Un relato donde el tiempo se convierte en el puente entre dos almas, Horacio y Damián, jóvenes de épocas dispares, que encuentran su conexión a través de un reloj antiguo, adornado con una inscripción en un idioma desconocido. Horacio, un dedicado aprendiz de relojero, vive en el año 1984, mientras que Damián, un estudiante universitario, habita en el 2024. Sus sueños se transforman en el medio de comunicación, y el reloj, en el portal que los une. Juntos, buscarán la forma de desafiar las barreras temporales para consumar su amor eterno.
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CAPÍTULO 11: NOCHES INQUIETAS
—¡Horacio! Qué alegría verte de nuevo —exclamó Damián, levantándose para recibirlo.
Damián aguardaba con impaciencia en una mesa de un restaurante en un hermoso bulevar junto al río Serendia. Al divisar a Horacio, una sonrisa iluminó su rostro.
Horacio, con una expresión de sorpresa y felicidad, respondió:
—Damián, el placer es mío. Este lugar es maravilloso.
Damián señaló la mesa con un gesto amplio.
—Te he reservado un sitio aquí, junto a este bello río. La vista es espectacular.
Ambos se sentaron, mientras el murmullo del agua y el ambiente del bulevar creaban el escenario perfecto para su reencuentro.
El sol comenzaba a descender, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. El río Serendia reflejaba los colores del atardecer, creando un espectáculo visual que dejaba sin aliento.
—Este lugar es realmente mágico —comentó Horacio, observando el paisaje.
Damián asintió complacido.
—Sabía que te gustaría. Siempre he pensado que los mejores momentos se viven en lugares como este.
Un camarero se acercó a la mesa, interrumpiendo momentáneamente la conversación.
—¿Les gustaría ordenar algo para beber?—preguntó con una sonrisa profesional.
—Sí, por favor. Dos copas de vino tinto —respondió Damián, mirando a Horacio para asegurarse de que estaba de acuerdo.
—Perfecto —dijo Horacio.
El camarero se retiró y los dos enamorados se sumergieron en una conversación animada. El ambiente se tornó más íntimo con la llegada de la noche. Las luces del bulevar y la suave música de fondo creaban una atmósfera casi irreal. Horacio, con una mirada profunda y sincera, se inclinó hacia Damián.
—Sé que estamos soñando, pero quiero creer que esta es nuestra realidad —dijo Horacio, con una voz cargada de emoción.
Damián lo miró fijamente, sintiendo la intensidad del momento.
—Yo también, Horacio. A veces, los sueños son tan vívidos que parecen más reales que la propia vida.
Ambos se quedaron en silencio por un instante, disfrutando de la conexión que compartían. El camarero regresó con las copas de vino, interrumpiendo suavemente el momento.
—Aquí tienen, señores. Dos copas de nuestro mejor vino tinto.
Damián levantó su copa, invitando a Horacio a hacer lo mismo.
—Por los sueños que se sienten como realidad —brindó Damián.
El sonido cristalino del brindis resonó en el aire, sellando un momento que ambos sabían recordarían para siempre.
Damián, con una mirada curiosa y afectuosa, se inclinó hacia Horacio.
—Horacio, me gustaría que me contaras más sobre tu vida. Quiero conocerte más íntimamente —dijo Damián, con una sonrisa alentadora.
Horacio bajó la mirada, jugueteando con el borde de su copa. Suspiró profundamente antes de responder.
—Damián, mi historia es algo triste. No quiero dañar este momento tan especial con mis recuerdos dolorosos.
Damián extendió una mano y la colocó suavemente sobre la de Horacio.
—No tienes que contarme nada que no quieras. Solo quiero que sepas que estoy aquí para ti, en los buenos y malos momentos.
El ambiente seguía siendo cálido y acogedor, pero una sombra de melancolía cruzó el rostro de Horacio. Con un gesto de arrepentimiento, levantó la mirada hacia Damián.
—Damián, tú tienes derecho a conocer mi historia, aunque no sea tan feliz —dijo Horacio con su voz cargada de sinceridad y tristeza.
