Novela en emisión! No está terminada... No se impacienten.
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Cap 12
Entonces, sonrió, me acerque más a él y lo bese. Lo bese porque me moría por hacerlo, no quería un simple roce, no quería quedarme con las ganas de descubrir a que sabía su boca, como besaba y como me acariciaba la espalda mientras lo hacía.
—Mi bebé, no mi chica. ¿Entiendes? Te daré el gusto de conocernos pero en toda regla serás solo para mí y nada más.
Ahora sí puedo decir que era totalmente consciente de lo que estaba haciendo, me había excitado el tono de voz que había expresado y Posesivo, demandante y un tanto toxico. Ya estaba en el baile y no me quedaba otra que ponerme a bailar. Volví a besarlo, sin timidez, queriendo ser esa nueva chica que quiere conocer al hombre que le gusta y entonces termine debajo de el en ese cómodo sofá.
Sentí su peso, su calor y la intensidad de su mirada. Su aliento cálido acariciaba mi rostro mientras me miraba fijamente. Traté de mantener la compostura, pero sabía que estaba perdida.
—¿Bebé, estás jugando con fuego otra vez? —murmuró, su voz baja y ronca, enviando escalofríos por mi columna y negué sin perder el contacto visual, ese tan hipnótico que me tenía contra las cuerdas.
Su magnetismo era ineludible. Sabía que debería decir algo, cualquier cosa para romper la tensión o dejarme llevar, pero las palabras se negaban a salir.
—Jasper, no... —Dije con la voz entrecortada, pero él puso un dedo en mis labios, silenciándome. — Pero esto…
—Shh, no digas nada. —Se inclinó y sus labios rozaron los míos en un beso suave, explorador. Sentí una descarga eléctrica recorrer mi cuerpo, y supe que estaba en problemas, uno muy delicioso.
El beso lo habíamos profundizado, volviéndose más demandante, más urgente. Mis manos encontraron su camino a su cuello, tirando de él más cerca. No podía pensar, solo sentir.
Finalmente, se apartó, dejándonos a ambos sin aliento. Sus ojos verdes estaban oscurecidos por la pasión, y supe que los míos debían reflejar lo mismo.
—Esto es lo que haces, Cassandra. —Su voz era un susurro lleno de deseo. —Me vuelve loco.
Traté de decir algo, de mantener algún control, pero solo conseguí asentir débilmente.
—No puedes seguir jugando conmigo y esperar que no reaccione —dijo, su tono más serio ahora. — ¿Ya no hay reglas?
Mi corazón latía desbocado en mi pecho. ¿Estaba realmente lista para esto? Sabía que Jasper no era un hombre cualquiera, y las consecuencias de hacerlo con él serían mucho más graves. Pero también sabía que era tarde para dar marcha atrás.
—Jasper... —empecé, tratando de encontrar las palabras adecuadas.
—Bien, me gusta eso —repitió, con una sonrisa de medio lado. — Y hoy no dormirás en tu habitación, lo harás en la mía.
Y así lo hice. Me dejé llevar por la oleada de emociones, permitiendo que Jasper me guiara, sin saber a dónde nos llevaría esto, pero sin querer detenerme me deje llevar.
Y así, amigos míos, rompí cinco de diez reglas.
Había roto la primera con Julián. No pasaras con alguien más de dos meses.
Las siguientes cuatro, las rompí inconscientemente con Jasper.
No revelaras mucho de ti.
No duermas en otra cama que no sea la tuya.
Nunca confíes en desconocidos.
Nunca te vayas a la cama con alguien mayor de veinticinco años, ellos son los más peligrosos.
Cinco reglas rotas equivalían a una cadena invisible que me atrapaban, y lo peor de todo es que cada una de ellas me las impuse yo solita. Jasper me gustaba, quería intentarlo y sentir algún sentimiento, además del miedo constante a ser destruida, abandonada y olvidada.
Les había mencionado que tenía reglas, pero ahora voy a contarles por qué decidí establecerlas y seguirlas al pie de la letra.
Cuando cumplí 15 años, mis padres decidieron dedicar toda su atención y prioridad a mi hermano mayor, Owen, debido a su inteligencia sobresaliente. Es diez años mayor que yo y se ha convertido en un neurocirujano famoso por inventar un método innovador que salva vidas. Da clases en la mejor escuela de medicina y asiste a conferencias, y mis padres lo acompañan a todos lados desde entonces.
Mi hermano es su orgullo, mientras que yo era la hija adolescente que sentía su ausencia, que buscaba llamar la atención y recordarles que también existía. Pero nada de eso funcionó. Me dejaron sola en esa casa enorme, me daban dinero y les importaba poco si terminaba o no la preparatoria. Siempre me costó aprender y eso fue suficiente razón para que no perdieran su tiempo conmigo.
Aprobé mis materias, pero al terminar la preparatoria, no hubo nadie para entregarme el diploma de graduación. Me sentí tan mal, tan sola, que decidí hacer cosas que me alegraran y me hicieran feliz. Así viví durante cinco años. Los veía con suerte cada seis o siete meses. No había cumpleaños, ni navidades en familia, ni nada para mí.
¿Pensaron que el que me había roto el corazón era un chico? ¡No! Fueron mis propios padres, mi hermano, mi propia familia. Esas estúpidas reglas se convirtieron en un maldito mecanismo de defensa para evitar que alguien volviera a joderme de esa forma.
La tristeza en la adolescencia te lleva a hacer cosas de las que no te enorgulleces cuando creces. Yo era una chica sola, a quien sus padres no le importaban. Me junté con personas que llevaban una vida despreocupada y bastante alocada, y en un momento decidí ser otra persona, alguien mejor, para no vivir bajo la sombra de mi hermano y demostrarme que podía valer por mí misma, que no necesitaba a nadie. O al menos eso pensé, aunque en ese momento sí necesitaba a los hermanos Blackwood, pero pensé que era temporal. Estando debajo Jasper, disfrutando de sus besos, me hizo darme cuenta de que también necesitaba un poco de amor.
No hubo sexo esa noche, me levanto en sus brazos y me llevo a su cama, nos acostamos y dormimos… eso fue todo.
A la mañana siguiente, desperté sola en la cama. Jasper no estaba a mi lado, pero había una nota en la mesita de noche. “Te veré a la hora del almuerzo. Ponte más linda de lo que eres porque iremos a almorzar.”
Animada, me levanté y caminé hasta mi habitación. Busqué en la maleta qué ponerme y me decidí por un atuendo cómodo e informal, acorde a mi edad. Esa mañana, tenía una gran sonrisa boba en la cara. Mientras me bebía un café, busqué con mi móvil las actividades extra que ofrecía la universidad y me inscribí en arte. Me gustaba pintar y dibujar, y no era mala idea