— Advertencia —
Es una historia corta.
La trama tiene contenido adulto, se pide discreción.
♡ Sinopsis ♡
Jodie nunca se ha quedado quieta, tiene una energía desbordante y una manera de meterse en donde no la llaman. Cuando se muda a un nuevo edificio, se encuentra con Kai; totalmente opuestos.
Él es reservado, ama el silencio y su rutina inquebrantable, pero su tranquilidad empieza a flaquear cuando Jodie lleva el caos hasta su puerta. ¿Podrá Kay resistirse a sus provocaciones?
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Discordia y orgullo
Tardé días para terminar de acomodarlo todo por completo. Los trabajos universitarios se me acumulaban peligrosamente y solo me dedicaba a procrastinar. Mi mente parecía entrenada para encontrar cualquier cosa que me alejara de mis pendientes; un antojo me llevaba hacia la cocina, las notificaciones en mi teléfono me mantenía entretenida, o me paraba hacia la ventana por cualquier tontería insignificante. De ese modo, sintiendo cómo el silencio me estaba asfixiando dentro de esa casa, terminé encendiendo el equipo de música para que la bulla llenara el vacío y me hiciera compañía.
Entre las estrofas de la segunda canción escuché ruidos ahogados, dudé un momento, no estaba segura de si había escuchado bien o si me lo estaba imaginando, así que giré un poco la perilla para disminuir el volumen. Sí, alguien estaba tocando la puerta. Y sí, su origen, evidentemente era ese chico insufrible.
— ¿Vienes a molestarme de nuevo? —ladeé la cabeza a un costado.
No había enojo en mi tono de voz, en realidad creo que le estaba coqueteando. Nadie me puede juzgar por ello, era imposible no notar lo atractivo que era, por más que me hubiese gustado ignorarlo.
—¿’Molestar’? —mostró la misma irritación que la última vez—. Vengo a recordarte las reglas del ruido. Otra vez.
—Ah, sí eso —levanté los hombros, indicando desinterés—. Solo decidí ignorarte.
Noté cómo apretaba sus dedos contra el marco de la puerta cuando me escuchó decir eso. Mis ojos bajaron a sus manos por un momento, inclusive eso llamó mi atención.
—No sé cómo decírtelo sin ser grosero, pero no puedes simplemente ignorar ese tipo de cosas. Hay otras personas viviendo en el edificio, no puedes hacer lo que te plazca.
—Pues eres el único que se está quejando.
—¿Y qué si soy el único? —Me estaba levantando la voz, me pregunté cómo era que se alteraba por cosas tan estúpidas—. Eso no cambia el hecho de que las estés infringiendo, el hecho de que nadie más te haya dicho nada no te da carta libre para hacer todo el escándalo que quieras.
—Ya veo —lo escaneé de arriba a abajo con descaro—. Es por eso que no socializas con nadie, ¿verdad?
En cuanto vio mi expresión, se le llenó el rostro de irritación.
—Que no socialice no quiere decir que soy idiota.
—¡Ash! —dije, harta—. Bueno, ya. Le bajo un poco y es todo. Tampoco la pienso apagar. Es mi casa.
Retrocedí hasta llegar al equipo, bajé un poco el volumen mientras él esperaba pacientemente en la puerta. No pasaron ni tres segundos antes de que se estuviera quejando nuevamente.
—¿Es en serio? Eso no está lo suficientemente bajo, sigue siendo molesto, podrías usar tus audífonos.
¿Audífonos? ¿Dentro de mi propia casa?
—Qué pesado —rodé los ojos—. A ver, Kayto, no voy a permitir que vengas hasta acá para hablarme de ese modo cada vez que despiertes de mal humor.
—No te atrevas a llamarme así. —su respuesta me hizo sonreír para mí misma—. No sé cuántos años tienes, pero te portas como una niña mimada a la que nunca le han puesto límites en su vida.
Eso me tocó un nervio. Fue irónico escucharlo, considerando que soy una de las personas a las que más han tratado de restringir en toda su vida. Me irritó que lo mencionara, la burla se evaporó de mi rostro y dio paso a la seriedad en cuestión de nada, y esta vez, sin pensarlo dos veces, sí le tiré la puerta encima.
—¡Oye, abre la puerta! —Le escuché reclamar del otro lado— ¡No puedes simplemente cerrármela en la cara!
Oh, pero ya lo hice.
—Lárgate.
Volvió a tocar la puerta insistentemente, y subí el volumen al nivel original. Me metí a mi habitación para dejarle tocando la puerta como un loquito del centro. Yo tampoco sabía qué edad tenía, juraría que no estaba lejos de la mía, y aun así se comportaba como un tipo de cuarenta años con dos divorcios y una familia entera que mantener. ¿De dónde salía tanto resentimiento a la vida?
No lo volví a ver al día siguiente, ni al que le seguía. Pero una semana después tuve que salir a llenar la despensa y, al regresar a la puerta llena de bolsas que apenas me permitían subir las escaleras correctamente, lo vi parado frente a su puerta, con los brazos cruzados. Cuando me vio bajar las bolsas para sacar las llaves, hizo un gesto en el que se incorporaba para acercarse.
—¿Me estás vigilando o qué?
—Claro, obviamente estoy aquí para vigilar tus movimientos —dijo con un tono sardónico.
Bufé y me dispuse a ignorarlo, luego abrí la puerta para empujar las cosas hacia adentro. Al regresar por la última bolsa, ya lo tenía de pie en el marco de mi puerta. Me espanté.
—Así que, Jodie, ¿verdad?
Solté la bolsa, desconcertada.
—¿Qué? —lo miré, extrañada.
—Nada, solo confirmaba.
Una oleada de incomodidad me recorrió, tomé la bolsa con un poco de impaciencia. ¿Quién carajos le había dicho mi nombre?
—¿Cómo sabes eso? ¿Me estuviste investigando?
—Tampoco es tan difícil. Solo necesité escucharte hablar con los vecinos.
Qué mentira, solo me había acercado a hablar con una señora que vivía a dos puertas para preguntar cosas sobre el internet del edificio. ¿Exactamente en qué momento había conseguido escucharlo? Dios, ¿y si en realidad era uno de esos raritos que te perseguían?
—Apenas hablé con la señora Dana, ni siquiera me gusta socializar con los que viven cerca de mí —dije.
—Oh, ¿eres demasiado asocial como para dirigirle la palabra a alguien? —preguntó con sarcasmo.
—Tal vez. Pero nunca una grosera —hice un énfasis, tirándole una indirecta.
—No te creas moralmente superior a mí.
—Ajá.
Entré, cargando la bolsa, y cerré la puerta. Sí, otra vez en su cara. Parecía irritarle bastante porque le escuché gruñir desde el otro lado y admitiré que me hizo gracia.