Eliza, una noble empobrecida, está desesperada por pagar sus deudas cuando recibe una oferta inesperada: convertirse en espía para Lady Marguerite en el ducado del Duque Richard. Sin embargo, su misión toma un giro inesperado cuando el duque, consciente de las amenazas que rodean a sus hijos, le propone un matrimonio por contrato para proteger a su familia. Eliza acepta, consciente de que su vida se complicará enormemente.
Tras la muerte del duque, Eliza se convierte en la tutora legal de Thomas y Anne, y asume el título de Duquesa de Gotha. Pero su posición es amenazada por Alexander, el hijo mayor del duque, un hombre frío y calculador respaldado por la poderosa familia de su difunta madre. Alexander de Ghota.
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Capitulo 12
La llegada de Alexander al castillo trajo consigo una tensión palpable que
parecía impregnar cada rincón del ducado. Eliza notó inmediatamente el respeto
casi reverencial que los sirvientes y caballeros mostraban hacia él. Aunque
apenas faltaba un año para que Alexander tuviera la edad necesaria para heredar
el ducado, su presencia ya imponía una autoridad natural.
Alexander se movía por el castillo con una elegancia innata, su capa
ondeando detrás de él mientras saludaba con frialdad y educación a todos. Los
ojos de Thomas y Anne brillaban con una mezcla de curiosidad y temor al ver a
su hermano mayor, pero Alexander mantenía una distancia emocional que los hacía
sentirse incómodos.
Eliza, observando desde la distancia, comprendió rápidamente la complejidad
de la situación. Alexander contaba con el respaldo de la poderosa familia de su
difunta madre, la primera duquesa, cuyas influencias y recursos eran
considerables. En contraste, los pequeños Thomas y Anne, cuyos recuerdos de su
madre eran escasos y difusos, dependían enteramente de ella, una mujer cuya
posición inicial no era muy diferente a la de su madre biológica: empobrecida y
con escasos aliados.
El comportamiento de Alexander era un enigma. En presencia de los niños y
los sirvientes, se mostraba fríamente educado, intercambiando apenas las
palabras necesarias para mantener la cortesía. Sin embargo, cuando Eliza lo
invitó a su despacho para discutir asuntos importantes, la fachada educada se
desmoronó.
—Alexander, gracias por venir —dijo Eliza, intentando sonar firme pero
amigable—. Hay varios asuntos que debemos tratar respecto al ducado y los
niños.
Alexander se sentó con una arrogancia desmedida, sus ojos azules brillando
con un destello burlón. —Oh, ¿de verdad? ¿Y qué asuntos podrían ser tan
importantes que requieran mi atención?
Eliza respiró hondo, tratando de mantener la calma. —Como heredero del
ducado, es importante que estés al tanto de la situación actual. Además, quiero
asegurarme de que los niños estén bien cuidados y que su transición sea lo más
suave posible.
Alexander soltó una risa seca, su expresión despectiva. —¿Cuidar de los
niños? Qué conmovedor. Pero dime, ¿realmente crees que puedes manejar esto? Una
plebeya convertida en duquesa... No es más que un chiste.
Eliza sintió un nudo en el estómago ante su tono burlesco. —Hago lo mejor
que puedo, Alexander. Y tengo la intención de cumplir con la voluntad de tu
padre.
—¿La voluntad de mi padre? —replicó Alexander con una sonrisa torcida—. No
me hagas reír. Él fue un hombre débil, incapaz de mantener su casa en orden. Y
ahora tú pretendes que todo estará bien solo porque lo dices.
Eliza apretó los puños, su corazón latiendo con fuerza. —Tu padre era un
hombre honorable. Hizo lo que creyó mejor para proteger a su familia.
Alexander se levantó de repente, acercándose a Eliza con una mirada
amenazante. —Escucha bien, Eliza. No confío en ti, y no me agradas. Estás aquí
solo porque mi padre tomó una decisión en un momento de debilidad. Pero no
pienses ni por un momento que eso te da algún poder real sobre mí o sobre este
lugar.
Eliza lo miró fijamente, su miedo convirtiéndose en una determinación feroz.
Sabía que estaba bajo el mismo techo que su peor enemigo y que debía pensar
cuidadosamente en cómo superarlo.
—No busco poder, Alexander. Solo quiero lo mejor para Thomas y Anne —dijo
con voz firme—. Si tienes algún problema conmigo, podemos discutirlo, pero no
dejaré que mi preocupación por ellos sea cuestionada.
Alexander la miró durante un largo momento antes de retroceder, su expresión
volviendo a ser la fría máscara de antes. —Veremos cuánto tiempo puedes
mantener esa fachada, Lady Eliza. Recuerda que el tiempo no está de tu lado.
Eliza lo observó salir del despacho, su mente trabajando a toda velocidad.
Tenía que encontrar una manera de proteger a los niños y mantener su posición,
a pesar de la creciente amenaza que Alexander representaba. No podía permitirse
flaquear ni un momento, sabiendo que cualquier debilidad podría ser explotada.
Esa noche, Eliza no durmió bien. Los pensamientos de la confrontación con
Alexander la mantenían despierta, su mente buscando estrategias para
enfrentarlo y proteger a su familia.
A la mañana siguiente, Eliza se levantó con renovada determinación. Sabía
que tenía que ser más astuta y fuerte que nunca. Tenía que ganar el respeto y
la lealtad de todos en el castillo y demostrar que, a pesar de las
dificultades, era digna de ser la Duquesa de Gotha.
Mientras caminaba por los pasillos del castillo, Eliza sintió la mirada de
Alexander siguiéndola, un recordatorio constante de la batalla que enfrentaba.
Pero también sentía el apoyo silencioso de Thomas y Anne, y eso le daba la
fuerza necesaria para seguir adelante