven aprendiz que los traicionó, robando un objeto similar al relicario. La historia terminó con un duelo en el que Marina intentó detenerlos, solo para ser atravesada por la espada de Nicolás por accidente.
La escena se desvaneció, reemplazada por otra. Ahora estaba en un salón de baile del siglo XIX, vestida con un corsé y un vestido de seda. Nicolás era un empresario codicioso, y Samuel, un poeta desesperado por salvarla de un matrimonio arreglado. El relicario estaba allí también, en un estuche de terciopelo, brillando ominosamente mientras la tragedia se repetía: un disparo, una caída, y otra muerte.
Marina gritó, intentando apartarse de las visiones, pero las imágenes seguían viniendo, una tras otra, cada vez más vívidas. Vidas diferentes, pero con el mismo patrón: amor, traición, muerte.
El encuentro con el relicario
Cuando finalmente las visiones se detuvieron, Marina estaba de nuevo en el vacío blanco, el relicario flotando frente a ella. Su luz era más intensa ahora, casi cegadora.
—¿Por qué? —susurró, sus rodillas cediendo mientras caía al suelo. —¿Por qué seguimos repitiendo esto?
Una figura emergió del resplandor, femenina y etérea. Era una versión de Marina, pero diferente: sus ojos brillaban con sabiduría antigua, y su voz resonaba como un eco infinito.
—Porque ninguno de ustedes ha aprendido, —dijo la figura.
—¿Aprender qué? —gritó Marina, la frustración brotando de su voz.
—Que el relicario no es una maldición, sino un reflejo. Cada uno de ustedes proyecta en él lo peor de sí mismos: la avaricia de Nicolás, la inseguridad de Samuel, y tu incapacidad de perdonar.
Marina sacudió la cabeza, lágrimas corriendo por su rostro.
—No soy así... no soy...
—Eres humana, —respondió la figura. —Y por eso siempre vuelves aquí. Pero esta vez, puedes romper el ciclo.
Una decisión difícil
De repente, Marina sintió un tirón, como si algo intentara arrancarla de ese lugar. Miró hacia abajo y vio que su cuerpo comenzaba a desvanecerse, volviéndose traslúcido.
—¡Espera! —gritó, dirigiéndose a la figura. —¿Cómo lo detengo?
—Tienes que elegir, —respondió la figura, extendiendo una mano hacia el relicario. —Perdonar, o destruirlo todo.
—¿Perdonar a quién?
—A ellos, y a ti misma.
El tirón se hizo más fuerte, y el mundo comenzó a desmoronarse a su alrededor. Marina cerró los ojos, apretando los puños mientras se preparaba para lo que venía.
El regreso
Marina despertó jadeando, de pie en medio de la habitación de Nicolás. Frente a ella, el relicario estaba sobre la mesa, rodeado por velas encendidas. Nicolás y Samuel estaban a un lado, mirándola con expresiones de asombro.
—¿Cómo es posible...? —balbuceó Nicolás, retrocediendo.
—No estoy aquí para quedarme, —dijo Marina, su voz cargada de una calma que parecía sobrenatural. —Pero antes de irme, hay algo que debemos resolver.
Samuel dio un paso adelante, levantando las manos en señal de tregua.
—No entiendo nada de esto, pero si hay una forma de arreglarlo, dime qué debo hacer.
Marina los miró a ambos, sus ojos atravesándolos como si pudiera ver directamente dentro de sus almas.
—El relicario nos ha mantenido atados durante siglos, pero solo porque no hemos tenido el coraje de enfrentarnos a lo que realmente somos.
—¿Y qué somos? —preguntó Nicolás, su voz apenas un susurro.
—Rostros del olvido, —respondió Marina. —Fragmentos de vidas que nunca terminan porque nos negamos a perdonarnos.
El inicio del fin
Marina extendió una mano hacia el relicario, que comenzó a brillar una vez más.
—Voy a liberar esto, pero necesitan prometerme algo.
—Lo que sea, —dijo Samuel de inmediato, mientras Nicolás asentía.
—Cuando yo me vaya, no vuelvan a buscarlo. Dejen que el pasado se quede en el pasado.
El relicario emitió un destello final, y el cuarto se llenó con un silencio absoluto. Marina sintió cómo su forma comenzaba a desvanecerse nuevamente, pero esta vez, no había miedo, solo paz.
Antes de desaparecer por completo, miró a Nicolás y Samuel por última vez.
—Rompan el ciclo, —dijo, y luego se fue.
Cuando la luz del relicario se apagó, Nicolás y Samuel se miraron, sabiendo que lo que sucediera después dependía únicamente de ellos.