— Advertencia —
La historia está escrita desde la perspectiva de ambos protagonistas, alternando entre capítulos. Está terminada, así que actualizo diariamente, solo necesito editarla. Muchas senkius 🩷
♡ Sinopsis ♡
El hijo de Lucifer, Azaziel, es un seducor demonio que se obsesiona con una mortal al quedar cautivado con su belleza, pero pretende llevársela y arrastrar su alma hacia el infierno.
Makeline, por su lado, carga con el peso de su pasado y está acostumbrada a la idea del dolor. Pero no está segura de querer aceptar la idea de que sus días estén contados por culpa del capricho de un demonio.
—¿Acaso te invoqué sin saberlo?
—Simplemente fue algo... al azar diría yo.
—¿Al azar?
—Así es. Al azar te elegí a ti.
NovelToon tiene autorización de Poire para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
El barista del infierno
Estaba sentado en una esquina observando cada una de las personas que ingresaban mientras mordía la cañita de metal que estaba dentro de mi vaso, imperceptible ante la vista de todos al igual que yo. Me divertía entrar en sus cabezas y conocer las estupideces que pasaban por allí. Me habría gustado poder enterrarles pensamientos, pero esa habilidad no la tenía desarrollada. Y no pensaba mucho en eso; no me gustaba recordar que era inferior en algo. Me estaba entreteniendo con eso cuando escuché el escándalo proveniente de donde estaba Makeline.
La inútil que estaba con ella iba a lanzarle el café encima, y tuve que intervenir. Makeline se quedó estática a mitad de camino, con la bandeja en las manos, luego siguió su camino, dejando el conflicto atrás. Por su parte, la mujer se había quedado de pie, quejándose en voz baja e intentando comprender con qué había chocado su brazo para tirarse el café ella misma. Claramente, yo me estaba riendo, recargado en el mostrador. Veía con satisfacción cómo se alejaba llena de rabia, mi risa se fue apagando hasta que Makeline regresó a la caja.
—No deberías estar frunciendo el ceño así. Te quedan las arrugas en la frente —dije, con los ojos en color ámbar. Ella volvió a teclear en la pantalla las órdenes que tenía por escrito en papel—. La estás pasando mal.
Una persona se acercó a ella y llamó su atención, haciendo que me restara importancia. Movía sus manos y hablaba tan rápido que su lengua se enredaba. Le extendió al hombre una bolsa y procedió a retirarse, quizás tan ansioso por escapar de la aglomeración como ella. Makeline soltó un resoplido y tomó la botella de agua que había dejado en una esquina.
—Te estás muriendo ahí —comenté—. Te va a dar un colpaso.
Me miró de reojo. Supuse que no iba a responder porque cada vez que se iba un cliente, llegaba otro, y no tenía tiempo para disimular que hablaba por teléfono con alguien o algo más, para poder contestarme. Se detuvo un momento para sacudir su blusa, ventilándose a sí misma, la ropa parecía pegarse a su piel. Había un ventilador en la pared cerca, pero dudo que le llegase la brisa, ni siquiera apuntaba hacia el mostrador. Se apoyó un momento en la vitrina, cerrando los ojos, como buscando resolver algo. Finalmente miró a la nueva cliente que tenía ahí.
—¿Me puedes dar un momento? Necesito buscar algo —le señaló el almacén.
La jóven asintió amablemente. Ella tomó un mandil y se dio la vuelta, entrando al almacén. Naturalmente, leí entre líneas y fui tras ella en unos segundos.
Al ingresar, estaba esperándome, rápidamente me extendió el mandil y dejó caer los hombros para liberar la tensión. Me quedé mirándolo, confundido al principio, y después comprendí.
—¿Perdón? —pregunté con una risa.
—Vas a ayudarme —se cruzó de brazos con determinación.
—Así que me viste cara de asistente.
Yo, un ser sobrenatural, ahora reducido a un simple camarero.
—Necesito que lo hagas. No puedo yo sola con todo eso —señaló hacia afuera. Seguí su mano, contemplando a las personas que se iban amontonando.
—¿Y qué gano yo a cambio?
—¿Qué? Ya tienes mi alma, ¿qué otra cosa necesitas? —se apoyó en el estante tras de ella.
—No me refiero a eso. Quiero otra cosa.
—¿Qué es lo que quieres? —puso las manos sobre su cintura con un poco de impaciencia.
—No lo sé. ¿Te parece si te hago una pequeña pregunta?
—Bien. Pero que sea rápido —se estiró para mirar por la ventanilla—. No tengo mucho tiempo y se va a acumular más gente.
—Pero quiero tu respuesta honesta y sin rodeos, ¿correcto?
Dio un resoplido, resignada— No juegues, dime ya y deja de alargar las cosas, tengo que regresar a atender —ella miraba por la ventanilla nuevamente. Angustiada.
—Si te urge volver cuanto antes, te las haré cuando termine tu turno —me coloqué el estúpido mandíl, ajustándolo detrás del cuello y después en la cintura.
Ella hizo un gesto rápido con la cabeza, ya casi moviéndose por inercia.
—Ok, te espero en la caja —dijo, y salió apresuradamente,
Sé que lucía patético y fuera de lugar con eso puesto y también sé que ella se estaba burlando porque detuvo el tecleo en la pantalla por un instante al verme cruzar la puerta.
—¿Te estás divirtiendo? —pregunté.
—Demasiado —dijo, esforzándose por mantener su compostura.
No dije nada más, me apresuré a continuar con las actividades que se supone, me correspondían, y que me esperaban impacientes. Intenté ser lo más amable que pude mientras cubría el puesto. Mis gestos eran incongruentes en relación a lo que estaba sintiendo por dentro, por esos mortales.