Horacio apretó las manos de Damián y, en un abrir y cerrar de ojos, el bullicioso restaurante junto al río Serendia desapareció. Ahora se encontraban frente a una pequeña casa con un techo muy rojo, rodeada de un jardín lleno de flores coloridas. La casa irradiaba una calidez y acogida que se sentía casi palpable.
Damián, sorprendido, miró a su alrededor antes de preguntar:
—¿Dónde estamos, Horacio?
Horacio, con una mezcla de nostalgia y ternura en su mirada, respondió:
—Esta es la casa donde crecí con mi familia. Aquí pasé los mejores y peores momentos de mi vida.
Damián, intrigado por las palabras de Horacio, lo miró con interés y preocupación.
—¿Por qué dices que viviste los mejores y los peores momentos de tu vida aquí? ¿Puedes contarme? —preguntó Damián, con una voz suave y comprensiva.
Horacio suspiró, mirando la casa con una mezcla de amor y tristeza.
—Claro, Damián. Esta casa guarda muchos recuerdos. Aquí crecí rodeado del amor de mi familia, con risas y juegos en el jardín. Esos fueron los mejores momentos de mi vida.
—Pasemos adentro para que observes lo que te digo —sugirió Horacio, señalando la puerta de la casa.
Damián asintió, siguiendo a Horacio mientras cruzaban el umbral. Al entrar, fueron recibidos por un cálido y acogedor ambiente. Las paredes estaban adornadas con fotografías familiares y recuerdos de tiempos pasados.
Horacio y Damián pudieron observar una escena conmovedora. Una familia muy feliz llenaba el espacio con su alegría. Una mujer hermosa tocaba el piano, llenando la casa con una melodía suave y encantadora. En el suelo, un niño rubio jugaba con un tren de juguete, mientras en el sofá, un hombre bonachón sostenía en sus piernas a un niño rubio más pequeño, ambos sonriendo con una felicidad contagiosa.
Damián, conmovido por la escena, no pudo evitar preguntar:
—Pero, ¿quiénes son ellos, Horacio?
Horacio, con una sonrisa nostálgica, respondió:
—Es mi familia. Yo soy el niño que está feliz en las piernas de mi padre. Lo amaba con todo mi corazón.
Damián observó al niño rubio en las piernas del hombre bonachón, notando la alegría y el amor en sus ojos.
—Puedo ver cuánto significaba para ti. Es un recuerdo hermoso, Horacio.
Horacio asintió, con los ojos brillantes de emoción.
—Sí, mi padre era mi héroe. Siempre encontraba la manera de hacernos sonreír, incluso en los momentos más difíciles.
—Es una visión hermosa, Horacio. Puedo sentir el amor y la felicidad que había en esta casa.
Horacio sonrió, sintiendo una conexión aún más fuerte con Damián.
—Vamos, hay más que quiero mostrarte.
Siguieron explorando la casa y llegaron a una habitación. Al entrar, vieron una cama donde yacía un hombre muy enfermo. A su lado, un niño lloraba desconsoladamente, aferrándose a la mano del hombre. Damián, conmovido por la escena, miró a Horacio.
—¿Quiénes son ellos? —preguntó en voz baja.
Horacio, con una expresión de profunda tristeza, respondió:
—Ese es mi padre, en sus últimos días. Y el niño soy yo, llorando porque sabía que lo estaba perdiendo.
Damián sintió un nudo en la garganta, comprendiendo el dolor que Horacio había vivido.
—Lo siento mucho, Horacio. Debió ser muy difícil para ti.
Horacio asintió, con los ojos llenos de lágrimas.
—Sí, lo fue. Pero también me enseñó a valorar cada momento y a ser fuerte. Mi padre siempre será una parte de mí.
Damián apretó la mano de Horacio, ofreciéndole su apoyo.
Horacio continuó su relato, con la voz cargada de emoción.
—Finalmente, mi padre murió. Fue un golpe muy duro para todos nosotros. Mi madre quedó sola con mi hermano y conmigo. Durante un tiempo, intentamos seguir adelante, pero las cosas no fueron fáciles.
Damián escuchaba atentamente, sintiendo el dolor de su compañero.
—Lo siento mucho, Horacio. Debió ser muy difícil para ustedes.
Horacio asintió, con una mirada triste.
