En un giro del destino, Susan se reencuentra con Alan, el amor de su juventud que la dejó con el corazón roto. Pero esta vez, Alan regresa con un secreto que podría cambiar todo: una confesión de amor que nunca murió.
A medida que Susan se sumerge en el pasado y enfrenta los errores del presente, se encuentra atrapada en una red de mentiras, secretos y pasiones que amenazan con destruir todo lo que ha construido.
Con la ayuda de su amigo Héctor, Susan debe navegar por un laberinto de emociones y tomar una decisión que podría cambiar el curso de su vida para siempre: perdonar a Alan y darle una segunda oportunidad, o rechazarlo y seguir adelante sin él.
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El peso del tiempo y la búsqueda incesante
Capítulo 11.
Alan cumplió con lo prometido. A las ocho de la mañana, puntual como nunca, fue a recoger a Helen para llevarla al registro civil, donde formalmente concluyó su matrimonio. Fue un trámite frío, distante, un cierre que no hizo más que reafirmar lo que él ya sabía: su vida con Helen había terminado.
Ella se quedó con la casa, ya que su matrimonio había sido por bienes mancomunados. Alan no tenía más opción que aceptar esa decisión, porque lo que menos quería era mantener esa fachada de familia rota por más tiempo. Quería libertad. Quería avanzar. Y sabía que, de seguir atado a ella, esa cadena invisible lo seguiría hundiendo en la misma tristeza que había sentido durante años.
Cinco meses pasaron antes de que Alan decidiera hacer algo que, en su mente, había estado evitando: buscar a Susan. La había perdido de vista por completo, y el dolor de su pecho, que alguna vez fue agudo, ahora se transformaba en una constante presión, como si algo faltara en su vida y él no supiera cómo llenarlo. Salió con varias chicas, intentó distraerse, pero nada llenaba el vacío que había dejado ella.
La búsqueda fue infructuosa. Nadie sabía nada de Susan. O más bien, nadie quería decírselo. La distancia entre ellos parecía crecer con cada día que pasaba, y Alan sentía que, cuanto más intentaba acercarse a su pasado, más se alejaba de su futuro. Sus preguntas se quedaban sin respuestas. A veces pensaba que Susan había dejado de existir para él, como si se hubiera desvanecido en el aire.
Mientras tanto, Susan había dado un giro radical a su vida. Después de dar a luz a gemelos, Carlos y Ulises, dos preciosos niños que heredaron los ojos y la nariz de su madre, decidió cambiar de rumbo. Dejó atrás su carrera como sobrecargo y, con el apoyo de Héctor, se mudó a Alemania. Allí, inició su carrera en derecho, un campo completamente diferente al que había conocido, pero que de alguna manera la hacía sentirse viva nuevamente. Era como si cada paso que daba en ese nuevo mundo la acercara más a la mujer que siempre quiso ser, más fuerte, más segura de sí misma.
Los niños crecían felices, rodeados de amor y cuidado, y Susan se encargaba de todo, pero con una dedicación feroz. Los gemelos aprendieron a hablar cuatro idiomas a una edad temprana: francés, inglés, alemán y español, quizás era por algo en el aire de esa familia, algo en la forma en que Susan los educaba, los hacía especiales. A los cinco años, los niños ya eran pequeños prodigios.
A lo largo de los años, Susan continuó su carrera con éxito, alcanzando logros impresionantes. El bufete de abogados para el que trabajaba comenzó a ganar notoriedad internacional tras un caso importante en el que una pequeña empresa demandó a una multinacional. Susan fue la clave para ganar ese caso, y el bufete, que antes era desconocido, pasó a ser uno de los más respetados de Alemania. En poco tiempo, Susan fue portada de Forbes, considerada la mujer más poderosa del mundo legal, con solo 28 años. Su vida había dado un giro radical, pero no lo había hecho sola; lo había hecho por sus hijos, por ellos.
Por otro lado, Alan no había dejado de intentar reconstruir su vida. A los 31 años, compró la casa donde había vivido con Susan, una compra que no fue solo por nostalgia, sino porque sentía que de alguna manera ese lugar era el que más lo conectaba con lo que había sido feliz. A los 32, se sometió a una reversión de vasectomía, y a los 33 fundó su propia empresa. A los 35, su compañía cotizaba en la bolsa de valores. Había logrado mucho, pero el precio había sido alto: su vida personal seguía vacía. A pesar de haber tenido una relación seria con una mujer de su edad, esta terminó rápidamente. El trabajo, la constante presión y la carga de un pasado no cerrado lo habían absorbido por completo.
No pudo dejar de pensar en Susan. Después de terminar con su novia, Alan decidió contratar a un detective privado. Pasaron dos meses sin resultados. Nadie sabía nada de Susan, ni siquiera en el país. Cada pista que seguía parecía llevarlo a un callejón sin salida. La incertidumbre lo carcomía. Quizás Susan había dejado de existir para él, tal vez se había ido tan lejos que ya no había manera de alcanzarla.
Entonces, recordó a su exsuegra. Si alguien podría saber algo, quizás serían ella.
Decidió entrar en sus redes sociales. Lo que encontró lo dejó helado: fotos de Susan, mensajes de amistad, de cariño, y lo peor de todo, comentarios de sus propios familiares que decían extrañarla desde su partida. Fue entonces cuando vio la noticia:la madre de Susan había muerto en la misma fecha que su divorcio. Alan no pudo procesar lo que estaba leyendo. La noticia lo golpeó con tal fuerza que se sintió mareado, incapaz de asimilar lo que significaba.
La angustia lo invadió. Había estado tan cegado por el rencor, por la culpa, por su propio egoísmo, que nunca había hecho nada para encontrarla antes. Y ahora era demasiado tarde.
Decidió ir a casa de sus padres, tal vez ellos sabían algo más. A lo mejor había alguna pista, algo que le permitiera cerrar el capítulo de su vida que se había quedado abierto.
—Mamá, papá, necesito saber algo… ¿sabían de Susan? ¿Sabían de la muerte de su madre?
Mamá de Alan: "Te dijimos que Helen no era la mujer para ti. Te lo dijimos una y otra vez, pero no nos escuchaste. Dejaste ir a Susan por ella."
Alan no podía evitar sentirse culpable. No solo por haber ignorado a Susan, sino por haber tomado decisiones tan equivocadas en su vida.
—Alan: "Lo sé. Lo sé, y me arrepiento. Pero ya pasaron casi seis años. No sé nada de ella. No sé nada."
Papá de Alan: "Quizás necesitas saber de ella para tener un cierre. Pero sinceramente, hijo, dudo que ella te esperara todo este tiempo."
Las palabras de su padre lo golpearon con dureza. Pero también, en algún lugar de su corazón roto, comprendió que tal vez esa era la verdad. Tal vez Susan había seguido adelante, tal vez ella había encontrado su propia paz, lejos de él. Y ahora, por fin, era él quien debía encontrar la suya.