"UNA MADRE DESESPERADA, UN SALVADOR AMENAZANTE
¿Qué límites cruzarías por salvar a tu hijo?
Adelaida, una madre desesperada, hará cualquier cosa para proteger a su hijo, incluso si significa sacrificar su orgullo.
Pero cuando Kento, un misterioso y poderoso hombre, se convierte en su única esperanza, Adelaida se encuentra atrapada en una red de rencor y pasión.
Kento, su redentor y verdugo, no sabe que Adelaida es la clave para desentrañar su propio pasado.
¿Podrá Adelaida salvar a su hijo y descubrir la verdad detrás del enigmático Kento?
Descubre esta historia de amor, venganza y redención."
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ℂapítulo Dieciséis
Adelaida tenía sentimientos encontrados con Kento. Unas veces era un ángel al ver cómo trataba a su niño, y lo que hizo al donar su médula era algo que no tenía cómo pagarle. Y otras veces era el demonio en persona, el solo hecho de compararla, hacerla ver y hasta llamarla Madeleine, como la amante de su difunto exesposo la tenía al borde de un colapso.
Atando todo este tiempo cabos, ya no había dudas, se trataba de la misma mujer. El parecido entre las dos era innegable. Ambas son rubias, altas, ojos verdes, nariz perfilada, cara delgada, pómulos prominentes, boca pequeña y mirada triste.
Adelaida pensaba: que irónia, François buscó a Madeleine por ser parecida a ella para ser su reemplazo, al igual que ahora Kento, la está usando a ella de sustituta reemplazando a Madeleine.
Adelaida se pudo dormir en la madrugada. Cuando se despertó, Kento ya no estaba en la cama. Se levantó, se dio un baño rápido y pasó a la habitación de Francis, donde ya Fina le estaba dando el desayuno. El equipo médico que atiende al niño ya había llegado y le estaba tomando sus signos vitales.
—Buenos días, mi niño hermoso. Buenos días, Fina —saludo también al personal médico y termino de darle el desayuno a Francis.
—Mi niña, y ¿cómo le fue anoche en la gala? —Adelaida se pierde en sus pensamientos al recordar lo que pasó con Kento.
—Bien. Eso creo —Josefina al verla incómoda no le pregunta más.
—Niña, ve a desayunar que yo termino de atender a Francis —Le sugirió Josefina. Adelaida tomó la bandeja del desayuno de Francis y la llevó a la cocina donde se la recibió Margarita.
—Ve al comedor qué allá está el señor Kimura desayunando y ya te llevo el tuyo —le dijo Margarita y Adelaida le hizo caso, ya tenía mucha hambre.
Cuando llegó a desayunar al comedor donde ya estaba sentado Kento, lo saludo.
—Buenos días, Kento —Adelaida saludó e inmediatamente fue interrumpida sin responderle al menos por decencia el saludo.
Ni siquiera alcanzó a correr la silla para sentarse, pues este ya la estaba echando de su lado.
—Vete a la cocina, ese es el lugar donde los empleados de esta mansión comen —Adelaida lo miró con furia, no le respondió a su grosería y, como toda una dama, se devolvió a la cocina. Sentía mucha rabia e impotencia, pero jamás se lo dejaría saber a Kento. No entendía su actitud, pero si ese hombre cruzaba el límite de gritarla o maltratarla físicamente, ella no lo permitiría.
Inevitablemente, pasaron los días y todo fue la misma rutina para Adelaida. Kento salía con ella a presumirla, ya sea a un almuerzo de negocios, o a una cena, o a una exposición. Él sabía que era cuestión de tiempo para que la prensa buscara a otra pareja para hacer primicia, y ahí él pasaría a la otra fase del plan.
En Las noches era igual. Aunque Kento ya no la volvió a llamar Madeleine en la intimidad desde aquella primera vez, si le seguía diciendo Eloísa y eso a ella, aunque le molestaba, pues así le decía François, al menos ese era el papel que ella desempeñó y no su copia barata.
Dormir con Kento es para Adelaida un tormento; en las madrugadas ese hombre la agarra como una garrapata y es imposible para ella volver a conciliar el sueño. Por lo que muy temprano se levanta para prepararse a recibir al equipo médico que día a día atiende a su niño, el cual ha mostrado una sorprendente recuperación.
Kento estaba desesperado por saber más de Adelaida, además necesitaba viajar a Japón con ella para seguir con la segunda parte del plan.
Llegó la fecha que le dio de ultimátum a su investigador y muy temprano lo llamó para pedir su informe.
—Inspector Clouseau.
—Con Kimura, en media hora espero su informe.
—Aún necesito más tiempo. El informe no está completo, aún no he podido recopilar toda la información.
—Mándeme lo que tenga. Mañana espero el resto, ni un día más.
Y colgó la llamada, sin siquiera despedirse.
Estaba sentado en su gran sillón de cuero frente a su escritorio de roble y tamborileaba sus dedos en la superficie de este de manera desesperante. No tenía ni pizca de paciencia y ya Desiderio había pagado su estrés con unos cuantos gritos.
Hasta que escuchó el mágico sonido de una notificación e inmediatamente abrió la bandeja de entrada y descargo el archivo.
El investigador descubrió quién dejó a Adelaida en el orfanato. Kento leía con detenimiento el informe.
«Adelaida DuPont fue dejada a solo unas horas de nacida en el orfanato de las hermanas capuchinas de París, por la familia de su madre adolescente»
«Adelaida DuPont fue el fruto de la infidelidad de un hombre casado de 35 años, con una adolescente rebelde de 16 años. Este hombre, para evitar el escándalo y ser encarcelado por abusar de una menor de edad, pagó una fuerte suma de dinero a los padres de la chica, inmigrantes mexicanos, para que se quedarán callados y dejaran a la bebé en un orfanato sin que su mamá supiera cuál»
«A la madre adolescente le dijeron que la bebé había fallecido y el papá de Adelaida se encargó de que a ella nunca la adoptaran. Pensaba que si una familia se enamoraba de la pequeña y delicada Adelaida, su secreto podría ser revelado y su imagen de gran señor sería tirado por los suelos»
Siguió leyendo el informe y sus sospechas eran ciertas.
«Nombre de la madre: Marita Gibrault, 46 años, casada con Lucio Gibrault, banquero, madre de Madeleine Gibrault y un menor de edad llamado Lucio Gibrault Jr.
Kento, no se sorprendió al saber el nombre de la mamá de Adelaida: Marita. Una hermosa mujer de origen mexicano que es cariñosamente llamada Tanchy y que es la mamá de su ex prometida Madeleine Gibrault junto al banquero Lucio Gibrault.
«Adelaida y Madeleine son hermanas»
Pero lo que sorprendió a Kento fue el nombre del papá de Adelaida: Salvatore DelVecchio. Sí, el mismo profesor de artes escénicas que le dio clases a Adelaida de actuación desde que tenía ocho años, hasta que salió del orfanato.
¿Entonces su papá siempre estuvo con ella?
Miles de interrogantes se forman en su mente. Adelaida lo intriga, lo tiene extasiado y eso le asusta. Por eso la aleja, hace que ella lo odie. No sería capaz de mirar a la cara a esa buena mujer, sin sentirse culpable por lo que le está haciendo y le va a hacer.
—No nos podemos enamorar, ni yo de ella, ni ella de mi —piensa Kento.
Basándose en este descubrimiento, va a ayudar a una madre a reencontrarse con su hija. Él aprecia a Tanchy su ex suegra; ella es tan parecida en su forma de ser a Adelaida. Su alma es pura, es sencilla, noble, delicada y amable. Nada parecida a como es su otra hija y su esposo.