—Sí, lo fue. Con el tiempo, mi madre conoció a un hombre y se casó con él. Era un militar muy autoritario y déspota con nosotros. La vida se volvió aún más complicada. Mi hermano y yo sufrimos mucho bajo su estricta disciplina y su falta de cariño.
Damián asintió con una tremenda tristeza en el pecho.
—No puedo imaginar lo difícil que debió ser para ti y tu hermano. Eres increíblemente fuerte por haber pasado por todo eso.
Horacio tomando por la mano a Damián lo haló con algo de fuerza:
—Ven, pasemos al patio de la casa.
Al salir al patio, se encontraron con una escena desgarradora. Un niño, que claramente era una versión más joven de Horacio, estaba siendo maltratado por un hombre uniformado. El hombre, con una expresión severa, reprendía al niño por el simple hecho de estar jugando con muñecas.
—¡Te he dicho mil veces que los niños no juegan con muñecas! —gritaba el hombre, arrebatándole las muñecas de las manos.
El niño, con lágrimas en los ojos, intentaba defenderse.
—Pero a mí me gustan… —sollozaba, sin poder contener el llanto.
Damián, horrorizado por la escena, miró a Horacio.
—¿Ese es tu padrastro? —preguntó, con voz temblorosa.
Horacio asintió, con una expresión de dolor en su rostro.
—Sí, ese es él. Nunca entendió que los juguetes no tienen género y que todos deberíamos poder jugar con lo que nos haga felices. Fue una época muy difícil para mí.
Damián sintió una profunda tristeza por el sufrimiento de Horacio.
—Lo siento mucho, Horacio. Nadie debería pasar por algo así.
Horacio miró a Damián con una expresión de profunda tristeza y comenzó a hablar con su voz cargada de emoción.
—Y eso no es nada, Damián. Ese hombre malvado logró poner a mi madre en mi contra. Para complacerlo o mantenerlo tranquilo, ella expresaba vergüenza de mí. Además, mi padrastro me expuso ante sus amigos, hablando mal de mí y ridiculizándome. Los comentarios llegaron a la escuela donde estudiaba, lo que me sometió al maltrato de mis compañeros.
Damián sintió una oleada de indignación y tristeza por su sufrimiento.
Horacio asintió, con los ojos llenos de lágrimas.
—Fue una época muy oscura, Damián. Me sentía solo y sin apoyo. Mi madre, que siempre había sido mi refugio, ahora parecía avergonzada de mí. Y en la escuela, los compañeros me acosaban sin piedad. Me llamaban por nombres horribles y me hacían sentir menos que nada.
Horacio, con una expresión de tristeza en su rostro, continuó su relato.
—Lamentablemente, crecí con muchos traumas, Damián. Mi padrastro no solo me hizo la vida imposible, sino que también obligó a mi hermano, al cumplir la mayoría de edad, a inscribirse en la escuela militar. Me quedé solo, sin su apoyo, él siempre había sido mi confidente y protector.
Damián sintió una profunda empatía por su amigo, comprendiendo el dolor que había soportado.
—Horacio, no puedo imaginar todo lo que sufriste. Perder a tu hermano de esa manera, además de todo lo demás, es una carga muy pesada.
Horacio asintió, con los ojos llenos de lágrimas.
—Sí, fue muy duro. Mi hermano era mi compañía, y cuando se fue, me sentí completamente solo.
Luego, Horacio miró a Damián profundamente y le dijo:
—Vamos a otro lado.
En un abrir y cerrar de ojos, se encontraron en un lugar que parecía ser el taller de un relojero. El ambiente estaba impregnado del aroma del aceite de maquinaria y el suave tic-tac de los relojes llenaba el aire. Un anciano de aspecto sabio y un adolescente trabajaban juntos en un reloj, concentrados en su labor. Horacio señaló al anciano y al joven.
—Ese gran señor que ves allí era mi abuelo, y el adolescente soy yo. En este taller encontraba mi lugar seguro. Pasaba prácticamente todos mis días aquí, tratando de escapar de la realidad de mi casa. Después de la escuela, siempre venía a visitar a mi abuelo. Con él aprendí todo lo que hoy sé de relojería.
Damián observó el taller con admiración, notando la dedicación y el amor que se respiraba en el ambiente.
—Es un lugar maravilloso, Horacio. Puedo ver cuánto significaba para ti.
Horacio asintió, con una sonrisa nostálgica.
—Sí, mi abuelo era mi mentor y mi mejor amigo. Aquí, entre engranajes y péndulos, encontré paz y aprendí el valor de la paciencia y la precisión.
Damián lo miró con admiración.
—Tu abuelo debió ser una persona increíble. Gracias por compartir este lugar conmigo.
Horacio sonrió, sintiendo una profunda conexión con su él.
—Gracias a ti por estar aquí y escucharme. Este taller es una parte fundamental de mi vida y de quién soy hoy.
Horacio, con una expresión de tristeza y resignación, continuó su relato:
—Lamentablemente, mis traumas han seguido conmigo hasta el día de hoy. La muerte de mi abuelo fue un golpe devastador. Al alcanzar la mayoría de edad decidí poner distancia entre mi familia y yo. Busqué trabajo y logré mudarme solo. Al menos así no siento tanta presión, pero debo confesarte que he llegado a pensar en quitarme la vida. Extraño a mi madre y a mi hermano, pero estar cerca de ellos me hace daño. Es un dilema que no me deja vivir en paz.
Con cada palabra, Horacio desnudaba su alma, revelando las cicatrices que el tiempo no había logrado sanar. La ausencia de su abuelo, una figura paternal y protectora, había dejado un vacío imposible de llenar. La soledad, aunque elegida, se había convertido en una compañera amarga, y la distancia, en un refugio que no lograba apaciguar su dolor. La lucha interna entre el amor por su familia y la necesidad de protegerse de su propia vulnerabilidad lo mantenía atrapado en un ciclo de sufrimiento y desesperanza.
Horacio, con un suspiro profundo, continuó su confesión.
—Damián, hay algo más que necesito decirte. En mi día a día, llevo una máscara ante la sociedad. No me permite ser yo mismo, pero es la única manera que he encontrado para defenderme del ataque constante de la gente. No sé cuánto tiempo más podré aguantar así. Mi única felicidad actualmente son mis sueños y los momentos que podemos compartir en ellos. Quisiera dormir por siempre y así quedarme a tu lado.
Damián lo miró con preocupación y empatía.
—Horacio, entiendo lo difícil que debe ser para ti, vivir con una máscara puede ser agotador y doloroso. Pero quiero que sepas que estoy aquí para ayudarte. No tienes que enfrentar esto solo.
Horacio asintió, sintiendo una pequeña chispa de esperanza.
—Gracias, Damián. Realmente necesito tu ayuda para superar este sufrimiento. No sé por dónde empezar, pero sé que no puedo seguir así.
Damián lo abrazó fuertemente, transmitiéndole apoyo y comprensión.
—Vamos a encontrar una manera juntos, Horacio.
—Gracias, Damián. No sabes cuánto significa esto para mí. Tal vez, con tu ayuda, pueda encontrar la paz que tanto anhelo.
Damián lo besó en la boca con mucha ternura, y Horacio no pudo evitar que una lágrima rodara por su mejilla. Era una lágrima cargada de sentimientos encontrados, una mezcla de tristeza y alegría que, por un lado, lo desarmaba y, por otro, lo reconstruía.
Horacio despertó con la sensación real del beso de Damián aún presente en sus labios. Sentía lo cálido y húmedo de su boca y el aliento suave que había compartido en ese momento tan íntimo. Era una sensación que nunca había experimentado en sus sueños anteriores, tan vívida y tangible que casi podía creer que había sido real.
El reloj seguía moviendo sus manecillas, marcando el paso inexorable del tiempo. Horacio se quedó mirando el techo, tratando de procesar lo que acababa de vivir en su sueño. Una mezcla de emociones lo invadía: la tristeza por la realidad que enfrentaba cada día y la alegría por el consuelo que había encontrado, aunque fuera en un sueño. Se levantó lentamente, sintiendo que algo dentro de él había cambiado. Tal vez, pensó, este sueño era una señal de que no estaba tan solo como creía.
Que emoción